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Intervención divina (Parte uno)

Nora 

Ni siquiera me invitó a entrar. Era una suerte que no continuase lloviendo. 

No obstante, no podía ignorar que el hecho de que no me invitase a entrar, era una pésima señal. 

Mientras caminaba hacia la casa de mi madre, había pensado en si sería correcto disculparme. Finalmente, decidí, que probablemente fuese correcto, pero no sincero y ella lo sabría. 

No tenía mucho sentido explicarle los motivos por los cuales me había marchado en primer lugar y excusarme. Porque ambas sabíamos que su vida sentimental, era un infierno para mí.  

Tanto así, que por más que intenté recuperar a la distancia los buenos recuerdos, me fue imposible, porque no existían buenos recuerdos. Gracias a su afán por tener atención masculina de manera casi compulsiva. Me dejó completamente de lado. 

Para qué intentar disculparme, si de todas maneras, nunca me entendería. Ni yo a ella, por supuesto. 

No lograría comprender su manera de pensar, después de haber sido madre. Mi conexión con León fue casi inmediata, en cuanto supe que estaba embarazada, sentí que lo amaría más que a mi propia vida y así fue.

Ella, en cambio, nunca sintió nada por mí. 

Nunca olvidaría la expresión de mamá al verme, me miró con fastidio, enfadada. Cualquiera hubiese dicho que nos veíamos a diario y se estaba cansando de mis visitas. 

—Te ves terrible, sobre todo tu cabello, está pajoso —. Eso fue en lo primero que pensó, después de no ver durante siete años a su hija. «Hogar dulce hogar»—. Qué asco — agregó, mirándome con aprensión. Frunció el entrecejo, cuando se detuvo en mis Converse desgastadas, antes de fijarse en los vaqueros viejos y rotos. Realizó una mueca de asco, ella nunca usaba calzado cómodo o ropa que no estuviese a la moda —. ¿A qué has venido? —Preguntó, taladrándome con sus ojos de color verde oscuro, exactamente iguales a los míos. Cosa que siempre me echaba en cara —. Espero que no pretendas volver aquí, después de haberte marchado, sin siquiera dejar una nota. De eso ya han pasado siete años, porque acabas de cumplir los dieciocho, ¿no? —Puso las manos en su cadera —. Te tenías muy guardado a ese noviecito y ahora tienes el descaro de volver a presentarte, aquí, como si tal cosa. Sin llamar antes. ¿No me digas que esperabas que te recibiera con los brazos abiertos y te invitase a quedarte? —Tomé aire con dificultad y al ver que no podía articular palabra, ensanchó su sonrisa, antes de decir: —ya te digo que no te hagas ilusiones porque mi novio está a punto de llegar y él ni siquiera sabe que tengo una hija. 

Probablemente, debí haber esperado su comportamiento hostil. Sin embargo, de alguna manera. Me tomó por sorpresa y no solo eso, me sentí devastada. 

Varios años de frustración, golpes y malas decisiones que fueron causadas por su pésimo papel de madre, comenzaron a hervir en mi interior, hasta que explotaron en un sólido: 

—¡Yo no quería volver! ¡Nunca hubiese vuelto de no ser necesario! —Escupí, sintiéndome terriblemente rechazada. 

Ella enarcó una ceja porque no esperaba mi reacción. 

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —Preguntó, lanzándome una mirada escrutadora. Me quedé callada, temblando por el susto y la vergüenza. ¿Debía decirle que tenía un nieto y esperar que sé compadeciera? —Vamos dilo, ¿Por qué has vuelto Nora? —Apretó mucho sus labios gruesos y recién pintados. 

Tragué saliva con fuerza, aterrada por la certeza de que se lanzaría en picada por su presa en cuanto supiese que necesitaba de ella desesperadamente. No obstante, no tenía opciones, debía intentarlo. 

—Volví porque necesito tu ayuda, ¿es eso lo que querías escuchar?  —Decir que estaba sorprendida, se quedó corto. Su espalda se puso tensa de inmediato y me observó con una ceja alzada —. ¿Querías que aceptase que soy una inútil como siempre decías? —Pregunté —. Pues bien, sí. Es exactamente como me siento. Nunca habría aparecido sin avisar, si no fuese porque… Tengo un hijo. Tu nieto — continué, sin darle tiempo a replicar —, se llama León y es un niño precioso. Listo y dulce. Él es lo único que he hecho bien en toda mi vida —un par de lágrimas se agolparon en mis ojos —. El asunto es… Que estoy pasando por un mal momento. No tengo casi dinero, ni puedo pedir ayuda al estado porque, enviaría a alguien a ver dónde vivimos, ¿y qué pasaría si descubrieran que estamos durmiendo en un Volvo viejo? Esa es, la verdad. Hemos estado durmiendo en el coche por mucho tiempo y si alguien lo descubre, podría denunciarme. Podrían quitármelo y no lo soportaría —. Negué con la cabeza, asustada —. Por favor, si en algún momento, me quisiste, te pido que me dejes quedarme aquí por unos días. Solo eso, quizás encuentre trabajo y pueda alquilar un cuarto pequeño para nosotros, pero no puedo conseguir nada de eso, si no me ayudas. 

Por un momento, creí que vería algo de empatía en su semblante, no por ser mi madre. Si no, solo por tratarse un ser humano frente a una madre desesperada. 

La subestimaba, claro.

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