Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a c
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no termina de disiparse. "Las paredes de mármol brillaban bajo la luz del atardecer, pero las grietas en los retratos —pequeñas y casi imperceptibles— delataban historias censuradas. Sanathiel pisó una losa suelta en el suelo, y el crujido resonó como un gemido ahogado."La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esq
La cicatriz en su cintura latía como un eco del monitor cardíaco, un recordatorio de que la muerte la había rozado. Fuera, la luna llena se reflejaba en los ventanales del hospital como un ojo ciego observándolos. Rasen apoyaba la frente contra el cristal frío, trazando con el aliento un círculo que se desvaneció enseguida.—Necesito salir —dijo Aisha, rompiendo el silencio. Su voz no era un ruego, sino el filo de una daga desenvainada—. ¿Me ayudarás o seguirás decorando ventanas?Rasen giró lentamente. La luz neón recortaba sus pómulos afilados, y el relicario violeta brillaba bajo su camisa.—¿Sabes lo que pides? —dejó caer las palabras como una trampa al descubierto—. Afuera hay más periodistas y doctores.Ella se incorporó con un gemido ahogado, tirando de la vía intravenosa hasta que la aguja saltó de su piel. Una gota púrpura brilló en su antebrazo antes de desvanecerse.—Lo que hay fuera… —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano— es mi guerra. Y tú eres mi cómplice, no mi g
Parte II: Sombras en el túnelEl túnel respiraba. Las paredes sudaban un frío que calaba hasta los huesos, y cada paso de Aisha y Rasen resonaba como un latido fantasma. La luz del hospital había desaparecido, devorada por una oscuridad que no era natural.—Rasen… —Aisha apretó su mano, deteniéndose. El eco de su voz se multiplicó, como si el túnel repitiera su miedo.Él sintió el peso de su mirada antes de verla. Las sombras se retorcían en los bordes de su visión, danzando al ritmo de un susurro que no provenía de ningún lado. El relicario bajo su camisa vibraba, calentándose hasta quemar.—No es solo un túnel —murmuró Rasen, corriendo los dedos por la pared. La piedra cedió bajo su tacto, líquida y gelatinosa, antes de solidificarse de nuevo.Aisha retrocedió. Donde su espalda había rozado el muro, quedó impresa la silueta de unas alas rotas.Un estruendo los separó.El túnel se estiró, las paredes ondulando como intestinos de bestia. Rasen gritó su nombre, pero el sonido se desgarr
La mansión de Sanathiel respiraba con el ritmo de la noche. Las sombras de la luna roja se reflejaban en los vitrales del estudio, dibujando líneas carmesí sobre el rostro del lobo blanco. En sus manos, el medallón lunar palpitaba, sincronizado con un latido ajeno. El de ella.Noah irrumpió sin ceremonias, su perfume con ceniza y azufre corrompiendo el aire.—¿Jugamos a las visiones otra vez, Sanathiel? —Sus ojos de felino brillaban bajo la capucha—. Las respuestas suelen cortar más que las espadas.Sanathiel no se volvió. En el espejo del desván, entre velas negras que chisporroteaban como estrellas moribundas, solo se reflejaba el vacío.—Quiero ver su pasado, no el mío.Noah rió, un sonido de uñas arañando mármol.—El amor es un espejo roto, querido. Cuidado con lo que deseas ver.El medallón ardió entre los dedos de Sanathiel cuando cruzó el umbral del espejo.Al otro lado, el aire olía a lavanda y miedo.Su habitación. Su cama. Ella, dormida, el ceño fruncido como si luchara contra
La tormenta de arena cortaba como miles de agujas de cristal. El torbellino de arena devoraba el cielo, convirtiendo la noche en un abismo rojizo. Las sombras de Sanathiel y Noah se distorsionaban con cada relámpago, dos bestias enfrentadas en la tempestad. El aire olía a azufre y sangre seca.—¿Crees que tu desobediencia quedará impune? —rugió Sanathiel, el medallón lunar ardiendo en su pecho como un corazón de lava—. Cada uno de esos ojos que viste hoy será una daga en tu espalda.Noah escupió sangre y arena, su risa un cascabel roto por el viento:—¡No me hables como a tu perro, Sanathiel de Ruanda! —escupió Noah, con el sabor metálico de la sangre en su lengua—. Si quieres jugar al amo, recuerda: hasta el collar más fuerte se oxida… y los perros rabiosos muerden a sus dueños.Un relámpago iluminó la cicatriz en forma de tridente que Sanathiel llevaba sobre el esternón. Brilló, pulsando al ritmo de su ira.—Eres un mensajero, no un rival —silbó, avanzando hasta que las gotas de sudo
La luz mortecina de una lámpara de aceite iluminaba los documentos esparcidos sobre el escritorio. Lionel trazaba el nombre "Aisha" con la punta de un cuchillo ceremonial, hundiéndolo en la madera como si fuera carne. La hoja seguía cada letra con precisión cruel, dejando surcos profundos que sangraban astillas. Detrás de él, el retrato de Sanathiel observaba con ojos pintados de oro, su medallón lunar brillando falsamente bajo la capa de polvo.—Prepárate, hermano —susurró, clavando el cuchillo en el centro del nombre—. Esta vez, tu lobo morderá su propia pata.Mica, encorvado en la puerta, retorció sus manos cubiertas de cicatrices de quemaduras.—Joven Lionel, la Bestia Blanca no perdonará…Un golpe seco. Lionel aplastó la advertencia de Mica contra el muro, sus dedos marcando moretones en forma de tridente en su cuello.—¿Sabes qué hace un pastor con las ovejas que balan demasiado? —siseó, acercando el cuchillo a su mejilla—. Las esquila… o las sacrifica.El sonido de tijeras corta
La sombra finalmente tomó forma. Un hombre de belleza antinatural cargaba el cuerpo inerte del lobo blanco sobre su hombro. Bajo la luna llena, el polvo que caía de su cabello no era arena, sino huesos molidos de sus antiguos seguidores, brillando con un resplandor fantasmal.Un auto verde se detuvo frente a ellos. En el asiento trasero, junto a una daga negra grabada con "Sanguis Sanathiel Vincit", reposaba el cofre dorado. Sus relieves coincidían exactamente con las marcas del medallón de Aisha.—Enciende la calefacción, Risas —ordenó Arcangel, quitándose los guantes. Las cicatrices en sus manos emitían un tenue humo violeta al contacto con el aire frío.El ritual comenzó al llegar al desierto. Arcángel dibujó símbolos en la tierra con un hueso humano mientras tarareaba una canción de cuna distorsionada. El líquido negro que vertió en la boca de Sanathiel olía a raíces podridas y azufre. Al tragar, las venas del lobo blanco se iluminaron como ríos de lava púrpura antes de apagarse.C