«Tu placer es mi alimento.»El gemido de Astrid retumbó en su pecho, lanzándose a los brazos de Leviatán, y se entregó con un apasionado beso.Leviatán ronroneó de felicidad, sentir las emociones de Astrid a flor de piel, hacía más que alimentarlo. Lo llenaba de una ternura y de un amor impropio de su especie, pero no le importaba. Incluso, si tuviese oportunidad de elegir cómo y dónde nacer, habría preferido ser un mortal y disfrutar una vida corta y sin tantos problemas. No pidió nacer en el infierno, tampoco ser príncipe. Hoy, añoraba ser un humano y nada más.Nunca, en su larga existencia, había deseado ser amado, hasta que conoció a Astrid y terminó atraído por la esencia que desprendía. Desde entonces, nunca más volvió a ser el mismo.Leviatán tomó el control del beso cuando su deseo se disparó ante el recuerdo. Podía saborear aquel primer y pequeño manjar que tomó de ella.—Estamos en la oficina, bonita —le recordó en tono divertido, pero Astrid ya estaba perdida y totalmente s
Efelios observó la ciudad a través de la ventana; sus pensamientos estaban lejos de aquella habitación que era su prisión durante los últimos días. Una prisión por elección, pues se resistía a dejarla sin antes tener la oportunidad de hablar con Connie y de conocer a Zarek.Se había perdido 22 años de su vida, no sabía nada de él, excepto que le guardaba resentimiento. Era entendible, habría hecho lo mismo estando en su lugar. Ni siquiera podía imaginar el daño que tuvo que soportar, lo hambriento que estuvo durante meses mientras crecía.Esa era una de las razones por las que se negaba alimentarse de Connie, quería vivir en carne propia la necesidad y el dolor del hambre quemándole las entrañas.—¿Por qué te niegas a alimentarte?Efelios se giró al escuchar la voz de Zarek a su espalda, ni siquiera lo sintió llegar. Sus poderes eran casi nulos debido al hambre.—Zarek.—Tienes que alimentarte para que mi madre no sufra —espetó el muchacho. Zarek apretaba las manos en dos fuertes puño
Un escalofrío le corrió por toda la columna vertebral. Observando a Astrid acercarse.—No exageres, bebé —le pidió, tocando su barbilla con la yema de sus dedos—. Me siento hambrienta y un poco cansada, pero es gracias a ti. Me tuviste despierta hasta el amanecer —le recordó, quitándole seriedad al asunto.Leviatán apretó los dientes, debía tener más cuidado y no olvidarse de que Astrid seguía siendo humana y no podía llevar su mismo ritmo.—Lo siento —se disculpó.—Está bien, no es un reclamo —le aseguró, regalándole una sonrisa para tranquilizarlo.Sin embargo, Leviatán estaba lejos de sentirse tranquilo, la posibilidad de haberla dejado embarazada estaba dándole vueltas en la cabeza. Por lo que, se fijó mejor en el rostro de Astrid, descubriendo pequeñas y marcadas ojeras bajo sus ojos.—Te prepararé algo de comer y te llevaré al médico —le dijo, tomando su mano.Astrid asintió, no iba a ganar una discusión y era mejor evitarla, no se sentía de ánimos para enfrascarse en algo sin s
«¡Efelios!»No era la primera vez que escuchaba el grito desesperado de Leviatán, tampoco era la primera vez que decidía ignorarlo. Tenía cosas más importantes que hacer que acudir al llamado de su hermano.Perseguir a Connie había sido una tarea muy difícil, pero desde el momento en el que ella y Zarek desaparecieron, decidió que no iba a perderlos de nuevo. No importaba cuánto tiempo le iba a llevar hacerse perdonar, no iba a abandonar la lucha. Así que, lo sentía por Leviatán, pero esta vez iba a elegir a su hijo y a su pareja, tal como él lo hizo al elegir a Astrid y decidir quedarse en este plano.«¿Dónde demonios estás, Efelios? ¡Te necesito!»Había urgencia y miedo en su voz, era la primera vez que escuchaba a Leviatán tan desesperado; sin embargo…—¿Cuánto tiempo más piensas seguirnos, Efelios?El íncubo retrocedió cuando Connie apareció delante de él, un descuido bastó para que lo descubriera.—El tiempo que sea necesario, Connie. No voy a olvidarme de ti, ni de Zarek.El muc
El rechazo de Astrid envió a Leviatán lejos de ella. Un momento de vacilación y el miedo rompieron el ritual, borrando su mordida. Eso no podía ser bueno, nada bueno.—Astrid —jadeó Leviatán, levantándose del piso, ignorando el jarrón roto a su espalda, caminó en dirección de Astrid.—¡Aléjate de mí! —gritó llena de terror—. ¡No te acerques más! —le pidió, bajándose del sillón y retrocediendo hasta chocar con la columna.Filosas dagas atravesaron el corazón de Leviatán; nada podía doler más que el rechazo de la mujer amada. Astrid podía matarlo sin saberlo. Leviatán se dobló de dolor, como si alguien lo hubiese derribado de un solo golpe. Aun así, intentó arrastrarse hasta Astrid.—¡No te acerques a mí! —gritó, su cordura empezaba a convertirse en locura. Su respiración se agitó y su cuerpo experimentó un frío desconocido. Las náuseas se apoderaron de su ser, pero luchó para controlarse.—Deja que te lo explique todo —le pidió con voz suplicante, levantándose del piso, acomodando sus
«No puedes escapar de mí, Astrid.»La mirada de Astrid cayó sobre la puerta, sopesó sus oportunidades para escapar y con terror se dio cuenta de que no existía ninguna. Con terror retrocedió hasta que su espalda chocó contra la fría pared.—¿Quién eres? —preguntó. Su voz sonó temblorosa, evidenciando su miedo.Sirius sonrió, enseñando los colmillos, muy parecidos a Leviatán. ¿Era otro íncubo? ¿Cuántos de ellos estaban en la tierra? Astrid ni siquiera quería conocer la respuesta.—Una mortal, no puedo creer lo estúpido que ha sido Leviatán para caer tan bajo. Dejó su reino por una humana que encima lo detesta.La carcajada erizó los vellos de la nuca de Astrid, poniéndole la piel de gallina.—No sé de lo que hablas, no sé quién eres ni conozco al hombre que estás buscando —mintió, avanzando paso a paso, acercándose a la puerta. Tal vez y solo tal vez conseguiría huir.Con su aterradora mirada roja, Sirius siguió cada paso de Astrid, ¿de verdad creía que iba a dejarla huir? Ella era su
Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y
«Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento».«Eres mía, Astrid».«Eres mía»Aquellas palabras susurradas a su oído de manera sensual y adictiva la persiguieron. Los sueños se convirtieron en un mantra en la vida de Astrid. La asistente no había dejado de pensar en ellas y, por alguna razón, empezaba a sentirse observada. Era una sensación extraña, los vellos de su nuca estaban erizados durante el día y la sensación aumentaba por las noches.Tanto que, sus noches fueron convirtiéndose en una lucha titánica para no sucumbir al sueño y entregarse a la invitación de placer que venía a ella, como un acto religioso; sin embargo, no podía evitarlo. Siempre, siempre caía en la tentación. Entregándose una y otra vez.—Astrid, ¡Astrid! —gritó Dylan, sacudiéndola casi con violencia.—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. De nuevo se había encerrado en sus pensamientos y en esos extraños sueños que la mantenían con ojeras que apenas podía disimular con el maquillaje.—Llevo varios minuto