«Porque vine a matarla.»Las palabras de Asmodeo se repitieron en la cabeza de Leviatán desde que fueron dichas. Su padre no se molestó en decirle nada más, desapareció de la misma manera en la que llegó.Aunque, sinceramente, no le preocupaba lo que ese par hiciera, siempre y cuando no trataran de hacerle daño a su familia.Sin embargo, ese descubrimiento de que su madre antes fue una humana, le hizo pensar en la cantidad de veces que escuchó esa historia en los rincones más alejados del inframundo, pero era imposible de creer viendo al demonio que era Lilith, siempre sedienta de atenciones y adulaciones.—Has estado muy pensativo todo el tiempo, ¿te sucede algo? —le preguntó Astrid. Llevaban varias horas revisando la propuesta de nuevos proveedores para la adquisición de materias primas. Tiempo en el que Leviatán quedaba absorto en sus pensamientos.—Todo está bien —mintió, acomodándose en la silla y aclarándose la garganta.—Sobre ayer… —Astrid no sabía cómo tocar el tema.—¿Te arr
«Zarek ha desaparecido.»Connie se fijó en los dos hombres, su corazón latía a toda prisa, su pulso acelerado parecía querer romper la piel de su cuello.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Efelios, acercándose a ella. La preocupación en los ojos de Connie y el ambiente denso que se formó en la habitación no le permitieron darse cuenta de que Astrid continuaba parada detrás de Connie.Astrid tenía la mano aferrada al pomo de la puerta, impactada por el reciente descubrimiento. Connie no era humana, ni Efelios, ni Leviatán lo eran. Un escalofrío le corrió por la columna vertebral y un vacío se le abrió en la boca del estómago. Tenía la sospecha, pero la confirmación era un golpe mortal. La estuvieron engañando todo este tiempo.—Intenté llegar a él antes de que su rastro se perdiera, pero no lo conseguí. Cuando llegué, el auto estaba abandonado a un lado de la autopista, el motor encendido y el vidrio roto. ¡Alguien se ha llevado a nuestro hijo! —gritó Connie y Astrid no supo a quién de lo
«Tráelo y te entregaré a tu hijo.»Efelios apretó los puños, sus colmillos se extendieron y se los enseñó a su madre. Mentía, podía olerlo en el ambiente y también, podía recoger el olor de la sangre de su hijo. Zarek había sido herido.«Los vidrios del auto estaban rotos.»—Déjalo ir y me quedaré en su lugar —se ofreció con decisión.Zarek apretó los puños, sus colmillos rompieron su labio inferior al morderse. Había luchado para evitar ser atrapado, pero finalmente no consiguió nada, estuvo en desventaja desde el inicio.—No te ofendas, pero no eres muy útil a mis planes, todo lo contrario de tu hermano. Necesito a Leviatán —se burló Lilith sin piedad. Era claro que no existía ninguna clase de sentimientos o emociones en ella.—¡Leviatán no está aquí! —gritó Efelios, llenándose de rabia e impotencia. Su relación con Zarek no era la mejor y todo era por su maldita culpa, por haber abandonado a Connie años atrás, pero lo quería. ¡Era su hijo y daría la vida por él!—Eso ya lo sé, idio
El tiempo se congeló para Connie y Efelios, mientras Zarek intentaba esquivar el ataque de Lilith, pero le fue imposible. El impacto lo lanzó varios metros hacia adelante.—¡No! —gritó Connie, corriendo para llegar a él, arrodillándose junto al cuerpo de su hijo, lo sostuvo.Sangre corrió por los labios de Zarek, manchando su mentón, su rostro tenía muchas heridas y el corazón de Connie casi se detuvo.—¡No, Zarek! —chilló.Efelios no lo pensó dos veces y se lanzó al ataque, evitando que Lilith tomara el bulto sobre el piso. Su primer ataque, impulsado por la rabia de ver a su hijo herido, envió a su madre lejos, estrellándola contra la pared.Fue una breve satisfacción, ya que el demonio se recuperó rápidamente y contraatacó, enviando a Efelios a volar.—¡Eres un maldito tonto si crees que podrás tener una oportunidad de vencerme! —gritó la mujer, enseñando los colmillos e invocando su espada.Efelios no respondió, volvió al ataque, haciendo que la lucha fuera convirtiéndose en una d
«Hazme tuya.»«Aliméntate de mí.»Eran las palabras que Leviatán siempre anheló escuchar de los labios de Astrid; sin embargo, le apremiaba más poder conversar con ella. Explicarle todo para que no volviera a temerle.—Tenemos que hablar —murmuró con los labios casi pegados a la boca de Astrid.—No he dicho que no lo haremos, Leviatán. No creas que vas a escaparte de mí, hay muchas cosas que tendrás que explicarme y por las que tendrás que disculparte, pero ahora mismo, solo deseo estar contigo —le respondió, cerrando la corta distancia y apoderándose de su boca.Leviatán no encontró fuerzas para detenerla, estaba exhausto, herido y hambriento, por lo que, metió las manos entre los cabellos largos y rubios de Astrid, enredando los dedos en las hebras y presionándola contra su boca.El beso fue fogoso, el placer corrió por las venas de Leviatán, alimentando su núcleo, sintiendo cómo sus heridas más pequeñas iban curándose. Entonces, recordó que no estaban solos en la casa y que todo in
Belinda aferraba las manos a la madera de la mesa de noche de su habitación, su corazón latía acelerado. Los gritos de placer que provenían de alguna parte de la casa despertaron sus propios deseos y lujuria.Su cuerpo quemaba, era una sensación que no había experimentado jamás y la presencia de Connie en su espacio privado no ayudaba.Tenía miedo, era normal. ¡Casi se había orinado de miedo cuando descubrió que estaba rodeada de personajes no humanos!Llegó incluso a pensar que se trataba de un sueño o que la locura se había apoderado de ella, pero no era ni un sueño, se había vuelto loca. Era una realidad.—Te lo suplico, Belinda —pidió Connie, acercándose unos pocos pasos. Podía oler la excitación de la mujer, el deseo que crecía a pasos agigantados y las imágenes que su cabeza recreaba. Pero también podía oler su miedo.—¡No soy una prostituta! —gritó, negando con movimientos agitados de cabeza.Connie apretó los puños, había sido un error garrafal ofrecerle dinero por ayudarla; s
Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y
«Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento».«Eres mía, Astrid».«Eres mía»Aquellas palabras susurradas a su oído de manera sensual y adictiva la persiguieron. Los sueños se convirtieron en un mantra en la vida de Astrid. La asistente no había dejado de pensar en ellas y, por alguna razón, empezaba a sentirse observada. Era una sensación extraña, los vellos de su nuca estaban erizados durante el día y la sensación aumentaba por las noches.Tanto que, sus noches fueron convirtiéndose en una lucha titánica para no sucumbir al sueño y entregarse a la invitación de placer que venía a ella, como un acto religioso; sin embargo, no podía evitarlo. Siempre, siempre caía en la tentación. Entregándose una y otra vez.—Astrid, ¡Astrid! —gritó Dylan, sacudiéndola casi con violencia.—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. De nuevo se había encerrado en sus pensamientos y en esos extraños sueños que la mantenían con ojeras que apenas podía disimular con el maquillaje.—Llevo varios minuto