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Capítulo 4: Sin lugar a confusiones

Esa única palabra provocó que la imaginación de Horatio se desviará por un rumbo nada inocente.

—De hecho, hay algo más que me gustaría —continuó Isla—. Quiero que revises estos papeles —terminó ella e hizo el intento de dar un paso hacia atrás.

Horatio fue más rápido. Envolvió una mano en su cintura y, sujetándola por la espalda baja, la mantuvo en su lugar.

La sonrisa victoriosa que ella le había dado al acabar, desapareció al verse atrapada.

Acercó su rostro hasta que sus labios rozaron los de ella.

—¿Vas a algún lugar? —preguntó y se deleitó al sentirla vibrar—. No he podido dejar de hacerme una sola pregunta desde que te conozco —susurró sobre sus labios.

—¿Qué cosa? —Incluso en un momento como aquel, ella sonaba segura. No vaciló al hablar y mantuvo una mirada desafiante.

—A qué saben tus labios.

Sacó la lengua y la pasó sobre sus labios.

—Deliciosos —declaró y esperó.

Los segundos pasaron y, en lugar de hacer algún intento de alejarlo, ella se quedó mirándolo, llamándolo con la mirada a continuar lo que había comenzado.

Horatio levantó una mano hasta la nuca de Isla y la sujetó. Hizo algunos movimientos circulares cerca de la zona donde podía sentir su pulso. Entonces, cuando ella soltó un gemido, la besó con demanda.

Isla no lo decepcionó, abrió la boca para él.

Una sensación inquietante le recorrió el cuerpo cuando su lengua exploró su boca. Trató de acercarla más, aunque sus cuerpos ya estaban lo suficientemente pegados.

Se separaron con la respiración agitada.

Isla parecía menos rígida con los ojos brillando por el deseo y las mejillas sonrojadas.

Un golpe en la puerta lo sacó de su ensoñación en el mismo instante que comenzaba a acercarse a ella para besarla otra vez. Se había olvidado de dónde estaban y que cualquiera podía entrar a su oficina en cualquier momento.

Isla dio un salto hacia atrás y desvió la mirada. Horatio sonrió entretenido.

—Adelante —dijo después de asegurarse que Isla estaba más calmada.  

Rodeó su escritorio y se sentó. Quien sea que estuviera fuera no tardaría en sumar dos más dos si veían la parte delantera de su pantalón.

—Señor —saludó Mattia—. Isla —dijo luego mirando a la mujer que estaba de pie lo más lejos posible de él.

Isla tenía una expresión indescifrable, pero no tardó en devolverle la sonrisa al recién llegado.

—Mattia. ¿Cómo estás?

—Bien. Por cierto, gracias otra vez por lo del otro día.

—No fue nada.

No le hizo ninguna gracia cuando la mirada de Mattia se detuvo más del tiempo necesario en ella, así como que parecía haberse vuelto invisible para ambos.  

—Entonces, ¿qué te trae aquí? —preguntó conservando una sonrisa amable.

Mattia reaccionó y le acercó una carpeta.

—Tengo los documentos que me solicitó.  

—Debería volver en otro momento —anunció Isla.

—No es necesario, terminaré con esto pronto y podemos continuar con lo nuestro. —Aunque sus palabras podían parecer inocentes, no lo hacía su mirada.  

Isla le dio una mirada capaz de matar a alguien, pero aun así se sentó y fingió leer los papeles que tenía en sus manos.  

Horatio revisó los papeles de Mattia y luego se deshizo de él.

—¿Qué es eso que querías mostrarme? —le preguntó a Isla cuándo se quedaron a solas otra vez.

Lo menos de lo que quería hablar con ella, era sobre trabajo. Prefería ponerle las manos encima y retomar de donde lo habían dejado. Sin embargo, tenía la sospecha que esta vez no sería bien recibido.

Isla se levantó y se acomodó a su lado.

—Están arrugados —espetó ella colocando los papeles que había traído sobre el escritorio—, pero deberías poder entender lo que dice.

Horatio asintió y ambos se pusieron trabajar. Debido a que ella quería hablar sobre algunos aspectos técnicos más que de diseño, pudo orientarla para que tomará algunas decisiones.

En determinado momento se distrajo observando cada uno de los gestos que hacía cuando hablaba de su trabajo. Había algo excitante en ver la pasión que tenía.

—Creo que eso es todo —terminó ella—. Muchas gracias por tu ayuda.

—Has avanzado bastante en estos días.

—Estoy emocionada.

Asintió y miró la hora.

—Deberíamos ir a almorzar.

—Yo…

—Vamos, será un almuerzo entre colegas.

La vio dudar y decidió aliviar la tensión con una broma.

—Prometo no intentar nada por la próxima hora, si tú también prometes comportarte.

Soltó una carcajada al ver su rostro lleno de indignación.

—Jódete —dijo ella y se dio la vuelta.

—¿Recuerdas que soy tu jefe? —preguntó sin perder la sonrisa.

—Es por eso que no dije nada mucho peor. Además, no creo ser la primera persona que te lo dice.

Isla se dio la vuelta.

—No, pero nadie se atreve a decírmelo en voz alta, a excepción de mi primo. —Horatio tomó su chaqueta y la siguió.

Durante el almuerzo pudo conocerla un poco más, aunque se mantuvieron lejos de temas personales y ninguno hizo mención a lo que había sucedido en la oficina.

—Me gustaría invitarte a cenar —dijo mirándola desde la puerta de su oficina.

Ella ya estaba acomodándose para retomar el trabajo y se detuvo.

—¿Como en una cita de trabajo? ¿O es más del tipo “necesito a alguien con quien f0llar”?

Horatio se quedó sin habla durante unos segundos y luego sacudió la cabeza mientras sonreía divertido.

—No tienes reparos en decir lo que piensas.

Ella se encogió de hombros.

—A veces es mejor ser directa. Y sobre la cena, lamento decir que no. Estoy demasiado ocupada.

—Ni siquiera te he dicho cuándo.

—Para ti estaré ocupada hasta el fin de mis días. 

Se llevó la mano al pecho e hizo una mueca de dolor.

—No es nada personal, solo prefiero no tener nada que ver contigo. Espera… eso lo hace personal. Bueno, como sea, la respuesta no cambia.

Horatio abrió la boca para insistir, pero él no era de los que suplicaban. Las mujeres nunca lo rechazaban, podía conseguir algo de diversión en otro lugar. 

—Está bien —dijo y se dio la vuelta.

Horatio se convenció de que quizás era lo mejor. Todavía deseaba a Isla, pero si se enredaba con ella podría acarrearle problemas en la oficina a largo plazo.  

—Pido un descanso —dijo casi suplicando mientras se sentaba.

Sus dos sobrinos lo miraron con tristeza y se acomodaron a ambos lados de él listos para hacerle pucheros.

—Ya escucharon a vuestro tío —dijo Fabrizio y sus dos hijos mayores miraron a su padre que había aparecido en el momento perfecto.

El par soltó un suspiro y se alejaron soltando carcajadas.

—Gracias por eso.

—Eres una presa fácil para ellos.

—Si no fueran tan calculadores como su padre, tal vez no sería nada difícil ceder a sus demandas. Me asusta lo mucho que se parecen a ti.

Fabrizio sonrió con orgullo.

—Prométeme que tú serás diferente —dijo con voz suave mientras tomaba al bulto pequeño que estaba en brazos de Fabrizio.

—Es una De Luca, la sangre depredadora corre por sus venas.

Lo miró como diciendo “¿Es en serio?”

—Sigo sin entender que fue lo que viste en él —comentó mirando a su hermana que se acercaba a ellos con una bandeja con bebidas sobre ella.

Chloe dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en el brazo de la silla donde estaba su esposo.  Luego lo besó en la mejilla mientras compartían una mirada llena de amor.

—Eso es asqueroso —se quejó.

Su hermana era feliz y se alegraba por ella, pero no iba a desaprovechar una oportunidad para incomodarla.

—No tanto como él día que te vi…

—Nunca me vas a dejar olvidarlo ¿verdad?

—Ni una posibilidad. Por cierto, ¿cómo la búsqueda de una mujer que te ponga en línea?

—No hay ninguna búsqueda.

—Tengo algunas conocidas de buena familia que podría presentarte —dijo su hermana como si no lo habría escuchado.

—Casi suenas como mamá. Paso. Puedo conseguirme mis propias citas.

Su hermana soltó un suspiro y miró a su esposo con un puchero.

—Dile algo.

—Deberías escuchar a tu hermana, ella siempre tiene la razón.

Negó con la cabeza.

—¿Es enserio? Eras una especie de ídolo para mí, pero mírate ahora… Respeto el amor que sientes por mi hermana, pero esto es demasiado. Prefiero continuar jugando con los niños a escucharte hablar.

Horatio se puso de pie y fue a buscar a los traviesos de sus sobrinos.

En su familia los matrimonios para siempre eran algo como una regla. Sus padres, tíos, su hermana y ahora Gio, tenían una relación estable y duradera.

Horatio, sin embargo, prefería disfrutar de su soltería. Había comprobado de primera mano lo que se sentía ser utilizado y no era una experiencia que estuviera dispuesto a repetir. Es por eso que prefería las relaciones casuales. No había lugar a confusiones cuando las cosas quedaban claras desde el principio. Sus parejas temporales obtenían lo que querían y él también. Así nadie salía herido.

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