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SEDUCIDA
SEDUCIDA
Por: Tory Sánchez
Capítulo 1. Soy el hijo del dueño

Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.

La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.

Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.

Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.

No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.

—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y servicial, era nueva, por lo que Astrid no tuvo ningún problema en ser medianamente cordial con la joven.

—Buenos días, Belinda. ¿El señor Marshall llegó? —preguntó deteniéndose frente al escritorio.

—Está en la sala de juntas, dijo que te reunieras con él en cuanto llegaras, creo que es importante —anunció.

—Gracias, prepara café negro y sin azúcar, no llenes la taza y evita que se derrame, al señor Marshall no le gusta —ordenó.

Belinda asintió y ella caminó a la sala de juntas, preguntándose qué nueva misión había para ella.

—Buenos días, Donald —saludó entrando a la sala de juntas, le dio un beso al hombre, a ese grado llegaba la confianza entre ellos.

—Buenos días, Astrid —respondió el hombre moviéndose ligeramente para dejar ver al joven a su espalda. Era un chico guapo, de ojos celestes y rubio castaño. No debía tener más de veinte años.

—Puedo esperar, lamento interrumpir —dijo apartando la mirada del muchacho.

—De ninguna manera, estaba esperando por ti, quiero presentarte a mi hijo, Dylan.

—Mucho gusto —dijo Astrid estirando la mano hacia el joven, un gesto meramente educado.

—Así que… eres tú la mujer que le quita el sueño a mi madre; ahora entiendo la razón —dijo con una sonrisa pícara.

—¿Perdón? —Astrid frunció el ceño ante el tono empleado por el joven.

—Eres la mujer que le quita el sueño a mi madre, eres la responsable de que la pobre no pueda pegar el ojo…

—Dylan —la voz de Donald sonó amenazante.

—Tranquilo, papá, te aseguro que no voy a jugar con tu muñeca favorita —se burló.

Astrid apretó los puños, esto no era nuevo, en más de una ocasión se le había acusado de ser la amante de Donald Marshall, nada más lejos de la verdad.

—Me parece que tu hijo tiene una idea equivocada de nuestra relación —sonrió, fingiendo que no le molestaban las palabras del muchacho.

—Es joven…

—No es excusa, ¿verdad Dylan? —preguntó Astrid.

—Tienes razón, no lo es, dije exactamente lo que me apetecía decir…

—¡Dylan, por favor!

El muchacho sonrió con burla.

—Bien, bien, dejaré de meterme con ella, por el momento, no te aseguro que no lo intente cada vez que pueda —amenazó.

 Donald suspiró, conocía el carácter de su hijo y lo fastidioso que podía ser, por esa misma razón, tomó la decisión de traerlo a la oficina y dejarlo a cargo de su asistente. Astrid era una mujer de hierro y era la candidata perfecta para lograr meter a su hijo en cintura.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Astrid al ver el semblante de Donald.

—Sí, necesito que te hagas responsable de mi hijo, sé muy bien que no es parte de tu trabajo, Astrid, y estoy dispuesto a pagarte muy bien por este favor —indicó el millonario.

—Si vas a pagarle, no te estará haciendo ningún puto favor —refutó Dylan desde la silla.

Astrid miró al chico, tenía los pies sobre la mesa, su sonrisa era despreocupada, razón por la que no comprendía como un hombre como Donald soportara esa rebeldía y poca educación de parte de su hijo.

—¿Qué esperas que haga exactamente con él? —preguntó Astrid, quizá el desafío de meter en cintura al hijo de papi le viniera bien.

—Quiero que le enseñes todo lo que tiene que aprender para estar al frente de los negocios de la familia, Dylan es mi único hijo y, por lo tanto, mi único heredero.

Astrid pensó que Aceros Marshall se iría a la ruina antes que el mocoso irrespetuoso e impertinente se sentara en la silla de presidencia y con ello, todo su trabajo de años se iría a la m****a.

—No obro milagros, Donald, pero intentaré hacer mi mejor esfuerzo —prometió.

—Sabía que podía confiar en ti, Astrid, nunca me decepcionas —dijo con satisfacción.

—Lástima que no sea yo tu hija o tu heredera —bromeó.

—Sueña despierta, Astrid, a lo mucho que puedes aspirar es a ser la amante de mi padre.

Astrid lo ignoró, se puso de acuerdo con Donald sobre asuntos importantes y sobre el viaje que tenía previsto a Europa para su aniversario de bodas. Un viaje que no iba a durar semanas, sino meses.

Una hora más tarde, Donald Marshall se despidió, dejando a su asistente la gran responsabilidad de formar al futuro dueño y CEO de la corporación.

—Ni sueñes con que voy a obedecerte —advirtió Dylan tan pronto como su padre salió por la puerta.

Astrid sonrió.

—Vayamos aclarando las cosas, Dylan, no estás en tu casa, así que ve bajando los pies del escritorio —dijo con el ceño fruncido.

—Soy el hijo del dueño —refutó complacido.

—Lo veo, un hijo de papi y mami, pero tu padre te ha puesto bajo mi responsabilidad, así que a partir de ahora para ti soy Sheldon, tu jefa.

—¿Crees que estaré bajo tus órdenes? —Dylan se puso de pie como un rayo para encarar a Astrid.

—No lo pienso, Dylan, lo estás que es muy diferente y si un día quieres heredar la fortuna de tu padre, primero tendrás que convertirte en un hombre de acero.

Dylan se burló para sus adentros, sin embargo, no respondió. Tenía otros planes para la asistente estrella de su padre…

En ese momento Dylan Marshall no sabía que era tener a Astrid como jefa, el primer día fue un recorrido casi aburrido, no se preocupó por aprenderse los números de pisos y mucho menos por prestar atención en los nombres de cada departamento y sus responsables, por lo que su segundo día fue un completo y miserable día.

Dylan se perdió más veces de las que podía recordar y, aunque la primera vez no le dio importancia y se divirtió haciendo que Astrid Sheldon esperara por más de tres horas los documentos que debía firmar, al final de la tarde lo lamentó.

—¡No puedes hacerme esto! —gritó al escuchar la orden de la mujer.

—Lo estoy haciendo, Dylan, no te irás hasta que termines de aprender el mapa de esta empresa de memoria, piso por piso y todos los nombres de los departamentos y encargados.

—¡Esto es un abuso!

—Llámalo como quieras, Dylan, pero si seré tu tutor, quiero entregarle a tu padre buenos resultados, un hombre que pueda garantizar el trabajo de cada uno de nuestros colaboradores, que sea capaz de manejar esta empresa con los ojos cerrados y que no necesite quien le ate las correas. ¿Entendido?

Dylan la miró con profundo odio, en su corta vida nunca había odiado a nadie tanto como lo hacía con Astrid en esos momentos, ella lo trataba como a cualquier hijo de obrero y no como al hijo del dueño.

Astrid salió de la oficina para volver a su casa, había tenido un día de perros y estaba segura de que esto solo era el principio de todo. Dylan era tan distinto a su padre, en todos los sentidos, no entendía por qué Donald lo había dejado descarriarse tanto en la vida.

Astrid reflexionó sobre su vida, cuando ella tenía veintidós ya trabajaba para la corporación Marshall. En ese momento había ascendido de conserje a recepcionista, trabajó y estudió arduamente para lograr estar donde estaba.

Dylan lo tenía todo, eran pocas las cosas que tenía que alternar en su vida, los estudios, el trabajo y la diversión.

Con más enojo y cansancio que otros días, Astrid entró directamente a la ducha, eran más de las once de la noche y todo por culpa del heredero Marshall.

—Nos dejará sin empleo antes de que cumpla veinticuatro horas en la presidencia —masculló a la nada, mientras salía de la ducha.

Astrid estaba tan cansada que no se molestó en secarse el cabello, se lanzó sobre su cómoda cama y cerró los ojos, dejó de pensar en el mal día que había tenido hoy y en los que vendrían. Sin embargo, a pesar de su cansancio físico y mental, no pudo conciliar el sueño tan rápido como esperaba.

La situación le hizo sentir intranquila, el caso era que llevaba alrededor de varias noches sufriendo de insomnio, por lo tanto, no podía culpar a Dylan por eso.

Astrid se movió de un lado a otro en la cama, no supo cuánto tiempo le llevó conciliar el sueño, pero finalmente sus ojos se cerraron, cedieron al cansancio, ella quería decir que era un profundo sueño; sin embargo, no era así; una extraña sensación corrió por todo su cuerpo, el hormigueo se extendió por cada nervio y cada rincón de su piel, pese a estar dormida fue consciente de cómo los vellos de su nuca se erizaron y un escalofrío heló su sangre por un breve momento.

Astrid intentó abrir los ojos al sentir que no estaba sola en su habitación, sin embargo, le fue completamente imposible y lo primero que pensó fue que todo era una pesadilla, de esas que parecían atormentarla desde niña y que habían vuelto meses atrás.

La angustia se instaló en su corazón, hasta que el olor a sándalo y a bosque húmedo inundó su olfato y embotó sus sentidos. Astrid se dejó envolver por aquel delicioso aroma y el calor que envolvió su cuerpo, arrastrándola a un lugar que no fue capaz de reconocer, como todas las veces anteriores.

Un sitio donde no era Astrid Sheldon, la asistente de un corporativo multinacional, sino solamente ella, una mujer normal como todas.

—No luches contra lo que sientes, Astrid, déjate envolver, déjate seducir por el placer —le susurró de manera sensual, adictiva y provocativa.

Astrid sintió una ráfaga de calor inundar su cuerpo de manera violenta, haciéndola sentir deseosa y húmeda.

—No pienses en nada, Astrid, déjate llevar, bonita, cierra los ojos y concéntrate en mí —pidió aquella voz. Una petición que tenía una orden implícita, una orden que Astrid no se atrevió a refutar…

No tenía el deseo ni la fuerza para hacerlo.

Por el contrario, un sonoro gemido abandonó sus labios al escuchar aquella orden, fue como el canto de una sirena, ella se sentía totalmente embrujada.

Astrid sintió una mano recorrer su cuerpo y el calor extenderse por cada rincón de su piel. Ella movió las caderas, las meció de manera sensual y provocativa, se mordió el labio, intentando despertar.

— Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento…

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