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Capítulo 3: Demasiadas variables

—De hecho, sí. —Horatio avanzó e Isla dio algunos pasos atrás hasta que quedó atrapada entre él y escritorio—. Hay algo más.

Horatio inclinó la cabeza hacia adelante.

Durante un instante, creyó que él iba a besarla, pero Isla no hizo ningún intento por escapar. Pensó en dejarse llevar y descubrir si sus labios serían demandantes como se los había imaginado. O, por el contrario, también podía darle un rodillazo en las bolas que él nunca olvidaría.

No tuvo que tomar una decisión porque el beso nunca sucedió.

Con la misma velocidad que Horatio se había acercado, se hizo para atrás.

—Necesito esto —dijo él e hizo rodar un lapicero entre sus dedos.

—¿Es enserio? —preguntó incrédula.

—Así es —dijo él encogiéndose de hombros—. ¿Qué es lo que creías?

—Deberías guardar tu distancia la próxima vez —dijo sin ceder a sus provocaciones—. Podrías perder una parte muy valiosa de su cuerpo. —Miró hacia su bragueta para que él tuviera claro de lo que le estaba hablando, luego volvió a mirarlo al rostro con una sonrisa fingida—. Ahora, salga de mi oficina. Tengo mucho trabajo que hacer.

Él le dio esa m*****a sonrisa ladina que comenzaba a resultarle fastidiosa y se dio la vuelta para marcharse

—Imbécil —musitó cuando se quedó a solas. Por supuesto, no iba a insultar a su jefe en su cara en su primer día de trabajo.

Se acomodó detrás de su escritorio con un sonoro suspiro, dispuesta a comenzar a trabajar, pero, en lugar de hacerlo, se encontró repitiendo la escena con Horatio una y otra vez.

Sacudió la cabeza. No era momento para distracciones no deseadas.

Durante las siguientes horas se olvidó de todo lo demás y se concentró en su trabajo. Tenía varias ideas para el proyecto que Giovanni le había encargado y no podía esperar para comenzar a trabajar en ellas.

Giovanni le había dejado claro que cualquier podría ocupar su lugar en su ausencia, incluyendo ella, solo debía demostrarle que era capaz de asumir la responsabilidad. Era una oportunidad como ninguna otra.

Sonrió al pensar el gran cambio entre su último trabajo y el nuevo. Apenas estaba un día allí y ya se sentía más cómoda de lo que alguna vez se había sentido en la empresa Gerardo. Incluso si tenía en cuenta la desconcertante actitud de Horatio.

—¿Cómo te fue en tu primer día? —le preguntó su madre cuando llegó a casa. Ella estaba recostada en el sofá viendo un programa de cocina en la televisión. Se veía más apagada que el día en la playa.

—Muy bien. ¿Cómo estás tú? —Se acercó y le dio un beso en la frente.

Ese día había su madre tenía programada su terapia a primera hora del día. El tratamiento siempre la dejaba enferma y agotada.

Isla habría deseado acompañarla, pero no siempre era posible, así que le pagaba a su vecina para que la llevara.

Su madre había insistido que no era necesario, pero no iba a correr ningún riesgo.

—Ya sabes, lo mismo de siempre. Pero no estamos hablando de mí. ¿Quiero escuchar cada detalle de tu primer día de trabajo?

Observó a su madre durante algunos segundos, luego asintió.

—Está bien, pero primero haré la cena.

—Con una de esas películas que tanto te gustan.

Asintió con una sonrisa. Tenía una debilidad por las comedias románticas, no es que fuera alguna vez vivir algo como en aquellas películas, pero no había una regla que le prohibiera vivir a través de los protagonistas.

Debido al estado de su madre, preparó una comida ligera. Era frecuente que después de sus terapias apenas pudiera probar un bocado sin ponerse mal.

—Tu jefe es bastante atractivo —comentó su madre mientras empezaban a cenar.

Se había preguntado cuanto tiempo tardaría ella en mencionar a Horatio.

Después su encuentro en la playa, su madre solo le había dado una mirada cómplice, sin decir nada más.

—Buenos genes, supongo —dijo tratando de sonar indiferente.

No era ciega, también había tenido un buen vistazo del torso desnudo de Horatio y la perfecta uve que se perdía en sus shorts. 

—Y también parece un tipo bastante decente. Si fuera tú, no dudaría en invitarlo a salir y quizás podrían divertirse un poco. Tú me entiendes.

Isla se giró en el preciso momento para ver a su madre mover las cejas de arriba hacia abajo. 

—¡Mamá!  —reprochó tratando de no reír.

A veces era como una niña.  

—¿Seguro has escuchado hablar sobre las abejas y las flores? —continuó su madre con una sonrisa—. Aunque la práctica es bastante más divertida que la teoría.

Esta vez no pudo evitar soltar una carcajada.

—Después de que diagnosticaron mi enfermedad —dijo su madre cuando se quedaron en silencio—, lo primero que pensé fue en todas las cosas que nunca había tenido oportunidad de hacer, siempre postergándolo para el futuro, y quizás ya no iba a tener un futuro—. Su madre la tomó de la mano y le dio un apretón—. No me gusta ver como tu vida se ha detenido por mí. Eres joven, necesitas salir, divertirte, conocer chicos. Y tal vez podrías conocer a un buen hombre.

—Mamá —su voz sonó ahogada.

Su madre pasó un brazo por sus hombros para darle un abrazo.

—Prometo que voy a tratar de divertirme más, si tú prometes no volver a mencionar a mi atractivo jefe.

—Sabía que lo habías notado. Eres mi hija después de todo, habría sido una decepción que no pudieras reconocer un hombre ardiente como ese.

Las dos compartieron una sonrisa.

Su madre empezó a quedarse dormida mucho antes de que la película llegara a su fin, así que la acompañó hasta su habitación. Esperó que se aseara y luego la ayudó a recostarse.

—¿Estás segura que no quieres a dormir contigo está noche?

—Sí, mamá —bromeó su madre— No te preocupes, cariño. Ve a descansar, mañana tienes que ir al trabajo temprano. Quizás puedas soñar con cierto…

—Estoy demasiado lejos para escucharte —dijo ya de camino rumbo a la puerta mientras su madre reía.

Se quedó unos minutos afuera de la habitación de su madre, atenta a cualquier ruido. Cuando no escuchó nada más que silencio, se fue a descansar.

En cuanto se recostó, las palabras de su madre comenzaron a dar vueltas en su cabeza.

No recordaba cuando había sido la última vez que había salido a bailar o en una cita. Tenía un par de amigas, si es que acaso podía llamarlas así, las había conocido durante la universidad, pero al terminar casi había perdido todo contacto con ellas. Había tenido un novio con el que había terminado en su primer año de trabajo.

Si su madre moría en un futuro cercano —algo en lo que no le gustaba pensar— no le quedaría nadie.

Estaba demasiado enfocada en su trabajo y darles un estilo de vida cómodo que se había olvidado de todo lo demás.

Su madre tenía razón, necesitaba hacer otras cosas.

—Eso no incluye acostarse con el jefe —musitó en la soledad de su habitación.  

Quizás si su madre no estuviera enferma, si no necesitara su trabajo, si no quisiera validación y si Horatio no fuera su jefe, habría lanzado la precaución al aire y habría intentado seducirlo. Pero eran demasiadas variables a tener en cuenta.

Una semana después Isla se las había arreglado para mantener las cosas con Horatio de manera profesional. No creía que la mejor forma de combatir su atracción fuera evitándolo.  

A veces se quedaba mirándolo, pero reaccionaba antes de que él se diera cuenta.

Horatio, sin embargo, era menos discreto. En más de una ocasión lo había visto mirándola con interés y eso enviaba sensaciones extrañas a todo su cuerpo.

—El señor Giovanni salió —informó Leonora cuando pasó por su escritorio—. Pero el señor Horatio está disponible, si tienes alguna consulta.

—Está bien, gracias.

Caminó hasta el despacho de Horatio. Dudó unos segundos antes de llamar a su puerta.

—Entre —ordenó.

Horatio estaba sentado detrás de su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de su computadora mientras hablaba por teléfono. Quien estuviera del otro lado debía haber hecho algo malo porque Horatio no se veía muy contento.

Aprovechó que él estaba distraído para observarlo a detalle.

Se veía implacable. Había escuchado de algunos colegas que era muy bueno en su trabajo, pero no había tenido oportunidad de verlo en acción hasta ese momento. Había un magnetismo rodeándolo mientras disparaba órdenes.

—¿Vas a quedarte de pie allí? —preguntó él mientras dejaba el teléfono a un lado—. Es algo escabroso —Se encogió de hombros—, aunque no voy a reportarte con recursos humanos por acoso, así que puedes continuar. —Horatio se levantó y rodeó su escritorio. Se sentó al filo del mismo con las manos apoyadas a los costados—. Puedes continuar.

Allí estaba de nuevo el hombre bromista y despreocupado. El cambio había sucedido demasiado rápido que le tomó un tiempo ponerse al corriente.

Sin poder evitarlo una sonrisa escapó de sus labios antes de que se pusiera seria otra vez.

—Comenzaba a creer que eras un hombre de negocios de verdad. Pero ya sabes lo que te dicen, las apariencias engañan.

Horatio sonrió.

—Como sea tengo una pregunta —continuó.

Un objeto en particular llamó su atención y algo despertó dentro de ella.

Avanzó hacia él con pasos lentos y se detuvo cuando apenas un par de centímetros los separaba. Tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para poder su reacción. Podía estar usando tacos, pero él todavía le llevaba ventaja.

Sus siguientes acciones estuvieron dictadas por el impulso. Sabía que era arriesgado, pero eso no la detuvo.

—Necesito mi lapicero de regreso —musitó y estiró la mano para tomar el lapicero del escritorio.

—¿Seguro que eso es lo único que quieres? —preguntó él acercando su rostro.

—No.

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