—De hecho, sí. —Horatio avanzó e Isla dio algunos pasos atrás hasta que quedó atrapada entre él y escritorio—. Hay algo más.
Horatio inclinó la cabeza hacia adelante.
Durante un instante, creyó que él iba a besarla, pero Isla no hizo ningún intento por escapar. Pensó en dejarse llevar y descubrir si sus labios serían demandantes como se los había imaginado. O, por el contrario, también podía darle un rodillazo en las bolas que él nunca olvidaría.
No tuvo que tomar una decisión porque el beso nunca sucedió.
Con la misma velocidad que Horatio se había acercado, se hizo para atrás.
—Necesito esto —dijo él e hizo rodar un lapicero entre sus dedos.
—¿Es enserio? —preguntó incrédula.
—Así es —dijo él encogiéndose de hombros—. ¿Qué es lo que creías?
—Deberías guardar tu distancia la próxima vez —dijo sin ceder a sus provocaciones—. Podrías perder una parte muy valiosa de su cuerpo. —Miró hacia su bragueta para que él tuviera claro de lo que le estaba hablando, luego volvió a mirarlo al rostro con una sonrisa fingida—. Ahora, salga de mi oficina. Tengo mucho trabajo que hacer.
Él le dio esa m*****a sonrisa ladina que comenzaba a resultarle fastidiosa y se dio la vuelta para marcharse
—Imbécil —musitó cuando se quedó a solas. Por supuesto, no iba a insultar a su jefe en su cara en su primer día de trabajo.
Se acomodó detrás de su escritorio con un sonoro suspiro, dispuesta a comenzar a trabajar, pero, en lugar de hacerlo, se encontró repitiendo la escena con Horatio una y otra vez.
Sacudió la cabeza. No era momento para distracciones no deseadas.
Durante las siguientes horas se olvidó de todo lo demás y se concentró en su trabajo. Tenía varias ideas para el proyecto que Giovanni le había encargado y no podía esperar para comenzar a trabajar en ellas.
Giovanni le había dejado claro que cualquier podría ocupar su lugar en su ausencia, incluyendo ella, solo debía demostrarle que era capaz de asumir la responsabilidad. Era una oportunidad como ninguna otra.
Sonrió al pensar el gran cambio entre su último trabajo y el nuevo. Apenas estaba un día allí y ya se sentía más cómoda de lo que alguna vez se había sentido en la empresa Gerardo. Incluso si tenía en cuenta la desconcertante actitud de Horatio.
—¿Cómo te fue en tu primer día? —le preguntó su madre cuando llegó a casa. Ella estaba recostada en el sofá viendo un programa de cocina en la televisión. Se veía más apagada que el día en la playa.
—Muy bien. ¿Cómo estás tú? —Se acercó y le dio un beso en la frente.
Ese día había su madre tenía programada su terapia a primera hora del día. El tratamiento siempre la dejaba enferma y agotada.
Isla habría deseado acompañarla, pero no siempre era posible, así que le pagaba a su vecina para que la llevara.
Su madre había insistido que no era necesario, pero no iba a correr ningún riesgo.
—Ya sabes, lo mismo de siempre. Pero no estamos hablando de mí. ¿Quiero escuchar cada detalle de tu primer día de trabajo?
Observó a su madre durante algunos segundos, luego asintió.
—Está bien, pero primero haré la cena.
—Con una de esas películas que tanto te gustan.
Asintió con una sonrisa. Tenía una debilidad por las comedias románticas, no es que fuera alguna vez vivir algo como en aquellas películas, pero no había una regla que le prohibiera vivir a través de los protagonistas.
Debido al estado de su madre, preparó una comida ligera. Era frecuente que después de sus terapias apenas pudiera probar un bocado sin ponerse mal.
—Tu jefe es bastante atractivo —comentó su madre mientras empezaban a cenar.
Se había preguntado cuanto tiempo tardaría ella en mencionar a Horatio.
Después su encuentro en la playa, su madre solo le había dado una mirada cómplice, sin decir nada más.
—Buenos genes, supongo —dijo tratando de sonar indiferente.
No era ciega, también había tenido un buen vistazo del torso desnudo de Horatio y la perfecta uve que se perdía en sus shorts.
—Y también parece un tipo bastante decente. Si fuera tú, no dudaría en invitarlo a salir y quizás podrían divertirse un poco. Tú me entiendes.
Isla se giró en el preciso momento para ver a su madre mover las cejas de arriba hacia abajo.
—¡Mamá! —reprochó tratando de no reír.
A veces era como una niña.
—¿Seguro has escuchado hablar sobre las abejas y las flores? —continuó su madre con una sonrisa—. Aunque la práctica es bastante más divertida que la teoría.
Esta vez no pudo evitar soltar una carcajada.
—Después de que diagnosticaron mi enfermedad —dijo su madre cuando se quedaron en silencio—, lo primero que pensé fue en todas las cosas que nunca había tenido oportunidad de hacer, siempre postergándolo para el futuro, y quizás ya no iba a tener un futuro—. Su madre la tomó de la mano y le dio un apretón—. No me gusta ver como tu vida se ha detenido por mí. Eres joven, necesitas salir, divertirte, conocer chicos. Y tal vez podrías conocer a un buen hombre.
—Mamá —su voz sonó ahogada.
Su madre pasó un brazo por sus hombros para darle un abrazo.
—Prometo que voy a tratar de divertirme más, si tú prometes no volver a mencionar a mi atractivo jefe.
—Sabía que lo habías notado. Eres mi hija después de todo, habría sido una decepción que no pudieras reconocer un hombre ardiente como ese.
Las dos compartieron una sonrisa.
Su madre empezó a quedarse dormida mucho antes de que la película llegara a su fin, así que la acompañó hasta su habitación. Esperó que se aseara y luego la ayudó a recostarse.
—¿Estás segura que no quieres a dormir contigo está noche?
—Sí, mamá —bromeó su madre— No te preocupes, cariño. Ve a descansar, mañana tienes que ir al trabajo temprano. Quizás puedas soñar con cierto…
—Estoy demasiado lejos para escucharte —dijo ya de camino rumbo a la puerta mientras su madre reía.
Se quedó unos minutos afuera de la habitación de su madre, atenta a cualquier ruido. Cuando no escuchó nada más que silencio, se fue a descansar.
En cuanto se recostó, las palabras de su madre comenzaron a dar vueltas en su cabeza.
No recordaba cuando había sido la última vez que había salido a bailar o en una cita. Tenía un par de amigas, si es que acaso podía llamarlas así, las había conocido durante la universidad, pero al terminar casi había perdido todo contacto con ellas. Había tenido un novio con el que había terminado en su primer año de trabajo.
Si su madre moría en un futuro cercano —algo en lo que no le gustaba pensar— no le quedaría nadie.
Estaba demasiado enfocada en su trabajo y darles un estilo de vida cómodo que se había olvidado de todo lo demás.
Su madre tenía razón, necesitaba hacer otras cosas.
—Eso no incluye acostarse con el jefe —musitó en la soledad de su habitación.
Quizás si su madre no estuviera enferma, si no necesitara su trabajo, si no quisiera validación y si Horatio no fuera su jefe, habría lanzado la precaución al aire y habría intentado seducirlo. Pero eran demasiadas variables a tener en cuenta.
Una semana después Isla se las había arreglado para mantener las cosas con Horatio de manera profesional. No creía que la mejor forma de combatir su atracción fuera evitándolo.
A veces se quedaba mirándolo, pero reaccionaba antes de que él se diera cuenta.
Horatio, sin embargo, era menos discreto. En más de una ocasión lo había visto mirándola con interés y eso enviaba sensaciones extrañas a todo su cuerpo.
—El señor Giovanni salió —informó Leonora cuando pasó por su escritorio—. Pero el señor Horatio está disponible, si tienes alguna consulta.
—Está bien, gracias.
Caminó hasta el despacho de Horatio. Dudó unos segundos antes de llamar a su puerta.
—Entre —ordenó.
Horatio estaba sentado detrás de su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de su computadora mientras hablaba por teléfono. Quien estuviera del otro lado debía haber hecho algo malo porque Horatio no se veía muy contento.
Aprovechó que él estaba distraído para observarlo a detalle.
Se veía implacable. Había escuchado de algunos colegas que era muy bueno en su trabajo, pero no había tenido oportunidad de verlo en acción hasta ese momento. Había un magnetismo rodeándolo mientras disparaba órdenes.
—¿Vas a quedarte de pie allí? —preguntó él mientras dejaba el teléfono a un lado—. Es algo escabroso —Se encogió de hombros—, aunque no voy a reportarte con recursos humanos por acoso, así que puedes continuar. —Horatio se levantó y rodeó su escritorio. Se sentó al filo del mismo con las manos apoyadas a los costados—. Puedes continuar.
Allí estaba de nuevo el hombre bromista y despreocupado. El cambio había sucedido demasiado rápido que le tomó un tiempo ponerse al corriente.
Sin poder evitarlo una sonrisa escapó de sus labios antes de que se pusiera seria otra vez.
—Comenzaba a creer que eras un hombre de negocios de verdad. Pero ya sabes lo que te dicen, las apariencias engañan.
Horatio sonrió.
—Como sea tengo una pregunta —continuó.
Un objeto en particular llamó su atención y algo despertó dentro de ella.
Avanzó hacia él con pasos lentos y se detuvo cuando apenas un par de centímetros los separaba. Tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para poder su reacción. Podía estar usando tacos, pero él todavía le llevaba ventaja.
Sus siguientes acciones estuvieron dictadas por el impulso. Sabía que era arriesgado, pero eso no la detuvo.
—Necesito mi lapicero de regreso —musitó y estiró la mano para tomar el lapicero del escritorio.
—¿Seguro que eso es lo único que quieres? —preguntó él acercando su rostro.
—No.
Esa única palabra provocó que la imaginación de Horatio se desviará por un rumbo nada inocente. —De hecho, hay algo más que me gustaría —continuó Isla—. Quiero que revises estos papeles —terminó ella e hizo el intento de dar un paso hacia atrás. Horatio fue más rápido. Envolvió una mano en su cintura y, sujetándola por la espalda baja, la mantuvo en su lugar. La sonrisa victoriosa que ella le había dado al acabar, desapareció al verse atrapada. Acercó su rostro hasta que sus labios rozaron los de ella. —¿Vas a algún lugar? —preguntó y se deleitó al sentirla vibrar—. No he podido dejar de hacerme una sola pregunta desde que te conozco —susurró sobre sus labios. —¿Qué cosa? —Incluso en un momento como aquel, ella sonaba segura. No vaciló al hablar y mantuvo una mirada desafiante. —A qué saben tus labios. Sacó la lengua y la pasó sobre sus labios. —Deliciosos —declaró y esperó. Los segundos pasaron y, en lugar de hacer algún intento de alejarlo, ella se quedó mirándolo, llamándo
—¿Qué opinas? —preguntó Isla llamando la atención de su madre que estaba concentrada en una revista de tejido.Ella la observó de pies a cabeza con una enorme sonrisa en el rostro.—Como siempre estaba en lo correcto, te queda perfecto. Tu cita se quedará con la boca abierta.Isla se miró y, aunque también le gustaba su vestido y la hacía sentirse sexy, no estaba segura si era la prenda adecuada.—Creo que es demasiado. Quizás debería cambiarme.Una notificación llegó a su celular avisándole que su taxi ya la estaba esperando afuera.—Ya no tienes tiempo. Soltó un suspiro y tomó su cartera.—Llámame si me necesitas y volveré de inmediato.—Puedo cuidar de mí misma, ve y diviértete. —Su madre sacudió las manos para botarla—. Y recuerda, no hay toque de queda —ella le dio un guiño.Isla sonrió y se acercó para darle un beso.El taxi estaba esperándola estacionado frente a la puerta de su edificio. El conductor la saludó tan pronto subió para luego quedarse en silencio por el resto del
—Tienes un problema serio con las puertas —comentó Isla sin levantar la mirada.Horatio sonrió divertido.Desde que Gio se había tomado sus vacaciones, Horatio había comenzado a visitar la oficina de Isla casi todas las mañanas.En la mayoría de ocasiones, sus visitas terminaban en un enfrentamiento, que disfrutaba más de lo que debería.Isla, por supuesto, nunca lo dejaba ganar. Ella siempre tenía algún comentario ocurrente, a diferencia de su primo que, en su mayoría, se limitaba a ignorarlo.Además, entre ver a Isla o el malhumorado rostro de su primo, no era difícil decir que opción le gustaba más.—Ese sería el menor de mis problemas —dijo y cerró la puerta detrás de él.Avanzó hasta el escritorio de Isla y dejó la taza de café que le había conseguido. Luego se dejó caer en la silla frente a ella y se reclinó en el espaldar.—También soy atractivo, inteligente y…—Tienes un concepto demasiado alto de ti mismo. —Isla le dio una mirada divertida—. No creo que alguna vez hayas escuc
Isla estaba terminando de revisar un proyecto cuando Mattia llamó a la puerta de su oficina y entró.—¿Estás lista?Por un instante, se sintió confundida. Entonces, miró la hora en la pantalla de su computadora y se dio cuenta de que ya era la hora del almuerzo, había estado demasiado enfocada en el trabajo que ni siquiera se había dado cuenta del tiempo.—Necesito unos segundos, por favor.—Tómate tu tiempo.Isla regresó su atención al documento en su computadora para guardar el avance.—Lamento haber aparecido aquí en la mañana, espero no haberte metido en problemas con el jefe por interrumpir vuestra reunión.—Descuida, no pasa nada. Listo, podemos irnos ahora. —Se puso de pie y tomó su cartera.—Me preguntaba por qué no habías venido a verme aún.Isla miró en dirección a la puerta al escuchar la voz de Horatio.Él estaba reclinado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa de suficiencia adornaba su rostro.Eso no podía significar nada bueno.Se preguntó qué de
Horatio eliminó el mensaje en su celular sin siquiera molestarse en leerlo. Era el tercero en la semana.Cinzia parecía no entender la indirecta.No entendía porque de pronto ella estaba tratando de contactarlo y tampoco le interesaba averiguarlo. Esperaba que se diera vencida pronto porque comenzaba a ser molestoso.—Esta debe ser la primera vez que te veo tan serio, ¿está todo bien?Levantó la cabeza para encontrar a Isla de pie en la puerta.—No es nada.—Sí, tú lo dices. —Isla se acercó y le tendió la propuesta para la remodelación de uno de los hoteles de Filipo Boneto—. ¿Qué te parece?—Siéntate.Revisó los papeles y luego miró a Isla con una sonrisa.—¿Cómo fue que te dejaron ir en tu último trabajo?Isla tensó los hombros, pero mantuvo una expresión relajada.No conocía los motivos que la habían llevado a renunciar de su último trabajo y tampoco por qué no había recibido una recomendación. Era claro que era bastante buena en lo que hacía y, después de cuatro años trabajando pa
Isla dejó sus cosas sobre la superficie más cercana tan pronto entró en su departamento y se dirigió directo a la habitación de su madre.Martina, su vecina, estaba sentada en el sillón y le dio una sonrisa en cuanto la escuchó entrar.—¿Cómo está? —preguntó en un susurro al ver que su mamá estaba durmiendo.—Un poco mejor, pero el médico dijo que el malestar podría volver. Ella insistió en regresar aquí y él médico estuvo de acuerdo que quizás era lo mejor.Asintió. Sabía cómo era.—Le dieron algo para las náuseas, pero no ayudó mucho.Soltó un suspiro. Algunas veces, los medicamentos eran suficientes para calmar los efectos secundarios de la quimioterapia, pero otras veces simplemente no funcionaba. Siempre era una moneda en el aire.—Gracias por quedarte con ella hasta que llegué. —No te preocupes, niña. Si deseas, puedo volver mañana para hacerle compañía durante el día.—Eso sería estupendo. No sabes lo agradecida que estoy por todo lo que nos has ayudado.Martina se acercó y l
Horatio mantuvo un ojo sobre Isla durante el resto del día buscando cualquier excusa para ir a su oficina. Le asustaba que fuera a desmayarse en cualquier momento. Pese a la siesta de la tarde, ella todavía lucía agotadaSi tan solo se habría ido a casa como le sugirió.Cuando el día llegó a su fin, Horatio fue a buscar a Isla. Tenía que asegurarse de que llegaba a casa a salvo.La puerta de su oficina estaba abierta y entró directamente.—¿Estás lista?—¿Para qué?—Para irnos. —Debo compensar las horas que me tomé el día de ayer.—No puedes estar hablando en serio —dijo cerca de perder la paciencia. Algo que no sucedía a menudo—. Irás a casa en este momento y no está a discusión.Durante un instante pareció que ella estaba a punto de discutir y Horatio se preparó para llevarla sobre su hombro, de ser necesario. Si tenía que sacarla dando gritos, bueno que así fuera.Isla debió recuperar el sentido común porque al final se limitó a asentir.—Te voy a llevar a tu casa. No estás en co
Isla gimió mientras la boca de Horatio se volvía exigente. Él podía tomar lo que quería de ella porque no pensaba poner ninguna resistencia.Cuando lo invitó a ir por unos tragos, no era así como había esperado que terminara la noche.Su semana había sido más larga de lo usual y apenas había logrado llegar hasta ese día, aunque no estaba segura que habría podido hacerlo sin la ayuda de Horatio. Él se había asegurado de que cada día fuera llevadero.Su madre había amanecido mucho mejor ese día e Isla había decidido darse un respiro. El plan era salir y emborracharse. Irse a la cama con su jefe no formaba parte de la lista. Aun así, no quería detenerse. Había luchado contra la atracción entre ellos durante semanas, pero el deseo no había desaparecido. Entonces, tal vez la solución era permitirse una noche para sacarlo de su sistema. Solo una noche y podría seguir con su vida. Horatio bajó los labios por su mentón hasta su cuello y le dio un ligero mordisco.Su cuerpo vibró con antic