Su expresión en primer momento me pareció inescrutable, hasta que habló:
—Mira lo que hay que ver —dijo con un deje satisfecho —. Así que, después de ser por tanto tiempo una engreída que me miraba con superioridad como si fuese una cualquiera. Vienes a mi puerta, porque no pudiste cerrar las piernas y ahora necesitas de mi ayuda —. Chasqueo la lengua de puro placer.
Mamá torció el gesto y me vi obligada a tragarme la última pizca de orgullo que me quedaba.
Miré en dirección al Volvo, donde se encontraba mi leoncito y suspiré con pesar.
—No te lo pediría, si no fuese por León. Por favor, mamá —le supliqué —, solo un par de semanas y no volverás a vernos nunca más. No volveré a pedirte nada, te lo juro y en cuanto consiga trabajo, te pagaré hasta el último centavo.
Me prometí no morder el anzuelo, aunque ella no pensaba detenerse. Así que continúo disfrutando de la oportunidad:
— Vaya uno a saber cuánto tiempo estuviste dando palos a ciegas, antes de aparecer en mi puerta, con un niño además. Tendrás que experimentar en carne propia lo que viví yo, con una niña pequeña y sin un centavo. Tuve que arreglármelas a base de sufrimiento, ¿y, para qué? —Dio un paso hacia atrás, meneando la cabeza —. Para tener una hija ingrata que solo aparece cuando no puede más con la carga que es tener un mocoso.
—¡Mamá! —Sollocé —. Soy tu hija, tu única hija.
—Mira —miró de soslayo el reloj que colgaba de la pared —, la verdad es que no puedo con este problema ahora. Estoy muy ocupada. Ya te dije, mi novio está a punto de llegar y no sabe que tengo una hija ya mayor. Imagina que creería si te viese, con un niño —dijo horrorizada, llevándose la mano al pecho.
—No se sorprenderá, a tu edad las mujeres ya suelen tener nietos —. No iba a mentir, mencionar su edad me generó un ramalazo de placer.
Me lanzó una mirada furiosa.
—Puede que le haya dicho que tengo treinta y cinco —. Se mordisqueó el labio, mientras yo me secaba el rostro con el dorso de la mano —. ¿Por qué no vas al hotel de los Ricco?
—No tengo dinero —ella me miró nerviosa, antes de rodar los ojos.
—Pues, yo tampoco tengo, espero que no hayas esperado que preste—usó un tono recriminatorio que conocía bastante bien —. La verdad es que estoy muy ocupada como para meterme en el problema así. Lo mejor sería que llamases a la ayuda social, ellos se harían cargo del niño —la miré horrorizada. No solo no tenía una sola vena maternal a pesar del tiempo, era aún más egoísta de lo que recordaba —. Honestamente, eres una inútil y nunca un hombre con la capacidad para mantenerte se fijaría en alguien tan insignificante como tú.
Apreté los dientes para no lanzarle la sarta de insultos que me bailaban en la lengua.
—Supongo que debí imaginar que no podría contar contigo de ninguna manera, como tampoco pude hacerlo cuando era solo una niña.
—No seas tan dramática, ya te dije. Es momento de que aprendas que las cosas nunca son tan fáciles cuando eres madre con solo veinticuatro años. Tú solita, te metiste en este problema. Haya tú, cómo lo solucionas —. Dijo con sorna —. Mi novio es pescador y la próxima semana zarpa, si aún estás aquí, puedes traerme el niño para que lo conozca, si lo deseas. Pero mientras él se encuentre aquí, ni se te ocurra asomar la nariz. Es deprimente y pareces mi madre —. Me cerró la puerta en la cara.
Cuando el portazo, resonó frente a mí, casi caí de rodillas.
Me tomé el cabello, jalándolo con fuerza, antes de darle cabezazos a la pared. Sopese por un minuto la idea de volver a tocarle la puerta otra vez, bajarla a patadas de ser necesario. Sin embargo, luego de un momento, comprendí que no lograría nada. Ella continuaba siendo la misma arpía egoísta que recordaba.
Dejé caer los hombros pesadamente. ¿Qué haríamos?
Casi no teníamos combustible, ni un lugar donde dormir, ni siquiera algo para comer. El estómago me gruñó. Caminé hacia el coche, con el alma en los pies, lancé una pesada exhalación al abrir la puerta y fingí una sonrisa. No podía derrumbarme delante de León, era su madre, confiaba en mí.
—¿Por qué tardaste tanto? —Se quejó incorporándose, perezosamente —. ¿Nos quedaremos con la abuela? —Encendí el motor, mientras sentía una fuerte punzada en el pecho.
—No, Leoncito. Tu abuela no estaba en casa —. Mentí y él me miró confundido.
—Pero, si tardaste un montón y te vi hablando con alguien —, se quejó —. ¿Qué estuviste haciendo? ¿Con quién hablabas?
Pensé en alguna excusa rápida que no fuese la tenebrosa realidad. Si lo engañaba, al menos dormiría bien esa noche, con la esperanza de que su abuela lo recibiría al día siguiente.
Entonces, como si fuese intervención divina, alguien me golpeó el cristal. Un hombre.
Bastante guapo, para ser honesta. Aunque lo suficientemente grande y fuerte, como para parecerme aterrador. Lo miré asustada por una fracción de segundo, con el pie temblando sobre el acelerador, hasta que lo escuché decir del otro lado del cristal.
—¡Nora! —Dijo mi nombre con una amplia sonrisa —. Soy yo, Erin, ¿me recuerdas?
¿Erin?
Me quedé de piedra, la última vez que lo vi, era un jovencito flacucho, con el rostro repleto de granos, que se tropezaba con sus propios pies.
Por primera vez en el día, sentí algo de esperanza por algún motivo, quizás por su sonrisa amplia. Era como si estuviera feliz de verme. Después de mucho tiempo veía un rostro familiar que no me trataba como si tuviese lepra.
Erin, había sido mi amigo en el colegio, hasta que me escapé de casa sin decirle a nadie, ni siquiera a él. Era de lo único que me arrepentía, porque éramos como uña y carne. Estaba segura de haberlo lastimado.
—¡Dios santo, Erin! —Abrí la puerta del coche de golpe y me lancé en sus brazos, sin pensar en nada más que no fuese lo feliz que me sentía por verlo.
Erin me recibió, no se apartó o se mostró incómodo. Y por algún motivo, eso hizo que me derrumbase, justo allí, en sus brazos. Por lo que me eché a llorar. Sentí como su cuerpo se tensaba al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—Nora…—Murmuró suavemente, tomándome de los hombros para separarme y verme a los ojos —¿qué ocurre?
Lo miré tras las lágrimas que desbordaba mis ojos, sin poder decir nada.
—Lo siento —me disculpé, apartándose y secándome el rostro —. Lo siento mucho de verdad.
—Mami —vi a León, clavando sus dedos firmemente en el asiento del conductor, asustado, porque las personas desconocidas lo ponían nervioso. Hasta allí habíamos llegado, era tan frágil como un pajarito.
Se me contrajo el corazón aún más.
—¿Tienes un hijo? —Preguntó, Erin, agachándose un poco para verlo bien y sonrió—. ¿Cómo estás, amiguito? —Le extendió la mano, pero León se echó hacia atrás asustado, acurrucándose contra el asiento —. Oh, sabía que era feo, aunque no creí que tanto —. El rostro de León esbozó una pequeña sonrisa.
Erin, no era feo, en lo absoluto. Seguramente, su sola presencia despertaba suspiros de la audiencia femenina, allí donde iba. En cambio, a mí, su cabello rubio revuelto y sus ojos color avellana, me hacían pensar en los días de verano que pasábamos tumbados, compartiendo los auriculares, escuchando música, y soñando con quienes seriamos.
—Lo siento —, volví a disculparme —, no tiene contacto con demasiadas personas, por lo general. Solo somos nosotros.
—No hay problema —. Se encogió de hombros. Bajé la vista y él me tomó del mentón para obligarme a que lo mirase —. Dime que ocurre Nora, ¿por qué estás llorando? —Abrí la boca para decirle que no ocurría nada, que estaba bien, que solo se trataba de un lapsus. Aunque, antes de poder decir nada, las piernas se me aflojaron y cientos de destellos brillantes, parpadearon frente a mis ojos, haciéndome perder el equilibrio. Sentí que caería redonda al suelo, incapaz de sostenerme. Por suerte, unas manos fuertes, me tomaron por los brazos —. Nora —volvió a decir con voz ronca —, dime, ¿hace cuánto que no comes? —Lo miré avergonzada, negando lentamente, al ver su expresión, ¿lástima? ¿Dolor? Suspiró profundamente y su mandíbula se tensó —. Vamos a casa, ya me contarás, después de cenar.
Ares Eros frunció la nariz, cuando la pesada puerta de roble de la mansión crujió al abrirla. Entramos a la vieja casona de nuestra abuela paterna y nos quedamos de pie frente al enorme recibidor. En algún momento aquella casa fue un despliegue de opulencia y buen gusto. Recordaba vagamente correr por las escaleras de mármol de niño, rodar por la mullida moqueta u observar asombrado las arañas de cristal que colgaban de los altos techos. Pero ahora solo me parecía el hueco oscuro al que Aquiles me enviaba para no perjudicar la imagen del grupo Carissino. —No está tan mal —intentó animarme, Eros —. Si lo consideras bien, a ti siempre te gusto construir y arreglar cosas. Por eso decidiste dedicarte al sector inmobiliario en primer lugar. Bueno, aquí arreglarás y construirás hasta que te canses, ¿no es eso genial? —Alzó una mano, esperando que chocase los cinco, con él. Sin embargo, solo me limité a exhalar con fuerza. —Lamento no estar tan entusiasmado como tú, hermanito —recorr
NoraNo sabía mucho de Ares D' Amico, más allá de lo que sabía por Erin.Se decía que solía ser exigente, temperamental y era imposible llevarse bien con él cuando se encontraba en un mal momento.Por eso, de inmediato supe que tenía un problema. Ya que, por lo que se rumoreaba, estaba en un pésimo momento.Monte de Oro, como todo pueblo pequeño, tenía el potencial para que las noticias se propagaran como reguero de pólvora. Y la historia de Ares D'Amico era un chisme lo bastante jugoso como para que todos quisieran compartirlo. Después de todo, allí nunca pasó nada importante.Había escuchado algunos retazos de la historia.Algunos decían que su prometida lo abandonó, para escapar con un modelo de ropa interior masculina. Otros aseguraban que ella lo engañó, quedando embarazada y él, loco de celos, le destrozó la cara a su amante.En realidad, no me importaba que le hubiera ocurrido. En lo único que podía pensar, era en lo mucho que necesitaba ese empleo.Ingresé por el camino de gra
Nora Él respiró profundamente, y sus impresionantes pectorales se marcaron, bajo la camiseta negra que se ajustaba perfectamente a la amplitud de sus hombros, antes de estrecharse hacia la cintura.Bajé la mirada con cuidado y me di cuenta, que estaba limpiando las manos grandes con venas marcadas con un trozo de franela sucia. Lo hacía cuidadosamente, como si cada uno de sus movimientos estuviese calculado para atraer a su presa. Una vez que completó su tarea, colocó el trapo en la pretina de sus vaqueros gastados.Había escuchado que era guapo, varonil. Sin embargo, el hombre que se cernía frente a mí, era insoportablemente atractivo.Todo en él proclamaba, virilidad y sensualidad. Su cabello castaño oscuro, espeso y vigoroso, su mandíbula cuadrada, las líneas que perfilaban unos labios ligeramente gruesos, las espesas cejas oscuras que enmarcaban los ojos de color avellana que me observaban con dureza.No tenía garras, ni dientes afilados. Vaya que no. Lo que sí poseía, era un cue
Ares —No tiene nada que me interese —eso no era del todo cierto. Por eso, no pretendía torturarme, contratando a alguien que parecía tener alguna especie de poder sobre mi libido. En cuanto puse los ojos en ella me sentí invadido por la lujuria y percibí como me palpitaba la ingle en respuesta. Ella levantó la barbilla de una forma feroz y a mí, el nudo que tenía en la garganta, se me subió hasta la cabeza, recordando la juerga de la noche anterior. Sus labios parecían suaves y húmedos. Lo suficiente como para que un hombre como yo, perdiese la cabeza. —Puedo ser más útil y trabajadora que diez hombres. No debería subestimarme por ser mujer—. Un fugaz estallido de deseo golpeo mi vientre. En realidad era lo contrario, me parecía peligrosa. Era demasiado delgada, pero aun así sentía que me resultaba difícil manejar la respuesta de mi cuerpo al suyo. —Eso no es cierto —repliqué, aspirando profundamente y pasándome la mano por la cara —. Físicamente, un hombre me sería más útil.
Ares Me dejó sin palabras y jadeante, incapaz de dar un solo paso, hasta que escuché el rugido del motor. Un par de minutos después, deseé poder estar en la ciudad, allí podría salir a despejarme. Necesitaba algo que me hiciera olvidar esa odiosa casa, a Máximo, Allegra y ahora también, necesitaba dejar de pensar desesperadamente en esa mujer desafiante que sin el menor esfuerzo había puesto mi mundo de cabeza. —Ella, es un problema que camina —me dije, frotándome la frente —. Lo mejor es tenerla lejos, hiciste justo lo que tenías que hacer. Suspiré profundamente, si no tenía vida nocturna a la mano, lo mejor sería ahogar mis penas en el trabajo. Una vez que la casa estuviera lista, podría irme muy lejos, quizás a alguna playa, donde pudiese rodearme de mujeres hermosas, deseosas por ayudarme a enterrar mi dolor. —Para eso, hay que dejar este mausoleo como nuevo y muy deseable —me dije, antes de ir en busca de la escalera, para comenzar a quitar las enormes arañas del comedor.E
NoraPasaron al menos dos horas, antes de que comenzara a sentir que por fin dejaba de temblar de pies a cabeza. Después del terrible encuentro que había tenido con Ares D'Amico, no lograba mantener mi pulso controlado.«Imbécil». Aun la cólera, retumbaba en mis oídos. No solo había sido capaz de sugerirme, que prestara mis servicios a los pescadores. Si no que también se atrevió a darme una limosna, como si fuese un vagabundo, al que deseaba ahuyentar frente a la fachada de su lujoso edificio.La mano todavía me ardía cuando entramos con León al lavabo de la estación de servicio, y mis piernas parecían de gelatina.Con el dinero que tenía, compré una hamburguesa pequeña para mi hijo, un par de botellas de agua y cargué combustible. Debía estirar lo que me dejó Erin, hasta conseguir empleo.Humedecí una toalla para higienizar un poco a mi Leoncito, le cambié la ropa y puse un poco de pasta en el cepillo para que se lavase los dientes.—No olvides, cepillarte la lengua —le dije, dándol
NoraNo me percaté de que me encontraba dormida, hasta que me desperté sobresaltada por fuertes golpes contra el cristal del coche:—¡Nora! ¡Nora! —Escuché más allá de la neblina de la inconsciencia y me incorporé de golpe, con los ojos muy abiertos. Y mis manos cerradas con fuerza sobre la botella de agua —. Sal del coche, por favor. Así podremos hablar —. Me pidió la voz de un hombre que me observaba desde el otro lado, con las manos apoyadas sobre el techo del vehículo.Me miró con impaciencia al ver que intentaba volver a la realidad perezosamente, y me dijo que era dolorosamente guapo. Un mechón de cabello oscuro le caía sobre la frente y los músculos de sus brazos se flexionaban bajo el jersey.Parpadeé varias veces, antes de entender qué ocurriría.Quería que saliera del coche y era muy atractivo. Discernir eso, fue un buen comienzo.—¿Puedes salir para que hablemos un momento? —Insistió, apartándose un poco y colocando las manos en los bolsillos de los Levi's rotos. —Quiero di
NoraCuando por fin terminé de ducharme, el agua salía fría. Tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde la última vez que me había dado una ducha como Dios manda. En la casa de Erin, sentí que estaba invadiendo su espacio, por lo que me forcé, para no demorar más de diez minutos.Sin embargo, decidí que allí, podía tomarme mi tiempo. En todo caso, la enorme mansión tenía al menos cinco baños. Si Ares deseaba ducharse, podría escoger cualquiera de esos cinco, mientras yo ocupaba el de la casa de servicio. Aunque en el fondo sabía que usaba eso. Estaba en su espacio y eso me provocaba un cosquilleo en la piel.Para mi sorpresa, descubrí que vivía en la pequeña casa con revestimiento de piedra, contraventanas de madera, y porche con columpio, que parecía asentarse suavemente sobre la hierba.Lo supe en cuanto entró y me vi envuelta en el delicioso olor masculino del gel de baño. La casa contaba con tres habitaciones y no paraba de preguntarme si él dormía en la habitación