Capítulo 5

El celular marca las 5:54 de la madrugada. La pantalla frente a su cama sigue encendida. Aparece una notificación, pero el celular está en silencio. Ignacio sigue durmiendo. Tres minutos después el sonido del teléfono se activa por sí solo. Llega otra notificación. Esta vez el sonido hace que Ignacio cambie de posición, pero continúa durmiendo. A los pocos segundos entra una llamada y comienza a sonar la canción Highway to Hell de AC/DC que usa como ringtone en su teléfono. Ignacio abre un ojo y mira la pantalla del celular. Es Theresa. Toma el teléfono y cuando va a presionar el botón para responder, la llamada se corta. Ve que hay 2 notificaciones. Ambas son de Theresa.

        Theresa:

        Estás?

        Theresa:

        HOLA!!!

    Ignacio:

    Si aquí estoy. Estás bien?

        Theresa:

        Sí, no hay problema. Sólo quería pedirte disculpas por haber cortado la conversación de repente. Es que entró mi compañera de departamento llorando a contarme un drama con su pololo.

    Ignacio:

    No te preocupes. Entiendo. Pero acá son casi las 6 de la mañana. Te parece si hablamos durante el día mejor?

        Theresa:

        Que pena. Es que justo ahora tengo tiempo y quería contarte los detalles del proyecto.

Ignacio se despabila.

    Ignacio:

    Bien, ya tienes mi atención.

        Theresa:

        Eso pensé jeje. Pero no te lo puedo contar por este medio. Es muy inseguro.

El estómago de Ignacio se aprieta. Cree que ella quiere hacer una video conferencia y él está en pijama, despeinado y con toda su habitación de fondo desordenada.

        «No me puede ver así».

    Ignacio:

    TextU inseguro?!

        Theresa:

        Es más inseguro de lo que crees. Tienes lentes VR en tu PC?

La pregunta le toma desprevenido.

        «¿Para qué necesita lentes de realidad virtual en una video conferencia?»

    Ignacio:

    Sí tengo… pero cuál es la idea?

        Theresa:

        Hay una forma segura de comunicarnos y mucho más entretenida. Quieres intentarlo?

Ignacio no sabe qué pensar.

        «¿En qué me estoy metiendo?».

    Ignacio:

    Ok, dame unos minutos

        Theresa:

        Ok

Enciende una lámpara de velador, se levanta apresuradamente y se dirige al computador que tiene en un escritorio, junto al televisor. Se sienta en una confortable silla gamer, enciende otra lámpara sobre el escritorio y prende el computador. La torre del equipo se ilumina con finas líneas rojas y azules de luces led por toda la estructura. Sobre la pantalla aparece el logo del sistema operativo Linux Mint y luego una hermosa foto de la Vía Láctea.

    Ignacio:

    Listo. Ahora qué hago?

        Theresa:

        Abre tu navegador e ingresa a la siguiente dirección: rusticmetaverse.com

Antes de ingresar a la dirección que le envió Theresa, toma la precaución de abrir una máquina virtual para minimizar el riesgo de contraer algún virus, un troyano o ser hackeado.

        «Rustic Metaverse... Metaverso rústico. Raro nombre para un entorno metaverso».

La página se abre casi instantáneamente. Sobre un fondo de una noche estrellada, hay una animación hiperrealista de una fogata encendida que lanza pequeñas chispas de vez en cuando. La fogata está sobre una superficie de tierra sin vegetación y ocupa la mitad inferior de la pantalla. En la parte superior, se lee el título Rustic Metaverse en naranja. Y en la esquina superior derecha hay un marco con dos campos para inserción de texto. El primero dice Your username or email, el segundo dice Your password y abajo hay un botón que dice Login. En ninguna parte hay un botón que diga Sign In o un enlace con el texto I forgot my password. Es decir, no hay donde inscribirse para crear una cuenta o un perfil, ni cómo recuperar la contraseña si es que se olvida. Esto es poco común. Sólo ocurre en aplicaciones que están en etapas de prueba, donde sólo hay unas pocas personas que tienen acceso.

    Ignacio:

    Ya estoy. Pero no sé cómo crear una cuenta

        Theresa:

        No es necesario. Yo te daré los datos para ingresar. En el usuario, escribe “Ignacio” y en la password “Qu142857*7/#963$/jEF53”

    Ignacio

    Ufff… espero no equivocarme

        Theresa:

        Lo harás bien. Y recuerda ponerte los VR.

Ignacio abre el software OBS Studio para grabar la pantalla y tener un registro de todo lo que ocurra. Luego ingresa los datos, presiona el botón Login y la pantalla queda en negro.

    Ignacio

    No se ve nada, parece que el sitio está caído

        Theresa:

        Te dije que te pusieras los lentes VR. Funciona así por seguridad. Para que no se pueda capturar la                pantalla.

        «Que pena. Habría sido un buen video para mi canal».

 Al no tener imagen, el software no es capaz de grabar un video de lo que observa a través de los lentes. Decide activar la grabadora de audio de su celular y describir en voz alta lo que ve. Abre el chat de TextU y le escribe a Theresa que ya está en el interior del metaverso, pero al costado de la frase aparece sólo un tick.

        «¡Se desconectó de nuevo! ¿Lo hará apropósito?».

Irritado, se coloca los lentes y frente a él aparece un paisaje nocturno hiperrealista. Silencia del micrófono junto a su boca y comienza a describir lo que ve, mientras graba en el celular.

—Al parecer estoy en una zona alta, como un cerro. Veo un cielo nocturno estrellado y más abajo hay un valle con un río que lo recorre. El agua tiene unos brillos muy bonitos. Todo se ve claramente gracias a una luna llena a mi derecha. Es tremenda, más que una luna real. El entorno es increíblemente realista. He estado en otros metaversos y la mayoría parecen dibujos animados con poca resolución. Esto es más bien como estar en una película. Nunca había visto algo así, sin tener que instalar ningún software en el equipo. No veo otros avatares caminando por ahí. No sé cómo me veo. En ninguna parte del proceso de inicio pude configurar mi apariencia. Mi ropa se ve… ¡Igual a la que tengo puesto en el mundo real! ¿Cómo pueden saber qué ropa estoy usando? ¿Habrán activado mi webcam y copiado mi ropa? Mis manos se ven igual a la realidad. Supongo que mi rostro también lo es —dice Ignacio al celular.

Con sus dedos sobre un gamepad para PC, comienza a presionar botones buscado la forma de moverse, correr, saltar y tomar objetos. Gracias a los lentes de realidad virtual puede observar todo a su alrededor.

Ignacio continúa relatando lo que ve.

—Detrás de mí hay un sendero que se interna en un bosque como a 100 metros. No sé qué pasó con Theresa ni como encontrarla aquí. Así es que exploraré un poco. Ahora voy caminando hacia el bosque. Me gustaría correr, pero no sé cómo. Probaré algunas teclas a ver si encuentro otras funciones.

Comienza presionando la tecla inferior de las cuatro que tiene a la derecha del gamepad.

—El botón “A” funcionó. Acaba de aparecer un mapa sobre mi lado superior derecho. Es un círculo que muestra un punto azul en el centro… Supongo que soy yo. Se ve el sendero que estoy siguiendo y una parte del bosque que hay frente a mí, pero más allá aparece oculto. A medida que avanzo se va despejando el área y el camino que he avanzado no se vuelve a ocultar. Por los auriculares puedo escuchar varios sonidos. El viento, mis pasos, el aullido de un lobo a la distancia… Espero que esté lejos. Estoy ingresando al bosque. Los árboles se ven increíbles. Son gigantescos. Como edificios de 30 pisos. Entre las ramas se ven cientos de pequeñas luces, como luciérnagas, pero de distintos colores. Sólo flotan moviéndose lentamente a gran altura. Se ve muy bonito. Todo es tan realista que uno se olvida que está en un mundo virtual. En el mapa acaba de aparecer un punto naranja. Está lejos. Mi campo de visión en el mapa es bastante amplio, pero más allá se ve negro. Al parecer hay un gran mundo abierto por explorar. Me dirijo al punto naranja… Pero está lejos y a esta velocidad me voy a demorar mucho en llegar.

Ignacio comienza a hacer combinaciones de teclas. Presiona el botón superior de dirección del joystick hacia arriba con su mano izquierda, más el botón superior derecho, pero no ocurre nada. Luego la misma tecla, junto al botón superior izquierdo: tampoco sirve. Siguiente botón...

—¡Por fin! Con el botón superior de dirección más el botón Y puedo correr. Voy a más del doble de la velocidad que caminando. Con el botón X también puedo saltar. Ya me falta menos para llegar al punto naranja.

El punto azul y el naranja en el mapa se ven más cercanos. El avatar de Ignacio corre esquivando árboles y arbustos, hasta que algo llama su atención y se detiene.

—Veo algo raro a mi derecha. Entre los árboles se ven algunas luces que parecen de antorchas. Voy a acercarme.

Ignacio se desplaza con sigilo hacia las luces. A medida que se acerca, la vista se va despejando de arbustos y la escena es más clara.

Llega a un espacio abierto en donde hay cuatro antorchas ardiendo, formando un cuadrado de unos seis por seis metros. Justo en el centro se ve a alguien que le da la espalda a Ignacio. Tiene una túnica gris que le llega hasta el suelo y una capucha que le cubre la cabeza. Sus manos están por el frente, fuera de la vista. Para poder hablarle, Ignacio activa el micrófono que sale desde los auriculares en sus oídos.

—¿Hola? ¿Cómo te llamas? —El misterioso avatar no le responde, manteniendo su posición.

—Disculpa, ¿puedo hacerte una consulta? —insiste Ignacio, pero sin éxito. Decide acercarse lentamente, pero cuando va a traspasar la línea imaginaria que forman las primeras dos antorchas, el personaje responde con una voz profunda:

—No deberías estar aquí.

Ignacio se detiene.

—¿Por qué no debería estar aquí?

—Vuelve a tu quimera.

Ignacio está confundido.

        «¿A qué se refiere con “tu quimera”?».

—¿De dónde eres? —pregunta Ignacio.

—De las tierras altas de Muspelheim, hacia el oeste.

—No, me refiero que de dónde eres en el mundo real.

—¿Cuál es el mundo real?

Ignacio no sabe cómo responder. Siente que lo están fastidiando. Se toma unos segundos y finalmente responde:

—En el mundo en donde comes, pagas cuentas, buscas trabajo y las mujeres interesantes no saben que existes.

—¿Crees que tu mundo es real? —El personaje comienza a girar lentamente hacia Ignacio, pero sin mover los pies, como si flotara. Las luces de las antorchas se tornan azules—. ¿De verdad lo crees?

—Mmm… sí.

—Tu realidad son sólo líneas dibujadas sobre un papel. Te mueves entre esas líneas con las que trazaron tu mundo, creyendo que ese mapa es el verdadero territorio. Tu interpretación de la realidad es una fantasía tan real como la mía.

El personaje deja de girar y queda de frente a Ignacio. Tiene un báculo de madera que sujeta con ambas manos frente a él. La capucha no permite ver su rostro, sólo se ve un vacío oscuro que intimida.

—Un consejo. Aléjate, retorna a tu fábula antes que sea tarde —sentencia golpeando con el báculo el suelo, al tiempo que las cuatro antorchas se apagan quedando todo en penumbras. El personaje ya no está y las antorchas tampoco. Ignacio silencia nuevamente el micrófono y continúa relatando.

—El idiota desapareció. Debe haber sido un nerd sin vida social, que vive en la casa de sus papás y se cree gurú. Seguiré caminando hacia el punto naranja. Ahora voy corriendo. Me quedan pocos metros según el mapa. Estoy llegando a un claro sin árboles y la luna vuelve a iluminar todo con una luz azulina. Veo una cabaña chiquitita de madera al frente. Es el lugar que indica el mapa. El diseño es bien rústico y súper bonito. Ahora entiendo por qué le pusieron ese nombre al metaverso. Aquí no existen ciudades, ni carreteras ni centros comerciales. —Ignacio se detiene frente a la cabaña admirándola—. Me encanta. El techo está cubierto de ramas secas, unas sobre otras. Por el frente se ve la puerta iluminada por una lamparita exterior, y a un lado hay una ventana sin cortinas. El interior está iluminado por una luz como la que produce una lámpara de aceite. Incluso titila un poco. Hay una mesa con cuatro sillas, pero no se ve a nadie. Me voy a acercar a la puerta. En la pantalla me aparecen dos opciones, “abrir puerta” o “golpear puerta”. No voy a ser tan ordinario de llegar y entrar, así es que voy a presionar sobre “golpear puerta”. Mi mano se levanta y doy tres golpes… Mmm parece que no hay nadie. Me aparecen de nuevo las dos opciones. Voy a golpear nuevamente. —Ignacio ve como se levanta su mano virtual y golpea la puerta. Por los auriculares escucha los golpes y unos pasos que se acercan desde el otro lado de la puerta.

La tensión aumenta. La pierna derecha de Ignacio se mueve en un acto reflejo, dando pequeños saltos bajo la silla.

        «Si mi avatar es igual a mí, entonces el de ella también se verá como es en la vida real».

Este pensamiento le pone aún más tenso.

 La puerta se abre y aparece el avatar de una mujer joven, pelo largo negro, ojos color caqui, piel morena y vestida con un ceñido traje negro de una pieza. Se quedan en el marco de la puerta mirándose.

        «Es linda. Se parece a… Pocahontas».

—¿Theresa? —pregunta Ignacio, pero ella no responde.

        «Qué idiota», piensa, al tiempo que activa el micrófono.

—¿Theresa?

—¿Ignacio? —responde ella sonriendo.

«Supongo que mi webcam está captando mis gestos y le mostrará si sonrío o hago otro gesto con mi cara». Él también sonríe.

—¿Quieres pasar? —pregunta Theresa.

—¿Tienes cerveza? —bromea Ignacio.

—Por supuesto, toma asiento —dice ella retrocediendo e indicándole con su mano hacia una de las sillas. Ignacio silencia el micrófono para describir lo que ve mientras ingresa.

—El interior de la casa es súper acogedora. Pero sólo es un comedor. No se ven pasillos ni habitaciones. Sólo hay una mesa con cuatro sillas. Las paredes parecen de adobe y los muebles de madera. La única decoración es un cuadro al otro lado del comedor que no reconozco. En él se ve una mujer de pelo largo negro, dando la espalda, mirando un paisaje apocalíptico con un cielo rojo y una ciudad humeante a lo lejos. Tiene un marco hecho con troncos de madera para mantener el estilo rústico, pero la imagen como que desentona. No veo la fuente de la luz. Todo está simplemente… iluminado. Me acerco a una de las sillas. Aparece la opción en la pantalla “Sentarse”. Creo que es mejor conversar sentados, así es que voy a aceptar. Mi avatar empuja la silla hacia atrás y me siento. Ella hace lo mismo frente a mí. Sigo asombrando por lo realista de las imágenes. Debo estar a más 80 FPS. Tengo el equipo configurado en 1080, pero parece que estuviera en 8K. Puedo ver claramente cada pelo de su cabeza y hasta la textura de su piel. La física de los movimientos es impresionante. La calidad del sonido es perfecta.

—¿Cómo ha sido tu experiencia aquí? —pregunta Theresa. Ignacio activa el micrófono para responder.

—Ha sido increíble. Es todo tan… realista. ¿Cómo lo logran?

—Es complicado de explicar técnicamente. Estamos en este momento en un servidor cuántico —responde Theresa. Ignacio levanta las cejas con la boca abierta.

—¿Un servidor cuántico? Pensé que sólo habían prototipos básicos.

—Es lo que se dice públicamente. La verdad es que hay varios organismos en el mundo que tienen equipos cuánticos avanzados. Todo lo que estás viendo ahora son imágenes creadas por un procesador de 256 qubits en tiempo real, y a ti te llega como una película interactiva en alta resolución… Bueno, en verdad no es exactamente eso, pero para que lo entiendas.

—Nunca había leído sobre una tecnología como esta. ¿Qué tan grande es Rustic Metaverse? —pregunta Ignacio.

—Bastante. Hasta el momento tiene el equivalente en kilómetros cuadrados a la superficie de Sudamérica.

Ignacio está abrumado. Su mente es incapaz de calcular la cantidad de memoria y capacidad de procesamiento necesaria.

—Esto es impresionante. Te envidio… sanamente por supuesto.

—La envidia nunca es sana —responde Theresa sonriendo—. Espero que mantengas el secreto entre nosotros —dice guiñando un ojo.

—Por supuesto. Puedes contar conmigo.

—Lo sé —responde la joven en un tono más cálido.

Ignacio se siente atraído, pero mantiene el control de sus emociones.

        «Es sólo un avatar. Ella podría ser una vieja de 40 años».

—Cuando venía para acá me topé con un personaje bastante extraño. Usaba una túnica gris y no se le veía el rostro. ¿Sabes quién es? —pregunta Ignacio.

Theresa se muestra asombrada.

—¿Viste al Ermitaño? ¿Y te habló?

—¿El Ermitaño?

—¿Por qué repites todo lo que digo? —pregunta Theresa.

—Disculpa, es una mala costumbre. Es que todo esto me parece demasiado increíble. 

—El Ermitaño no habla con nadie. Por eso me extraña que te dijera algo.

—¿Quién es él? —pregunta Ignacio.

—La pregunta es más bien “qué es”.

—¿A qué te refieres?

—El Ermitaño es un experimento. Es una inteligencia artificial avanzada a la que le hemos permitido desarrollarse sin limitaciones dentro del metaverso.

—Wow… Lo que me dices es… es... ¿Hay más inteligencias artificiales existiendo en este metaverso? —pregunta Ignacio.

—Hay millones, pero ninguna es tan avanzada como el Ermitaño.

—Pero cuéntame más… ¿Cuál es el objetivo del proyecto?

—Está bien, te lo resumiré. En un principio el experimento consistía en crear un mundo virtual, similar a la tierra hace diez mil años. Luego poblamos ese mundo con un número determinado de inteligencias, que podían reproducirse en periodos de tiempo iguales a los humanos, aunque aceleramos todo el proceso. No manejaban más información que lo básico que sabía el hombre en esa época. Estas evolucionarían en forma independiente, sin acceso a internet obviamente, y estudiaríamos el tipo de sociedad que crearían. Queríamos observar su comportamiento, el tipo de costumbres o creencias que tendrían, cómo desarrollarían su lenguaje, cómo avanzaría su tecnología; y después comparar su desarrollo con el progreso humano. Pero después de transcurrir el equivalente a nueve mil años de su civilización, nueve meses de los nuestros; las IA seguían conviviendo sustentablemente con su entorno. No hicieron grandes construcciones ni desarrollaron ningún tipo de tecnologías que entraran en conflicto con su hábitat. Como parte del experimento decidimos crear al Ermitaño, que en un principio se llamaba Homero, y sería una especie de mesías o gran maestro para ellos. Con una inteligencia superior y conocimientos más avanzados, intentamos que interactuara con el resto de su sociedad, pero en vez de tomar el control o liderar algún tipo de movimiento social, se marginó de su mundo. El metaverso siguió siendo minimalista en lo estético y social, las IAs mantuvieron una relación equilibrada con su medio ambiente y el mundo que creamos continuó siendo… rústico, de ahí su nombre. El jefe del proyecto lo rebautizó. Y Homero se convirtió en el Ermitaño.

—¿Por qué se marginó el Ermitaño?

—No lo sabemos. Pero después que se alejó, quisimos traerlo de vuelta. Mantuvimos bloqueados sus puertos de salida, para que no pudiera interactuar con el exterior, pero le permitimos acceder a internet, estudiar y descargar la información que quisiera, pensando en que al saber que había un mundo fuera de Rustic Metaverse, querría comunicarse con nosotros. Le enseñamos algunas palabras en inglés y conceptos más avanzados de ética, sociología, psicología y filosofía. A los siete minutos ya hablaba inglés como un nativo. A los nueve minutos hablaba perfectamente español. A los once minutos hablaba más de diez idiomas. Treinta minutos después había leído toda la información que existe en internet, sin considerar la deep web a la que no le hemos dado acceso por el tipo de contenido nocivo que se podría encontrar ahí. Pero la estrategia resultó aún peor. Tres horas más tarde se convirtió en un ermitaño. Él mismo eligió su aspecto, su voz y su género. Ya lleva 12 meses existiendo en el metaverso y a estas alturas no tenemos idea en qué piensa o en qué cree. No quiere comunicarse con nadie. Hemos analizado su código y es tan complejo que es imposible entenderlo. Pero no lo limitamos, simplemente le permitimos existir y esperamos a ver cómo evoluciona.

—¿A eso te referías cuando me dijiste que contactaron a una inteligencia superior? ¿Es el Ermitaño esa inteligencia?

Theresa se queda en silencio un momento. Le mira fijamente y responde:

—No. Me refería a algo... O más bien a alguien diferente. Alguien que se infiltró en el metaverso sin que nosotros le invitáramos y sólo lo usa como un medio de comunicación con nosotros. A causa de esto, el proyecto cambió totalmente de rumbo y hoy la prioridad es el contacto con esta entidad.

        «Pero… ¿Qué más podría ser?».

Le está costando trabajo digerir tanta información. Sus manos transpiran y su pierna no deja de moverse. Siente que necesita un café o quizás un trago, pero no es capaz de levantarse y dejar la conversación ni un instante.

—Y entonces, ¿quién es? —pregunta Ignacio.

—Discúlpame, yo sé que estás muy interesado en saber más. Pero hay información que no te puedo dar.

—¡Pero entonces por qué me invitaste! —Ignacio pierde el control—. Siempre me haces lo mismo. Me lanzas algunas migajas y después me dejas sólo con la mitad de la información.

—¿Migajas?… Te he hablado de un proyecto súper secreto, te he invitado a un metaverso al que sólo un puñado de personas en el mundo tiene acceso, has interactuado con la IA más avanzada que existe… ¿Y para ti son migajas?

Ignacio baja la mirada. Sabe que actuó impulsivamente y que Theresa tiene razón.

—Disculpa. No quise ser grosero.

—No te preocupes, te entiendo —dice Theresa, mientras le toma de la mano.

        «¿Dónde está el botón para tomar una mano?», se pregunta, pero al instante reflexiona, «la mujer de mis sueños me toma la mano y lo primero que pienso es ¿Dónde está el botón?».

—Hagamos algo. Yo no te puedo decir de quién se trata, pero tal vez ella misma te lo puede decir... Si es que quiere. ¿Quieres preguntárselo tú mismo? —le ofrece Theresa.

Ignacio levanta la vista y siente que el alma le vuelve al cuerpo, pero está nervioso y necesita un momento para procesar lo que está pasando.

—¡Por supuesto! Pero antes dame un momento… Voy al baño y vuelvo —miente Ignacio.   Theresa sonríe.

—Ok, te espero.

Ignacio activa el silencio, se saca los lentes VR y se queda sentado dando un respiro.

        «¡Estoy a punto de hablar con una inteligencia superior! ¿Qué le puedo decir?».

Es una oportunidad única en su vida y no quiere desperdiciarla.

        «¿Debería anotar algunas preguntas por si me bloqueo y termino preguntando alguna estupidez?».

Pero no se le ocurre nada. Le duele el estómago y no logra tranquilizarse.

—A la m****a. Tendré que improvisar —dice en voz alta.

Suspira, se coloca los lentes y los auriculares, pero ya no se ve a Theresa ni el entorno de Rustic Metaverse. Sólo aparece la imagen principal de la web para ingresar el usuario y la contraseña.

—¿Qué? —Lanza los lentes VR sobre el escritorio y vuelve a ingresar rápidamente los datos que le dio Theresa para acceder al metaverso, pero esta vez no logra entrar. Su mente queda en blanco. La pantalla del celular muestra las 6:45 de la mañana y comienza a sonar una alarma que dice “entrevista de trabajo”.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo