La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.
La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.
—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.
Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.
—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.
—Es un obsequio de la Casa Verona, mi señor. Insistieron en que era de suma urgencia.
Un destello de desagrado cruzó los ojos de Sanathiel mientras sus dedos acariciaban el sello de cera que cerraba el mensaje.
—Siempre metiendo sus narices donde no les corresponde… —murmuró antes de abrir el pergamino. Avanzó hacia la mansión, deslizándose fuera de sus zapatos en la entrada y calzándose unas pantuflas que aguardaban a un lado.
El mayordomo lo siguió con la cabeza gacha, sacudiendo la sombrilla antes de colgarla.
—Esto no volverá a suceder, señor. Asumo la responsabilidad y aceptaré el castigo que considere necesario.
Sanathiel alzó una mano sin mirarlo.
—Espero que sea la última vez. Retírate.
Sanathiel subió las escaleras, deteniéndose un momento frente a la puerta de su habitación. Era un espacio que no había visto en años, y, sin embargo, todo permanecía igual: las cortinas azules ondeando suavemente por la brisa, los muebles cubiertos de polvo que el tiempo parecía haber olvidado. Abrió las ventanas, dejando que el aire frío entrara mientras sus ojos se posaban en el pergamino.
Lo desenrolló con cuidado, percibiendo un ligero aroma a cera y polvo, como si hubiese sido guardado en un lugar oscuro durante décadas.
"Estimado Sanathiel,
La Casa Verona le extiende este mensaje como prueba de nuestra lealtad. Recordamos su reciente regreso y reconocemos la importancia de su papel en la comunidad. Adjuntamos información sobre ciertos movimientos que podrían interesarle. Cazadores nómadas, bestias disfrazadas de humanos… y un peligro que no debe ser ignorado. Como siempre, nuestra intención es garantizar que usted y su linaje prevalezcan."
Sanathiel dejó caer el pergamino sobre la mesa.
—Creen que soy un peón más en su juego… Qué patético.
Antes de que pudiera continuar, la puerta se abrió bruscamente.
—Sanathiel, no puedes seguir ignorando las consecuencias de tus decisiones.
Era Mica. Su rostro mostraba la furia contenida de quien ya había alcanzado su límite.
Sanathiel lo miró sin levantarse.
—Cierra la puerta, Mica. Y no vuelvas a entrar sin anunciarte.
—¡No me importa tu protocolo! —exclamó Mica, cerrando la puerta de un golpe—. ¿Qué esperas lograr enfrentando a la comunidad de los trece? Juegas con fuego, y no seré yo quien limpie el desastre que dejes atrás.
Sanathiel se levantó lentamente, su figura proyectando una sombra imponente contra la pared.
—¿Vienes a darme un sermón, Mica? Qué noble de tu parte. Pero no necesito consejos de un peón.
—¿Peón? —replicó Mica, sus ojos brillando de rabia—. Esa mujer que tantos buscas… Es un juego peligroso. Lionel ya tiene su mirada puesta en ella, y la comunidad no permitirá que la uses para tus planes.
Sanathiel se acercó, deteniéndose justo frente a Mica.
—Déjame ser claro, Mica. Si alguien toca lo que es mío, se enfrentará a algo peor que la comunidad de los trece.
Mica sostuvo su mirada, sus labios curvados en una mezcla de desprecio y resignación, pero finalmente retrocedió, murmurando:
—Eres un necio, Sanathiel. Pero no seré yo quien te detenga.La puerta se cerró con un golpe seco, dejando a Sanathiel sumido en el silencio. Sus ojos volvieron a posarse en la carta, y con un gesto deliberado, acercó el pergamino a la llama de una vela cercana, viendo cómo el fuego devoraba las palabras con rapidez.
Sin embargo, una frase sobrevivió al fuego, como si el destino se negara a permitir su destrucción:
"Un siglo en decadencia… aldeas acechadas y expuestas al peligro… por hombres bestias que no conocían de razonabilidad… Un pequeño de apenas 14 años, inmerso en luchas y desafíos intensos, arriesgando su propia vida… Épocas de sangre. Demonios, brujas… fuimos obligados a renacer en una guerra sin sentido… Nómadas que sirvieron por generaciones como cazadores. Renunciando a cualquier apoyo moral o vida simple, con un único propósito: borrarlos de la existencia y así persistir en la sociedad discretamente.
—Falco Valuare."Sanathiel levantó una ceja, su expresión ensombreciéndose al murmurar:
—Así que el cazador Falco… él también lleva cicatrices del pasado.Pero sus ojos fueron atraídos por otro fragmento, un texto que parecía manchado con la desesperación de un alma rota:
"Musa de mi inspiración, Zaira, la claridad del cielo plasmada en sus ojos, con una piel blanca como la nieve y cabellos azabaches que fluyen como un río. Tu sola existencia debería redimirme, pero en cambio me consume un deseo que no debería sentir, un deseo que me arrastra al infierno. No puedo evitar confesar mis verdaderos colores. Perdóname por lo que he hecho, pero es mejor que mantengas tu distancia… especialmente del lobo blanco."
El ceño de Sanathiel se frunció al leer esas palabras. Había algo profundamente inquietante en la confesión. La carta no solo insinuaba un lazo prohibido, sino que también apuntaba directamente hacia él como una amenaza.
Por último, sus ojos recorrieron la postdata:
"Estimado Sanathiel, la Casa Verona le envía un pequeño presente por su reincorporación a la comunidad de los trece. Espero que disfrute de su tiempo."Sanathiel dejó escapar una risa seca, su voz cargada de sarcasmo:
—El lobo blanco no será domesticado por hienas.Con un movimiento brusco, arrojó el pergamino a la llama, viendo cómo las últimas palabras se retorcían y se convertían en cenizas. Pero incluso mientras el papel se desintegraba, las imágenes evocadas por las palabras persistían en su mente: Zaira, la confesión de Falco, y la inevitable colisión entre su pasado y el presente.
Se volvió hacia la ventana, observando cómo la lluvia golpeaba el vidrio. Sus ojos dorados brillaban con una intensidad inquietante mientras murmuraba:
—Si piensan que pueden controlarme, descubrirán que el lobo blanco no responde a nadie… ni siquiera a su destino.Minutos después, el teléfono sonó.
—Sanathiel, ¿cómo estás? —La voz de Darían, su antiguo tutor, sonaba preocupada, pero había una frialdad calculada detrás de sus palabras—. ¿Estás considerando mi oferta de regresar a Europa?
—Dime lo que realmente quieres, Darían. No tengo tiempo para juegos.
—El incidente de la luna roja… —dijo Darían lentamente—. La chica que buscas, Aisha… La comunidad ha decidido entregarla como prometida a Lionel. Es su manera de controlarte.
Sanathiel apretó los puños, sintiendo la rabia arder en su interior.
—¿Todos lo sabían menos yo? Qué conveniente.
—Escucha, Sanathiel. Esto no es algo que puedas resolver con fuerza bruta. Lionel tiene aliados, y tú estás caminando por una cuerda floja.
Sanathiel aplastó el teléfono, dejando la pantalla hecha añicos.
—Si alguien cree que puede separarnos, que lo intente. Pero no me detendrán.
En el pasillo, Mica escuchó el estruendo y esbozó una sonrisa sardónica.
—Juegas con fuego, Sanathiel. Veremos cuánto tiempo puedes mantenerte sin arder.
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no terminaba de disiparse. La casa, impecable y majestuosa, emanaba un aire de secretos enterrados bajo su elegante fachada. Las paredes, cubiertas de retratos y paisajes, parecían seguirlo con ojos invisibles, cargados de juicio.La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esquina de la sala. Era una joven de cabello
Aisha se encontraba en el hospital, recuperándose de la herida que había puesto en peligro su vida. Aunque la cicatriz en su cintura ya casi había sanado, el peso emocional de todo lo vivido seguía presente. Sus ojos reflejaban algo nuevo: una determinación firme, casi desafiante. Sabía que quedarse allí solo retrasaría lo inevitable.Pero había un obstáculo. Su alta médica requería la presencia de sus padres, algo que no podía permitir.—Rasen, necesito tu ayuda. ¿Cuento contigo? —preguntó, tomando su mano con una firmeza que revelaba la gravedad de la situación.Rasen, sorprendido por el tono de su voz, asintió lentamente. —Sí, claro… pero ¿qué necesitas?—Salir del hospital, sin que nadie lo sepa —respondió con una leve sonrisa, como si buscara aligerar la tensión.Esa tarde, Rasen comenzó a planear el escape. Mientras lo hacía, no podía evitar reflexionar sobre lo mucho que Aisha significaba para él. Era más que una persona a quien proteger; su conexión con ella era inexplicable,
El aire dentro del túnel era frío y denso, cargado de una sensación que parecía pesar sobre los hombros de Aisha y Rasen mientras avanzaban. El hospital quedaba atrás, pero la seguridad que buscaban parecía estar aún más lejos.—Rasen… algo no está bien —dijo Aisha, apretando su mano con fuerza.El calor de su tacto lo tranquilizó por un instante, pero el entorno no hacía más que aumentar su desconfianza. Las sombras parecían moverse, y el eco de sus pasos se multiplicaba de forma antinatural.—No te preocupes. Estoy contigo —respondió Rasen, su tono firme, aunque por dentro su mente trabajaba frenéticamente para mantener la calma.El vínculo entre ambos se sentía más fuerte que nunca, pero también más frágil, como si cualquier cambio pudiera romperlo. El túnel se hacía cada vez más oscuro, y entonces todo cambió.Al cruzar una curva, la sensación de irrealidad se intensificó. Las paredes comenzaron a ondularse como si fueran líquidas, y el espacio se expandía y contraía de manera ext
De regreso a su mansión, Sanathiel no lograba conciliar el sueño. Los ecos de los recientes eventos cercanos a la luna roja lo mantenían atrapado en un remolino de pensamientos. Desde la ventana de su habitación, observaba la noche en busca de respuestas, pero el silencio solo acentuaba sus dudas.La llegada inesperada de Noah rompió esa quietud.—Señor Sanathiel, su visita lo espera —anunció un sirviente al abrir elegantemente la puerta.Sanathiel giró lentamente.—Hazlo pasar.Noah, un enviado de la comunidad de los Trece, entró con paso seguro, su presencia inconfundible.—Sanathiel, hace tiempo que no nos encontramos —saludó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—Así es, Noah. Parece que hoy serás mi sombra —respondió Sanathiel con tono sereno, aunque sus palabras estaban cargadas de intención.—¿De quién escuchaste eso? —replicó Noah, sus ojos brillando con una chispa de interés.Sanathiel ignoró la pregunta, cambiando el rumbo de la conversación.—Quiero que uses tu habilid
El aire pesado de la tormenta de arena envolvía a Sanathiel y Noah mientras sus palabras cortaban el silencio con la fuerza de dagas. La mirada de Sanathiel estaba fija en el horizonte, pero su atención estaba claramente en el hombre a su lado.—Tu desobediencia no pienso pasarla por alto, Noah. Todos esos que viste hoy sacarán las garras tarde o temprano, ¿lo entiendes? —La voz de Sanathiel era fría, cada palabra cargada de advertencia.Noah dejó escapar una risa nerviosa, que rápidamente se transformó en un tono desafiante. —¡No me hables así, Sanathiel de Ruanda! —espetó, su postura reflejando orgullo herido—. Si persistes en tratarme como un trapo, no dudaré en reportarte al consejo.Sanathiel giró lentamente, sus ojos dorados encendiéndose como un fuego contenido. —No eres más que un perro que obedece órdenes. Si me he contenido, Noah, es porque no representas una amenaza para mí —respondió, apretando con fuerza el medallón lunar hasta que brilló en un tono rojizo, como si reso