La espera, tras la llamada telefónica que tuve con Jerry fue intensa, dolorosa y estresante. La incertidumbre que sentía por no saber de mi guardián y su hermana alcanzó niveles altos en mi cerebro. Experimentaba un torbellino de sensaciones, sin que pudiera ignorar el sentimiento de culpa que me atormentaba. Nelinda había intentado salvarme de Las garras de Isabel. ¿Cómo no pude percibir las señales? De repente sentí la voz de Amara, suplicándole al guardia de seguridad que no le impidiera el paso. - Por favor - dijo - yo tengo que hablar con Elizabet. Corrí hacia la puerta y, con una señal, el representante de mi equipo se apartó, posibilitando la entrada de mi suegra al lugar. - Dime que no es verdad lo que me dijeron en la llamada - susurró. Su cara pálida y desencajada mostraba el dolor y la desesperación de una madre ante el peligro que enfrentan sus hijos.- ¿La llamada? - pregunté nerviosa.Asintió con lágrimas en los ojos. ¿Isabel se había atrevido a molestarla? ¡Cuánta
La tensión entre ambos, desde aquel día, era palpable y aumentaba conforme pasaban los eventos. La rubia despampanante, Samira, se había comunicado con Jerry en varias ocasiones, siempre tratando temas del embarazo, pero a mí se me antojaba planificado, justo para molestarme. Parecía muy segura en cuanto a responsabilizar a mi rubio por la paternidad de su retoño, por lo que llegué casi a tener la certeza de que, esos exámenes, arrojarían la correspondencia que tanto me había negado a aceptar, incluso la paranoia me había llevado a ver gestos, en el guardián, de sorpresa y alegría cuando hablábamos del bebé. Comencé a darle la razón a un pensador, que planteaba que, en las situaciones límites, verdaderamente afloraban las peores sensaciones humanas. Sabía que, en cuestiones de sentimientos, no podíamos absolutizar, porque los seres humanos somos una gama de matices, que mostramos los colores en correspondencia con las emociones. Yo no me consideraba una mujer egoísta, ni malvada, sin
Corrí el cuarto de aseo, donde me sentí morir, el malestar se adueñó de mi cuerpo, debilitándolo. - Señorita - llamó la dueña de la vivienda, desde el otro lado de la puerta - ¿Está bien? Salí, después de haberme salpicado con agua el rostro. Tenía una enorme sensación de desfallecimiento. La palidez de mi cara, la llevó a dirigirme hacia el salón del recibidor, por los síntomas, casi tenía la certeza de estar esperando un bebé ¡Cuántos sentimientos encontrados! - ¿Se encuentra mejor? - preguntó preocupada. - Tranquila, estoy mejor - dije suave - es solo que... - ¿Estás embarazada? - Al parecer....no sabía... - ¡Oh! ¡Dios! - exclamó emocionada - dime que quieres tenerlo, por favor. ¿Tener a mi bebé? recordaba la tristeza que me embargó cuando, al notar el sangramiento, supe que había perdido a mi hijo. Claro que quería tener al fruto de mi amor con Jerry, quizás era la motivación que buscaba y el mejor regalo de mi vida. - Claro que voy a tenerlo - afirmé y ell
Mirando mi teléfono, parada en el centro del comedor parecía una estatua viviente. Me mantuve inmóvil, sin que consiguiera aclarar mis ideas. La imagen era particularmente dolorosa, porque mostraba a mi rubio rodeando los hombros de Samira, quien reía, satisfecha de su obra. Comencé a sentir los dolorosos movimientos estomacales, acompañados de las intensas náuseas. Dunia, experimentada en la materia, me asistió con la infusión de la noche anterior, pero esta vez mi desesperación me llevó a la locura y estallé en sollozos, abrazada de la morena. - Tranquila - me decía a intervalos. Cuando pude hablar y pensar con claridad le tendí el teléfono, para que comprobara cuál es el detonante, la joven contempló detenidamente la imagen y dijo con seguridad. - Eres débil y ellos lo saben, en la foto no se aprecia nada que pueda culpar a Jerry de tener una relación con esa víbora. Tienes que calmarte y aprender a lidiar con ellas, eso le hace daño a tu bebé. Recostada en su hombro fui ca
Llevaba varios días con los malestares que no cesaban de golpearme, había adelgazado, porque no consiguía probar alimentos. Dunia había sido un gran apoyo en esta etapa, acompañándome en las interminables horas de desfallecimiento. Programó una cita con un ginecólogo conocido, pues su preocupación por mi inapetencia aumentaba en la medida en que pasaban los días de abstinencia. El chequeo arrojó baja hemoglobina, lógico totalmente, si tenemos en cuenta las largas horas de ayuno, pero los demás resultados fueron satisfactorios. - Necesitas comer - dijo Dunia delante del galeno. El joven me contempló con minuciosidad y asintió. Esa curiosidad también característica de los cubanos, los llevaban a ser imprudentes en su trato. - ¿Estás casada? - preguntó curioso. - Casi - respondí, tratando de mantener distancia, algo en él me generaba intranquilidad y, tomando a mi amiga del brazo, la arrastré hasta la calle. - Estaba complaciente el doctor - comentó irónica. Lo había percibi
Esa noche dormí tranquila, sin tormentos ni pensamientos hostiles. Me alegraba el no tener que asociar la imagen de aquella plástica, aliada de mis enemigas, con mi guardián. Al fin estaba libre de mentiras, engaños y falsas promesas, pero extrañamente, esperé una señal suya que durante los días posteriores al evento no llegó. - Te quiero alejada de la cama - dijo mi amiga esa tarde, después de haberme contemplado frustrada durante una semana, deprimida, triste y derrotada. - Llámale y busca tú misma la verdad, sin imaginarte cosas. Toda la mañana estuve pensando en su sugerencia, pero mi orgullo dominaba mis acciones y me llevaba a dejar el teléfono, cuando resuelta y dispuesta, intentaba la llamada. - En el amor no hay orgullo que valga - me dijo Dunia que contemplaba molesta mi proceder - ahora mismo toma el teléfono y llama. Al ver mi inseguridad, ella misma buscó el contacto y, al escuchar la voz de mi guardián me extendió el celular, susurrándome que hablara. - Hola
Poco a poco me recuperaba de la tragedia que estuvo a punto de consumir mi vida. Era el segundo bebé que el destino me arrebataba y comencé a pensar, por primera vez, en cada una de las señales que me había mandado, todas esclarecedoras y directas, quizás aún no estaba preparada para asumir la maternidad, o tal vez, era un mundo peligroso y convulso para un niño, perseguida y acechada por mis enemigos e inestable aún en el plano emocional, por lo que pensé en esperar con tranquilidad mi momento. Aquella tarde miré a Jerry, quien sentado en la terraza de la casa de Dunia, no dejaba de contemplarme. Había estado tan pendiente de mí, cuidàndome, a pesar de mis rechazos, que logré sentirme sobrecogida. - ¿Por qué le creíste a ella? - pregunté. - Porque soy un estúpido inseguro - respondió - con mis propios traumas, creí que te estabas alejando, porque ya no me amabas. - Yo te amaba, pero quería esperar, no podía verte con ella yo... necesitaba sanar, pero ahora...- ¿ Me amabas? -
Esa noche volví a entregarme a mi chico con una intensidad nueva, generada por la larga separación. En sus brazos, cada caricia, alcanzaba un nuevo significado, deseaba más, dejarme devorar por la pasión, era suya y él lo sabía, a pesar de mis muros, de mis inseguridades y desconfianzas. - ¡Cómo te extrañaba! - exclamó. No respondí, pero mis besos le mostraban lo que las palabras no pudieron expresar, también lo extrañé, ni un solo día había dejado de pensarlo, aun cuando había llorado su Inevitable pérdida. - Mañana veré lo del pasaje - dijo - extraño a Adrián. - Yo también - comenté - ahora más que nunca necesito de su pureza. - Lo lograremos - dijo, tocando mi vientre - ¿Lo sabes, verdad? En sus palabras siempre encontraba la promesa de un mañana mejor y me aferraba a la idea, con garras. Por lo menos, esa mujer que había salido de su país asustada, en nada se parecía a la guerrera que volvía dispuesta a luchar, vencer y reconstruir su vida. - ¿Te vas? - preguntó Duni