El reloj del celular marca las 06:44 de la mañana sobre el velador. Un minuto después comienza a sonar una música suave que despierta a Ignacio. Con un ojo abierto busca a tientas el celular, hasta que lo encuentra: cancela la alarma y sigue durmiendo.
Diez minutos más tarde la alarma vuelve a sonar. Estira el brazo y bota un vaso con agua desde el velador.
—Mierda. —Levanta el celular y al ver la hora pega un salto de la cama.
Dos horas más tarde ingresa a su trabajo caminando rápido, un poco agachado para que su cabeza quede por debajo de los paneles que separan los box, intentando ocultarse de su jefe. Pasa rápidamente por un laberinto de paneles hasta llegar a su espacio en donde se encuentra con alguien sentado en su silla.
—Llegas cinco minutos tarde. Es la tercera vez este mes. Tendré que reportarte a la gerencia —dice su jefe, levantando su grueso cuerpo de la silla.
—Es que…
—No me interesan tus excusas, no es mi problema. Díselas al gerente de recursos humanos —concluye el jefe mientras le da una palmadita en la espalda y se aleja.
Ignacio aun de pie, le mira nervioso.
Se sienta, enciende la pantalla, accede al sistema informático con su usuario y contraseña, y al instante entra una llamada telefónica. Respira profundo, toma el mouse y presiona un botón verde en la pantalla.
—Global Internet, buenos días, mi nombre es Ignacio ¿en qué le puedo ayudar?
—¿Hola? —dice una voz femenina.
—Sí, dígame ¿en qué le puedo ayudar?
—¿Cómo estuvieron tus vacaciones?
Ignacio enmudece un instante.
—¿Disculpe? —dice Ignacio
—Soy yo, Theresa
—Pero… ¿Qué Theresa?
—La única que conoces —dice Theresa, coquetamente.
«Esto es imposible», piensa Ignacio.
Las llamadas ingresan al azar al sistema. La probabilidad de que atienda la llamada de alguien conocido, entre más de 30 operadores, es casi cero.
—¿Cómo lograste contactarme por aquí? —pregunta Ignacio.
—Fácil. Cada teléfono de la empresa donde trabajas tiene un identificador único. En tu caso es el 369. Sólo tuve que marcar el teléfono de la central y tu anexo.
—¿Fácil? Pero... ¿Cómo supiste donde trabajo o que este es mi anexo? ¿O que entro a trabajar a esta hora?
—Encontré la información de tu sistema de pensiones y con eso supe dónde trabajas. Luego ingresé al servidor de tu empresa por una puerta trasera… El sistema tiene varios fallos de seguridad, la verdad. Busqué tu nombre en la base de datos y esperé que te loguearas para hacer la llamada. Son las ventajas de tener acceso a un súper computador y saber algunas técnicas hacker… Jeje. ¿Te sorprendí?
Ignacio se queda con la boca abierta.
«¿Un súper computador?».
—¿Estás ahí? —pregunta Theresa.
—Eeeh si, aquí estoy… ¿Por qué tienes acceso a un súper computador?
—Trabajo en el CERN, en un proyecto relacionado con mi tesis doctoral.
Ignacio es fanático de la tecnología. Está bien informado sobre las organizaciones que están a la cabeza del progreso científico y sabe lo que es el CERN.
Se siente intimidado. No sabe qué decir.
—Si quieres hablamos cuando tengas un tiempo libre —dice Theresa.
Unos golpecitos en el hombro despabilan a Ignacio. Gira y ve a su jefe que lo mira seriamente, dando unos toques con su dedo a su reloj. Ignacio hace un gesto con su mano derecha acercando el dedo índice y el pulgar indicando que ya está terminando la llamada. Al girar nuevamente a la pantalla, se da cuenta que la llamada ha finalizado.
—¿Con quién hablabas? —dice el jefe.
—Con una cliente. Tenía un problema con su router y…
—Mentira. Te estaba escuchando. Sabes que no puedes hacer llamadas personales en el trabajo —interrumpe el jefe—, desconéctate y acompáñame a mi oficina —finaliza, dándole la espalda.
Ignacio se pone de pie y lanza el auricular sobre la mesa.
—No es necesario —dice Ignacio en un tono más alto de lo normal. El jefe se detiene y da media vuelta.
—¿Qué dijiste?
—¡Renuncio! —responde Ignacio notoriamente enfadado mientras guarda sus cosas en una mochila azul.
—No puedes renunciar así. Estamos cortos de personal hoy día. Vas a recargar de trabajo a tus compañeros.
Varios trabajadores asoman los ojos sobre los paneles mientras hablan por sus auriculares.
Ignacio cuelga su mochila en el hombro, se acerca al jefe y le dice:
—No es mi problema. —Dándole una palmadita en la espalda.
Los ojos del resto de los teleoperadores lo siguen con la mirada hasta que desaparece por la puerta.
El pub está lleno de gente. La terraza que da a la calle está iluminada sólo por pequeñas luces cálidas que cuelgan por todo el perímetro. En una de las mesas, junto a la calle, está Ignacio tomando una cerveza junto a su amigo Jaime, mirando abstraído las luces de los automóviles que pasan a su lado. —Ánimo compadre. En tu rubro hay harto trabajo. No vas a estar mucho tiempo cesante —dice Jaime. —Es que no quiero seguir trabajando así. Estoy harto de estos trabajos de m****a que pagan poco y te explotan como un puto esclavo —responde Ignacio. —¿Y qué pasa con tu negocio de informática? —Nadie me llama. He puesto avisos en todos lados. Algunas personas me escriben pero cuando les doy un presupuesto, no me hablan más. —Es por culpa de los inmigrantes. Ellos hacen el mismo trabajo por la mitad del precio. —No creo… Bueno, puede ser. Pero no es culpa de los inmigrantes. Ellos sólo buscan una vida mejor. La culpa es de los que prefieren pagarle menos a un inmigrante desesperado que a
“Y ahora vamos con las noticias internacionales”, dice la periodista en la edición central del noticiario. “Según las autoridades de Reino Unido, se habrían detectado al menos 20 personas contagiadas por una nueva cepa de COVID en ese país. El Departamento de Salud y Asistencia Social confirmó que no se trataría de una nueva variante, sino de una nueva cepa que sería más contagiosa y mortal que la original. Aunque se han encontrado pocos casos y su estudio lleva pocos días, se ha obligado nuevamente el uso de mascarillas en Londres, Bristol y Brighton. La Organización Mundial de la Salud dice que es probable que ya esté en otros países de Europa y la han bautizado como COVID-24”. «Hasta cuándo vamos a seguir con esto», piensa Ignacio, cambiando el canal a uno de documentales sobre naturaleza. Toma su celular y mira el chat con Theresa. La última frase “¿Estás?” de hace 3 días sigue con un solo tick. «¿Le habrá pasado algo?». En ese mismo instante aparece un segundo
El celular marca las 5:54 de la madrugada. La pantalla frente a su cama sigue encendida. Aparece una notificación, pero el celular está en silencio. Ignacio sigue durmiendo. Tres minutos después el sonido del teléfono se activa por sí solo. Llega otra notificación. Esta vez el sonido hace que Ignacio cambie de posición, pero continúa durmiendo. A los pocos segundos entra una llamada y comienza a sonar la canción Highway to Hell de AC/DC que usa como ringtone en su teléfono. Ignacio abre un ojo y mira la pantalla del celular. Es Theresa. Toma el teléfono y cuando va a presionar el botón para responder, la llamada se corta. Ve que hay 2 notificaciones. Ambas son de Theresa. Theresa: Estás? Theresa: HOLA!!! Ignacio: Si aquí estoy. Estás bien? Theresa: Sí, no hay problema. Sólo quería pedirte disculpas por haber cortado la conversación de repente. Es que entró mi compañera de departamento llorando a contarme un drama con su po
Jon observa atentamente la pantalla de su estación de trabajo cuando salta una alerta. Mueve el puntero del mouse y presiona con el botón izquierdo sobre esta. Aparece una lista de instrucciones y números que se despliegan sobre un fondo negro. La lista avanza hasta detenerse en un par de líneas. Key ID +41 566 6847 9878 --invalid key El agente, sentado en una gran sala llena de operadores y monitores, presiona una tecla sobre la pantalla táctil de un intercomunicador a su derecha y contacta a su superior directo. —Señor, tenemos una anomalía —dice Jon en inglés. —¿Qué clase de anomalía? —pregunta Morgan sentado en otra estación de trabajo más atrás, en un nivel del piso más alto. —Tenemos un enlace con una clave criptográfica que Athenea no ha podido resolver. —¿Qué tipo de clave? —Al parecer es una clave simétrica parecida a la AES, pero de 8192 bits con un tipo de algoritmo que nunca había visto —responde Jon. —Confirme los datos —dice Morgan y corta la comunicación. —Sí..
Ignacio sube al ascensor de su edificio y presiona el botón del piso 1 para bajar al lobby. Un display sobre la botonera muestra una cuenta regresiva desde el piso 5. Se mira en el espejo, pasa su mano por el pelo para ordenarlo un poco y se mete la camisa en el pantalón. Como todos los domingos por la tarde, Ignacio sale a buscar a su madre para tomar un café en la cafetería favorita de ambos. Al llegar a la recepción, pasa frente al conserje al que saluda amablemente. —Hola don Juan, ¿cómo le ha ido? —Muy bien don Ignacio… Parece que aquí hay algo para usted —dice el anciano conserje colocándose unos gruesos lentes ópticos. Ignacio detiene el paso y se devuelve al mesón. Juan levanta un paquete del suelo y se lo entrega. —Llegó hoy en la mañana —dice Juan. El paquete es una caja liviana del tamaño de un maletín ejecutivo. Ignacio lo examina. Por un costado hay una etiqueta con su dirección, un remitente de Miami en Estados Unidos y una cinta adhesiva amarilla. —Aah y hay otra c
—Llueve torrencialmente. El sonido de las gotas cayendo a mí alrededor es muy nítido. Siento como si el agua golpeara sobre mis hombros y brazos gracias a los sensores del traje háptico. Sopla un fuerte viento y el traje presiona sobre ciertas áreas del cuerpo para simular la fuerza del viento. ¡Es bacán! Ya no tengo el teclado, así es que no sé cómo moverme. Tampoco tengo un joystick —dice Ignacio mientras se graba en video con el celular, instalado sobre un pequeño trípode en el escritorio junto al monitor del computador que está en negro. A su alrededor dispuso varios cojines que sirven para marcar el límite hasta dónde puede moverse, para no terminar estrellándose contra una pared o cayendo por la ventana del edificio mientras usa los lentes de realidad virtual. El avatar de Ignacio está quieto mirando el paisaje oscuro a su alrededor desde una perspectiva en primera persona. Es de noche, esta nublado y apenas se ve el entorno. Relámpagos de color verde, azul, rojo o amarillo cruz
La calle Nueva Providencia está menos concurrida de lo normal para ser un día laboral. Un hombre de mediana edad, vestido con un terno negro anticuado, se mueve lentamente entre la gente que circula en todas direcciones. Camina leyendo un diario en una mano y un maletín en la otra, por la vereda sur, en dirección oriente a dos cuadras de Av. Ricardo Lyon. Dos jóvenes le siguen de cerca. El hombre de aspecto ordenado, peinado hacia un lado con exceso de gel y lentes ópticos, se detiene frente a una vitrina donde se exhiben televisores. Los dos jóvenes se separan y toman posiciones para quitarle el celular que sobresale del bolsillo izquierdo de la chaqueta. El sujeto, sin dejar de mirar la vitrina, deja el maletín en el suelo entre sus piernas, enrolla el diario para ponerlo bajo de su brazo izquierdo y, de su bolsillo derecho, saca una navaja automática que mantiene fuera de la vista de los delincuentes. Uno de los jóvenes le hace una señal a su cómplice con un movimiento de cabeza y
—¿Sabías que el universo siempre ha existido? —pregunta Ignacio.—¿En serio? —responde impasible Jaime, sentado al frente con el ojo aun inflamado, mientras le da un mordisco a un churrasco tomate, palta (aguacate) y mayonesa. Un típico sándwich chileno, también conocido como un "Churrasco Italiano".—¿Y qué somos uno más de muchos multiversos?—Increíble —responde casi indiferente, limpiándose con una servilleta la mayonesa del bigote. Ignacio lo mira esperando alguna reacción. Jaime le devuelve la mirada.—¿Qué?—¿No te parece increíble lo que te estoy diciendo? La terraza del bar está repleta de gente. Atardece y comienza a soplar una suave brisa de otoño.—Te creo, pero me parece que te están tomando el pelo. La chica te convenció de que viene del futuro y tú te la creíste. Un poco ingenuo de tu parte.—Ella no ha dicho que venga del futuro. Es otra mujer la que dice que está en el futuro, y se comunica con nuestro tiempo a través de un computador cuántico —dice Ignacio molesto.