La tormenta aullaba como una bestia herida, y las gárgolas de la mansión escupían agua por sus fauces de piedra. El auto avanzaba lentamente, sus faros cortando la oscuridad mientras Sanathiel observaba su reflejo en el parabrisas: ojos dorados, cabello rubio, y una cicatriz en forma de media luna que le cruzaba el cuello. Un recordatorio de que ni siquiera el tiempo curaba ciertas heridas.
Al detenerse, pisó un charco. Su imagen se fracturó en el agua, y por un instante, vio los ojos de un lobo mirándole desde el fondo.
—Señor —el mayordomo le tendió una sombrilla negra con empuñadura de plata—. La comunidad está inquieta.
Sanathiel ignoró el objeto y caminó bajo la lluvia. Las gotas le helaban la piel, pero no tanto como el pergamino que el mayordomo le entregó con manos temblorosas.
—De la Casa Verona —murmuró el sirviente—. Sellado con cera de veneno.
El sello era una serpiente devorando su cola. Sanathiel lo partió con el pulgar, y un aroma a azufre inundaba el aire. Mientras leía, la tormenta rugió con fuerza, como si las palabras escritas despertaran a la misma naturaleza:
"Estimado Sanathiel,
Los cazadores nómadas no olvidan. Tú tampoco deberías. Adjuntamos detalles sobre Falco Valuare, cuyo odio por el lobo blanco crece tanto como su obsesión por Zaira... la misma que tú llevas tatuada en el alma.Atentamente,Casa Verona."En la habitación, las cortinas azules ondeaban como fantasmas. Sanathiel dejó caer el pergamino sobre una mesa cubierta de polvo y acercó una vela. Las llamas lamieron el papel, pero en vez de cenizas, surgió un humo violeta. Entre las brasas, una frase brilló en rojo sangre:
"Zaira te maldice desde su tumba."
—¡Sanathiel! —Mica irrumpió, empuñando un reloj de bolsillo cuyo tic-tac sincronizaba con la lluvia—. ¿Cuántos cadáveres más necesitas dejar para entender que estás solo?
Sanathiel no volvió. En el espejo detrás de Mica, su reflejo mostraba sombras de lobo retorciéndose en sus hombros.
—¿Vienes a sermonearme o a confesar tu traición? —preguntó, trazando un círculo en el polvo de la mesa. En su interior, el símbolo de los trece.
Mica abrió el reloj. En su tapa, un lobo y una luna grabados.
—Lionel tiene a Aisha. La comunidad la entregará como esposa al amanecer. ¿Sabes lo que eso significa?El aire se electrizó. Sanathiel se giró, y por primera vez, Mica vio sus colmillos.
—Significa —rugió Sanathiel, estrellando el reloj contra el suelo— que Lionel olvidó cómo aúllan los lobos cuando les arrancan lo que aman.
El tic-tac cesó. Mica recogió los restos del reloj, su voz un susurro:
—Cuando caigas, nadie llorará tu nombre. Solo tu maldición.La puerta se cerró tras él.
Sanathiel observó sus manos: las venas brillaban azules bajo la piel, como ríos de hielo. En el jardín, la tormenta arrancó una rosa negra y la estrelló contra su ventana.
El teléfono vibró. La voz de Darían era un cuchillo envuelto en seda:
—¿Recibiste mi regalo? Falco está cerca. Y Aisha... bueno, Lionel siempre quiso una mascota.Sanathiel apretó el auricular hasta que el plástico crujió. Sus labios se curvaron en una sonrisa sin humor.
—Dile a Lionel que prepare su mortaja. Dile que recuerdo su miedo a la oscuridad cuando éramos niños. Dile que esta vez, cuando la arrastre a ella, no habrá nadie para sacarlo.
Al colgar, el vidrio de la ventana se rompió.
Entre los árboles, una silueta observaba. Falco. Su expresión era la de un depredador al acecho, pero no sonreía. Pasaba los dedos lentamente sobre la portada de un diario abierto, como si acariciara algo valioso. En la página expuesta, un dibujo a lápiz: Zaira.
Idéntica a Aisha.
La tormenta rugió de nuevo, pero esta vez, un aullido le respondió desde el bosque.
El aire matutino se filtraba por los pasillos vacíos, arrastrando consigo el aroma a lluvia y el eco lejano de voces dispersas. Aisha apenas lo notaba.Una gota resbaló por su mejilla - fría como un susurro mortal - teñida de rojo por el vitral sangrante. Su mirada se alzó instintivamente. La imagen la dejó sin aliento.Allí, enmarcada en el vidrio teñido, una luna sangrante flotaba sobre un paisaje sombrío. Era idéntica a la de sus sueños, a aquella que la perseguía cada noche con su fulgor escarlata.Un escalofrío le recorrió la espalda.Por un instante, sintió el peso de una mirada ardiente sobre su nuca, intensa y dorada, como si alguien—o algo—la estuviera observando."Deben ser solo sueños... Nada más que sueños."Sacudió la cabeza y aceleró el paso.Fue entonces cuando dobló la esquina y chocó contra alguien.El impacto la hizo tambalearse, pero antes de que pudiera caer, unas manos firmes la sujetaron.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y el aire pare
La luz mortecina de la lámpara del hospital recortaba el perfil de Aisha contra las sombras, su respiración sincronizada con el tic-tac del monitor. Rasen observaba cada parpadeo de aquella máquina como si fuera una cuenta regresiva. El olor a antiséptico no lograba ahogar el rastro de bergamota y hierro que emanaba de él, un recordatorio de que su mundo ya no era el de los vivos.—No te vayas —susurró Aisha, clavando las uñas en la sábana. No era una súplica, sino un desafío.Rasen tomó su mano sin pedir permiso. Sus dedos callosos rozaron la vía intravenosa, y por un instante, el resplandor violeta del relicario bajo su camisa iluminó la habitación. Aisha entrecerró los ojos: en la foto desgastada del colgante, una niña de trenzas jugaba bajo un roble. Ella misma, años antes de que la noche roja todo lo borrara.—Te llevaré lejos de aquí —dijo él, siguiendo su mirada hacia la ventana—. A donde ni los fantasmas te alcancen.En el cristal empañado, el reflejo de Rasen se fundió con el
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a c
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no termina de disiparse. "Las paredes de mármol brillaban bajo la luz del atardecer, pero las grietas en los retratos —pequeñas y casi imperceptibles— delataban historias censuradas. Sanathiel pisó una losa suelta en el suelo, y el crujido resonó como un gemido ahogado."La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esq
La cicatriz en su cintura latía como un eco del monitor cardíaco, un recordatorio de que la muerte la había rozado. Fuera, la luna llena se reflejaba en los ventanales del hospital como un ojo ciego observándolos. Rasen apoyaba la frente contra el cristal frío, trazando con el aliento un círculo que se desvaneció enseguida.—Necesito salir —dijo Aisha, rompiendo el silencio. Su voz no era un ruego, sino el filo de una daga desenvainada—. ¿Me ayudarás o seguirás decorando ventanas?Rasen giró lentamente. La luz neón recortaba sus pómulos afilados, y el relicario violeta brillaba bajo su camisa.—¿Sabes lo que pides? —dejó caer las palabras como una trampa al descubierto—. Afuera hay más periodistas y doctores.Ella se incorporó con un gemido ahogado, tirando de la vía intravenosa hasta que la aguja saltó de su piel. Una gota púrpura brilló en su antebrazo antes de desvanecerse.—Lo que hay fuera… —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano— es mi guerra. Y tú eres mi cómplice, no mi g
Parte II: Sombras en el túnelEl túnel respiraba. Las paredes sudaban un frío que calaba hasta los huesos, y cada paso de Aisha y Rasen resonaba como un latido fantasma. La luz del hospital había desaparecido, devorada por una oscuridad que no era natural.—Rasen… —Aisha apretó su mano, deteniéndose. El eco de su voz se multiplicó, como si el túnel repitiera su miedo.Él sintió el peso de su mirada antes de verla. Las sombras se retorcían en los bordes de su visión, danzando al ritmo de un susurro que no provenía de ningún lado. El relicario bajo su camisa vibraba, calentándose hasta quemar.—No es solo un túnel —murmuró Rasen, corriendo los dedos por la pared. La piedra cedió bajo su tacto, líquida y gelatinosa, antes de solidificarse de nuevo.Aisha retrocedió. Donde su espalda había rozado el muro, quedó impresa la silueta de unas alas rotas.Un estruendo los separó.El túnel se estiró, las paredes ondulando como intestinos de bestia. Rasen gritó su nombre, pero el sonido se desgarr
La mansión de Sanathiel respiraba con el ritmo de la noche. Las sombras de la luna roja se reflejaban en los vitrales del estudio, dibujando líneas carmesí sobre el rostro del lobo blanco. En sus manos, el medallón lunar palpitaba, sincronizado con un latido ajeno. El de ella.Noah irrumpió sin ceremonias, su perfume con ceniza y azufre corrompiendo el aire.—¿Jugamos a las visiones otra vez, Sanathiel? —Sus ojos de felino brillaban bajo la capucha—. Las respuestas suelen cortar más que las espadas.Sanathiel no se volvió. En el espejo del desván, entre velas negras que chisporroteaban como estrellas moribundas, solo se reflejaba el vacío.—Quiero ver su pasado, no el mío.Noah rió, un sonido de uñas arañando mármol.—El amor es un espejo roto, querido. Cuidado con lo que deseas ver.El medallón ardió entre los dedos de Sanathiel cuando cruzó el umbral del espejo.Al otro lado, el aire olía a lavanda y miedo.Su habitación. Su cama. Ella, dormida, el ceño fruncido como si luchara contra
La tormenta de arena cortaba como miles de agujas de cristal. El torbellino de arena devoraba el cielo, convirtiendo la noche en un abismo rojizo. Las sombras de Sanathiel y Noah se distorsionaban con cada relámpago, dos bestias enfrentadas en la tempestad. El aire olía a azufre y sangre seca.—¿Crees que tu desobediencia quedará impune? —rugió Sanathiel, el medallón lunar ardiendo en su pecho como un corazón de lava—. Cada uno de esos ojos que viste hoy será una daga en tu espalda.Noah escupió sangre y arena, su risa un cascabel roto por el viento:—¡No me hables como a tu perro, Sanathiel de Ruanda! —escupió Noah, con el sabor metálico de la sangre en su lengua—. Si quieres jugar al amo, recuerda: hasta el collar más fuerte se oxida… y los perros rabiosos muerden a sus dueños.Un relámpago iluminó la cicatriz en forma de tridente que Sanathiel llevaba sobre el esternón. Brilló, pulsando al ritmo de su ira.—Eres un mensajero, no un rival —silbó, avanzando hasta que las gotas de sudo