Inicio / Hombre lobo / SANATHIEL / Capítulo 2: Sombras del destino
Capítulo 2: Sombras del destino

El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.

La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.

Observando el paisaje bañado por la luz plateada de la luna, su mente viajó a la noche de la luna roja. Aquella noche de furia desatada, cuando había aniquilado a la comunidad de científicos que se atrevió a decidir su destino. Los había destruido con una brutalidad despiadada, dejando una marca imborrable de su poder. Nada en su vida anterior como humano podía compararse con esa noche. Nada podía redimirlo de los crímenes que había cometido.

Sin embargo, esta vez era diferente. Había descubierto algo interesante en reclusión. Aquello, que atormentaba su mente al cerrar los ojos o dormir, tenía nombre propio.

Aisha —murmuró, apretando sus garras contra la palma de su mano hasta hacerse daño.

La mujer que atormentaba incesantemente sus sueños, Aisha, una figura que, sin saber cómo ni por qué, estaba conectada a él. Decidido a alejar sus pensamientos, volvió al interior de su habitación, tomó un lápiz y, con una furia controlada, trazó líneas en una hoja, recreando el rostro de Aisha en el papel. El dibujo era apenas un boceto, pero en sus trazos percibía algo inquietante, como si aquella mujer fuera el reflejo de su propia maldición.

Soltó el lápiz, rompiéndolo sin querer en el proceso. Se apartó del dibujo, pero no podía alejarse del pensamiento de que la conexión con Aisha iba más allá de sus sueños. La idea de que ella fuese la clave para encontrar a Luciano, el causante de su maldición, cobraba fuerza en su mente.

—Si en verdad llevas la insignia del Colegio Mayor Unidad... tal vez seas mi respuesta —susurró para sí mismo, recostándose en la cama mientras su mirada se perdía en el techo. “Quizás seas la llave para vengarme de Luciano, el Desterrado. Entonces, serías tú el camino que tanto he buscado.”

En otro lugar, en el Colegio Mayor Unidad, una tarde bochornosa se hacía interminable para Aisha. Sentada en su pupitre, trataba de ignorar el mal funcionamiento del aire acondicionado y el constante tic-tac del reloj. Deseaba que el día terminara pronto, pero una extraña sensación de inquietud comenzó a embargarla, como si una presencia oscura rondara cerca, observándola.

Finalmente, al sonar la campana, Aisha salió del aula y se dirigió a la biblioteca, su lugar de refugio. Pero, al cruzar los pasillos, una visión fugaz irrumpió en su mente: un lobo blanco de ojos brillantes, un ser aterrador que parecía observarla desde las sombras. La imagen fue tan intensa que tuvo que detenerse y respirar profundamente para calmarse.

—¿Qué… fue eso? —murmuró, sintiendo un nudo en el estómago. El nauseabundo olor de aquella visión parecía impregnado en el aire, obligándola a cubrirse la nariz y finalmente haciendo que vomitara. Se tambaleó hacia el baño, donde intentó recomponerse. Entonces, comenzaron a resonar en su mente unos gemidos dolientes, una presencia que se acercaba a ella…

—¡No hay nada, solo soy yo, Aisha, despierta! —se dijo a sí misma, tratando de calmar su respiración. Según su psicóloga, estos episodios eran recuerdos borrosos de la trágica noche de luna roja, un incidente que había marcado su vida.

Intentando recobrar la compostura, Aisha salió del baño, pero fue interceptada por un grupo de compañeras.

—¿A quién tenemos aquí? La cretina mentirosa —dijo Andrea, lanzándole una mirada de desprecio.

—¿Qué es ese olor fétido? —comentó Diana, cubriéndose la nariz con una mueca de asco mientras miraba a Aisha.

Recordando que estas chicas alguna vez fueron sus amigas, Aisha intentó ignorarlas y continuó su camino hacia la biblioteca. Allí, su atención fue capturada por un libro antiguo que había en uno de los estantes. Sin saber por qué, sintió una atracción inexplicable hacia él. Al abrirlo, vio un título que le heló la sangre: Los Nevri. Sintió una conexión extraña, como si el libro le hablara directamente, y sin darse cuenta, comenzó a leerlo, sumergiéndose en los misterios de esa familia mítica, ajena al peligro que esto representaba.

De vuelta en su refugio, Sanathiel percibió un ligero aleteo en la ventana. Una paloma mensajera lo observaba, con un mensaje atado a su pata derecha. Se acercó lentamente, tomó el mensaje y liberó al ave, viéndola desaparecer en la oscuridad.

Descuida, no muerdo —murmuró con una sonrisa sardónica, siguiendo la trayectoria de la paloma hasta perderla de vista.

El mensaje era una advertencia, un recordatorio de que su presencia no pasaba desapercibida y que Luciano aún mantenía vigilada la región. Pero Sanathiel no tenía intención de retroceder. Con cada sueño, cada nombre y cada visión de Aisha, sentía una urgencia creciente de hallar respuestas, de enfrentar su destino y, sobre todo, de dar con Luciano.

Los días siguientes, Sanathiel recibió un paquete con ropa nueva: unos jeans oscuros y una camiseta de algodón blanco. Se vistió con cuidado, peinó su cabello rubio hacia atrás y se permitió un vistazo en el espejo. Su reflejo mostraba una figura humana, pero él sabía que la verdadera bestia yacía en su interior, esperando el momento de liberarse.

Finalmente, bajó con sus maletas, y al despedirse de la mansión, ordenó fríamente:

Quémenlo todo, no lo necesitaré.

Con un trozo de papel en la mano, el dibujo de Aisha, Sanathiel subió a la limosina y recibió un sobre con tarjetas, dinero y documentos de identidad. Mientras se acomodaba, guardó su tableta tras revisar su cuenta bancaria, una riqueza que retomaba con la misma facilidad con la que la había perdido.

A mitad de camino, abrió la ventana y percibió un hedor familiar que flotaba en el aire, un olor que parecía vinculado a sus recuerdos de Aisha.

Cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación mientras la noche se cernía sobre el bosque que dejaban atrás.

—Había olvidado lo que se sentía —susurró con una sonrisa oscura al recordar la visión de la mujer que había empezado a dominar su mente.

La carretera continuaba bajo la luna llena, pero en el horizonte se vislumbraban las luces de la ciudad. Sanathiel cerró los ojos una vez más, sintiendo el vínculo invisible que lo guiaba hacia ella.

—Pronto, Aisha. Muy pronto... —murmuró para sí mismo.

En las sombras, algo más aguardaba, observando sus pasos, trazando su destino. La verdadera cacería apenas comenzaba.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP