Ignacio es el único en la sala de espera. Una secretaria le mira de reojo de vez en cuando desde un escritorio frente a él, mientras trabaja en una computadora. Se escucha una música suave de fondo que no le tranquiliza. La pierna derecha de Ignacio da pequeños saltos. Toma su celular y mira los últimos mensajes con Theresa. “Te prometo que esta vez no te dejaré solo”, “OK, te espero”. Decide escribirle. Ignacio: Estás? Aparece sólo una marca junto al mensaje. Un sonido en el teléfono de la secretaria le saca de sus reflexiones. —Señor Ignacio Sánchez, le esperan para la entrevista. Pase por esa puerta. —La secretaria le indica una puerta a su costado. Ignacio siente un nudo en el estómago. Se levanta y camina hacia la puerta. A medio camino la mujer lo detiene. —Disculpe, pero debe entrar sin su celular. —¿Por qué? —Por razones de seguridad. No se puede acceder a reuniones o entrevistas con el teléfono. Somos una empresa de seguridad informática y manejamos informació
Ignacio camina calmadamente y sin rumbo por la calle Nataniel en el centro de Santiago. Ya es casi la hora de almuerzo y tiene hambre, así es que decide buscar un lugar donde comer un sándwich. Mientras camina repasa los detalles de la reunión. El sujeto tenía un aspecto raro. No recuerda haber visto ningún logo de la empresa. Además le pareció extraño no ver a más empleados. «Quizás era sólo la oficina de recursos humanos y el lugar de trabajo es otro». Resuelve no darle más vueltas al asunto. Siente que la entrevista fue un éxito y decide llamar a su madre para contarle. Busca entre los contactos favoritos el que dice “viejita” y presiona “llamar”. —Hola mi vida. ¿Cómo te fue en la entrevista? —¡Bien! Creo que ya tengo el trabajo. Me citaron para una segunda entrevís… —Un hombre pasa corriendo junto a él, le quita el celular de las manos y continúa la carrera por la misma vereda. Ignacio se queda inmóvil mirando al delincuente arrancar y decide perseguirlo. El sujeto le lleva ven
“La nueva cepa COVID-24 ha aumentado la cantidad de contagios en forma alarmante. La tasa de mortalidad supera con creces a las producidas por el COVID-19 en su primera etapa. El virus ya se ha detectado en Reino Unido, Suiza, Alemania, Francia y España. Estos países ya decretaron cuarentena total, pero en Reino Unido y España se están produciendo manifestaciones masivas que la policía no ha podido controlar. Casi todos los países del mundo han cerrado sus fronteras a vuelos que provengan de Europa”, dice un periodista de la cadena Deutsche Welle en español, con la imagen de fondo de una manifestación en Londres. Ignacio está absorto en las imágenes. “Según los últimos estudios, las vacunas que fueron desarrolladas contra el COVID-19 casi no tienen efecto sobre esta nueva cepa. Las personas que no han recibido ninguna dosis de las vacunas, mueren antes de 48 horas de presentar los primeros síntomas. Quienes tienen más de 3 dosis logran sobrevivir hasta una semana. La tasa de mortalida
Al llegar a la recepción, saluda al conserje y se dirige a los estacionamientos en donde tiene su bicicleta. Ya en la calle, aparece una información en la esquina superior derecha de los lentes, que indica lo que falta para llegar a destino: “4,2 km”. El sol de la tarde aún es intenso y hace calor. La bicicleta comienza a rodar. Una camioneta negra de gran tamaño, con vidrios polarizados, sale de un estacionamiento del edificio contiguo y comienza a seguir a Ignacio sin que se percate. Como cada sábado, la ciclovía de calle Tobalaba está abarrotada de ciclistas. El indicador muestra “3,9 km”. Se acerca a una esquina donde las flechas doblan hacia la derecha por la calle Simón Bolívar. El vehículo que le sigue gira por la misma calle, manteniendo la distancia. Las flechas vuelven a mostrar una desviación a la izquierda por la calle Vicente Pérez Rosales, a 100 metros. Ignacio mira hacia atrás para cruzarse de pista y ve al misterioso vehículo. La frase de Theresa “te están espiando” vi
—Hola —saluda ella. —Hola —responde él, mirándola a sus grandes ojos. Ignacio queda inmóvil. Quiere ir directo al grano y saber para qué lo eligió Rea, pero prefiere no forzar la conversación y dejar que fluya hasta que se produzca el momento adecuado para tocar el tema. —¿Sentémonos junto a ese árbol? —Theresa indica con su mano hacia un árbol cercano que da una sombra generosa. —Sí, claro. ¿Cómo sabes que hay un árbol ahí? —pregunta Ignacio. —Por tus lentes. Has estado mapeando todo lo que ves a tu alrededor y ahora yo puedo ver lo mismo que tú, pero desde mi perspectiva. «¡Qué buena!», piensa Ignacio. Ambos se sientan a la sombra y continúan mirándose sin hablar, hasta que Ignacio rompe el hielo. —¿Qué pasó con el metaverso? —Ufff… Ese tema ha sido mi dolor de cabeza los últimos días. El Ermitaño infiltró todo el código y tomó el control. Aún no sabemos cómo lo hizo. Estamos tratando de recuperar el metaverso, pero es como un virus… Y aún no tenemos el antivirus.
El analista de la NSA Jon MacGregor observa en una de las pantallas de su estación de trabajo los movimientos de la cuenta bancaria de Ignacio. Comienza a rastrear el origen de los fondos irregulares que ingresaron, hasta que se topa con una cuenta en las Islas Caimán. Una alerta salta en el sistema. Jon digita un número en la pantalla táctil a su costado.—Señor, el origen de los fondos pertenece a una cuenta que tenemos en lista negra.—¿Por qué está en lista negra? —pregunta Morgan.—Desde esa cuenta han salido recursos a sospechosos de terrorismo en Europa. La tenemos en esa lista desde hace 6 días en espera de alguna transacción para rastrear a los objetivos.—¿Cuánto dinero fue enviado a Ignacio Sánchez?—Todo. Dejaron la cuenta vacía.—¿Todo…? ¿Hay algún indicio en el perfil de Sánchez que indique que esté asociado a algún grupo terrorista?—No señor. Creo que Sánchez está siendo utilizado por alguien con muchos recursos técnicos. Desde que se hizo la transferencia, hemos detec
La carcajada de Jaime le hace lanzar la cerveza que tiene en la boca sobre la mesa. —¿Vas a salvar el mundo? —Mañana sale mi avión a Puerto Montt —dice Ignacio seriamente. —¿Estás hablando en serio? —pregunta Jaime. Ignacio le mira desconcertado. —Sí. De ahí tengo que viajar hasta Quellón en donde tomaré un ferry que me llevará al pueblo de Melimoyu. Sólo se puede llegar ahí por mar o aire. La noche está más fría de lo normal, pero el bar está igualmente lleno. Jaime lleva una parka azul sin mangas que apenas cierra. —Te vas a gastar los últimos ahorros que te quedan en un viaje a buscar a un militar asesino que lleva años escondido. Y se supone que tú lo vas a convencer en un día de salir de su escondite… para salvar el mundo. Cuando vuelvas, le diré a tu madre que te interne en un hospital siquiátrico y yo mismo te voy a poner la camisa de fuerza. —Si lo dices así no suena muy bien… Pero hay algo más. Me están pagando por esto. —Aah… Eso cambia todo. Vas a salvar el mundo po
El vuelo desde Santiago a Puerto Montt llegó a tiempo. Ignacio camina por el aeropuerto El Tepual en dirección a la salida cuando suena su teléfono. —Hola mamá. ¿Cómo estás? —responde Ignacio. —Hola mi amor. No muy bien. He estado con dolores en la espalda y un poco nerviosa. Ignacio camina con dificultad entre la gente con su mochila de 80 litros. —Tranquila. Ya va a pasar todo. El mundo está mucho mejor preparado ahora contra una pandemia —dice Ignacio. —¿Supiste que el nuevo virus ya llegó a Chile? —pregunta la madre. Ignacio se detiene. —¿Dónde lo detectaron? —Es alguien de Talca. Llegó hace tres días desde Brasil. Pero parece que primero había estado en España. —¡Pero cómo no cerraron las fronteras a todo el mundo! —No sé mijito. Parece que no aprendemos de nuestros errores —dice la madre con su voz temblorosa. «Inútiles», piensa Ignacio. Continúa la marcha hasta que llega a la salida. Junto a la vereda hay una fila de taxis y furgones listos para llevar pasajer