Capítulo 30. No puedes escapar de mí

El rechazo de Astrid envió a Leviatán lejos de ella. Un momento de vacilación y el miedo rompieron el ritual, borrando su mordida. Eso no podía ser bueno, nada bueno.

—Astrid —jadeó Leviatán, levantándose del piso, ignorando el jarrón roto a su espalda, caminó en dirección de Astrid.

—¡Aléjate de mí! —gritó llena de terror—. ¡No te acerques más! —le pidió, bajándose del sillón y retrocediendo hasta chocar con la columna.

Filosas dagas atravesaron el corazón de Leviatán; nada podía doler más que el rechazo de la mujer amada. Astrid podía matarlo sin saberlo. Leviatán se dobló de dolor, como si alguien lo hubiese derribado de un solo golpe. Aun así, intentó arrastrarse hasta Astrid.

—¡No te acerques a mí! —gritó, su cordura empezaba a convertirse en locura. Su respiración se agitó y su cuerpo experimentó un frío desconocido. Las náuseas se apoderaron de su ser, pero luchó para controlarse.

—Deja que te lo explique todo —le pidió con voz suplicante, levantándose del piso, acomodando sus
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