Sanathiel abrió los ojos de golpe. No estaba dormido, pero la voz que lo llamaba surgía desde un lugar más profundo que sus pensamientos. Su mirada se perdió en el reflejo de la ventana, donde las luces de la ciudad danzaban sobre su pálido rostro.
—Sanathiel…
La voz repitió su nombre, esta vez con un matiz distinto, más insistente, como si una mano invisible intentara alcanzarlo desde la penumbra.
Su mandíbula se tensó. No era Aisha.
Era otra presencia.
Una que reconocía, pero que no esperaba sentir en ese momento.
—Tarde o temprano, tenías que aparecer… —susurró para sí mismo, cerrando los ojos un instante.
El vínculo con sus hermanos era un eco distante, una cuerda rota que a veces aún vibraba con la memoria de lo que fueron. Y ahora, en esta noche cargada de presagios, uno de esos ecos se manifestaba con claridad.
Sariel.
El nombre ardió en su mente como una marca incandescente.
—No juegues conmigo —gruñó Sanathiel, apretando el papel con el retrato de Aisha hasta arrugarlo.
La voz se desvaneció, pero su presencia quedó flotando en el aire, pegajosa como un perfume persistente. Sariel lo observaba, desde algún rincón oculto de la ciudad.
Habían pasado dos décadas desde aquel intento fallido por destruir todo lo relacionado con Kerens. Incluso al despertar, se encontró como un prisionero, castigado por haber agraviado a la Comunidad de los Trece.
Hasta que el invierno llegó, envolviendo todo a su alrededor en un manto blanco y helado.
Observó el paisaje bañado por la luz plateada de la luna, y su mente viajó a aquella fatídica noche.
La noche de la luna roja.
Sanathiel suspiró, desviando la mirada hacia el horizonte.
—Aisha… —murmuró, apretando sus garras contra la palma de su mano hasta hacerse daño.
Aisha. Una figura que, sin saber cómo ni porqué, estaba conectada a él.
Decidido a alejar sus pensamientos, volvió al interior de su habitación, tomó un lápiz y, con una furia controlada, trazó líneas en una hoja, recreando su rostro en el papel.
El dibujo era apenas un boceto, pero en sus trazos percibía algo inquietante, como si aquella mujer fuera el reflejo de su propia maldición.
"Quizás seas la llave para vengarme de Luciano, el Desterrado. Entonces, serías tú el camino que tanto he buscado."
El auto descendía por una avenida rodeada de edificios altos y luces de neón. El resplandor artificial reemplazaba la luz de la luna, pero la verdadera oscuridad se ocultaba en los callejones, en las sombras donde criaturas como él acechaban sin ser vistas.
Cuando la limosina se detuvo frente a un hotel de lujo, un hombre trajeado abrió la puerta con un gesto servicial.
—Bienvenido, señor Kerens.
Sanathiel bajó sin responder, su elegancia innata reflejada en cada movimiento. Tomó su maleta y cruzó el vestíbulo iluminado por lámparas de cristal. La opulencia no le impresionaba; él mismo había sido dueño de una fortuna, pero nada de eso llenaba el vacío que cargaba dentro.
En la recepción, la mujer que atendía le dedicó una sonrisa profesional, ajena a la sombra que lo envolvía.
—Su habitación está lista. ¿Desea que enviemos algo en especial?
—No. —Su voz era fría, cortante.
Tomó la tarjeta de acceso y se dirigió al ascensor. Al cerrarse las puertas, observó su reflejo en el espejo.
Un joven apuesto de mirada intensa y porte imponente le devolvía la mirada. Pero detrás de esos ojos dorados, el lobo acechaba.
La voz de Sariel había sido solo el primer aviso.
Al día siguiente, encontraría a Aisha.
Y la caza comenzaría.
En otro lugar, en el Colegio Mayor Unidad, Aisha trataba de ignorar el calor sofocante del aula. Pero un escalofrío recorrió su espalda. Algo la observaba.
Al cruzar el pasillo rumbo a la biblioteca, una imagen fugaz irrumpió en su mente: un lobo blanco de ojos brillantes. El impacto fue tan abrumador que se detuvo en seco, su respiración entrecortada. El aire adquirió un hedor indescriptible, nauseabundo. Se cubrió la boca y corrió al baño, su estómago rebelándose contra lo que fuera que había sentido.
—No hay nada… —susurró, aferrándose al lavabo.
Pero los ecos persistían. Un gemido doliente resonó en su mente, un lamento que no le pertenecía.
Horas después, en su habitación, sus dedos recorrieron las páginas de un viejo libro sin darse cuenta. El título la paralizó: Los Nevri. Su corazón latió con fuerza, como si una parte de ella reconociera aquellas palabras.
Lejos de allí, en la oscuridad de su refugio, Sanathiel percibió el roce sutil de una presencia en su mente.
No era Sariel.
No era Luciano.
Era ella.
Una sonrisa lobuna cruzó su rostro mientras el automóvil avanzaba por la carretera.
—Pronto, Aisha... muy pronto.
Y en ese instante, la voz de la muchacha tembló en su interior, como un eco que aún no comprendía.
—Sanathiel...
La tormenta aullaba como una bestia herida, y las gárgolas de la mansión escupían agua por sus fauces de piedra. El auto avanzaba lentamente, sus faros cortando la oscuridad mientras Sanathiel observaba su reflejo en el parabrisas: ojos dorados, cabello rubio, y una cicatriz en forma de media luna que le cruzaba el cuello. Un recordatorio de que ni siquiera el tiempo curaba ciertas heridas.Al detenerse, pisó un charco. Su imagen se fracturó en el agua, y por un instante, vio los ojos de un lobo mirándole desde el fondo.—Señor —el mayordomo le tendió una sombrilla negra con empuñadura de plata—. La comunidad está inquieta.Sanathiel ignoró el objeto y caminó bajo la lluvia. Las gotas le helaban la piel, pero no tanto como el pergamino que el mayordomo le entregó con manos temblorosas.—De la Casa Verona —murmuró el sirviente—. Sellado con cera de veneno.El sello era una serpiente devorando su cola. Sanathiel lo partió con el pulgar, y un aroma a azufre inundaba el aire. Mientras leía
El aire matutino se filtraba por los pasillos vacíos, arrastrando consigo el aroma a lluvia y el eco lejano de voces dispersas. Aisha apenas lo notaba.Una gota resbaló por su mejilla - fría como un susurro mortal - teñida de rojo por el vitral sangrante. Su mirada se alzó instintivamente. La imagen la dejó sin aliento.Allí, enmarcada en el vidrio teñido, una luna sangrante flotaba sobre un paisaje sombrío. Era idéntica a la de sus sueños, a aquella que la perseguía cada noche con su fulgor escarlata.Un escalofrío le recorrió la espalda.Por un instante, sintió el peso de una mirada ardiente sobre su nuca, intensa y dorada, como si alguien—o algo—la estuviera observando."Deben ser solo sueños... Nada más que sueños."Sacudió la cabeza y aceleró el paso.Fue entonces cuando dobló la esquina y chocó contra alguien.El impacto la hizo tambalearse, pero antes de que pudiera caer, unas manos firmes la sujetaron.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y el aire pare
La luz mortecina de la lámpara del hospital recortaba el perfil de Aisha contra las sombras, su respiración sincronizada con el tic-tac del monitor. Rasen observaba cada parpadeo de aquella máquina como si fuera una cuenta regresiva. El olor a antiséptico no lograba ahogar el rastro de bergamota y hierro que emanaba de él, un recordatorio de que su mundo ya no era el de los vivos.—No te vayas —susurró Aisha, clavando las uñas en la sábana. No era una súplica, sino un desafío.Rasen tomó su mano sin pedir permiso. Sus dedos callosos rozaron la vía intravenosa, y por un instante, el resplandor violeta del relicario bajo su camisa iluminó la habitación. Aisha entrecerró los ojos: en la foto desgastada del colgante, una niña de trenzas jugaba bajo un roble. Ella misma, años antes de que la noche roja todo lo borrara.—Te llevaré lejos de aquí —dijo él, siguiendo su mirada hacia la ventana—. A donde ni los fantasmas te alcancen.En el cristal empañado, el reflejo de Rasen se fundió con el
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a c
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no termina de disiparse. "Las paredes de mármol brillaban bajo la luz del atardecer, pero las grietas en los retratos —pequeñas y casi imperceptibles— delataban historias censuradas. Sanathiel pisó una losa suelta en el suelo, y el crujido resonó como un gemido ahogado."La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esq
La cicatriz en su cintura latía como un eco del monitor cardíaco, un recordatorio de que la muerte la había rozado. Fuera, la luna llena se reflejaba en los ventanales del hospital como un ojo ciego observándolos. Rasen apoyaba la frente contra el cristal frío, trazando con el aliento un círculo que se desvaneció enseguida.—Necesito salir —dijo Aisha, rompiendo el silencio. Su voz no era un ruego, sino el filo de una daga desenvainada—. ¿Me ayudarás o seguirás decorando ventanas?Rasen giró lentamente. La luz neón recortaba sus pómulos afilados, y el relicario violeta brillaba bajo su camisa.—¿Sabes lo que pides? —dejó caer las palabras como una trampa al descubierto—. Afuera hay más periodistas y doctores.Ella se incorporó con un gemido ahogado, tirando de la vía intravenosa hasta que la aguja saltó de su piel. Una gota púrpura brilló en su antebrazo antes de desvanecerse.—Lo que hay fuera… —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano— es mi guerra. Y tú eres mi cómplice, no mi g
Parte II: Sombras en el túnelEl túnel respiraba. Las paredes sudaban un frío que calaba hasta los huesos, y cada paso de Aisha y Rasen resonaba como un latido fantasma. La luz del hospital había desaparecido, devorada por una oscuridad que no era natural.—Rasen… —Aisha apretó su mano, deteniéndose. El eco de su voz se multiplicó, como si el túnel repitiera su miedo.Él sintió el peso de su mirada antes de verla. Las sombras se retorcían en los bordes de su visión, danzando al ritmo de un susurro que no provenía de ningún lado. El relicario bajo su camisa vibraba, calentándose hasta quemar.—No es solo un túnel —murmuró Rasen, corriendo los dedos por la pared. La piedra cedió bajo su tacto, líquida y gelatinosa, antes de solidificarse de nuevo.Aisha retrocedió. Donde su espalda había rozado el muro, quedó impresa la silueta de unas alas rotas.Un estruendo los separó.El túnel se estiró, las paredes ondulando como intestinos de bestia. Rasen gritó su nombre, pero el sonido se desgarr
La mansión de Sanathiel respiraba con el ritmo de la noche. Las sombras de la luna roja se reflejaban en los vitrales del estudio, dibujando líneas carmesí sobre el rostro del lobo blanco. En sus manos, el medallón lunar palpitaba, sincronizado con un latido ajeno. El de ella.Noah irrumpió sin ceremonias, su perfume con ceniza y azufre corrompiendo el aire.—¿Jugamos a las visiones otra vez, Sanathiel? —Sus ojos de felino brillaban bajo la capucha—. Las respuestas suelen cortar más que las espadas.Sanathiel no se volvió. En el espejo del desván, entre velas negras que chisporroteaban como estrellas moribundas, solo se reflejaba el vacío.—Quiero ver su pasado, no el mío.Noah rió, un sonido de uñas arañando mármol.—El amor es un espejo roto, querido. Cuidado con lo que deseas ver.El medallón ardió entre los dedos de Sanathiel cuando cruzó el umbral del espejo.Al otro lado, el aire olía a lavanda y miedo.Su habitación. Su cama. Ella, dormida, el ceño fruncido como si luchara contra