Pésimas intenciones (parte uno)

Nora

Pasaron al menos dos horas, antes de que comenzara a sentir que por fin dejaba de temblar de pies a cabeza. Después del terrible encuentro que había tenido con Ares D'Amico, no lograba mantener mi pulso controlado.

«Imbécil». Aun la cólera, retumbaba en mis oídos. No solo había sido capaz de sugerirme, que prestara mis servicios a los pescadores. Si no que también se atrevió a darme una limosna, como si fuese un vagabundo, al que deseaba ahuyentar frente a la fachada de su lujoso edificio.

La mano todavía me ardía cuando entramos con León al lavabo de la estación de servicio, y mis piernas parecían de gelatina.

Con el dinero que tenía, compré una hamburguesa pequeña para mi hijo, un par de botellas de agua y cargué combustible. Debía estirar lo que me dejó Erin, hasta conseguir empleo.

Humedecí una toalla para higienizar un poco a mi Leoncito, le cambié la ropa y puse un poco de pasta en el cepillo para que se lavase los dientes.

—No olvides, cepillarte la lengua —le dije, dándol
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