La tormenta rugía con una furia que parecía brotar de los mismos abismos. Truenos retumbaban sobre el claro del bosque, haciendo eco de un destino ineludible. Luciano Kerens, arrodillado, sentía el barro frío y la sangre empapando sus rodillas. Frente a él, un altar de piedra oscura se alzaba, cubierto de símbolos arcanos y rodeado por cenizas de antiguos sacrificios. La niebla giraba a su alrededor, como si el aire estuviera impregnado de la maldad que él mismo había convocado.
Luciano alzó la vista hacia el cielo, cargado de nubes. Su pecho ardía con una mezcla de temor y determinación. El apellido “Kerens” pesaba en su mente, un nombre que había tomado en honor a su amigo Moira, su único lazo verdadero en un mundo lleno de traiciones. Ambos, huérfanos de guerra, habían sobrevivido juntos. Moira, su hermano de alma, y quien ahora yacía perdido, castigado por una culpa que no le correspondía del todo.
El aire se tensó, y en medio del vacío, el demonio apareció. Su figura era una amalgama de sombras líquidas y cenizas flotantes, y sus ojos, encendidos como brasas, atravesaban a Luciano con una intensidad que casi lo hacía desfallecer. Su voz resonó, grave y antigua, como el eco de un universo en descomposición.
—Luciano Kerens… —entonó el demonio, alargando las palabras con un tono burlón—. ¿Estás dispuesto a cargar con este peso? ¿A arrastrar no solo tu alma, sino también las de aquellos que vendrán después de ti?
Luciano apretó los puños. Las imágenes de Moira y su hija lo invadieron. La novicia a la que había amado, condenada por su relación prohibida, y su hija enterrada viva como sacrificio para apaciguar la ira de los hombres. El dolor era una llama constante en su interior, pero sabía que no había marcha atrás. Si no asumía el pacto, todo habría sido en vano.
—Estoy dispuesto, —dijo con voz áspera, mientras gotas de sudor y sangre caían de su rostro al altar.
El demonio inclinó la cabeza, y su risa baja reverberó en el aire.
—Valiente, pero tan predecible… Muy bien, toma esta marca y cumple con tu parte del trato. A cambio, tendrás la fuerza para cumplir tu venganza, pero recuerda, Luciano: esto es solo el comienzo de un juego eterno. Mi verdadero propósito aún te es incomprensible, pero lo descubrirás… y no te gustará.Con un movimiento fluido, el demonio alzó su garra y dejó caer un fuego verde que se deslizó sobre la piel de Luciano como un líquido abrasador. La marca comenzó a expandirse por su cuerpo, formando tatuajes y símbolos que brillaban con una energía oscura. Luciano sintió su carne quemarse mientras su humanidad se desvanecía. El dolor era cegador, pero no emitió ni un solo grito.
—Ahora perteneces a mí, Luciano. Tus hijos también. Tu linaje será el tablero en el que juegue mi más antigua apuesta. Cada uno será una pieza en mi obra, obligados a encontrarse y destruirse hasta que quede un único sobreviviente… y ese será mi receptáculo para regresar a la tierra.
Luciano, sin apartar la mirada del demonio, se mantuvo de rodillas mientras las primeras luces del amanecer empezaban a filtrarse entre los árboles. Pero cuando los rayos tocaron su piel, sintió cómo esta se quemaba.
Desde la distancia, Moira observaba, impotente, cómo su amigo era transformado. Sus ojos, sellados por cruces imborrables, le permitían ver no solo el presente, sino también el futuro. Era testigo de un Luciano ya consumido por el pacto, de su caída y de la cadena de tragedias que se desatarían. Y, aun así, Moira no podía intervenir. Solo podía ver… y sufrir.
—Te fallé, Luciano, —murmuró Moira, apretando el papel que había escrito en su mano.
La carta que Luciano le había dejado antes de ese momento final aún ardía en su mente. “Te devolveré el favor, Moira, cueste lo que cueste. Aunque te escondas o me des la espalda, siempre pagaré mi deuda contigo”. Esas palabras eran tanto una promesa como una condena.
Años después, en su búsqueda de poder, Luciano encontró a Noah, un joven a punto de ser devorado por las mismas bestias que él había invocado. Viendo en Noah una oportunidad, lo transformó en vampiro y lo convirtió en su sirviente, forjando un vínculo que lo ataría a su voluntad.
Fue Noah quien le habló de Sanathiel, un muchacho solitario que había aparecido en el Pueblo Esperanza del Ciervo. Luciano, reconociendo el nombre en sus visiones y en los susurros del demonio, orquestó un ataque devastador. Arrasó el pueblo con fuego y oscuridad, forzando a Sanathiel a enfrentar una pérdida inimaginable. En medio de las llamas, el joven intentó acabar con su vida, pero Luciano lo encontró en su punto más débil.
—Te he estado esperando, Sanathiel, —murmuró Luciano, mientras el muchacho, desorientado y herido, caía en un sueño inducido por la marca que ya portaba.
En ese estado vulnerable, Luciano ejecutó el ritual final. Sanathiel despertó con un rugido desgarrador, sus ojos dorados ardiendo con una mezcla de furia y confusión. Fragmentos de recuerdos inundaron su mente: su origen como hijo del demonio, su linaje y la maldición que lo ataba a un destino oscuro.
El demonio, observando desde las sombras, sonrió satisfecho. Su plan había avanzado un paso más.
—Has despertado, lobo blanco. Ahora, busca a tus hermanos… y cumple tu propósito.
Sanathiel, sin entender completamente las palabras, sintió cómo la rabia y el dolor lo consumían. En ese instante, solo una idea ardía en su mente: enfrentarse a Luciano y destruirlo.
Pero mientras la tormenta amainaba en el bosque, una más oscura se desataba en el interior de Sanathiel. A medida que sus memorias volvían, entendió que no solo luchaba contra su padre, sino contra el destino mismo, un destino sellado mucho antes de su primer aliento.
“El tiempo fugazmente nos envolvió, reuniéndonos nuevamente sin querer, por obra del Moira. Nuestras añoranzas y el recuerdo del otro fueron recobrados… Pero aquello que nos fue arrebatado junto a nuestra humanidad hoy simplemente nos hace parte de un juego de azar…”
Sanathiel cerró los ojos, sintiendo el peso del pacto en cada fibra de su ser. Su vida ya no era suya, pero lucharía, no para ganar, sino para romper las reglas del juego.
La luna llena se alzaba sobre el horizonte, bañando el bosque con su luz pálida. Las sombras se alargaban entre los árboles, creando figuras que parecían moverse por sí solas. El aire estaba cargado, denso, como si algo ominoso estuviera por ocurrir. En el centro de esa quietud aterradora, Luciano Kerens caminaba con paso firme, sus pensamientos pesados como la oscuridad que lo rodeaba.Había llegado el momento.El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente sentía era el peso del pacto que había hecho, el pacto que había sellado su destino y el de sus hijos. La marca que el demonio le había grabado en la piel aún ardía, recordándole que no había escapatoria. Sus ojos, apagados por el paso del tiempo y las atrocidades que había cometido, buscaban entre las sombras el altar de piedra que lo había traído hasta aquí.Cuando finalmente lo encontró, el lugar no había cambiado. Las piedras, gastadas por el tiempo, seguían impregnadas del mismo poder oscuro que había sent
El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.Observando el paisaje bañado por la luz pl
La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.—Es
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no terminaba de disiparse. La casa, impecable y majestuosa, emanaba un aire de secretos enterrados bajo su elegante fachada. Las paredes, cubiertas de retratos y paisajes, parecían seguirlo con ojos invisibles, cargados de juicio.La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esquina de la sala. Era una joven de cabello
Aisha se encontraba en el hospital, recuperándose de la herida que había puesto en peligro su vida. Aunque la cicatriz en su cintura ya casi había sanado, el peso emocional de todo lo vivido seguía presente. Sus ojos reflejaban algo nuevo: una determinación firme, casi desafiante. Sabía que quedarse allí solo retrasaría lo inevitable.Pero había un obstáculo. Su alta médica requería la presencia de sus padres, algo que no podía permitir.—Rasen, necesito tu ayuda. ¿Cuento contigo? —preguntó, tomando su mano con una firmeza que revelaba la gravedad de la situación.Rasen, sorprendido por el tono de su voz, asintió lentamente. —Sí, claro… pero ¿qué necesitas?—Salir del hospital, sin que nadie lo sepa —respondió con una leve sonrisa, como si buscara aligerar la tensión.Esa tarde, Rasen comenzó a planear el escape. Mientras lo hacía, no podía evitar reflexionar sobre lo mucho que Aisha significaba para él. Era más que una persona a quien proteger; su conexión con ella era inexplicable,