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Capítulo 32. Como el día y la noche

Astrid le dedicó una última mirada a Leviatán y, obligando a su cuerpo a moverse, escapó de la habitación. Corriendo tan rápido como sus fuerzas se lo permitieron, sintiendo que su corazón iba a detenerse en cualquier momento por el miedo y la adrenalina.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pensando en que todo había terminado y que posiblemente jamás volvería a encontrarse con Leviatán. Quizá era mejor así, ellos eran como el día y la noche. Su relación no estaba destinada a ser.

Un sollozo abandonó su garganta, sus piernas temblaron, obligándola a detenerse, sosteniéndose a la sucia pared. El dolor de su vientre la hizo caer de rodillas.

—No, no —murmuró, apretándose el vientre con la mano, sintiendo algo caliente corriendo entre sus piernas.

¿Era su bebé?

—¡No! —chilló.

Astrid se mordió el labio hasta probar el sabor metálico de su sangre. Había renegado de su bebé, incluso pensó que morir era mejor que traerlo al mundo, creyendo que sería un monstruo como su padre, pero ahora que se
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