El analista de la NSA Jon MacGregor observa en una de las pantallas de su estación de trabajo los movimientos de la cuenta bancaria de Ignacio. Comienza a rastrear el origen de los fondos irregulares que ingresaron, hasta que se topa con una cuenta en las Islas Caimán. Una alerta salta en el sistema. Jon digita un número en la pantalla táctil a su costado.—Señor, el origen de los fondos pertenece a una cuenta que tenemos en lista negra.—¿Por qué está en lista negra? —pregunta Morgan.—Desde esa cuenta han salido recursos a sospechosos de terrorismo en Europa. La tenemos en esa lista desde hace 6 días en espera de alguna transacción para rastrear a los objetivos.—¿Cuánto dinero fue enviado a Ignacio Sánchez?—Todo. Dejaron la cuenta vacía.—¿Todo…? ¿Hay algún indicio en el perfil de Sánchez que indique que esté asociado a algún grupo terrorista?—No señor. Creo que Sánchez está siendo utilizado por alguien con muchos recursos técnicos. Desde que se hizo la transferencia, hemos detec
La carcajada de Jaime le hace lanzar la cerveza que tiene en la boca sobre la mesa. —¿Vas a salvar el mundo? —Mañana sale mi avión a Puerto Montt —dice Ignacio seriamente. —¿Estás hablando en serio? —pregunta Jaime. Ignacio le mira desconcertado. —Sí. De ahí tengo que viajar hasta Quellón en donde tomaré un ferry que me llevará al pueblo de Melimoyu. Sólo se puede llegar ahí por mar o aire. La noche está más fría de lo normal, pero el bar está igualmente lleno. Jaime lleva una parka azul sin mangas que apenas cierra. —Te vas a gastar los últimos ahorros que te quedan en un viaje a buscar a un militar asesino que lleva años escondido. Y se supone que tú lo vas a convencer en un día de salir de su escondite… para salvar el mundo. Cuando vuelvas, le diré a tu madre que te interne en un hospital siquiátrico y yo mismo te voy a poner la camisa de fuerza. —Si lo dices así no suena muy bien… Pero hay algo más. Me están pagando por esto. —Aah… Eso cambia todo. Vas a salvar el mundo po
El vuelo desde Santiago a Puerto Montt llegó a tiempo. Ignacio camina por el aeropuerto El Tepual en dirección a la salida cuando suena su teléfono. —Hola mamá. ¿Cómo estás? —responde Ignacio. —Hola mi amor. No muy bien. He estado con dolores en la espalda y un poco nerviosa. Ignacio camina con dificultad entre la gente con su mochila de 80 litros. —Tranquila. Ya va a pasar todo. El mundo está mucho mejor preparado ahora contra una pandemia —dice Ignacio. —¿Supiste que el nuevo virus ya llegó a Chile? —pregunta la madre. Ignacio se detiene. —¿Dónde lo detectaron? —Es alguien de Talca. Llegó hace tres días desde Brasil. Pero parece que primero había estado en España. —¡Pero cómo no cerraron las fronteras a todo el mundo! —No sé mijito. Parece que no aprendemos de nuestros errores —dice la madre con su voz temblorosa. «Inútiles», piensa Ignacio. Continúa la marcha hasta que llega a la salida. Junto a la vereda hay una fila de taxis y furgones listos para llevar pasajer
«No quiero hacer esto. Quiero volver a mi casa, seguir buscando trabajo, jugar en mi computadora… Conocer a Theresa».El avión Cessna 208 Caravan viaja con sólo cinco pasajeros. Ignacio mira un gran número de islas que desfilan bajo su ventanilla. Las nubes van quedando atrás y el cielo se despeja a medida que avanza. El avión tardó varias horas en salir, pero aun así el viaje será mucho más rápido que el tramo previsto por tierra y mar, así que Ignacio está tranquilo con respecto a los tiempos. «En verdad, ¿por qué me eligieron para esto? Hay gente mucho más preparada que yo para hacer un trabajo como este. Hay tantas cosas que no encajan. Al salvar mi vida, la línea de tiempo en donde estoy es diferente a la de Rea, entonces ¿cómo log
La lluvia se escucha con fuerza sobre el tejado. El viento silba al pasar entre las persianas exteriores que permanecen abiertas y enganchadas para que no se golpeen con el viento. Suena la alarma del celular, pero Ignacio ya está despierto. Apenas ha podido dormir. Durante la noche ha imaginado innumerables veces el encuentro con el ex militar. Se ha imaginado diferentes escenarios en donde el anciano le recibe amistosamente, o con molestia, o incluso con violencia. Ha repasado las posibles frases que le dirá, dependiendo de cada situación, y los argumentos para convencerle a salir de su escondite. «Mañana morirá de un disparo y lo encontrarán cerca de su casa, así que no debe andar lejos. ¿Cómo evitaré que lo maten? ¿Alguien lo habrá descubierto y está aquí para vengarse? Al menos en el avión no venía nadie má
Después del ocaso, la temperatura baja bruscamente. El comedor de la casona está iluminado por una lámpara de parafina y la cocina a leña tempera todo.—Tengo una cazuela bien rica joven. ¿Quiere un poco? —dice Yoana.—Sí, claro. Me muero de hambre —responde Ignacio sentado en un mesón rectangular al centro del lugar.En eso se abre la puerta e ingresa Patrick a la cocina.—Hola don Patrick. Pase a compartir uno de nuestros mejores platos en Chile.Yoana coloca otro plato sobre la mesa.—¿Estás alojando aquí también? —pregunta Ignacio sorprendido.—Yo buscando más hoteles en booking.com, pero yo no encontrando —bromea Patrick.Ignacio se pone tenso sin saber por qué. Yoana ríe, dejando un generoso plato humeante frente a él.—¿Y su esposo? &mdash
La tormenta está en su peor momento. Se escucha un trueno tras otro. Los árboles se inclinan bajo la presión del viento que los empuja con intensidad; la lluvia pareciera estar perforando el tejado.—Don Ignacio ¿está bien? —dice Yoana golpeando la puerta. Ignacio abre un ojo. Le duele la cabeza como si hubiera estado toda la noche de fiesta. Mira la hora en el celular que mantiene conectado a una batería externa. Este marca las 13:13. «¡Son más de la una!... No me acuerdo que estuviera tan buena la cerveza». Se levanta de la cama sobando su cabeza y se ordena el pelo. Abre la puerta y ve a Yoana nerviosa, vestida con un delantal para cocinar.—¿Se siente bien? Me tenía preocupá, oiga.—Sí, no se preocupe. Estoy bien. Parece que tomé mucho anoche.—Pero si fueron dos vasos no
Está oscuro. El tejado resuena con la fuerte lluvia. Ignacio se siente desorientado. Está acostado en una cama, pero no reconoce el lugar. Apenas puede ver el dormitorio por la penumbra. Intenta levantarse, pero un fuerte dolor de cabeza lo devuelve a la almohada. Respira profundo. La habitación es amplia, parece ser completamente de madera y tiene un baño interior. Revisa sus bolsillos. No está el celular ni tampoco su billetera. Se reincorpora lentamente y camina alrededor de la habitación buscando su mochila, pero no encuentra nada. Mira por la ventana. Está en un segundo piso y está comenzando a anochecer. Sale de la habitación buscando a alguien. Todo está apagado y en silencio. Hay un pasillo y al final una escalera. Desciende con cuidado hasta llegar al primer piso. Por fin reconoce el lugar. «¡Sigo en la casa de Manuel!». Junto a la puerta hay dos interruptores. Presiona el primero y se encienden las luces del pasill