Efelios observó la ciudad a través de la ventana; sus pensamientos estaban lejos de aquella habitación que era su prisión durante los últimos días. Una prisión por elección, pues se resistía a dejarla sin antes tener la oportunidad de hablar con Connie y de conocer a Zarek.Se había perdido 22 años de su vida, no sabía nada de él, excepto que le guardaba resentimiento. Era entendible, habría hecho lo mismo estando en su lugar. Ni siquiera podía imaginar el daño que tuvo que soportar, lo hambriento que estuvo durante meses mientras crecía.Esa era una de las razones por las que se negaba alimentarse de Connie, quería vivir en carne propia la necesidad y el dolor del hambre quemándole las entrañas.—¿Por qué te niegas a alimentarte?Efelios se giró al escuchar la voz de Zarek a su espalda, ni siquiera lo sintió llegar. Sus poderes eran casi nulos debido al hambre.—Zarek.—Tienes que alimentarte para que mi madre no sufra —espetó el muchacho. Zarek apretaba las manos en dos fuertes puño
Un escalofrío le corrió por toda la columna vertebral. Observando a Astrid acercarse.—No exageres, bebé —le pidió, tocando su barbilla con la yema de sus dedos—. Me siento hambrienta y un poco cansada, pero es gracias a ti. Me tuviste despierta hasta el amanecer —le recordó, quitándole seriedad al asunto.Leviatán apretó los dientes, debía tener más cuidado y no olvidarse de que Astrid seguía siendo humana y no podía llevar su mismo ritmo.—Lo siento —se disculpó.—Está bien, no es un reclamo —le aseguró, regalándole una sonrisa para tranquilizarlo.Sin embargo, Leviatán estaba lejos de sentirse tranquilo, la posibilidad de haberla dejado embarazada estaba dándole vueltas en la cabeza. Por lo que, se fijó mejor en el rostro de Astrid, descubriendo pequeñas y marcadas ojeras bajo sus ojos.—Te prepararé algo de comer y te llevaré al médico —le dijo, tomando su mano.Astrid asintió, no iba a ganar una discusión y era mejor evitarla, no se sentía de ánimos para enfrascarse en algo sin s
«¡Efelios!»No era la primera vez que escuchaba el grito desesperado de Leviatán, tampoco era la primera vez que decidía ignorarlo. Tenía cosas más importantes que hacer que acudir al llamado de su hermano.Perseguir a Connie había sido una tarea muy difícil, pero desde el momento en el que ella y Zarek desaparecieron, decidió que no iba a perderlos de nuevo. No importaba cuánto tiempo le iba a llevar hacerse perdonar, no iba a abandonar la lucha. Así que, lo sentía por Leviatán, pero esta vez iba a elegir a su hijo y a su pareja, tal como él lo hizo al elegir a Astrid y decidir quedarse en este plano.«¿Dónde demonios estás, Efelios? ¡Te necesito!»Había urgencia y miedo en su voz, era la primera vez que escuchaba a Leviatán tan desesperado; sin embargo…—¿Cuánto tiempo más piensas seguirnos, Efelios?El íncubo retrocedió cuando Connie apareció delante de él, un descuido bastó para que lo descubriera.—El tiempo que sea necesario, Connie. No voy a olvidarme de ti, ni de Zarek.El muc
El rechazo de Astrid envió a Leviatán lejos de ella. Un momento de vacilación y el miedo rompieron el ritual, borrando su mordida. Eso no podía ser bueno, nada bueno.—Astrid —jadeó Leviatán, levantándose del piso, ignorando el jarrón roto a su espalda, caminó en dirección de Astrid.—¡Aléjate de mí! —gritó llena de terror—. ¡No te acerques más! —le pidió, bajándose del sillón y retrocediendo hasta chocar con la columna.Filosas dagas atravesaron el corazón de Leviatán; nada podía doler más que el rechazo de la mujer amada. Astrid podía matarlo sin saberlo. Leviatán se dobló de dolor, como si alguien lo hubiese derribado de un solo golpe. Aun así, intentó arrastrarse hasta Astrid.—¡No te acerques a mí! —gritó, su cordura empezaba a convertirse en locura. Su respiración se agitó y su cuerpo experimentó un frío desconocido. Las náuseas se apoderaron de su ser, pero luchó para controlarse.—Deja que te lo explique todo —le pidió con voz suplicante, levantándose del piso, acomodando sus
«No puedes escapar de mí, Astrid.»La mirada de Astrid cayó sobre la puerta, sopesó sus oportunidades para escapar y con terror se dio cuenta de que no existía ninguna. Con terror retrocedió hasta que su espalda chocó contra la fría pared.—¿Quién eres? —preguntó. Su voz sonó temblorosa, evidenciando su miedo.Sirius sonrió, enseñando los colmillos, muy parecidos a Leviatán. ¿Era otro íncubo? ¿Cuántos de ellos estaban en la tierra? Astrid ni siquiera quería conocer la respuesta.—Una mortal, no puedo creer lo estúpido que ha sido Leviatán para caer tan bajo. Dejó su reino por una humana que encima lo detesta.La carcajada erizó los vellos de la nuca de Astrid, poniéndole la piel de gallina.—No sé de lo que hablas, no sé quién eres ni conozco al hombre que estás buscando —mintió, avanzando paso a paso, acercándose a la puerta. Tal vez y solo tal vez conseguiría huir.Con su aterradora mirada roja, Sirius siguió cada paso de Astrid, ¿de verdad creía que iba a dejarla huir? Ella era su p
Astrid le dedicó una última mirada a Leviatán y, obligando a su cuerpo a moverse, escapó de la habitación. Corriendo tan rápido como sus fuerzas se lo permitieron, sintiendo que su corazón iba a detenerse en cualquier momento por el miedo y la adrenalina.Sus ojos se llenaron de lágrimas, pensando en que todo había terminado y que posiblemente jamás volvería a encontrarse con Leviatán. Quizá era mejor así, ellos eran como el día y la noche. Su relación no estaba destinada a ser.Un sollozo abandonó su garganta, sus piernas temblaron, obligándola a detenerse, sosteniéndose a la sucia pared. El dolor de su vientre la hizo caer de rodillas.—No, no —murmuró, apretándose el vientre con la mano, sintiendo algo caliente corriendo entre sus piernas.¿Era su bebé?—¡No! —chilló.Astrid se mordió el labio hasta probar el sabor metálico de su sangre. Había renegado de su bebé, incluso pensó que morir era mejor que traerlo al mundo, creyendo que sería un monstruo como su padre, pero ahora que se
«Fallecieron en un accidente aéreo la semana pasada»«Fallecieron»La sensación de estar viviendo una realidad alterada volvió a golpear a Astrid. Eran muchas cosas y sucesos en tan poco tiempo. Todo era tan irreal que quiso echarse a reír, pero seguramente Connie pensaría que se había vuelto loca.Sin embargo, tampoco podía echarse a llorar. Simplemente, no sentía nada.—El señor Donald y la señora Elba, vinieron tan pronto como les informaron del accidente —dijo—. Estuvieron pocas semanas en la ciudad, incluso quisieron llevarse al niño para cuidarlo mientras tú salías del coma, pero… no sé qué pasó. Algo les hizo cambiar de opinión y en menos de veinticuatro horas tomaron la decisión de marcharse.Astrid asintió, no sabía qué decir, mientras Connie echaba un vistazo al hombre parado detrás del frondoso árbol. No le estaba contando ninguna mentira a Astrid. En cuanto al accidente de Donald Marshall y su esposa, se apegó tanto como pudo a la verdad. Lamentablemente, ellos se convirti
«Leviatán.»Astrid se estremeció y su corazón latió acelerado cuando el nombre se repitió en su cabeza. No estaba soñando, ¿verdad? Ese hombre delante de ella no era el producto de su imaginación.—Señora Marshall —le susurró Leviatán. El íncubo trató de entrar a la mente de Astrid, pero le fue imposible. Existía una barrera que no le permitía tener acceso, eso como consecuencia de haberle manipulado los recuerdos o era lo que creía.—Lo siento, señor Bennett —se disculpó. Astrid lo invitó a sentarse mientras ella tomaba el asiento a la cabecera de la mesa.No había nadie más que ellos en la habitación, por lo que, Astrid era consciente de la mirada penetrante de esos ojos color hielo. Sabía que Leviatán Bennett la estaba mirando. Su piel quemaba y los intestinos se apretaron junto con un deseo que le nació desde lo más profundo de su ser. Llevaba poco más de un año sin una pareja sexual y no había tenido ningún interés en tener una.Todos estos meses se dedicó a cuidar de su hijo y d