Un escalofrío le corrió por toda la columna vertebral. Observando a Astrid acercarse.—No exageres, bebé —le pidió, tocando su barbilla con la yema de sus dedos—. Me siento hambrienta y un poco cansada, pero es gracias a ti. Me tuviste despierta hasta el amanecer —le recordó, quitándole seriedad al asunto.Leviatán apretó los dientes, debía tener más cuidado y no olvidarse de que Astrid seguía siendo humana y no podía llevar su mismo ritmo.—Lo siento —se disculpó.—Está bien, no es un reclamo —le aseguró, regalándole una sonrisa para tranquilizarlo.Sin embargo, Leviatán estaba lejos de sentirse tranquilo, la posibilidad de haberla dejado embarazada estaba dándole vueltas en la cabeza. Por lo que, se fijó mejor en el rostro de Astrid, descubriendo pequeñas y marcadas ojeras bajo sus ojos.—Te prepararé algo de comer y te llevaré al médico —le dijo, tomando su mano.Astrid asintió, no iba a ganar una discusión y era mejor evitarla, no se sentía de ánimos para enfrascarse en algo sin s
«¡Efelios!»No era la primera vez que escuchaba el grito desesperado de Leviatán, tampoco era la primera vez que decidía ignorarlo. Tenía cosas más importantes que hacer que acudir al llamado de su hermano.Perseguir a Connie había sido una tarea muy difícil, pero desde el momento en el que ella y Zarek desaparecieron, decidió que no iba a perderlos de nuevo. No importaba cuánto tiempo le iba a llevar hacerse perdonar, no iba a abandonar la lucha. Así que, lo sentía por Leviatán, pero esta vez iba a elegir a su hijo y a su pareja, tal como él lo hizo al elegir a Astrid y decidir quedarse en este plano.«¿Dónde demonios estás, Efelios? ¡Te necesito!»Había urgencia y miedo en su voz, era la primera vez que escuchaba a Leviatán tan desesperado; sin embargo…—¿Cuánto tiempo más piensas seguirnos, Efelios?El íncubo retrocedió cuando Connie apareció delante de él, un descuido bastó para que lo descubriera.—El tiempo que sea necesario, Connie. No voy a olvidarme de ti, ni de Zarek.El muc
El rechazo de Astrid envió a Leviatán lejos de ella. Un momento de vacilación y el miedo rompieron el ritual, borrando su mordida. Eso no podía ser bueno, nada bueno.—Astrid —jadeó Leviatán, levantándose del piso, ignorando el jarrón roto a su espalda, caminó en dirección de Astrid.—¡Aléjate de mí! —gritó llena de terror—. ¡No te acerques más! —le pidió, bajándose del sillón y retrocediendo hasta chocar con la columna.Filosas dagas atravesaron el corazón de Leviatán; nada podía doler más que el rechazo de la mujer amada. Astrid podía matarlo sin saberlo. Leviatán se dobló de dolor, como si alguien lo hubiese derribado de un solo golpe. Aun así, intentó arrastrarse hasta Astrid.—¡No te acerques a mí! —gritó, su cordura empezaba a convertirse en locura. Su respiración se agitó y su cuerpo experimentó un frío desconocido. Las náuseas se apoderaron de su ser, pero luchó para controlarse.—Deja que te lo explique todo —le pidió con voz suplicante, levantándose del piso, acomodando sus
«No puedes escapar de mí, Astrid.»La mirada de Astrid cayó sobre la puerta, sopesó sus oportunidades para escapar y con terror se dio cuenta de que no existía ninguna. Con terror retrocedió hasta que su espalda chocó contra la fría pared.—¿Quién eres? —preguntó. Su voz sonó temblorosa, evidenciando su miedo.Sirius sonrió, enseñando los colmillos, muy parecidos a Leviatán. ¿Era otro íncubo? ¿Cuántos de ellos estaban en la tierra? Astrid ni siquiera quería conocer la respuesta.—Una mortal, no puedo creer lo estúpido que ha sido Leviatán para caer tan bajo. Dejó su reino por una humana que encima lo detesta.La carcajada erizó los vellos de la nuca de Astrid, poniéndole la piel de gallina.—No sé de lo que hablas, no sé quién eres ni conozco al hombre que estás buscando —mintió, avanzando paso a paso, acercándose a la puerta. Tal vez y solo tal vez conseguiría huir.Con su aterradora mirada roja, Sirius siguió cada paso de Astrid, ¿de verdad creía que iba a dejarla huir? Ella era su
Astrid Sheldon bajó de su auto tan pronto estacionó en el garaje de la corporación Marshall.La empresa para la cual trabajaba desde hace diez años.Ella había logrado lo imposible para una mujer, convertirse en el brazo derecho del amo y señor del acero en Chicago. Donald Marshall no era un tipo fácil de tratar, sin embargo, ella se había ganado el derecho de ser su asistente, su “hombre de confianza”. No había nada que sucediera en la corporación que no pasara por sus manos y todo, era literalmente. Todo.Después de Donald, su voz era escuchada y respetada. Lo que había provocado algún tipo de celos en sus compañeros, pero Astrid era básica en cuestión de relaciones personales.No tenía amigos íntimos, solamente conocidos y no era algo que le preocupaba. Su trabajo llenaba su vida, ella siempre estaba acompañada de hombres de negocios y conocía muy bien al sexo opuesto, que ningún hombre tenía el poder de quitarle el sueño.—Buenos días, Astrid —saludó Belinda, la chica era amable y
«Eres mía, Astrid, y tu placer, es mi alimento».«Eres mía, Astrid».«Eres mía»Aquellas palabras susurradas a su oído de manera sensual y adictiva la persiguieron. Los sueños se convirtieron en un mantra en la vida de Astrid. La asistente no había dejado de pensar en ellas y, por alguna razón, empezaba a sentirse observada. Era una sensación extraña, los vellos de su nuca estaban erizados durante el día y la sensación aumentaba por las noches.Tanto que, sus noches fueron convirtiéndose en una lucha titánica para no sucumbir al sueño y entregarse a la invitación de placer que venía a ella, como un acto religioso; sin embargo, no podía evitarlo. Siempre, siempre caía en la tentación. Entregándose una y otra vez.—Astrid, ¡Astrid! —gritó Dylan, sacudiéndola casi con violencia.—¿Qué? —preguntó ella con el ceño fruncido. De nuevo se había encerrado en sus pensamientos y en esos extraños sueños que la mantenían con ojeras que apenas podía disimular con el maquillaje.—Llevo varios minuto
Astrid sintió que el corazón se le detenía por un instante al ver el accidente. El sonido del impacto resonó en su cabeza, mezclándose con el bullicio de sus pensamientos, que ahora eran un caos absoluto. Pisó con fuerza el freno y el vehículo se detuvo bruscamente. Sin pensar en las posibles consecuencias, salió del coche y corrió hacia donde el deportivo de Dylan había sido lanzado fuera de la carretera.El aire estaba impregnado con el olor a caucho quemado y gasolina. Las luces de los autos que pasaban por la carretera iluminaban la escena en destellos intermitentes, creando un ambiente irreal, casi como si estuviera atrapada en una pesadilla.—¡Dylan! —gritó desesperada, corriendo hacia el vehículo, que había terminado volcado sobre un lado, con las ventanas destrozadas y el metal deformado.Se agachó junto a la puerta del conductor, tratando de ver a través del cristal roto. Dentro, Dylan estaba inconsciente, la cabeza inclinada hacia un lado y abundante sangre deslizándose por
Astrid se estremeció cuando sintió una mano deslizarse por su cuello, dejando un sendero de fuego por donde los dedos tocaban su piel. Su nuca se erizó y un cosquilleo corrió como un choque eléctrico por sus venas, golpeando su centro de placer. Su coño se apretó de manera deliciosa.Dejó escapar un ronco gemido de placer mientras trataba de controlarse, recordando que estaba en la habitación de un hospital, cuidando de Dylan; sin embargo, nada pudo hacer para abrir los ojos cuando aquella mano se coló en medio de sus piernas. Los dedos acariciaron su vagina sin descaro, Astrid jadeó y negó.—Por favor —suplicó sin saber si deseaba que se detuviera o que continuara tocándola de esa manera tan placentera.—Te necesito, Astrid, necesito alimentarme —susurró la voz junto a su oído, provocándole un escalofrío por todo el cuerpo. Astrid buscó un poco de aire mientras echaba la cabeza a un lado, dándole acceso a su cuello.Astrid sintió la boca húmeda tocar su vena yugular y el dedo índice