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Capítulo 1: Un nuevo trabajo

Isla se sentó en el sofá vacío y saludó a los otros dos candidatos. Los dos hombres apenas le dirigieron la mirada, así que no hizo el esfuerzo de entablar una conversación. Además, estaba demasiado nerviosa como para intentarlo.  

Después de un poco más de un mes sin trabajo, estaba cerca de perder la esperanza. Al ritmo que sus ahorros se estaban desvaneciendo, no tendría nada en unos tres meses. El tratamiento de su mamá no era nada barato y, aunque el seguro cubría una gran parte, todavía le dejaba a ella con varios gastos por cubrir.

Había mandado su currículo a cinco empresas en el último mes y solo un par de ellas le había devuelto la llamada. Como era de suponer, nadie la quería contratar sin tener referencias de su último trabajo, sin importar que hubiera trabajado allí más de cuatro años o que hubiera sido una de las mejores empleadas.

Podía apostar que su jefe se había asegurado de difundir mentiras cada vez que alguna persona consideraba contratarla y lo llamaba para preguntar sobre su desempeño.

«El maldito imbécil».

Cuando la habían llamado desde constructora Morelli, dos días atrás, casi había dado un grito de alegría. Todavía no la contrataban, pero era mejor que un absoluto silencio.

Ahora solo tenía que convencer al entrevistador de que era la mejor para el puesto, mejor que los dos hombres frente a ella. 

Estaba desesperada. 

—El señor Morelli, los va a recibir en este momento —informó la misma mujer que la había recibido al principio—. Señor Canale, usted primero.

El aludido se puso de pie.

—Espero que sea el menor de los primos el que nos haga la entrevista —comentó el hombre que se había quedado. Su cabello estaba bastante engomado y tenía un reloj de Cartier en la muñeca—. ¿Has escuchado lo que dicen de Giovanni Morelli?

Asintió con la cabeza.

Giovanni era conocido por ser impasible y severo, pero nunca había escuchado de que fuera alguien injusto. No es que eso lo hiciera imposible. Aun así, Gerardo nunca lo había tolerado, ni a él, ni a su primo, Horatio Morelli.

Para ella, esa era más que una buena señal. Su anterior jefe solo tenía amigos que eran de la misma clase que él, imbéciles arrogantes y pervertidos.

Así que, sinceramente, no le importaba mucho si era Giovanni quien la entrevistaba.

Algunos minutos después el primero hombre apareció, no se veía tan confiado como cuando lo llamaron.

El hombre del reloj fue el siguiente en ser llamado. Al igual que el primero, regresó minutos después con la misma expresión.

—Es su turno —le indicó la secretaria—. Diríjase por el pasillo al fondo.

—Está bien, muchas gracias.

Se levantó y se puso en marcha sintiendo como su nerviosismo crecía con cada paso que daba.

Se detuvo frente a la puerta indicada y se tomó unos segundos para revisar su atuendo mientras intentaba poner sus emociones bajo control.  Luego alzó la mano y golpeó la puerta.

—Adelante.

Alrededor de quince minutos después, Isla salió de la oficina con una sonrisa adornando su rostro.

Después de tanto buscar, por fin tenía trabajo otra vez. Y no solo eso. Giovanni la había puesto a cargo de un proyecto… a ella sola. No tendría que compartir el crédito con alguien que no había hecho nada.

Se había terminado sus preocupaciones. Solo tenía que hacer lo que mejor sabía y demostrar de lo que estaba hecha.

—Debes ser la nueva arquitecta.

Isla perdió su sonrisa y levantó la mirada al escuchar la voz. Se encontró cara a cara con Horatio Morelli.

Se dio cuenta de lo extraña que debía verse. Todavía estaba en pleno pasadizo, cerca de la oficina de Giovanni, y sonriendo como una loca. Eso no era nada profesional y entendió la sonrisa de diversión que bailaba en el rostro de Horatio.

—Así es. Mucho gusto, mi nombre es Isla Rieti —dijo, con una sonrisa formal, y estiró la mano.

—Horatio Morelli —se presentó él mientras tomaba su mano.

Horatio era bastante atractivo, quizás uno de los hombres más atractivos que había visto. Recordaba haber pensado lo mismo la primera vez que vio su foto en una revista, un par de años atrás, y volvió a pensarlo hace apenas un día mientras investigaba sobre la constructora.

Aunque debía reconocer que se veía mucho mejor en persona. Su cabello castaño tenía algunos destellos oscuros, sus ojos verdes se volvían ligeramente marrones hacia el centro, tenía labios que cualquier modelo envidiaría. Su cuerpo estaba sólidamente construido y el traje oscuro lo abrazaba a la perfección.  

Le tomó un tiempo recordar que era a su jefe a quien estaba, casi, desnudando con los ojos.

Subió la mirada y retiró su mano con más fuerza de la necesaria al darse cuenta que él no la había soltado.

—Que bien, sigues aquí —se burló él—. Creí haberte perdido por un instante. ¿Y? ¿Cuál es el veredicto?

Lo miró extrañada, sin comprender su pregunta.

—¿Qué cosa?

—¿Pase tu evaluación?

Por supuesto, él se había dado cuenta de su extensa mirada y no pensaba dejarlo parar por alto.

Lejos de dar un paso atrás y marcharse, cedió a su provocación.

—Deberías probar un nuevo corte de pelo —soltó con indiferencia—. Ese estilo es de la década pasada.  

Horatio la miró con sorpresa unos segundos y luego se rio.

—Si me disculpa, tengo que ir a ver a la secretaria de su primo.

—Por supuesto. Por cierto, bienvenida al equipo. Estoy seguro de que será todo un placer trabajar contigo.

Isla le dio un asentimiento y lo esquivó. No necesitaba mirar hacia atrás para saber que él seguía allí, observándola alejarse.

—Bienvenida al equipo —le dijo la secretaria de Giovanni—. Soy Leonora.  

Alejó cualquier pensamiento sobre Horatio y se concentró en la mujer, quien empezó a explicarle los procedimientos a seguir.

—Recursos humanos te estará esperando el día lunes a primera hora para que firmes tu contrato —terminó Leonora.

—Está bien. Muchas gracias.

Isla se despidió de la mujer y salió del lugar sintiéndose más tranquila de lo que había estado en semanas.

Cuando llegó a casa, su mamá estaba en la cocina preparando la comida.

Isla luchó contra el impulso de regañarla, en cuanto la vio. Si su madre se sentía lo suficientemente bien para hacerlo, entonces no iba a inmiscuirse. Había días que su madre no podía levantarse de la cama de lo agotada que estaba e Isla sabía cuánto la destrozaba eso.

Antes de enfermar, su madre había sido una mujer bastante activa. Amaba su trabajo y estar en contacto con las personas.  El cáncer le había quitado gran parte de su vida

—Hola, mamá —saludó y se acercó a darle un beso en la mejilla.

—Hola, cariño. ¿Cómo te fue?

Soltó un suspiro, pero poco a poco fue sonriendo.

—Lo conseguí, conseguí el trabajo.

—Sabía que lo harías. —Su madre le dio un abrazo—. Felicidades, cariño.

Tuvo cuidado de no abrazarla con demasiada fuerza. Ella estaba frágil y había perdido bastante peso en los últimos meses producto de la quimioterapia.

—Y lo mejor es que el sueldo es mucho mejor que lo que cobraba en mi anterior trabajo. No tienes que preocuparte por el dinero, solo preocúpate por sanar.

—Lamento ser una carga.  

—No eres una carga, eres mi madre.

Su madre se alejó y se limpió las mejillas con el dorso de la mano.

—Preparé el almuerzo, creí que llegarías de hambre.

—Eres la mejor —dijo y le dio un beso en la mejilla—. Iré a cambiarme, rápido.

Isla no tardó demasiado y regresó con su madre. Mientras almorzaban sus pensamientos se dirigieron hacia el encuentro con Horatio. Se avergonzó al recordar la manera en la que lo había mirado y se prometió actuar con discreción la próxima vez que se encontraran.

—¿Isla?

La voz de su madre se filtró entre sus recuerdos y la devolvieron a la realidad.

—¿Qué sucede?

—¿Estás bien? Te ves algo distraída.

—Solo pensando en el trabajo. —No era mentira. Horatio entraba en la categoría de trabajo y haría bien en no olvidarlo.

Él había despertado su interés, algo que no le sucedía con un hombre desde hace mucho tiempo, pero no pensaba hacer nada al respecto. Había aprendido, de sus anteriores jefes, que era mejor mantener las cosas profesionales si quería conservar su trabajo.

Gerardo y su hijo habían despedido a muchas de las mujeres con las que se involucraron tan pronto se cansaron de ellas. Isla no habría durado mucho con ellos de haber cedido a sus insinuaciones.

Su madre dependía de ella y no pensaba arriesgar su nuevo trabajo, ni siquiera por un hombre sexy.

—¿Qué te parece si vamos de paseo? —preguntó—. Hace tiempo que no vamos a la playa.  

Su madre parecía bastante bien para pasar un día al exterior. Necesitaba distraerse, al igual que Isla. En cuanto comenzara a trabajar tendría menos tiempo libre, aunque siempre intentaba darse algo de tiempo para pasarla con su madre.

—Un poco de sol no me vendría mal.

—Entonces está hecho.

—Alista tu mejor bikini, tienes que conseguirte un novio.

—¡Mamá!

Su madre soltó una carcajada.

Aun después de todo lo que su madre había pasado y lo que quedaba por delante, su madre encontraba las fuerzas para reír.

Las cosas parecían a punto de mejorar. Tenía un trabajo mejor que la ayudaría con los gastos del tratamiento de su madre. Aunque el seguro de su madre cubría un gran porcentaje, el resto de los gastos quedaban por su cuenta.  

El sábado, Isla se levantó bastante temprano para llevar a su madre a la playa, prefería que su madre no estuviera rodeada por demasiadas personas, eso aumentaba el riesgo de enfermarse.

Al llegar se acomodaron en una de las zonas más alejadas.

Cuando su madre se animó a entrar al mar, Isla se aseguró de sujetarla con firmeza, no iba a arriesgarse a que ella se cayera debido al impacto de las olas. La llevó hasta donde el agua le cubría la cintura y permanecieron allí durante unos minutos antes de volver a la orilla.

—Ve a distraerte, yo me quedaré aquí —dijo su madre desde la tumbona en la que se había acomodado bajo la sombra de una sombrilla. Se había envuelto con una manta ligera para no pasar frío, pero sin llegar a sofocarse.  

—¿Estás segura?

—Sí, cariño. Disfruta un poco.

Sin sentirse demasiado segura se alejó rumbo al mar demasiado distraída como para prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. Era difícil relajarse cuando cualquier descuido podía hacer que su madre enfermara.  

Un golpe la devolvió a la realidad y dio un paso hacia atrás.

El duro muro contra el que se estrelló, era en realidad el pecho desnudo de alguien.

—¡¿Qué diablos?!

—Deberías prestar atención por donde vas.

«¡Como si él no podía haber ido por otro lado!»

Iba a decirle al idiota que la playa no le pertenecía cuando vio de quien se trataba.

—¿Horatio?

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