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Capítulo 2: Una excepción

Horatio le dio una mirada minuciosa a Isla.

Ella estaba usando un traje de baño de una pieza en color negro, pese a que poseía más tela que muchos de los bikinis que había visto usar a algunas mujeres allí, no hacía nada por disimular las curvas naturales de su cuerpo. Sus senos eran del tamaño perfecto para caber en sus manos y sus caderas anchas le trajeron algunas imágenes bastantes eróticas a la mente.

Intentó cambiar la dirección de sus pensamientos al sentir el tirón contra sus shorts. No quería dar un espectáculo. Además, la mujer frente a él, no era otra que su nueva empleada y él prefería no tener nada que ver con personas del trabajo.

—Bonito traje —dijo subiendo la mirada.  

—Gracias. —Ella le dio una sonrisa que no llegó a sus ojos—. Jamás creí encontrarlo en un lugar como este.

—¿Por qué no? Todo el mundo va a la playa de vez en cuando.

—Asumí que preferiría ir a un lugar más privado.

—Si quiero pasar un rato a solas, suelo ir a la casa de playa de mis padres. Pero en otras ocasiones solo busco mezclarme con las personas, así que vengo aquí.

—Por supuesto tiene una casa en la playa —comentó Isla mientras sonreía. No detectó crítica, ni burla, en su voz.

Era bastante más bonita cuando sonreía, recordaba haber pensado lo mismo cuando la vio de pie en el pasadizo de la constructora.

—¿Viniste sola?

—Yo…

—¡Isla! —la llamó una voz a la distancia y ella miró sobre su hombro.

—Supongo que eso responde mi pregunta —dijo mientras miraba en la misma dirección.

—Esa es mi madre. Yo la traje porque… —Isla se quedó en silencio.

Horatio se sintió intrigado. 

—Creo que debería acercarme a saludar —comentó al ver a la madre de Isla saludarlo con la mano.

—¿Qué? —Isla reaccionó—. No es necesario.

Horatio ya se había puesto en marcha para cuando Isla terminó de hablar.

—Señora Rieti, buenos días. Es un gusto conocerla, soy Horatio Morelli.

La madre de Isla lo miró con una sonrisa mientras tomaba su mano. 

—Itala. La madre de Isla —se presentó la mujer mirando a la aludida que se acomodó a lado de ella.

—Déjeme decirle que es una mujer joven y hermosa.

Las mejillas de Itala se sonrojaron mientras su sonrisa crecía aún más.

De cerca, podía ver el parecido con Isla. Las dos tenían el mismo cabello castaño y la misma sonrisa. 

—¿Y ustedes son…

—El señor Horatio es uno de mis jefes —interrumpió Isla antes de que su madre pudiera terminar de hablar.

—Oh. —Itala lo miró—. Eres un jovencito atractivo. ¿Estás soltero?

—Mamá —sermoneó Isla.

Horatio soltó una carcajada.

—¿Es ese el preludio para una propuesta indecente? Porque de ser así, nada me gustaría más que llevarla a una cita, conozco unos buenos restaurantes. —Terminó con un guiño.

Esta vez fue el turno de la mujer de reír.

—Además de atractivo, divertido. Mi hija debería…

—Horatio tiene que irse, solo pasó a saludar.

—No me molestaría quedarme un rato más en compañía de tan bella dama.

—No queremos quitarte más tiempo.

Isla le dio una mirada de desafiante.

Horatio no era de los que cedían a la presión con mucha facilidad, pero decidió darle un respiro a la pobre mujer.

—Ahora que lo pienso, debo regresar a casa, tengo trabajo que hacer.

—Fue un verdadero gusto —dijo y besó en la mejilla a Itala.

—El gusto fue todo mío.

—Nos vemos el día lunes en el trabajo —le dijo a Isla.

—Está bien, señor.

—Solo Horatio. —Le dio una sonrisa ladina y la besó en la mejilla.

Se dio la vuelta para marcharse, de hecho, ya había estado a punto de marcharse cuando vio a Isla. Sin detenerse a pensarlo se había acercado a ella y, a propósito, se había puesto en su camino. No había esperado que ella chocara contra él, pero tampoco había hecho nada por impedirlo.

Horatio fingió no ver la mirada llenada de fastidio que le lanzó su primo cuando entró a su oficina sin llamar. No lo había hecho nunca y no iba a comenzar ahora. Si él quería mantenerlo fuera, entonces debería colocarle el seguro a la puerta.

—Creí que habías aprendido a tocar desde la última vez que me encontraste con Samantha —comentó Giovanni, Gio para la familia.

Se encogió de hombros.

—Ya lo superé. —Se acercó a uno de los sillones y se dejó caer en él.

Gio soltó un suspiro, pero no dejó de prestar atención a lo que sea que estaba haciendo.

Era divertido verlo perder la paciencia.

Su primo le llevaba unos buenos años de ventaja y quizás por eso era el más maduro. Los dos junto a su primo Ignazio habían forjado una buena amistad, aunque al principio solo habían sido Gio e Ignazio. Horatio había estado detrás de los dos hasta que no tuvieron más opción que aceptarlo. 

Unos cuantos golpes se escucharon en la puerta.

La expectación creció dentro de él.

—Adelante. Ves, es así como funciona —explicó su primo—. Llamas a la puerta y yo te doy permiso de entrar.

Nunca me dejarías entrar, si supieras que se trata de mí.

Los dos se pusieron de pie para recibir a la recién llegada.

—Buenos días —saludó Isla.

—Señorita Isla —saludó su primo.  

Su mirada tardó unos segundos en posarse en él, como si estuviera tardándose a propósito.

—Veo que el sol le sentó bastante bien —comentó con una sonrisa.

—Supongo que ustedes dos ya se conocen. —Su primo los miraba con la misma expresión imperturbable de siempre.

Giovanni lo conocía muy bien para darse cuenta de que tenía curiosidad.

—Así es, conocí al señor Horatio después de mi entrevista —explicó Isla.

—Qué mejor, así podemos ahorrarnos las presentaciones y poner a trabajar de inmediato. Isla, toma asiento, por favor. ¿Ya firmaste tu contrato?

—Justo vengo de recursos humanos.

—Horatio y yo, nos encargamos del manejo de la empresa. Dentro de un par de semanas, saldré de vacaciones, así que, en mi ausencia cualquier duda la puedes consultar directamente con mi primo. Además, él y yo, trabajamos en el mismo equipo con los clientes más exclusivos, así como el hombre que veremos el día de hoy. Durante mi ausencia, alguien tendrá que asumir mi función como arquitecto, la decisión aún no está tomada.

Isla asintió mientras su mirada se llenaba de determinación.

Horatio ya quería ver de lo que era capaz.

—Me esforzaré al máximo —declaró Isla.

—Estoy seguro. Si mi primo te contrató, es porque eres buena. Es un aburrido, pero nadie duda de su criterio. Es por eso que dejo que se encargue de las contrataciones.

—Me las dejas a mi porque odias tener que lidiar con los candidatos.

—Detalles.

—Bueno, pongámonos en marcha. —Su primo miró su reloj—. Eduardo nos espera a las diez de la mañana.

Durante el viaje, su primo le habló a Isla sobre el cliente y del último proyecto que habían hecho para él.

—Él siempre les da a sus esposas lo que quieren —intervino en determinado momento mirando a Isla a través del espejo retrovisor—. Así que es a ella a quien debes convencer al final —sugirió.

—Entiendo.

Cuando llegaron a la cabaña, Eduardo y su nueva esposa, Ornella, no estaban aún allí, pero aparecieron cinco minutos después.

Isla estaba dando algunas vueltas con una libreta en mano mientras observaba el terreno vacío.

Después de las presentaciones, Ornella los llevó primero al interior de la cabaña y empezó a explicarles lo que quería.

Horatio dejó de escucharla y en su lugar se puso a observar a Isla. Se había recogido el cabello en una coleta alta, todavía tenía una libreta y lápiz en mano y por momentos fruncía el ceño mientras escribía algo.

—Aquí podríamos… —empezó y se quedó a medias.

—¿Qué es? —preguntó Giovanni.

Isla los miró ambos y empezó a hablar con seguridad mientras todos escuchaban en silencio.

—Eso me gustaría —dijo Ornella aplaudiendo emocionada.

Las dos mujeres se adelantaron hablando de los cambios y las nuevas implementaciones.

—Me agrada —comentó Eduardo—. Aunque no debería sorprenderme, solo tienes a los mejores

El hombre alcanzó a su esposa y la tomó de la mano.

—Es buena —comentó.

—Espero que no se lo pongas difícil —dijo su primo.

Para cuando terminaron la reunión, Eduardo y Ornella se veían bastante contentos.

Isla era más que buena en su trabajo. Tenía ideas únicas y sabía cómo manejar al cliente. Le había dado un giro a las peticiones extravagantes de la mujer de Eduardo, asegurándose de dejarla más emocionada. 

Se sorprendió no haber escuchado mencionar su nombre, ni una sola vez en el pasado. En el círculo en el que se movían, debería haber escuchado al menos de alguno de su proyecto.

—Comenzaré a trabajar en los planos —anunció Isla, con la mirada sus apuntes. Era como si ya el resto del mundo hubiera dejado de existir para ella.

Habían ido a almorzar con la pareja y después Gio los llevó de regreso a la constructora.

—Por supuesto —asintió su primo.

Horatio esperó que su primo se dirigiera a su oficina antes de seguir a Isla.

—Bonita oficina —comentó cuando llegaron.

Ella lo miró confundida y luego a su oficina. Seguro, ni siquiera había notado que la estaba siguiendo.  

Era bastante tierna.

—Ah, sí —dijo ella, por fin—¿Necesitas algo?

Cerró la puerta y se acercó hasta ella. Isla no retrocedió, como esperaba, solo se quedó allí con la frente en alto. Su presencia parecía no afectarla como a él, o eso pensó al principio hasta que vio un brillo de deseo en sus ojos.

—¿Te sientes incómoda conmigo?

—Para nada —respondió demasiado rápido.

Sonrió.

—¿Estás segura? —Horatio tomó un mechón de cabello que había escapado de su cola y lo colocó detrás de su oreja.

Su cabello era suave.

Sus ojos se dirigieron hacia sus labios y se preguntó si eran tan suaves como se veían. Quería probarlos.

Horatio nunca se involucraba con sus empleadas, pero quizás por Isla podía hacer una excepción.

—Así es. —Isla di un paso hacia atrás.

No, ella no era indiferente a él.

—¿Hay algo más en lo que le pueda ayudar?

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