El aire matutino se filtraba por los pasillos vacíos, arrastrando consigo el aroma a lluvia y el eco lejano de voces dispersas. Aisha apenas lo notaba.
Una gota resbaló por su mejilla - fría como un susurro mortal - teñida de rojo por el vitral sangrante. Su mirada se alzó instintivamente.
La imagen la dejó sin aliento.
Allí, enmarcada en el vidrio teñido, una luna sangrante flotaba sobre un paisaje sombrío. Era idéntica a la de sus sueños, a aquella que la perseguía cada noche con su fulgor escarlata.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
Por un instante, sintió el peso de una mirada ardiente sobre su nuca, intensa y dorada, como si alguien—o algo—la estuviera observando.
"Deben ser solo sueños... Nada más que sueños."
Sacudió la cabeza y aceleró el paso.
Fue entonces cuando dobló la esquina y chocó contra alguien.
El impacto la hizo tambalearse, pero antes de que pudiera caer, unas manos firmes la sujetaron.
—Lo siento —murmuró una voz profunda.
Aisha levantó la vista y el aire pareció espesarse a su alrededor.
Los ojos del desconocido eran oscuros, insondables, y sin embargo, algo en ellos le resultaba familiar.
Su corazón dio un vuelco.
—Tú… —susurró sin pensar.
En su muñeca izquierda, una cicatriz en forma de tres círculos brillaba bajo la manga deslizada. El joven frunció el ceño. Un destello dorado cruzó sus pupilas oscuras antes de agacharse, moviéndose con la fluidez de un depredador recogiendo su presa
—¿Estás bien? —preguntó, tendiéndole un cuaderno.
Aisha lo tomó, pero al hacerlo, una hoja suelta se deslizó al suelo, abierta en una página garabateada con un lobo. No un dibujo común, sino una silueta construida con palabras repetidas una y otra vez: "Sanathiel".
El joven fijó su mirada en la página. Sus labios se curvaron en una sonrisa helada.
—¿Te gustan los cuentos de hadas, Aisha? —dijo con calma. —. Los lobos siempre muerden al final.
Aisha sintió cómo un escalofrío trepaba por su columna.
—¿Qué…?
Él se inclinó un poco más hacia ella, el filo de su voz rozándole la piel.
"Los sueños de la luna roja son préstamos venenosos, pequeña ladrona. Y el lobo... huele la sangre de los que usurpan memorias ajenas."
El aire parecía quedarse sin oxígeno. Aisha se quedó inmóvil, con la sangre latiéndole en los oídos. Pero cuando parpadeó, él ya se estaba alejando por el pasillo, como si su presencia no hubiera sido más que una sombra pasajera.
"¿Quién demonios es él?"
Horas después, en el aula, Aisha intentaba concentrarse en la clase, pero su mente seguía atrapada en el encuentro de la mañana.
Cuando el profesor pasó lista, su voz cortó el silencio.
—Señor Rasen, trabajará con la señorita Aisha.
El aula entera pareció contener la respiración.
Aisha levantó la mirada. Él ya la estaba observando.
Había algo en la forma en que la miraba, en la forma en que se acomodó en su asiento junto a ella, que la ponía en alerta. Su presencia era sofocante, su postura relajada, pero con un aire de cautela, como un depredador que mide a su presa.
Aisha apretó el bolígrafo en su mano y comenzó a escribir.
"Sanathiel."
Sin darse cuenta, había trazado el nombre una y otra vez en su cuaderno.
Rasen ladeó la cabeza, su expresión indescifrable.
—Tu mano tiembla —comentó con un tono casual, pero sus ojos brillaban con algo más profundo.
Aisha apartó el bolígrafo bruscamente.
—No lo hace.
Rasen sonrió, pero no era una sonrisa común. Era una prueba, un juego silencioso en el que ella no sabía qué papel estaba desempeñando.
Más tarde, los pasillos estaban casi vacíos cuando Aisha entró al baño. Las luces parpadearon. El sonido del agua goteando desde los grifos rompía el silencio con un ritmo irregular. Se miró en el espejo. Sus pupilas estaban dilatadas, su respiración entrecortada.
"No es real..."
Pero entonces, una figura apareció en el umbral de la puerta.
Aisha giró sobre sus talones.
Rasen estaba ahí, inmóvil.
El agua de la lluvia escurría por su cabello negro y su chaqueta oscura, pero sus ojos grandes no pestañeaban.
—¿Qué eres? —exigió Aisha, con el cuaderno apretado contra su pecho.
Rasen señaló el dibujo del lobo en la página abierta.
—Lo mismo que tú —respondió con calma—. Un error que alguien quiere corregir.
Un trueno retumbó en el exterior.
Por un instante, en el espejo, su reflejo se fracturó en mil esquirlas. Entre los fragmentos, sombras con ojos de fuego se retorcían, arañando el cristal desde un lugar que no era este mundo. Retorciéndose con garras alargadas. Aisha dio un paso atrás, el corazón martilleándole en el pecho.
El sonido del agua cambió.
El goteo se volvió más espeso, más denso. Negro.
Aisha tragó saliva.
Rasen se acercó un paso.
—Nos veremos pronto, Aisha.
Y luego, como si la realidad misma se hubiera titubeado, desapareció. La lluvia arrastró sus palabras, pero no el símbolo que quedó grabado en el aire con humo violeta: "S.S.V.".
Antes de desvanecerse, Rasen había alzado la mano izquierda en un gesto casi ritual. Bajo la manga empapada, los tres círculos de su cicatriz palpitaban con un resplandor violeta, como engranajes de un reloj maldito sincronizándose con las letras flotantes.
Aisha se quedó ahí, con el cuaderno temblando en sus manos.
"El cuaderno en sus manos adquirió el peso de una losa. Cada latido enviaba eco de advertencia por sus venas, pero sus dedos se aferraban al papel como a un salvavidas envenenado."
Pero lo peor era que, por alguna razón, una parte de ella quería saber más.
La palabra "madre" le golpeó el pecho como un latigazo. Aisha apretó el pañuelo contra sus ojos antes de que Rasen notara las lágrimas, pero él ya estaba allí: una silueta entre la bruma de sus recuerdos, extendiendo una mano que prometía calma.
—¿Qué ganás con esto? —susurró, clavándole la mirada como un desafío.
El clic de los tacones cortó el aire.
—¡Asesina! —Estrella avanzó como un vendaval, veneno en cada sílaba—. ¿Dónde está su cuerpo?
Aisha contuvo el temblor de sus puños. No lloraría. No otra vez.
Una mano cálida envolvió la suya.
—Vámonos —murmuró Rasen, arrastrándola lejos.
Cuando se giró hacia Estrella, su mirada hizo retroceder hasta las sombras.
—Desaparezcan.
Las chicas huyeron. Aisha intentó soltar su mano, pero Rasen la retuvo un latido más de lo necesario.
Días después, frente a la escuela, él la detuvo midiendo cada palabra:
—No soy un santo, Aisha. Pero tus batallas... ahora son mías.La abrazó sin permiso. Ella se derrumbó contra su pecho, inhalando por primera vez en años un aire que no olía a cenizas.
Esa noche, en el centro comercial, el helado se derretía entre sus dedos. La dulzura artificial contrastaba con el frío en su estómago.
Entre las vitrinas, un hombre rubio hacía girar un reloj de bolsillo victoriano. La cadena dorada brillaba con un resplandor violeta familiar.
—Stefan… —murmuró Aisha, mientras la luna roja de sus pesadillas devoraba el mundo.
Un estruendo. Cristales estallando.
Aisha cayó de espaldas, el mármol del suelo mezclados con el hierro de su sangre. Entre los escombros, el tic-tac del reloj marcaba el ritmo de su jadeo.
—¡Aisha! —rugió Rasen, corriendo hacia ella.
El hombre rubio había desaparecido. Solo quedaba el eco de su risa, y el símbolo "S.S.V." dibujado en el aire con humo violeta.
La luz mortecina de la lámpara del hospital recortaba el perfil de Aisha contra las sombras, su respiración sincronizada con el tic-tac del monitor. Rasen observaba cada parpadeo de aquella máquina como si fuera una cuenta regresiva. El olor a antiséptico no lograba ahogar el rastro de bergamota y hierro que emanaba de él, un recordatorio de que su mundo ya no era el de los vivos.—No te vayas —susurró Aisha, clavando las uñas en la sábana. No era una súplica, sino un desafío.Rasen tomó su mano sin pedir permiso. Sus dedos callosos rozaron la vía intravenosa, y por un instante, el resplandor violeta del relicario bajo su camisa iluminó la habitación. Aisha entrecerró los ojos: en la foto desgastada del colgante, una niña de trenzas jugaba bajo un roble. Ella misma, años antes de que la noche roja todo lo borrara.—Te llevaré lejos de aquí —dijo él, siguiendo su mirada hacia la ventana—. A donde ni los fantasmas te alcancen.En el cristal empañado, el reflejo de Rasen se fundió con el
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a c
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no termina de disiparse. "Las paredes de mármol brillaban bajo la luz del atardecer, pero las grietas en los retratos —pequeñas y casi imperceptibles— delataban historias censuradas. Sanathiel pisó una losa suelta en el suelo, y el crujido resonó como un gemido ahogado."La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esq
La cicatriz en su cintura latía como un eco del monitor cardíaco, un recordatorio de que la muerte la había rozado. Fuera, la luna llena se reflejaba en los ventanales del hospital como un ojo ciego observándolos. Rasen apoyaba la frente contra el cristal frío, trazando con el aliento un círculo que se desvaneció enseguida.—Necesito salir —dijo Aisha, rompiendo el silencio. Su voz no era un ruego, sino el filo de una daga desenvainada—. ¿Me ayudarás o seguirás decorando ventanas?Rasen giró lentamente. La luz neón recortaba sus pómulos afilados, y el relicario violeta brillaba bajo su camisa.—¿Sabes lo que pides? —dejó caer las palabras como una trampa al descubierto—. Afuera hay más periodistas y doctores.Ella se incorporó con un gemido ahogado, tirando de la vía intravenosa hasta que la aguja saltó de su piel. Una gota púrpura brilló en su antebrazo antes de desvanecerse.—Lo que hay fuera… —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano— es mi guerra. Y tú eres mi cómplice, no mi g
Parte II: Sombras en el túnelEl túnel respiraba. Las paredes sudaban un frío que calaba hasta los huesos, y cada paso de Aisha y Rasen resonaba como un latido fantasma. La luz del hospital había desaparecido, devorada por una oscuridad que no era natural.—Rasen… —Aisha apretó su mano, deteniéndose. El eco de su voz se multiplicó, como si el túnel repitiera su miedo.Él sintió el peso de su mirada antes de verla. Las sombras se retorcían en los bordes de su visión, danzando al ritmo de un susurro que no provenía de ningún lado. El relicario bajo su camisa vibraba, calentándose hasta quemar.—No es solo un túnel —murmuró Rasen, corriendo los dedos por la pared. La piedra cedió bajo su tacto, líquida y gelatinosa, antes de solidificarse de nuevo.Aisha retrocedió. Donde su espalda había rozado el muro, quedó impresa la silueta de unas alas rotas.Un estruendo los separó.El túnel se estiró, las paredes ondulando como intestinos de bestia. Rasen gritó su nombre, pero el sonido se desgarr
La mansión de Sanathiel respiraba con el ritmo de la noche. Las sombras de la luna roja se reflejaban en los vitrales del estudio, dibujando líneas carmesí sobre el rostro del lobo blanco. En sus manos, el medallón lunar palpitaba, sincronizado con un latido ajeno. El de ella.Noah irrumpió sin ceremonias, su perfume con ceniza y azufre corrompiendo el aire.—¿Jugamos a las visiones otra vez, Sanathiel? —Sus ojos de felino brillaban bajo la capucha—. Las respuestas suelen cortar más que las espadas.Sanathiel no se volvió. En el espejo del desván, entre velas negras que chisporroteaban como estrellas moribundas, solo se reflejaba el vacío.—Quiero ver su pasado, no el mío.Noah rió, un sonido de uñas arañando mármol.—El amor es un espejo roto, querido. Cuidado con lo que deseas ver.El medallón ardió entre los dedos de Sanathiel cuando cruzó el umbral del espejo.Al otro lado, el aire olía a lavanda y miedo.Su habitación. Su cama. Ella, dormida, el ceño fruncido como si luchara contra
La tormenta de arena cortaba como miles de agujas de cristal. El torbellino de arena devoraba el cielo, convirtiendo la noche en un abismo rojizo. Las sombras de Sanathiel y Noah se distorsionaban con cada relámpago, dos bestias enfrentadas en la tempestad. El aire olía a azufre y sangre seca.—¿Crees que tu desobediencia quedará impune? —rugió Sanathiel, el medallón lunar ardiendo en su pecho como un corazón de lava—. Cada uno de esos ojos que viste hoy será una daga en tu espalda.Noah escupió sangre y arena, su risa un cascabel roto por el viento:—¡No me hables como a tu perro, Sanathiel de Ruanda! —escupió Noah, con el sabor metálico de la sangre en su lengua—. Si quieres jugar al amo, recuerda: hasta el collar más fuerte se oxida… y los perros rabiosos muerden a sus dueños.Un relámpago iluminó la cicatriz en forma de tridente que Sanathiel llevaba sobre el esternón. Brilló, pulsando al ritmo de su ira.—Eres un mensajero, no un rival —silbó, avanzando hasta que las gotas de sudo
La luz mortecina de una lámpara de aceite iluminaba los documentos esparcidos sobre el escritorio. Lionel trazaba el nombre "Aisha" con la punta de un cuchillo ceremonial, hundiéndolo en la madera como si fuera carne. La hoja seguía cada letra con precisión cruel, dejando surcos profundos que sangraban astillas. Detrás de él, el retrato de Sanathiel observaba con ojos pintados de oro, su medallón lunar brillando falsamente bajo la capa de polvo.—Prepárate, hermano —susurró, clavando el cuchillo en el centro del nombre—. Esta vez, tu lobo morderá su propia pata.Mica, encorvado en la puerta, retorció sus manos cubiertas de cicatrices de quemaduras.—Joven Lionel, la Bestia Blanca no perdonará…Un golpe seco. Lionel aplastó la advertencia de Mica contra el muro, sus dedos marcando moretones en forma de tridente en su cuello.—¿Sabes qué hace un pastor con las ovejas que balan demasiado? —siseó, acercando el cuchillo a su mejilla—. Las esquila… o las sacrifica.El sonido de tijeras corta