Belinda aferraba las manos a la madera de la mesa de noche de su habitación, su corazón latía acelerado. Los gritos de placer que provenían de alguna parte de la casa despertaron sus propios deseos y lujuria.Su cuerpo quemaba, era una sensación que no había experimentado jamás y la presencia de Connie en su espacio privado no ayudaba.Tenía miedo, era normal. ¡Casi se había orinado de miedo cuando descubrió que estaba rodeada de personajes no humanos!Llegó incluso a pensar que se trataba de un sueño o que la locura se había apoderado de ella, pero no era ni un sueño, se había vuelto loca. Era una realidad.—Te lo suplico, Belinda —pidió Connie, acercándose unos pocos pasos. Podía oler la excitación de la mujer, el deseo que crecía a pasos agigantados y las imágenes que su cabeza recreaba. Pero también podía oler su miedo.—¡No soy una prostituta! —gritó, negando con movimientos agitados de cabeza.Connie apretó los puños, había sido un error garrafal ofrecerle dinero por ayudarla; s
Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y
«Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento».«Eres mía, Astrid».«Eres mía»Aquellas palabras susurradas a su oído de manera sensual y adictiva la persiguieron. Los sueños se convirtieron en un mantra en la vida de Astrid. La asistente no había dejado de pensar en ellas y, por alguna razón, empezaba a sentirse observada. Era una sensación extraña, los vellos de su nuca estaban erizados durante el día y la sensación aumentaba por las noches.Tanto que, sus noches fueron convirtiéndose en una lucha titánica para no sucumbir al sueño y entregarse a la invitación de placer que venía a ella, como un acto religioso; sin embargo, no podía evitarlo. Siempre, siempre caía en la tentación. Entregándose una y otra vez.—Astrid, ¡Astrid! —gritó Dylan, sacudiéndola casi con violencia.—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. De nuevo se había encerrado en sus pensamientos y en esos extraños sueños que la mantenían con ojeras que apenas podía disimular con el maquillaje.—Llevo varios minuto
Astrid sintió que el corazón se le detenía por un instante al ver el accidente. El sonido del impacto resonó en su cabeza, mezclándose con el bullicio de sus pensamientos, que ahora eran un caos absoluto. Pisó con fuerza el freno y el vehículo se detuvo bruscamente. Sin pensar en las posibles consecuencias, salió del coche y corrió hacia donde el deportivo de Dylan había sido lanzado fuera de la carretera.El aire estaba impregnado con el olor a caucho quemado y gasolina. Las luces de los autos que pasaban por la carretera iluminaban la escena en destellos intermitentes, creando un ambiente irreal, casi como si estuviera atrapada en una pesadilla.—¡Dylan! —gritó desesperada, corriendo hacia el vehículo, que había terminado volcado sobre un lado, con las ventanas destrozadas y el metal deformado.Se agachó junto a la puerta del conductor, tratando de ver a través del cristal roto. Dentro, Dylan estaba inconsciente, la cabeza inclinada hacia un lado y abundante sangre deslizándose por
Astrid se estremeció cuando sintió una mano deslizarse por su cuello, dejando un sendero de fuego por donde los dedos tocaban su piel. Su nuca se erizó y un cosquilleo corrió como un choque eléctrico por sus venas, golpeando su centro de placer. Su coño se apretó de manera deliciosa.Dejó escapar un ronco gemido de placer mientras trataba de controlarse, recordando que estaba en la habitación de un hospital, cuidando de Dylan; sin embargo, nada pudo hacer para abrir los ojos cuando aquella mano se coló en medio de sus piernas. Los dedos acariciaron su vagina sin descaro, Astrid jadeó y negó.—Por favor —suplicó sin saber si deseaba que se detuviera o que continuara tocándola de esa manera tan placentera.—Te necesito, Astrid, necesito alimentarme —susurró la voz junto a su oído, provocándole un escalofrío por todo el cuerpo. Astrid buscó un poco de aire mientras echaba la cabeza a un lado, dándole acceso a su cuello.Astrid sintió la boca húmeda tocar su vena yugular y el dedo índice
Astrid terminó por alejarse de la habitación, no quería ver a Dylan y un poco de aire podía ayudarla a despejarse los pensamientos. Todo estaba siendo muy extraño, si continuaba así, iba a perder la cabeza, más de lo que ya lo había hecho. Aceptar a Dylan en su casa era una completa locura; sin embargo, ya no podía echarse atrás.—Señorita Sheldon —la llamó una de las enfermeras, justo cuando estaba por doblar la esquina del pasillo. Ella se detuvo y se giró.—¿Sí?—El doctor ya ha firmado el alta médica para el joven Marshall, todo lo que tiene que hacer es pagar la cuenta en ventanilla y podrán marcharse —indicó la mujer.Astrid elevó una ceja, ¿cómo que ya podían irse a casa? Dylan aún estaba herido e incluso pensaba que necesitaba algún otro tipo de exámenes. ¡Sufrió un aparatoso accidente! Pero nadie parecía consciente de eso.—¿Estás segura de que ya puede irse? —preguntó, con un hilo de voz. Sentía que algo le obstruía la tráquea, robándole el aire a sus pulmones. Ni siquiera l
Astrid llamó a su jefe. Lo había pensado más de una vez y durante varios minutos luego de encerrarse en la seguridad de su habitación. Estaba dispuesta a ponerlo al corriente de la situación y que pasara lo que tenía que pasar; sin embargo, en el último momento no fue capaz de hablar sobre el accidente de Dylan y se concentró en exponerle la situación actual de la empresa y de los avances de su aprendiz.Escuchó lo mucho que la noticia le gustó a Donald, también los agradecimientos que le dedicó y la promesa de aumentarle el sueldo. Como si eso fuera realmente importante en ese momento.Si Donald supiera lo que había pasado, dudaba mucho que le hablara de un aumento de sueldo o que continuara felicitándola. Finalmente cerró la llamada sin contarle que Dylan estaba durmiendo en una de las habitaciones de su casa.Cuando el reloj marcó las cero horas, Astrid se metió a la cama. Estaba cansada, sentía como si una aplanadora le había pasado por encima. No había hueso en su cuerpo que no l
Dylan metió las manos en los bolsillos con el fin de disimular la dura erección entre sus pantalones mientras caminaba por los pasillos de la empresa. Se sentía frustrado, contenerse no estaba en su naturaleza, pero no quería arriesgarse en ese momento, menos cuando sus cambios estaban siendo muy notorios. Astrid no era tonta y si no se andaba con cuidado, iba a descubrirlo.—¡Gr…! —gruñó, golpeando la pared con su puño. El deseo de volver a la oficina era tanta que su lucha era desesperante. Todo lo que quería era volver y hacerle el amor a Astrid sobre el escritorio. La sola idea lo seducía.Un gemido ronco abandonó su garganta, llamando la atención de quienes caminaban a su alrededor.«Tengo que poseerla, tengo que alimentarme antes de que el deseo se vuelva incontrolable y despierte el interés de los demonios», pensó.La idea de atraer a otros seres como él hacia Astrid le hizo gruñir de nuevo. Esta vez agradeció que ya estaba solo en el cuarto de servicio. Le pasó el seguro a la