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Capítulo 4: “El nuevo”

El aire matutino se filtraba por los pasillos vacíos, arrastrando consigo el aroma a lluvia y el eco lejano de voces dispersas. Aisha apenas lo notaba.

Una gota resbaló por su mejilla - fría como un susurro mortal - teñida de rojo por el vitral sangrante. Su mirada se alzó instintivamente. 

La imagen la dejó sin aliento.

Allí, enmarcada en el vidrio teñido, una luna sangrante flotaba sobre un paisaje sombrío. Era idéntica a la de sus sueños, a aquella que la perseguía cada noche con su fulgor escarlata.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Por un instante, sintió el peso de una mirada ardiente sobre su nuca, intensa y dorada, como si alguien—o algo—la estuviera observando.

"Deben ser solo sueños... Nada más que sueños."

Sacudió la cabeza y aceleró el paso.

Fue entonces cuando dobló la esquina y chocó contra alguien.

El impacto la hizo tambalearse, pero antes de que pudiera caer, unas manos firmes la sujetaron.

—Lo siento —murmuró una voz profunda.

Aisha levantó la vista y el aire pareció espesarse a su alrededor.

Los ojos del desconocido eran oscuros, insondables, y sin embargo, algo en ellos le resultaba familiar. 

Su corazón dio un vuelco.

—Tú… —susurró sin pensar.

En su muñeca izquierda, una cicatriz en forma de tres círculos brillaba bajo la manga deslizada. El joven frunció el ceño. Un destello dorado cruzó sus pupilas oscuras antes de agacharse, moviéndose con la fluidez de un depredador recogiendo su presa

—¿Estás bien? —preguntó, tendiéndole un cuaderno.

Aisha lo tomó, pero al hacerlo, una hoja suelta se deslizó al suelo, abierta en una página garabateada con un lobo. No un dibujo común, sino una silueta construida con palabras repetidas una y otra vez: "Sanathiel".

El joven fijó su mirada en la página. Sus labios se curvaron en una sonrisa helada.

—¿Te gustan los cuentos de hadas, Aisha? —dijo con calma. —. Los lobos siempre muerden al final. 

Aisha sintió cómo un escalofrío trepaba por su columna.

—¿Qué…?

Él se inclinó un poco más hacia ella, el filo de su voz rozándole la piel.

"Los sueños de la luna roja son préstamos venenosos, pequeña ladrona. Y el lobo... huele la sangre de los que usurpan memorias ajenas."

El aire parecía quedarse sin oxígeno. Aisha se quedó inmóvil, con la sangre latiéndole en los oídos. Pero cuando parpadeó, él ya se estaba alejando por el pasillo, como si su presencia no hubiera sido más que una sombra pasajera.

"¿Quién demonios es él?"

Horas después, en el aula, Aisha intentaba concentrarse en la clase, pero su mente seguía atrapada en el encuentro de la mañana.

Cuando el profesor pasó lista, su voz cortó el silencio.

—Señor Rasen, trabajará con la señorita Aisha.

El aula entera pareció contener la respiración.

Aisha levantó la mirada. Él ya la estaba observando.

Había algo en la forma en que la miraba, en la forma en que se acomodó en su asiento junto a ella, que la ponía en alerta. Su presencia era sofocante, su postura relajada, pero con un aire de cautela, como un depredador que mide a su presa.

Aisha apretó el bolígrafo en su mano y comenzó a escribir.

"Sanathiel."

Sin darse cuenta, había trazado el nombre una y otra vez en su cuaderno.

Rasen ladeó la cabeza, su expresión indescifrable.

—Tu mano tiembla —comentó con un tono casual, pero sus ojos brillaban con algo más profundo.

Aisha apartó el bolígrafo bruscamente.

—No lo hace.

Rasen sonrió, pero no era una sonrisa común. Era una prueba, un juego silencioso en el que ella no sabía qué papel estaba desempeñando.

Más tarde, los pasillos estaban casi vacíos cuando Aisha entró al baño. Las luces parpadearon. El sonido del agua goteando desde los grifos rompía el silencio con un ritmo irregular. Se miró en el espejo. Sus pupilas estaban dilatadas, su respiración entrecortada.

"No es real..."

Pero entonces, una figura apareció en el umbral de la puerta.

Aisha giró sobre sus talones.

Rasen estaba ahí, inmóvil.

El agua de la lluvia escurría por su cabello negro y su chaqueta oscura, pero sus ojos grandes no pestañeaban.

—¿Qué eres? —exigió Aisha, con el cuaderno apretado contra su pecho.

Rasen señaló el dibujo del lobo en la página abierta.

—Lo mismo que tú —respondió con calma—. Un error que alguien quiere corregir.

Un trueno retumbó en el exterior.

Por un instante, en el espejo, su reflejo se fracturó en mil esquirlas. Entre los fragmentos, sombras con ojos de fuego se retorcían, arañando el cristal desde un lugar que no era este mundo. Retorciéndose con garras alargadas. Aisha dio un paso atrás, el corazón martilleándole en el pecho.

El sonido del agua cambió.

El goteo se volvió más espeso, más denso. Negro.

Aisha tragó saliva.

Rasen se acercó un paso.

—Nos veremos pronto, Aisha.

Y luego, como si la realidad misma se hubiera titubeado, desapareció. La lluvia arrastró sus palabras, pero no el símbolo que quedó grabado en el aire con humo violeta: "S.S.V.".

Antes de desvanecerse, Rasen había alzado la mano izquierda en un gesto casi ritual. Bajo la manga empapada, los tres círculos de su cicatriz palpitaban con un resplandor violeta, como engranajes de un reloj maldito sincronizándose con las letras flotantes.

Aisha se quedó ahí, con el cuaderno temblando en sus manos.

"El cuaderno en sus manos adquirió el peso de una losa. Cada latido enviaba eco de advertencia por sus venas, pero sus dedos se aferraban al papel como a un salvavidas envenenado."

Pero lo peor era que, por alguna razón, una parte de ella quería saber más.

Parte II: Sentimientos

La palabra "madre" le golpeó el pecho como un latigazo. Aisha apretó el pañuelo contra sus ojos antes de que Rasen notara las lágrimas, pero él ya estaba allí: una silueta entre la bruma de sus recuerdos, extendiendo una mano que prometía calma.

—¿Qué ganás con esto? —susurró, clavándole la mirada como un desafío.

El clic de los tacones cortó el aire.

—¡Asesina! —Estrella avanzó como un vendaval, veneno en cada sílaba—. ¿Dónde está su cuerpo?

Aisha contuvo el temblor de sus puños. No lloraría. No otra vez.

Una mano cálida envolvió la suya.

—Vámonos —murmuró Rasen, arrastrándola lejos.

Cuando se giró hacia Estrella, su mirada hizo retroceder hasta las sombras.

—Desaparezcan.

Las chicas huyeron. Aisha intentó soltar su mano, pero Rasen la retuvo un latido más de lo necesario.

Días después, frente a la escuela, él la detuvo midiendo cada palabra:

—No soy un santo, Aisha. Pero tus batallas... ahora son mías.

La abrazó sin permiso. Ella se derrumbó contra su pecho, inhalando por primera vez en años un aire que no olía a cenizas.

Esa noche, en el centro comercial, el helado se derretía entre sus dedos. La dulzura artificial contrastaba con el frío en su estómago.

Entre las vitrinas, un hombre rubio hacía girar un reloj de bolsillo victoriano. La cadena dorada brillaba con un resplandor violeta familiar.

—Stefan… —murmuró Aisha, mientras la luna roja de sus pesadillas devoraba el mundo.

Un estruendo. Cristales estallando.

Aisha cayó de espaldas, el mármol del suelo mezclados con el hierro de su sangre. Entre los escombros, el tic-tac del reloj marcaba el ritmo de su jadeo.

—¡Aisha! —rugió Rasen, corriendo hacia ella.

El hombre rubio había desaparecido. Solo quedaba el eco de su risa, y el símbolo "S.S.V." dibujado en el aire con humo violeta.

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