El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.
La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.
Observando el paisaje bañado por la luz plateada de la luna, su mente viajó a la noche de la luna roja. Aquella noche de furia desatada, cuando había aniquilado a la comunidad de científicos que se atrevió a decidir su destino. Los había destruido con una brutalidad despiadada, dejando una marca imborrable de su poder. Nada en su vida anterior como humano podía compararse con esa noche. Nada podía redimirlo de los crímenes que había cometido.
Sin embargo, esta vez era diferente. Había descubierto algo interesante en reclusión. Aquello, que atormentaba su mente al cerrar los ojos o dormir, tenía nombre propio.
—Aisha —murmuró, apretando sus garras contra la palma de su mano hasta hacerse daño.
La mujer que atormentaba incesantemente sus sueños, Aisha, una figura que, sin saber cómo ni por qué, estaba conectada a él. Decidido a alejar sus pensamientos, volvió al interior de su habitación, tomó un lápiz y, con una furia controlada, trazó líneas en una hoja, recreando el rostro de Aisha en el papel. El dibujo era apenas un boceto, pero en sus trazos percibía algo inquietante, como si aquella mujer fuera el reflejo de su propia maldición.
Soltó el lápiz, rompiéndolo sin querer en el proceso. Se apartó del dibujo, pero no podía alejarse del pensamiento de que la conexión con Aisha iba más allá de sus sueños. La idea de que ella fuese la clave para encontrar a Luciano, el causante de su maldición, cobraba fuerza en su mente.
—Si en verdad llevas la insignia del Colegio Mayor Unidad... tal vez seas mi respuesta —susurró para sí mismo, recostándose en la cama mientras su mirada se perdía en el techo. “Quizás seas la llave para vengarme de Luciano, el Desterrado. Entonces, serías tú el camino que tanto he buscado.”
En otro lugar, en el Colegio Mayor Unidad, una tarde bochornosa se hacía interminable para Aisha. Sentada en su pupitre, trataba de ignorar el mal funcionamiento del aire acondicionado y el constante tic-tac del reloj. Deseaba que el día terminara pronto, pero una extraña sensación de inquietud comenzó a embargarla, como si una presencia oscura rondara cerca, observándola.
Finalmente, al sonar la campana, Aisha salió del aula y se dirigió a la biblioteca, su lugar de refugio. Pero, al cruzar los pasillos, una visión fugaz irrumpió en su mente: un lobo blanco de ojos brillantes, un ser aterrador que parecía observarla desde las sombras. La imagen fue tan intensa que tuvo que detenerse y respirar profundamente para calmarse.
—¿Qué… fue eso? —murmuró, sintiendo un nudo en el estómago. El nauseabundo olor de aquella visión parecía impregnado en el aire, obligándola a cubrirse la nariz y finalmente haciendo que vomitara. Se tambaleó hacia el baño, donde intentó recomponerse. Entonces, comenzaron a resonar en su mente unos gemidos dolientes, una presencia que se acercaba a ella…
—¡No hay nada, solo soy yo, Aisha, despierta! —se dijo a sí misma, tratando de calmar su respiración. Según su psicóloga, estos episodios eran recuerdos borrosos de la trágica noche de luna roja, un incidente que había marcado su vida.
Intentando recobrar la compostura, Aisha salió del baño, pero fue interceptada por un grupo de compañeras.
—¿A quién tenemos aquí? La cretina mentirosa —dijo Andrea, lanzándole una mirada de desprecio.
—¿Qué es ese olor fétido? —comentó Diana, cubriéndose la nariz con una mueca de asco mientras miraba a Aisha.
Recordando que estas chicas alguna vez fueron sus amigas, Aisha intentó ignorarlas y continuó su camino hacia la biblioteca. Allí, su atención fue capturada por un libro antiguo que había en uno de los estantes. Sin saber por qué, sintió una atracción inexplicable hacia él. Al abrirlo, vio un título que le heló la sangre: Los Nevri. Sintió una conexión extraña, como si el libro le hablara directamente, y sin darse cuenta, comenzó a leerlo, sumergiéndose en los misterios de esa familia mítica, ajena al peligro que esto representaba.
De vuelta en su refugio, Sanathiel percibió un ligero aleteo en la ventana. Una paloma mensajera lo observaba, con un mensaje atado a su pata derecha. Se acercó lentamente, tomó el mensaje y liberó al ave, viéndola desaparecer en la oscuridad.
—Descuida, no muerdo —murmuró con una sonrisa sardónica, siguiendo la trayectoria de la paloma hasta perderla de vista.
El mensaje era una advertencia, un recordatorio de que su presencia no pasaba desapercibida y que Luciano aún mantenía vigilada la región. Pero Sanathiel no tenía intención de retroceder. Con cada sueño, cada nombre y cada visión de Aisha, sentía una urgencia creciente de hallar respuestas, de enfrentar su destino y, sobre todo, de dar con Luciano.
Los días siguientes, Sanathiel recibió un paquete con ropa nueva: unos jeans oscuros y una camiseta de algodón blanco. Se vistió con cuidado, peinó su cabello rubio hacia atrás y se permitió un vistazo en el espejo. Su reflejo mostraba una figura humana, pero él sabía que la verdadera bestia yacía en su interior, esperando el momento de liberarse.
Finalmente, bajó con sus maletas, y al despedirse de la mansión, ordenó fríamente:
—Quémenlo todo, no lo necesitaré.
Con un trozo de papel en la mano, el dibujo de Aisha, Sanathiel subió a la limosina y recibió un sobre con tarjetas, dinero y documentos de identidad. Mientras se acomodaba, guardó su tableta tras revisar su cuenta bancaria, una riqueza que retomaba con la misma facilidad con la que la había perdido.
A mitad de camino, abrió la ventana y percibió un hedor familiar que flotaba en el aire, un olor que parecía vinculado a sus recuerdos de Aisha.
Cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación mientras la noche se cernía sobre el bosque que dejaban atrás.
—Había olvidado lo que se sentía —susurró con una sonrisa oscura al recordar la visión de la mujer que había empezado a dominar su mente.La carretera continuaba bajo la luna llena, pero en el horizonte se vislumbraban las luces de la ciudad. Sanathiel cerró los ojos una vez más, sintiendo el vínculo invisible que lo guiaba hacia ella.
—Pronto, Aisha. Muy pronto... —murmuró para sí mismo.
En las sombras, algo más aguardaba, observando sus pasos, trazando su destino. La verdadera cacería apenas comenzaba.
La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.—Es
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no terminaba de disiparse. La casa, impecable y majestuosa, emanaba un aire de secretos enterrados bajo su elegante fachada. Las paredes, cubiertas de retratos y paisajes, parecían seguirlo con ojos invisibles, cargados de juicio.La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esquina de la sala. Era una joven de cabello
Aisha se encontraba en el hospital, recuperándose de la herida que había puesto en peligro su vida. Aunque la cicatriz en su cintura ya casi había sanado, el peso emocional de todo lo vivido seguía presente. Sus ojos reflejaban algo nuevo: una determinación firme, casi desafiante. Sabía que quedarse allí solo retrasaría lo inevitable.Pero había un obstáculo. Su alta médica requería la presencia de sus padres, algo que no podía permitir.—Rasen, necesito tu ayuda. ¿Cuento contigo? —preguntó, tomando su mano con una firmeza que revelaba la gravedad de la situación.Rasen, sorprendido por el tono de su voz, asintió lentamente. —Sí, claro… pero ¿qué necesitas?—Salir del hospital, sin que nadie lo sepa —respondió con una leve sonrisa, como si buscara aligerar la tensión.Esa tarde, Rasen comenzó a planear el escape. Mientras lo hacía, no podía evitar reflexionar sobre lo mucho que Aisha significaba para él. Era más que una persona a quien proteger; su conexión con ella era inexplicable,
El aire dentro del túnel era frío y denso, cargado de una sensación que parecía pesar sobre los hombros de Aisha y Rasen mientras avanzaban. El hospital quedaba atrás, pero la seguridad que buscaban parecía estar aún más lejos.—Rasen… algo no está bien —dijo Aisha, apretando su mano con fuerza.El calor de su tacto lo tranquilizó por un instante, pero el entorno no hacía más que aumentar su desconfianza. Las sombras parecían moverse, y el eco de sus pasos se multiplicaba de forma antinatural.—No te preocupes. Estoy contigo —respondió Rasen, su tono firme, aunque por dentro su mente trabajaba frenéticamente para mantener la calma.El vínculo entre ambos se sentía más fuerte que nunca, pero también más frágil, como si cualquier cambio pudiera romperlo. El túnel se hacía cada vez más oscuro, y entonces todo cambió.Al cruzar una curva, la sensación de irrealidad se intensificó. Las paredes comenzaron a ondularse como si fueran líquidas, y el espacio se expandía y contraía de manera ext
De regreso a su mansión, Sanathiel no lograba conciliar el sueño. Los ecos de los recientes eventos cercanos a la luna roja lo mantenían atrapado en un remolino de pensamientos. Desde la ventana de su habitación, observaba la noche en busca de respuestas, pero el silencio solo acentuaba sus dudas.La llegada inesperada de Noah rompió esa quietud.—Señor Sanathiel, su visita lo espera —anunció un sirviente al abrir elegantemente la puerta.Sanathiel giró lentamente.—Hazlo pasar.Noah, un enviado de la comunidad de los Trece, entró con paso seguro, su presencia inconfundible.—Sanathiel, hace tiempo que no nos encontramos —saludó con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—Así es, Noah. Parece que hoy serás mi sombra —respondió Sanathiel con tono sereno, aunque sus palabras estaban cargadas de intención.—¿De quién escuchaste eso? —replicó Noah, sus ojos brillando con una chispa de interés.Sanathiel ignoró la pregunta, cambiando el rumbo de la conversación.—Quiero que uses tu habilid