La luna llena se alzaba sobre el horizonte, bañando el bosque con su luz pálida. Las sombras se alargaban entre los árboles, creando figuras que parecían moverse por sí solas. El aire estaba cargado, denso, como si algo ominoso estuviera por ocurrir. En el centro de esa quietud aterradora, Luciano Kerens caminaba con paso firme, sus pensamientos pesados como la oscuridad que lo rodeaba.
Había llegado el momento.
El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente sentía era el peso del pacto que había hecho, el pacto que había sellado su destino y el de sus hijos. La marca que el demonio le había grabado en la piel aún ardía, recordándole que no había escapatoria. Sus ojos, apagados por el paso del tiempo y las atrocidades que había cometido, buscaban entre las sombras el altar de piedra que lo había traído hasta aquí.
Cuando finalmente lo encontró, el lugar no había cambiado. Las piedras, gastadas por el tiempo, seguían impregnadas del mismo poder oscuro que había sentido la primera vez. Su mente lo llevó de vuelta a aquel momento: la noche en que sacrificó todo, incluso su humanidad, por la promesa de poder. Pero esta vez, no había calma en el aire. Algo lo observaba.
Un crujido resonó tras de él, y antes de que pudiera girarse, una voz cargada de resentimiento lo paralizó.
—Luciano… —dijo una voz profunda, casi gutural.
Se giró rápidamente, con el corazón latiendo fuerte en su pecho. Frente a él, una figura esbelta emergía de las sombras. La luz de la luna apenas iluminaba su rostro, pero Luciano reconoció al instante esos ojos: dorados, brillando con una intensidad que lo congeló en el lugar.
Sanathiel.
El muchacho que había sido su herramienta, su peón, ahora estaba de pie frente a él. Ya no era el joven confuso que había encontrado años atrás. Había cambiado. Su porte era diferente, más seguro, más imponente. Y había algo en su mirada que hablaba de poder y sufrimiento.
—Sanathiel... —murmuró Luciano, sin poder evitar que su voz sonaba áspera.
Sanathiel no dijo nada al principio. Solo lo observó, con los ojos dorados fijos en él. Podía sentir cómo la ira y el dolor lo consumían por dentro, pero mantenía una calma peligrosa. Una calma que solo precedía la tormenta.
—Todo este tiempo... —comenzó Sanathiel, su voz profunda y cargada de resentimiento—, me has utilizado, manipulando cada paso que he dado.
Luciano abrió la boca para replicar, pero Sanathiel lo interrumpió, dando un paso hacia adelante.
—Lo que no sabías, padre, es que yo también he despertado. Y ahora entiendo todo.
Esas últimas palabras hicieron eco en la mente de Luciano. El poder del lobo blanco había despertado en Sanathiel, devolviéndole no solo sus recuerdos, sino también el linaje maldito que le corría por las venas. Sanathiel no solo era un hijo perdido. Ahora, era una amenaza real, alguien que no solo podía enfrentarse a Luciano, sino a su destino como pieza clave en el retorcido juego del demonio.
—No tienes idea de lo que estás diciendo, Sanathiel, intentó advertir a Luciano, su voz rasgada por la tensión.
Sanathiel avanzó otro paso, su sombra creciendo bajo la luz de la luna. En su mente, las imágenes del pueblo arrasado por el fuego y la oscuridad lo atormentaban. Su hogar destruido, las voces de aquellos que había amado, todo reducido a cenizas por las manos de Luciano.
—He visto lo que has hecho —continuó Sanathiel, cada palabra cargada de rencor—. El pueblo que destruiste, las vidas que arruinaste… y lo hiciste todo para cumplir con tu maldito pacto.
Luciano cerró los ojos por un momento, sintiendo el peso de las verdades dichas. Él lo había hecho, sí. Había arrasado con todo a su paso para mantenerse fiel al pacto con el demonio, pero lo que Sanathiel no entendía —lo que no podía entender— era que todo había sido por él. Por protegerlo. Aunque ahora eso no importaba.
Sanathiel extendió su mano, y con un movimiento lento, comenzó a transformarse. Sus ojos dorados brillaron aún más, y su cuerpo, temblando por el poder contenido, comenzó a mutar. Garras surgieron de sus manos, y un pelaje blanco como la nieve cubrió su piel. El lobo dentro de él, liberado por completo, rugió con una fuerza que resonó en todo el bosque.
Luciano dio un paso atrás, pero no huyó. Sabía que este momento llegaría.
—Me convertiste en esto, Luciano —dijo Sanathiel, su voz ahora un gruñido animal—, y ahora lo pagarás.
—Sanathiel, no tienes porqué hacer esto. —Las palabras de Luciano salieron con una mezcla de tristeza y resignación.
Pero Sanathiel ya no escuchaba razones. Ya no podía. La maldición que compartían, el odio, el dolor… todo lo había arrastrado hasta ese momento. Y ahora solo quedaba una cosa por hacer.
De pronto, una sombra se movió entre los árboles. Ambos giraron sus cabezas al unísono. Desde las profundidades del bosque, un tercer jugador emergió. Era Noah, el vampiro transformado por Luciano. Sus ojos brillaban con una luz rojiza, y su sonrisa era una mezcla de placer y sadismo.
—Así que finalmente se encuentran —murmuró Noah, deleitándose con la tensión—. Qué conmovedor. ¿Debo detener esto o permitir que se maten?
Sanathiel rugió con furia, lanzándose hacia Noah con las garras extendidas. El vampiro se movió con rapidez sobrenatural, esquivando el ataque mientras reía.
—Siempre tan impulsivo, Sanathiel. Quizás no entiendes que este juego apenas comienza.
Luciano aprovechó el momento de distracción para retroceder, pero Sanathiel lo notó. Con un salto impresionante, aterrizó frente a él, bloqueando su escape.
—No esta vez, padre —gruñó.
El lobo blanco lo alcanzó en un instante, y el rugido de la bestia se mezcló con el sonido de los truenos en el cielo. Pero, en lugar de sentir el dolor de la muerte, Luciano sintió algo distinto. "Rompiendo con un rugido gutural, la bestia se transformó en hombre."
“Hasta que la oscuridad se desvanezca”
"Alzó el medallón lunar, que brilló con una intensidad azul, desvaneciendo la oscuridad."
El bosque quedó en silencio. La luna seguía brillando en lo alto, testigo de lo que había ocurrido. Pero en medio de la calma, el demonio observaba desde las sombras, su sonrisa apenas visible en la penumbra.
—Todo está saliendo según lo planeado, murmuró para sí mismo.
La verdadera batalla aún no había comenzado.
El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.Observando el paisaje bañado por la luz pla
La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.—Es
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa
Sanathiel se reintegraba a sus labores dentro de la comunidad de los trece, una asociación de científicos cuya sed de poder los empujaba a experimentar con su sangre como un recurso invaluable. Sus investigaciones, supuestamente para fines médicos y de innovación, ocultaban oscuros propósitos políticos y económicos. Habían creado a Lionel como resultado de estos experimentos, una advertencia viviente del alcance de su ambición.Desde que su castigo fue anulado, las cláusulas impuestas a Sanathiel eran un recordatorio constante de su subordinación. Obligado a participar en los procedimientos del laboratorio, aceptaba las condiciones con una mezcla de resignación y estrategia. Su presencia no era solo un requisito: era la pieza clave para los nuevos avances de la comunidad, moldeando organismos capaces de neutralizar el poder de su sangre y, por ende, de él mismo.Esa noche, Sanathiel fue convocado al consejo, un eufemismo para el frío y estéril laboratorio donde la comunidad llevaba a
Sanathiel avanzaba por la residencia de Itzel con pasos pausados. Cada movimiento resonaba en el mármol frío como un eco que no terminaba de disiparse. La casa, impecable y majestuosa, emanaba un aire de secretos enterrados bajo su elegante fachada. Las paredes, cubiertas de retratos y paisajes, parecían seguirlo con ojos invisibles, cargados de juicio.La ama de llaves lo condujo hasta una sala rodeada de cristales. Allí estaba Itzel, sentada junto a una mesa baja. Su porte seguía siendo impecable, pero sus ojos... ellos contaban otra historia. Había algo marchito en su mirada, una tristeza que parecía tatuada en su alma.—Toma, es uno de mis favoritos —dijo, ofreciéndole una copa de vino con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.Sanathiel aceptó la copa, sin apartar la vista de ella. Algo en su postura, en los pequeños movimientos de sus manos, lo mantenía alerta. Mientras sorbía lentamente, sus ojos se fijaron en un retrato colgado en una esquina de la sala. Era una joven de cabello
Aisha se encontraba en el hospital, recuperándose de la herida que había puesto en peligro su vida. Aunque la cicatriz en su cintura ya casi había sanado, el peso emocional de todo lo vivido seguía presente. Sus ojos reflejaban algo nuevo: una determinación firme, casi desafiante. Sabía que quedarse allí solo retrasaría lo inevitable.Pero había un obstáculo. Su alta médica requería la presencia de sus padres, algo que no podía permitir.—Rasen, necesito tu ayuda. ¿Cuento contigo? —preguntó, tomando su mano con una firmeza que revelaba la gravedad de la situación.Rasen, sorprendido por el tono de su voz, asintió lentamente. —Sí, claro… pero ¿qué necesitas?—Salir del hospital, sin que nadie lo sepa —respondió con una leve sonrisa, como si buscara aligerar la tensión.Esa tarde, Rasen comenzó a planear el escape. Mientras lo hacía, no podía evitar reflexionar sobre lo mucho que Aisha significaba para él. Era más que una persona a quien proteger; su conexión con ella era inexplicable,
El aire dentro del túnel era frío y denso, cargado de una sensación que parecía pesar sobre los hombros de Aisha y Rasen mientras avanzaban. El hospital quedaba atrás, pero la seguridad que buscaban parecía estar aún más lejos.—Rasen… algo no está bien —dijo Aisha, apretando su mano con fuerza.El calor de su tacto lo tranquilizó por un instante, pero el entorno no hacía más que aumentar su desconfianza. Las sombras parecían moverse, y el eco de sus pasos se multiplicaba de forma antinatural.—No te preocupes. Estoy contigo —respondió Rasen, su tono firme, aunque por dentro su mente trabajaba frenéticamente para mantener la calma.El vínculo entre ambos se sentía más fuerte que nunca, pero también más frágil, como si cualquier cambio pudiera romperlo. El túnel se hacía cada vez más oscuro, y entonces todo cambió.Al cruzar una curva, la sensación de irrealidad se intensificó. Las paredes comenzaron a ondularse como si fueran líquidas, y el espacio se expandía y contraía de manera ext