Capítulo 2

El reloj del celular marca las 06:44 de la mañana sobre el velador. Un minuto después comienza a sonar una música suave que despierta a Ignacio. Con un ojo abierto busca a tientas el celular, hasta que lo encuentra: cancela la alarma y sigue durmiendo.

Diez minutos más tarde la alarma vuelve a sonar. Estira el brazo y bota un vaso con agua desde el velador.

—Mierda. —Levanta el celular y al ver la hora pega un salto de la cama.

Dos horas más tarde ingresa a su trabajo caminando rápido, un poco agachado para que su cabeza quede por debajo de los paneles que separan los box, intentando ocultarse de su jefe. Pasa rápidamente por un laberinto de paneles hasta llegar a su espacio en donde se encuentra con alguien sentado en su silla.

—Llegas cinco minutos tarde. Es la tercera vez este mes. Tendré que reportarte a la gerencia —dice su jefe, levantando su grueso cuerpo de la silla.

—Es que…

—No me interesan tus excusas, no es mi problema. Díselas al gerente de recursos humanos —concluye el jefe mientras le da una palmadita en la espalda y se aleja.

Ignacio aun de pie, le mira nervioso.

Se sienta, enciende la pantalla, accede al sistema informático con su usuario y contraseña, y al instante entra una llamada telefónica. Respira profundo, toma el mouse y presiona un botón verde en la pantalla.

—Global Internet, buenos días, mi nombre es Ignacio ¿en qué le puedo ayudar?

—¿Hola? —dice una voz femenina.

—Sí, dígame ¿en qué le puedo ayudar?

—¿Cómo estuvieron tus vacaciones?

Ignacio enmudece un instante.

—¿Disculpe? —dice Ignacio

—Soy yo, Theresa

—Pero… ¿Qué Theresa?

—La única que conoces —dice Theresa, coquetamente.

        «Esto es imposible», piensa Ignacio.

Las llamadas ingresan al azar al sistema. La probabilidad de que atienda la llamada de alguien conocido, entre más de 30 operadores, es casi cero.

—¿Cómo lograste contactarme por aquí? —pregunta Ignacio.

—Fácil. Cada teléfono de la empresa donde trabajas tiene un identificador único. En tu caso es el 369. Sólo tuve que marcar el teléfono de la central y tu anexo.

—¿Fácil? Pero... ¿Cómo supiste donde trabajo o que este es mi anexo? ¿O que entro a trabajar a esta hora?

—Encontré la información de tu sistema de pensiones y con eso supe dónde trabajas. Luego ingresé al servidor de tu empresa por una puerta trasera… El sistema tiene varios fallos de seguridad, la verdad. Busqué tu nombre en la base de datos y esperé que te loguearas para hacer la llamada. Son las ventajas de tener acceso a un súper computador y saber algunas técnicas hacker… Jeje. ¿Te sorprendí?

Ignacio se queda con la boca abierta.

        «¿Un súper computador?».

—¿Estás ahí? —pregunta Theresa.

—Eeeh si, aquí estoy… ¿Por qué tienes acceso a un súper computador?

—Trabajo en el CERN, en un proyecto relacionado con mi tesis doctoral.

Ignacio es fanático de la tecnología. Está bien informado sobre las organizaciones que están a la cabeza del progreso científico y sabe lo que es el CERN.

Se siente intimidado. No sabe qué decir.

—Si quieres hablamos cuando tengas un tiempo libre —dice Theresa.

Unos golpecitos en el hombro despabilan a Ignacio. Gira y ve a su jefe que lo mira seriamente, dando unos toques con su dedo a su reloj. Ignacio hace un gesto con su mano derecha acercando el dedo índice y el pulgar indicando que ya está terminando la llamada. Al girar nuevamente a la pantalla, se da cuenta que la llamada ha finalizado.

—¿Con quién hablabas? —dice el jefe.

—Con una cliente. Tenía un problema con su router y…

—Mentira. Te estaba escuchando. Sabes que no puedes hacer llamadas personales en el trabajo —interrumpe el jefe—, desconéctate y acompáñame a mi oficina —finaliza, dándole la espalda.

Ignacio se pone de pie y lanza el auricular sobre la mesa.

—No es necesario —dice Ignacio en un tono más alto de lo normal. El jefe se detiene y da media vuelta.

—¿Qué dijiste?

—¡Renuncio! —responde Ignacio notoriamente enfadado mientras guarda sus cosas en una mochila azul.

—No puedes renunciar así. Estamos cortos de personal hoy día. Vas a recargar de trabajo a tus compañeros.

Varios trabajadores asoman los ojos sobre los paneles mientras hablan por sus auriculares.

Ignacio cuelga su mochila en el hombro, se acerca al jefe y le dice:

—No es mi problema. —Dándole una palmadita en la espalda.

Los ojos del resto de los teleoperadores lo siguen con la mirada hasta que desaparece por la puerta.

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