Secretos en la oficina
Secretos en la oficina
Por: Joana Guzman
Prólogo

Isla nunca podría saber cómo se las había arreglado para mantener la compostura hasta que los clientes abandonaron la sala de juntas.

Estaba enfadada y quería desquitarse con los responsables.

Caminó por la habitación mientras tomaba inhalaciones profundas. Necesitaba calmarse. Si dejaba que sus emociones la controlaran, podía perder su trabajo y ese era un lujo que no podía permitirse. Las facturas no se iban a pagar a solas, ni mucho menos la medicación de su mamá.

Pensó en Lando, el hijo de su jefe, y la maldit@ sonrisa presumida que había tenido mientras recibía felicitaciones por sus diseños.

Esas felicitaciones deberían haber sido suyas, al igual que el bono que el idiota iba a recibir.

Había trabajado en aquel proyecto durante dos semanas, sin parar. No había dormido más de un par de horas y había tenido que ingeniárselas para no descuidar sus otras obligaciones, obligaciones que bien podrían hacerlas otras personas si su jefe se diera la molestia de contratar más personal. Y, al final, Lando se había llevado todo el crédito.

Había trabajado durante cuatro años para el imbécil de Gerardo, se había encargado del trabajo que nadie quería hacer y había llevado a cabo mucho de los proyectos sin que su nombre fuera mencionado una sola vez. Estaba estancada en el mismo puesto, en un cubículo pequeño escuchando la misma promesa de ascenso desde el día que llegó.

No era la primera vez que Lando se llevaba el crédito por su trabajo y no dudaba que lo volvería a hacer en el futuro.

Bueno, había tenido suficiente. No era por el dinero, aunque reconocía que no le habría venido nada mal en su situación. Si seguía trabajando en aquel lugar, terminaría como una mujer amargada que, ante los ojos del resto, no había sido capaz de hacer una sola cosa buena.

—Esto se acabó —declaró.  

Como un toro enfurecido, salió de la sala de juntas decidida a confrontar a su jefe.

Al pasar delante de las paredes de cristal que daban a la oficina de su jefe, lo vio a él y a su hijo riéndose justo antes de brindar con alguno de esos tragos caros que tenía en el bar de su oficina.

Verlos reír tan despreocupadamente la hizo enfurecer aún más.

Irrumpió en la oficina sin molestarse en anunciarse.

Los dos miraron en su dirección cuando la escucharon entrar. Su jefe la miró con el ceño fruncido y Lando sonrió con lascivia al verla.

Como si no fuera suficiente trabajar con alguien tan idiota como él, había tenido que soportar esa misma mirada más de una vez, así como los comentarios fuera de lugar. De tal palo, tal astilla, decían. Lando era un pervertido al igual que su padre.

—¿Sucede algo? —preguntó su jefe dándole esa maldit@ mirada de superioridad.

—Ese era mi proyecto —declaró.  

—Trabajaste en él, pero eso no lo hace tuyo. Ya hemos tenido esta conversación en el pasado, odio repetirme. Ahora, márchate de mi oficina.

—No iré a ningún lado, no si decir lo que he venido a decir.

—Esto está fuera de lugar, pero lo dejaré pasar esta vez porque eres tú. —Gerardo la miró de pies a cabeza.

Isla apretó los puños a los costados. Su mirada se desvió hacia el premio de vidrio que estaba en uno de los estantes. Se imaginó rompiéndolo en la cabeza de su jefe.

Sacudió esos pensamientos y volvió a posar los ojos sobre él.

—Esos diseños los hice yo, lo sabes muy bien. Así como sabes, que tu hijo no aportó ni una sola idea.

—Los dos eran los responsables de llevarlo a cabo, pero siempre estuvo claro que él estaba a cargo y tú no eras más que su asistente. No entiendo porque tengo que discutir esto contigo, si mal no recuerdo, firmaste un contrato que especificaba que cualquier proyecto que desarrollaras era propiedad de la empresa.

Había pasado años estudiando para que la llamaran asistente.

—En ninguna parte de mi contrato dice que trabajaría para que —miró al hijo de su jefe—… inútiles como tu hijo se llevaran el crédito.

Su jefe golpeó un puño sobre la mesa. Su rostro estaa enrojecido.

—¡Ya basta! Has dicho demasiado. Sal de mi oficina en este momento o no seré nada benevolente contigo.  

Isla estaba cansada de agachar la mirada.

—Tranquilo, papá —intervino Lando—. Lyla, será mejor que…

—Isla, maldit0 estúpido. Cualquiera diría que al menos podrías aprenderte un nombre con cuatro letras, ¿qué tan difícil puede ser? Pero no me sorprende. No podrías hacer coincidir los cortes con el plano, incluso si te llevara todo un año.  

—No te voy a…  

Soltó una carcajada interrumpiendo lo que Lando iba a decir.

—Vete a la m****a. —Caminó hasta el escritorio y levantó el vaso de su jefe. De un solo trago se bebió el contenido y lo dejó sobre la mesa con un sonoro golpe—. Y, si acaso no he sido clara, esta es mi renuncia.

Isla les dio una sonrisa y se dio la vuelta.

—¡Quiero que vacíes tu oficina en este mismo momento o él personal de seguridad de lanzará a la calle! —ordenó Gerardo.

Típico macho arrogante que quería tener la última palabra.

Media hora más tarde abandonó el edificio con una sonrisa en la cara. La fría brisa de la tarde la devolvió a la realidad.

Se había sentido tan bien enfrentarse a su ex jefe idiota y a su hijo, pero ahora estaba sin trabajo y no esperaba recibir una recomendación.

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