La cicatriz en su cintura latía como un eco del monitor cardíaco, un recordatorio de que la muerte la había rozado. Fuera, la luna llena se reflejaba en los ventanales del hospital como un ojo ciego observándolos. Rasen apoyaba la frente contra el cristal frío, trazando con el aliento un círculo que se desvaneció enseguida.—Necesito salir —dijo Aisha, rompiendo el silencio. Su voz no era un ruego, sino el filo de una daga desenvainada—. ¿Me ayudarás o seguirás decorando ventanas?Rasen giró lentamente. La luz neón recortaba sus pómulos afilados, y el relicario violeta brillaba bajo su camisa.—¿Sabes lo que pides? —dejó caer las palabras como una trampa al descubierto—. Afuera hay más periodistas y doctores.Ella se incorporó con un gemido ahogado, tirando de la vía intravenosa hasta que la aguja saltó de su piel. Una gota púrpura brilló en su antebrazo antes de desvanecerse.—Lo que hay fuera… —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano— es mi guerra. Y tú eres mi cómplice, no mi g
Parte II: Sombras en el túnelEl túnel respiraba. Las paredes sudaban un frío que calaba hasta los huesos, y cada paso de Aisha y Rasen resonaba como un latido fantasma. La luz del hospital había desaparecido, devorada por una oscuridad que no era natural.—Rasen… —Aisha apretó su mano, deteniéndose. El eco de su voz se multiplicó, como si el túnel repitiera su miedo.Él sintió el peso de su mirada antes de verla. Las sombras se retorcían en los bordes de su visión, danzando al ritmo de un susurro que no provenía de ningún lado. El relicario bajo su camisa vibraba, calentándose hasta quemar.—No es solo un túnel —murmuró Rasen, corriendo los dedos por la pared. La piedra cedió bajo su tacto, líquida y gelatinosa, antes de solidificarse de nuevo.Aisha retrocedió. Donde su espalda había rozado el muro, quedó impresa la silueta de unas alas rotas.Un estruendo los separó.El túnel se estiró, las paredes ondulando como intestinos de bestia. Rasen gritó su nombre, pero el sonido se desgarr
La mansión de Sanathiel respiraba con el ritmo de la noche. Las sombras de la luna roja se reflejaban en los vitrales del estudio, dibujando líneas carmesí sobre el rostro del lobo blanco. En sus manos, el medallón lunar palpitaba, sincronizado con un latido ajeno. El de ella.Noah irrumpió sin ceremonias, su perfume con ceniza y azufre corrompiendo el aire.—¿Jugamos a las visiones otra vez, Sanathiel? —Sus ojos de felino brillaban bajo la capucha—. Las respuestas suelen cortar más que las espadas.Sanathiel no se volvió. En el espejo del desván, entre velas negras que chisporroteaban como estrellas moribundas, solo se reflejaba el vacío.—Quiero ver su pasado, no el mío.Noah rió, un sonido de uñas arañando mármol.—El amor es un espejo roto, querido. Cuidado con lo que deseas ver.El medallón ardió entre los dedos de Sanathiel cuando cruzó el umbral del espejo.Al otro lado, el aire olía a lavanda y miedo.Su habitación. Su cama. Ella, dormida, el ceño fruncido como si luchara contra
La tormenta de arena cortaba como miles de agujas de cristal. El torbellino de arena devoraba el cielo, convirtiendo la noche en un abismo rojizo. Las sombras de Sanathiel y Noah se distorsionaban con cada relámpago, dos bestias enfrentadas en la tempestad. El aire olía a azufre y sangre seca.—¿Crees que tu desobediencia quedará impune? —rugió Sanathiel, el medallón lunar ardiendo en su pecho como un corazón de lava—. Cada uno de esos ojos que viste hoy será una daga en tu espalda.Noah escupió sangre y arena, su risa un cascabel roto por el viento:—¡No me hables como a tu perro, Sanathiel de Ruanda! —escupió Noah, con el sabor metálico de la sangre en su lengua—. Si quieres jugar al amo, recuerda: hasta el collar más fuerte se oxida… y los perros rabiosos muerden a sus dueños.Un relámpago iluminó la cicatriz en forma de tridente que Sanathiel llevaba sobre el esternón. Brilló, pulsando al ritmo de su ira.—Eres un mensajero, no un rival —silbó, avanzando hasta que las gotas de sudo
La luz mortecina de una lámpara de aceite iluminaba los documentos esparcidos sobre el escritorio. Lionel trazaba el nombre "Aisha" con la punta de un cuchillo ceremonial, hundiéndolo en la madera como si fuera carne. La hoja seguía cada letra con precisión cruel, dejando surcos profundos que sangraban astillas. Detrás de él, el retrato de Sanathiel observaba con ojos pintados de oro, su medallón lunar brillando falsamente bajo la capa de polvo.—Prepárate, hermano —susurró, clavando el cuchillo en el centro del nombre—. Esta vez, tu lobo morderá su propia pata.Mica, encorvado en la puerta, retorció sus manos cubiertas de cicatrices de quemaduras.—Joven Lionel, la Bestia Blanca no perdonará…Un golpe seco. Lionel aplastó la advertencia de Mica contra el muro, sus dedos marcando moretones en forma de tridente en su cuello.—¿Sabes qué hace un pastor con las ovejas que balan demasiado? —siseó, acercando el cuchillo a su mejilla—. Las esquila… o las sacrifica.El sonido de tijeras corta
La sombra finalmente tomó forma. Un hombre de belleza antinatural cargaba el cuerpo inerte del lobo blanco sobre su hombro. Bajo la luna llena, el polvo que caía de su cabello no era arena, sino huesos molidos de sus antiguos seguidores, brillando con un resplandor fantasmal.Un auto verde se detuvo frente a ellos. En el asiento trasero, junto a una daga negra grabada con "Sanguis Sanathiel Vincit", reposaba el cofre dorado. Sus relieves coincidían exactamente con las marcas del medallón de Aisha.—Enciende la calefacción, Risas —ordenó Arcangel, quitándose los guantes. Las cicatrices en sus manos emitían un tenue humo violeta al contacto con el aire frío.El ritual comenzó al llegar al desierto. Arcángel dibujó símbolos en la tierra con un hueso humano mientras tarareaba una canción de cuna distorsionada. El líquido negro que vertió en la boca de Sanathiel olía a raíces podridas y azufre. Al tragar, las venas del lobo blanco se iluminaron como ríos de lava púrpura antes de apagarse.C
Aisha seguía en la casa del cazador Steven. Aquella noche, un aullido extraño la despertó, resonando en la oscuridad como un eco lejano. Se levantó de la cama y, al abrir las ventanas, la noche parecía aún más profunda, como si el tiempo se hubiera detenido. Apenas un destello llamó su atención: unos ojos brillantes que la observaban desde las sombras. Tragó saliva, intentando negar lo evidente. Pero su mente solo encontró una respuesta: “Lobo blanco”.Con manos temblorosas, cerró las ventanas, pero el frío gélido parecía envolverla aún dentro de la habitación. Un pequeño destello de arena apareció frente a ella. Giró lentamente, con el corazón palpitando desbocado.—Sanathiel... —susurró, sin darse cuenta de que había pronunciado su nombre en voz alta.Aunque no lo veía físicamente, lo sentía cerca, como si su presencia estuviera grabada en el aire. Un fuerte golpe en la puerta principal rompió el silencio. Desconcertada, Aisha escondió la arena bajo su cama, se calzó rápidamente y b
La decisión de Rasen de unirse como protector para la Comunidad de los Trece marcó el inicio de una etapa llena de pruebas, intrigas y enfrentamientos que pondrían a prueba su cuerpo y su espíritu.Aquella última noche antes de aceptar la propuesta de Steven fue inquietante. Steven se mostraba tenso, su usual arrogancia opacada por una preocupación latente.—No hay margen para errores. Aprende, adáptate y supera a los demás. —Su tono era seco, como si diera una orden que no admitía réplica.Le entregó un bolso con suministros básicos, un carnet con una nueva identidad y una misión clara: demostrar su valía.El internado, ubicado en el corazón del desierto, era más una prisión que una academia. Desde el primer día, la hostilidad impregnaba el aire.—Ipse est loser.Las carcajadas resonaron tras él. No necesitaba entender latín para captar el desprecio en sus voces.—¿Nuevo, verdad? —Una voz despreocupada lo sacó de su ensimismamiento. Un joven de rostro afilado, sonrisa confiada, y unos