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Viejo y amargado

Ares 

Eros frunció la nariz, cuando la pesada puerta de roble de la mansión crujió al abrirla.  

Entramos a la vieja casona de nuestra abuela paterna y nos quedamos de pie frente al enorme recibidor. 

En algún momento aquella casa fue un despliegue de opulencia y buen gusto. Recordaba vagamente correr por las escaleras de mármol de niño, rodar por la mullida moqueta u observar asombrado las arañas de cristal que colgaban de los altos techos. Pero ahora solo me parecía el hueco oscuro al que Aquiles me enviaba para no perjudicar la imagen del grupo Carissino. 

—No está tan mal —intentó animarme, Eros —. Si lo consideras bien, a ti siempre te gusto construir y arreglar cosas. Por eso decidiste dedicarte al sector inmobiliario en primer lugar. Bueno, aquí arreglarás y construirás hasta que te canses, ¿no es eso genial? —Alzó una mano, esperando que chocase los cinco, con él.  

Sin embargo, solo me limité a exhalar con fuerza. 

—Lamento no estar tan entusiasmado como tú, hermanito —recorrí lentamente el recibidor y observé con cuidado las antiguas molduras, las altísimas columnas y sus majestuosas verandas. Era realmente una maravilla arquitectónica con estilo renacentista, aunque descuidada y destruida —. Los dos sabemos bien, que nuestro hermano, me envió aquí por una sola razón. Soy un refugiado. 

Eros profirió una exclamación de disgusto. 

—No seas injusto, Aquiles solo desea protegerte del acoso mediático y ahorrarte el estrés de reunirte con los abogados. Además, sabemos que Máximo, no iba a perder la oportunidad de hacerte la vida imposible si te quedabas. 

—Aquiles, me está castigando —lo corregí. 

—No puede castigarte porque no fue tu culpa. Tú solo hiciste lo que cualquier hombre decente habría hecho. Ella te pidió esperar hasta que el niño naciese y así lo hiciste. Te rogó, para que le tendieran una mano, y también accediste. Porque, ¿qué clase de hombre dejaría a una mujer parturienta en la calle, sin un centavo?

Me miré en una bandeja de plata que estaba en un atiborrado modular y me sentí patético. De haber sido alguien con menos escrúpulos, no habría caído en su trampa. 

—Soy un idiot@, cuando el rumor de que el padre del hijo Allegra era Máximo, se dispersó como reguero de pólvora, no lo desactive. Incluso disfruté del impacto que eso tuvo en su reputación. Sentí que por primera vez le ganaba la partida. Ella me aseguró que si no era mío, debía ser de él y le creí. Ahora estoy pagando las consecuencias de mi ingenuidad. Todas las mujeres son falsas y mentirosas, fingen ser débiles, solo para tener la oportunidad de clavarnos el puñal por la espalda en cuanto no les servimos. 

Eros me colocó una mano en el hombro y le dio un ligero apretón. Me había convertido en un amargado. 

—Nadie podría haber imaginado que Allegra llegase tan lejos vendiéndole esa sarta de mentiras a la prensa —. No pude evitar mirarlo con una expresión, cortante y vacía —. Aun así, eso no significa que todas las mujeres sean iguales. Eso es mucho decir, ¿no te parece? 

Honestamente, cuando me pidió ayuda, justo antes de la fecha de parto, sentí más pena que cariño por ella. Así que, accedí a firmarle un cheque para que viviera cómodamente hasta que su hijo fuese lo suficientemente mayor para que ella pudiese dejarlo con una niñera y comenzar a trabajar. 

Nunca imaginé que usaría ese cheque para demostrar que le había pagado una jugosa suma para que difundiera el rumor y destruyera la reputación de mi competencia directa. 

¡Me acusaron de sobornarla! 

Probablemente, nadie se fiaría de mí nunca más. En el mundo de los bienes raíces; se me condenó de inmediato por falta de ética y competencia deshonesta. Mi carrera, mi vida, mi futuro estaba acabado. 

Tenía razones de sobra para estar amargado. 

Ya habían pasado dos meses desde que nos habíamos realizado la prueba de paternidad. Fue cuando corroboré, definitivamente, que el hijo de Allegra, no era mío. Aunque para mi sorpresa, tampoco era de Máximo. De hecho, mi exnovia, terminó confesando que no tenía idea quién era el padre del pequeño. Pero, a esas alturas, ya estaba metido en un problema mayúsculo. Máximo me demandó por difamación, amenazas e intimidación. 

Francamente, me merecía lo de amenazas e intimidación. Lo llevé del pescuezo a realizarse la prueba y no me arrepentía de hacerlo.

 No obstante, tuvo su venganza. Le pagó a Allegra para que dijese en los medios, que la mente detrás de los rumores que lo perjudicaron; era yo. 

La noticia, era una papa caliente que nadie quería tener en las manos. Por eso, Aquiles, me sugirió que me marchase un tiempo a Monte de Oro, para que me ocupase de la remodelación de la mansión de nuestros abuelos. 

La casa, que se erguía orgullosa sobre una colina, se le prometió al primero de los tres que tuviese un hijo antes de cumplir los cuarenta. Pero todos ya habíamos traspasado la barrera de los treinta cinco, sin probabilidades de hijos a la vista. Aquiles cumpliría los cuarenta y eso terminaba el juego. 

Por lo tanto, la casa se vendería, en menos de un año, y lo que se ganase por su venta se entregaría a una compañía de teatro con la que ella colaboraba, es sus últimos años.  Mientras el asunto del nieto se resolvía, se me pedía que me encargase de la remodelación.

 Cosa que había logrado posponer hasta ese momento. 

No me gustaba Monte de Oro, no me gustaban los pueblos en general.  Adoraba la ciudad, su arquitectura, su movimiento. En una gran ciudad podía ser invisible y tan taciturno como desease. 

—Vieja bruja —mascullé, solo a ella se le habría ocurrido una cláusula tan ridícula. 

Seguramente esperaba que nos sacásemos los ojos por la vieja casona que estaba valuada en varios millones. Le encantaba generar discordia solo para divertirse. Otra mujer, me arruinaba nuevamente, dándome semejante tarea. 

Hacia donde miraba, podía ver objetos y muebles polvorientos. 

—Nunca, voy a volver a confiar en una mujer —dije observando la raída alfombra de estilo oriental que se encontraba bajo el viejo juego de comedor. 

Sería lo primero que tiraría, sin duda. 

—No seas injusto con la abuela, y con el resto de las mujeres —Eros, apartó una telaraña y me sonrió —. Un día conocerás una mujer que te hará caer y te vas a tragar cada una de tus palabras. Siempre es así, tarde o temprano los hombres caen. Lo he visto tantas veces que ya he perdido la cuenta. 

—Tú, no has caído —observé y él me lanzó una mirada cansina. 

—Eso es porque adoro a las mujeres, puede que ellas crean que las adoro demasiado —. Lanzó una carcajada que hizo eco en el mohoso salón —. Y hablando de mujeres… Mmm… No sé cómo decirlo —sentí que me tensaba. Algo en su tono, me decía que no me agradaría lo que estaba a punto de decir —. Veamos, necesito algo —se rascó el mentón —, es un favor personal —. Sacudió la mano, como restándole importancia. 

—¿Qué tipo de favor? 

—Uno de esos, que no te gustan —. Había una mar de favores que no me gustaban —. Como sabrás, es un pueblo pequeño y ya se corrió la voz sobre qué vas a remodelar la mansión. Es mucho trabajo para una sola persona y mi amigo Erin…

—No voy a darle trabajo —, le corté —. Ya contraté un equipo exterior que llamaré en el momento que sea necesario. Nada de lugareños, curiosos, señoras que me traigan comida o mujeres que crean que pueden pescarme. Y sobre todo, nada de niños. Vine aquí para estar solo, no quiero que nadie me moleste. 

Mi hermano, me conocía lo suficiente como para saber que conmigo, era necesario ser agresivo. 

—Que sepas que pareces un viejo amargado —. Se burló —. La buena noticia es que no es Erin a quien le prometí una entrevista de trabajo—. Sacó el móvil del bolsillo de su pantalón y fingió comprobar la hora —. ¡Mira la hora que es! Debo volver de inmediato o no llegaré al campus a tiempo. 

—Dijiste que hoy no tenías clases —, le recordé —¿cuál es la mala noticia? —Pregunté —Si hay una buena noticia, debe haber una mala —crucé los brazos en el pecho —. No le habrás prometido a alguien que le daría trabajo —. Me miró con condescendencia y se encogió de hombros, antes de correr a la puerta. 

—Lo siento, ya no te escucho —se colocó las gafas que llevaba colgadas de la camisa —. ¡Estoy muy lejos y hay mucho ruido aquí afuera! —Salió de la casa pitando y escuché acelerar su coche, sobre la gravilla del camino que atravesaba el terreno. 

Me quedé parado en medio de ese enorme salón y de pronto sentí que mi móvil vibraba en el bolsillo trasero del pantalón. 

Era mi hermano quien me acababa de enviar un mensaje. 

—Cobarde —. Repuse. 

Eros: 

«La mala noticia es: que le prometí un trabajo a la amiga de Erin, en la casona. Se llama Nora, tiene un niño pequeño y está pasando por un mal momento. ¡Ni siquiera tiene donde vivir, Ares! Al menos dale una oportunidad, no seas malvado y no me golpees la próxima vez que nos veamos».

No quería ver a nadie, menos a esa mujer y su hijo. 

Eros, tenía razón, nunca me había sentido tan viejo y amargado. 

Qué mala suerte tenía Nora, venir a cruzarse conmigo en mi peor momento. 

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