Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.
La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.
Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.
Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.
No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.
—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y servicial, era nueva, por lo que Astrid no tuvo ningún problema en ser medianamente cordial con la joven.
—Buenos días, Belinda. ¿El señor Marshall llegó? —preguntó deteniéndose frente al escritorio.
—Está en la sala de juntas, dijo que te reunieras con él en cuanto llegaras, creo que es importante —anunció.
—Gracias, prepara café negro y sin azúcar, no llenes la taza y evita que se derrame, al señor Marshall no le gusta —ordenó.
Belinda asintió y ella caminó a la sala de juntas, preguntándose qué nueva misión había para ella.
—Buenos días, Donald —saludó entrando a la sala de juntas, le dio un beso al hombre, a ese grado llegaba la confianza entre ellos.
—Buenos días, Astrid —respondió el hombre moviéndose ligeramente para dejar ver al joven a su espalda. Era un chico guapo, de ojos celestes y rubio castaño. No debía tener más de veinte años.
—Puedo esperar, lamento interrumpir —dijo apartando la mirada del muchacho.
—De ninguna manera, estaba esperando por ti, quiero presentarte a mi hijo, Dylan.
—Mucho gusto —dijo Astrid estirando la mano hacia el joven, un gesto meramente educado.
—Así que… eres tú la mujer que le quita el sueño a mi madre; ahora entiendo la razón —dijo con una sonrisa pícara.
—¿Perdón? —Astrid frunció el ceño ante el tono empleado por el joven.
—Eres la mujer que le quita el sueño a mi madre, eres la responsable de que la pobre no pueda pegar el ojo…
—Dylan —la voz de Donald sonó amenazante.
—Tranquilo, papá, te aseguro que no voy a jugar con tu muñeca favorita —se burló.
Astrid apretó los puños, esto no era nuevo, en más de una ocasión se le había acusado de ser la amante de Donald Marshall, nada más lejos de la verdad.
—Me parece que tu hijo tiene una idea equivocada de nuestra relación —sonrió, fingiendo que no le molestaban las palabras del muchacho.
—Es joven…
—No es excusa, ¿verdad Dylan? —preguntó Astrid.
—Tienes razón, no lo es, dije exactamente lo que me apetecía decir…
—¡Dylan, por favor!
El muchacho sonrió con burla.
—Bien, bien, dejaré de meterme con ella, por el momento, no te aseguro que no lo intente cada vez que pueda —amenazó.
Donald suspiró, conocía el carácter de su hijo y lo fastidioso que podía ser, por esa misma razón, tomó la decisión de traerlo a la oficina y dejarlo a cargo de su asistente. Astrid era una mujer de hierro y era la candidata perfecta para lograr meter a su hijo en cintura.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Astrid al ver el semblante de Donald.
—Sí, necesito que te hagas responsable de mi hijo, sé muy bien que no es parte de tu trabajo, Astrid, y estoy dispuesto a pagarte muy bien por este favor —indicó el millonario.
—Si vas a pagarle, no te estará haciendo ningún puto favor —refutó Dylan desde la silla.
Astrid miró al chico, tenía los pies sobre la mesa, su sonrisa era despreocupada, razón por la que no comprendía como un hombre como Donald soportara esa rebeldía y poca educación de parte de su hijo.
—¿Qué esperas que haga exactamente con él? —preguntó Astrid, quizá el desafío de meter en cintura al hijo de papi le viniera bien.
—Quiero que le enseñes todo lo que tiene que aprender para estar al frente de los negocios de la familia, Dylan es mi único hijo y, por lo tanto, mi único heredero.
Astrid pensó que Aceros Marshall se iría a la ruina antes que el mocoso irrespetuoso e impertinente se sentara en la silla de presidencia y con ello, todo su trabajo de años se iría a la m****a.
—No obro milagros, Donald, pero intentaré hacer mi mejor esfuerzo —prometió.
—Sabía que podía confiar en ti, Astrid, nunca me decepcionas —dijo con satisfacción.
—Lástima que no sea yo tu hija o tu heredera —bromeó.
—Sueña despierta, Astrid, a lo mucho que puedes aspirar es a ser la amante de mi padre.
Astrid lo ignoró, se puso de acuerdo con Donald sobre asuntos importantes y sobre el viaje que tenía previsto a Europa para su aniversario de bodas. Un viaje que no iba a durar semanas, sino meses.
Una hora más tarde, Donald Marshall se despidió, dejando a su asistente la gran responsabilidad de formar al futuro dueño y CEO de la corporación.
—Ni sueñes con que voy a obedecerte —advirtió Dylan tan pronto como su padre salió por la puerta.
Astrid sonrió.
—Vayamos aclarando las cosas, Dylan, no estás en tu casa, así que ve bajando los pies del escritorio —dijo con el ceño fruncido.
—Soy el hijo del dueño —refutó complacido.
—Lo veo, un hijo de papi y mami, pero tu padre te ha puesto bajo mi responsabilidad, así que a partir de ahora para ti soy Sheldon, tu jefa.
—¿Crees que estaré bajo tus órdenes? —Dylan se puso de pie como un rayo para encarar a Astrid.
—No lo pienso, Dylan, lo estás que es muy diferente y si un día quieres heredar la fortuna de tu padre, primero tendrás que convertirte en un hombre de acero.
Dylan se burló para sus adentros, sin embargo, no respondió. Tenía otros planes para la asistente estrella de su padre…
En ese momento Dylan Marshall no sabía que era tener a Astrid como jefa, el primer día fue un recorrido casi aburrido, no se preocupó por aprenderse los números de pisos y mucho menos por prestar atención en los nombres de cada departamento y sus responsables, por lo que su segundo día fue un completo y miserable día.
Dylan se perdió más veces de las que podía recordar y, aunque la primera vez no le dio importancia y se divirtió haciendo que Astrid Sheldon esperara por más de tres horas los documentos que debía firmar, al final de la tarde lo lamentó.
—¡No puedes hacerme esto! —gritó al escuchar la orden de la mujer.
—Lo estoy haciendo, Dylan, no te irás hasta que termines de aprender el mapa de esta empresa de memoria, piso por piso y todos los nombres de los departamentos y encargados.
—¡Esto es un abuso!
—Llámalo como quieras, Dylan, pero si seré tu tutor, quiero entregarle a tu padre buenos resultados, un hombre que pueda garantizar el trabajo de cada uno de nuestros colaboradores, que sea capaz de manejar esta empresa con los ojos cerrados y que no necesite quien le ate las correas. ¿Entendido?
Dylan la miró con profundo odio, en su corta vida nunca había odiado a nadie tanto como lo hacía con Astrid en esos momentos, ella lo trataba como a cualquier hijo de obrero y no como al hijo del dueño.
Astrid salió de la oficina para volver a su casa, había tenido un día de perros y estaba segura de que esto solo era el principio de todo. Dylan era tan distinto a su padre, en todos los sentidos, no entendía por qué Donald lo había dejado descarriarse tanto en la vida.
Astrid reflexionó sobre su vida, cuando ella tenía veintidós ya trabajaba para la corporación Marshall. En ese momento había ascendido de conserje a recepcionista, trabajó y estudió arduamente para lograr estar donde estaba.
Dylan lo tenía todo, eran pocas las cosas que tenía que alternar en su vida, los estudios, el trabajo y la diversión.
Con más enojo y cansancio que otros días, Astrid entró directamente a la ducha, eran más de las once de la noche y todo por culpa del heredero Marshall.
—Nos dejará sin empleo antes de que cumpla veinticuatro horas en la presidencia —masculló a la nada, mientras salía de la ducha.
Astrid estaba tan cansada que no se molestó en secarse el cabello, se lanzó sobre su cómoda cama y cerró los ojos, dejó de pensar en el mal día que había tenido hoy y en los que vendrían. Sin embargo, a pesar de su cansancio físico y mental, no pudo conciliar el sueño tan rápido como esperaba.
La situación le hizo sentir intranquila, el caso era que llevaba alrededor de varias noches sufriendo de insomnio, por lo tanto, no podía culpar a Dylan por eso.
Astrid se movió de un lado a otro en la cama, no supo cuánto tiempo le llevó conciliar el sueño, pero finalmente sus ojos se cerraron, cedieron al cansancio, ella quería decir que era un profundo sueño; sin embargo, no era así; una extraña sensación corrió por todo su cuerpo, el hormigueo se extendió por cada nervio y cada rincón de su piel, pese a estar dormida fue consciente de cómo los vellos de su nuca se erizaron y un escalofrío heló su sangre por un breve momento.
Astrid intentó abrir los ojos al sentir que no estaba sola en su habitación, sin embargo, le fue completamente imposible y lo primero que pensó fue que todo era una pesadilla, de esas que parecían atormentarla desde niña y que habían vuelto meses atrás.
La angustia se instaló en su corazón, hasta que el olor a sándalo y a bosque húmedo inundó su olfato y embotó sus sentidos. Astrid se dejó envolver por aquel delicioso aroma y el calor que envolvió su cuerpo, arrastrándola a un lugar que no fue capaz de reconocer, como todas las veces anteriores.
Un sitio donde no era Astrid Sheldon, la asistente de un corporativo multinacional, sino solamente ella, una mujer normal como todas.
—No luches contra lo que sientes, Astrid, déjate envolver, déjate seducir por el placer —le susurró de manera sensual, adictiva y provocativa.
Astrid sintió una ráfaga de calor inundar su cuerpo de manera violenta, haciéndola sentir deseosa y húmeda.
—No pienses en nada, Astrid, déjate llevar, bonita, cierra los ojos y concéntrate en mí —pidió aquella voz. Una petición que tenía una orden implícita, una orden que Astrid no se atrevió a refutar…
No tenía el deseo ni la fuerza para hacerlo.
Por el contrario, un sonoro gemido abandonó sus labios al escuchar aquella orden, fue como el canto de una sirena, ella se sentía totalmente embrujada.
Astrid sintió una mano recorrer su cuerpo y el calor extenderse por cada rincón de su piel. Ella movió las caderas, las meció de manera sensual y provocativa, se mordió el labio, intentando despertar.
— Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento…
«Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento».«Eres mía, Astrid».«Eres mía»Aquellas palabras susurradas a su oído de manera sensual y adictiva la persiguieron. Los sueños se convirtieron en un mantra en la vida de Astrid. La asistente no había dejado de pensar en ellas y, por alguna razón, empezaba a sentirse observada. Era una sensación extraña, los vellos de su nuca estaban erizados durante el día y la sensación aumentaba por las noches.Tanto que, sus noches fueron convirtiéndose en una lucha titánica para no sucumbir al sueño y entregarse a la invitación de placer que venía a ella, como un acto religioso; sin embargo, no podía evitarlo. Siempre, siempre caía en la tentación. Entregándose una y otra vez.—Astrid, ¡Astrid! —gritó Dylan, sacudiéndola casi con violencia.—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. De nuevo se había encerrado en sus pensamientos y en esos extraños sueños que la mantenían con ojeras que apenas podía disimular con el maquillaje.—Llevo varios minuto
Astrid sintió que el corazón se le detenía por un instante al ver el accidente. El sonido del impacto resonó en su cabeza, mezclándose con el bullicio de sus pensamientos, que ahora eran un caos absoluto. Pisó con fuerza el freno y el vehículo se detuvo bruscamente. Sin pensar en las posibles consecuencias, salió del coche y corrió hacia donde el deportivo de Dylan había sido lanzado fuera de la carretera.El aire estaba impregnado con el olor a caucho quemado y gasolina. Las luces de los autos que pasaban por la carretera iluminaban la escena en destellos intermitentes, creando un ambiente irreal, casi como si estuviera atrapada en una pesadilla.—¡Dylan! —gritó desesperada, corriendo hacia el vehículo, que había terminado volcado sobre un lado, con las ventanas destrozadas y el metal deformado.Se agachó junto a la puerta del conductor, tratando de ver a través del cristal roto. Dentro, Dylan estaba inconsciente, la cabeza inclinada hacia un lado y abundante sangre deslizándose por
Astrid se estremeció cuando sintió una mano deslizarse por su cuello, dejando un sendero de fuego por donde los dedos tocaban su piel. Su nuca se erizó y un cosquilleo corrió como un choque eléctrico por sus venas, golpeando su centro de placer. Su coño se apretó de manera deliciosa.Dejó escapar un ronco gemido de placer mientras trataba de controlarse, recordando que estaba en la habitación de un hospital, cuidando de Dylan; sin embargo, nada pudo hacer para abrir los ojos cuando aquella mano se coló en medio de sus piernas. Los dedos acariciaron su vagina sin descaro, Astrid jadeó y negó.—Por favor —suplicó sin saber si deseaba que se detuviera o que continuara tocándola de esa manera tan placentera.—Te necesito, Astrid, necesito alimentarme —susurró la voz junto a su oído, provocándole un escalofrío por todo el cuerpo. Astrid buscó un poco de aire mientras echaba la cabeza a un lado, dándole acceso a su cuello.Astrid sintió la boca húmeda tocar su vena yugular y el dedo índice
Astrid terminó por alejarse de la habitación, no quería ver a Dylan y un poco de aire podía ayudarla a despejarse los pensamientos. Todo estaba siendo muy extraño, si continuaba así, iba a perder la cabeza, más de lo que ya lo había hecho. Aceptar a Dylan en su casa era una completa locura; sin embargo, ya no podía echarse atrás.—Señorita Sheldon —la llamó una de las enfermeras, justo cuando estaba por doblar la esquina del pasillo. Ella se detuvo y se giró.—¿Sí?—El doctor ya ha firmado el alta médica para el joven Marshall, todo lo que tiene que hacer es pagar la cuenta en ventanilla y podrán marcharse —indicó la mujer.Astrid elevó una ceja, ¿cómo que ya podían irse a casa? Dylan aún estaba herido e incluso pensaba que necesitaba algún otro tipo de exámenes. ¡Sufrió un aparatoso accidente! Pero nadie parecía consciente de eso.—¿Estás segura de que ya puede irse? —preguntó, con un hilo de voz. Sentía que algo le obstruía la tráquea, robándole el aire a sus pulmones. Ni siquiera l
Astrid llamó a su jefe. Lo había pensado más de una vez y durante varios minutos luego de encerrarse en la seguridad de su habitación. Estaba dispuesta a ponerlo al corriente de la situación y que pasara lo que tenía que pasar; sin embargo, en el último momento no fue capaz de hablar sobre el accidente de Dylan y se concentró en exponerle la situación actual de la empresa y de los avances de su aprendiz.Escuchó lo mucho que la noticia le gustó a Donald, también los agradecimientos que le dedicó y la promesa de aumentarle el sueldo. Como si eso fuera realmente importante en ese momento.Si Donald supiera lo que había pasado, dudaba mucho que le hablara de un aumento de sueldo o que continuara felicitándola. Finalmente cerró la llamada sin contarle que Dylan estaba durmiendo en una de las habitaciones de su casa.Cuando el reloj marcó las cero horas, Astrid se metió a la cama. Estaba cansada, sentía como si una aplanadora le había pasado por encima. No había hueso en su cuerpo que no l
Dylan metió las manos en los bolsillos con el fin de disimular la dura erección entre sus pantalones mientras caminaba por los pasillos de la empresa. Se sentía frustrado, contenerse no estaba en su naturaleza, pero no quería arriesgarse en ese momento, menos cuando sus cambios estaban siendo muy notorios. Astrid no era tonta y si no se andaba con cuidado, iba a descubrirlo.—¡Gr…! —gruñó, golpeando la pared con su puño. El deseo de volver a la oficina era tanta que su lucha era desesperante. Todo lo que quería era volver y hacerle el amor a Astrid sobre el escritorio. La sola idea lo seducía.Un gemido ronco abandonó su garganta, llamando la atención de quienes caminaban a su alrededor.«Tengo que poseerla, tengo que alimentarme antes de que el deseo se vuelva incontrolable y despierte el interés de los demonios», pensó.La idea de atraer a otros seres como él hacia Astrid le hizo gruñir de nuevo. Esta vez agradeció que ya estaba solo en el cuarto de servicio. Le pasó el seguro a la
Reglas, malditas reglas. Dylan suspiró, si su gente se daba cuenta de que estaba actuando como un humano, tratando de conquistar a una mujer en vez de tomarla como lo hacían los de su clase, estaría en problemas y convertiría a Astrid en un nuevo objetivo para ellos.—¿Estás seguro de que todo está bien? —preguntó al escucharlo gruñir.Era un sonido extraño e inhumano. Astrid pensó que estaba escuchando mal. Debía estar igual o más cansada que Dylan para estar imaginándose cosas de nuevo.—Te ves terrible, creo que será mejor que vayas directamente a tu habitación, apenas lleguemos. Voy a prepararte una sopa —le prometió, abriendo la puerta del auto para que Dylan se subiera.Él no puso objeción, tampoco respondió. Se sentía incapaz de pronunciar una sola palabra, pues estaba seguro de que su voz no iba a sonar del todo humana. La batalla que estaba librando en ese momento, era terrible y tenía el presentimiento de que sería la primera de muchas si continuaba por ese camino.Y no se e
«¿Me extrañaste, Leviatán?»El demonio dentro del cuerpo de Dylan gruñó al escuchar las palabras de su hermano menor. Finalmente, había sido tan estúpido como para atraerlo hacia él.—¿Cómo me has encontrado? —preguntó, mientras Efelios se paseaba delante de él y lo miraba con curiosidad.Sus ojos rojos brillaban amenazantes.—Al principio creí que no iba a conseguir encontrar tu rastro, pero luego, no fue tan difícil. Tu poder empezó a descender rápida y considerablemente. Tus barreras cayeron y fue más fácil seguirte—. Efelios sonrió, mostrando sus colmillos blancos—. No pensé que fueras a caer tan bajo, Leviatán —lo acusó con ojos furiosos. Estaba conteniéndose, lo sabía—No es tu maldito problema —siseó, enseñando sus propios colmillos.—¡Eres un demonio, Leviatán! —gritó casi abalanzándose sobre la cama—. ¡No eres humano! ¡Puedes tomarla cuando quieras a la hora que quieras y como quieras! —señaló elevando la voz, haciendo que Dylan cerrara los ojos, mientras sus oídos eran tala