Ignacio sube al ascensor de su edificio y presiona el botón del piso 1 para bajar al lobby. Un display sobre la botonera muestra una cuenta regresiva desde el piso 5. Se mira en el espejo, pasa su mano por el pelo para ordenarlo un poco y se mete la camisa en el pantalón. Como todos los domingos por la tarde, Ignacio sale a buscar a su madre para tomar un café en la cafetería favorita de ambos. Al llegar a la recepción, pasa frente al conserje al que saluda amablemente.
—Hola don Juan, ¿cómo le ha ido?
—Muy bien don Ignacio… Parece que aquí hay algo para usted —dice el anciano conserje colocándose unos gruesos lentes ópticos.
Ignacio detiene el paso y se devuelve al mesón. Juan levanta un paquete del suelo y se lo entrega.
—Llegó hoy en la mañana —dice Juan.
El paquete es una caja liviana del tamaño de un maletín ejecutivo. Ignacio lo examina. Por un costado hay una etiqueta con su dirección, un remitente de Miami en Estados Unidos y una cinta adhesiva amarilla.
—Aah y hay otra caja más chica —Juan se agacha nuevamente.
—¿Quién las trajo? —pregunta Ignacio.
—Un repartidor de una de esas empresas de transporte internacional.
—Muchas gracias don Juan —responde Ignacio.
Camina hacia la puerta de salida con los paquetes en las manos, pero la curiosidad lo detiene. Piensa en devolverse al departamento y abrirlos, pero luego recuerda que su madre lo está esperando. Juan lo mira extrañado desde el mesón. Finalmente Ignacio levanta su mano despidiéndose de Juan y continúa su camino al vehículo. Abre el maletero de su citycar negro, guarda los paquetes y se monta al volante.
Minutos más tarde está sentado en una pequeña mesa de madera blanca frente a su madre en la terraza de la cafetería.
—Cuéntame hijo. ¿Encontraste trabajo?
—Todavía no, pero estoy en eso.
—¿Necesitas plata?
—No mamá. Estoy bien. Todavía me quedan ahorros.
—¿Estás seguro? No me mientas. Te conozco y sé que estás preocupado.
Ignacio toma un sorbo del capuchino y mira a su madre con ternura.
—No te preocupes. De verdad que todavía puedo aguantar. ¿Tú cómo has estado? —Ignacio trata de cambiar de tema.
—Pero algo te preocupa, cuéntame —insiste la madre.
Ignacio sabe que no puede ocultarle nada. Lo conoce demasiado bien. Y como siempre, ella seguirá insistiendo hasta el cansancio… El cansancio de Ignacio.
—Es que… Conocí a una chica.
—¡Sabía! Y que pasó ¿Por qué te tiene así? ¿Peleaste con ella? —interrumpe la madre tomando un sorbo de su té de manzanilla.
—El problema es que vive lejos…
—Pero tú tienes auto, no te compliques por eso. Si quieres te ayudo con la bencina —interrumpe nuevamente la madre. Ignacio respira profundo. Ella nunca ha perdido la costumbre de impedirle terminar las frases.
—Vive muy lejos mamá. En Suiza. —La madre se queda pensativa, toma otro sorbo de té y responde con seriedad.
—Las relaciones a distancia nunca funcionan bien mijito. Nunca te he contado, pero cuando era joven tuve un novio que vivía en España. Hablábamos casi todos los días por teléfono, pero para mí eso no era suficiente. Siempre extrañaba sentir un abrazo o tomarle de la mano. Él no podía viajar muy seguido a verme ni yo tampoco podía ir a verlo porque no tenía plata para eso. Duramos ocho meses no más. El amor se terminó diluyendo y mi papá casi me mata cuando vio la cuenta del teléfono. No teníamos W******p ni esas cosas y varias veces lo llamé yo. Salía carísimo…
Ignacio escucha pacientemente la historia de su madre cuando de repente su teléfono vibra sobre la mesa. En la pantalla de bloqueo aparece un mensaje de Theresa. Ignacio no quiere interrumpir a su madre, cree que es una falta de respeto mirar el celular mientras le habla, pero lleva un par de días sin recibir mensajes de ella y está desesperado por hablarle.
La madre no parece querer hacer una pausa. El celular vuelve a vibrar y aparece un segundo mensaje. Ignacio comienza a transpirar.
—Mamá, dame un segundo —interrumpe tomando el celular.
—Si mijito.
Desbloquea el celular y abre los mensajes. En el primero dice “Usuario: Ignacio” y en el segundo “contraseña: Qu112358/7/#963%”. En ese momento llega un tercer mensaje: “Te espero ;)”.
Ignacio:
Me puedes esperar una hora? Estoy tomando un café con mi vieja.
Theresa:
Claro. Pero sólo una hora. Después no podré conectarme… y abre los paquetes que te envié.
—¿Qué pasa? —pregunta la madre.
Ignacio no responde. Su mirada sigue sobre la pantalla.
«¡Ella me envió los paquetes! Pero que...».
—¿Mijito estás bien? —insiste la madre.
—Sí mamá. Está todo bien, pero nos vamos a tener que ir pronto.
—Sí mi amor. Cuando tú digas.
—¿Ahora? —responde Ignacio levantando las cejas.
Ignacio ingresa rápidamente a su apartamento. Mientras se enciende el computador, comienza a abrir la caja de cartón más grande sobre su cama. Hay otra caja en su interior, pero esta vez de color negra. En ella aparece un logo circular y un título que dice “VRsuit” en color gris claro.
«¿Qué es esto?».
Levanta la tapa superior de la caja y en el interior hay una bolsa de tela que parece traer algo como una prenda de vestir. Es una camiseta de manga larga. En las mangas y el torso se pueden sentir elementos como bolsillos, cables y algo como un esqueleto plástico por el exterior. Junto a la camiseta, también viene un pantalón con las mismas características. Más abajo vienen dos cajas. En una viene un cable USB, un cargador similar a los que usan los celulares y un manual de instrucciones.
Luego abre la segunda caja.
«¿Un colgador de ropa? ¿En serio?».
Una notificación llega al celular.
Theresa:
Espero que sea de tu talla.
Ignacio:
Qué es esto?
Theresa:
Es un traje háptico de realidad virtual. El más avanzado que existe. Tiene más de 180 sensores corporales, incluyendo de movimiento, biométricos y de temperatura. Tiene zonas de presión que te permitirán sentir cuando algo te toque o golpee. Con los guantes podrás sentir en tus dedos los objetos y su temperatura. Además te envié un exoesqueleto con pequeños servomotores que producen el efecto de resistencia en tus movimientos cuando tocas objetos inmóviles como una pared, un árbol o te mueves en medios de fluidos como el agua. Póntelo ahora e ingresa a Rustic Metaverse con los datos que te envié. Te va a gustar :)
Ignacio se siente inseguro. Abre la caja más pequeña y recoge un guante que parece sacado de una película de ciencia ficción. En las puntas de los dedos tiene algo parecido a dedales de plástico duro. A través de la tela se perfilan cables que salen de una pequeña caja con curvas suaves, que se encuentran en la zona superior de la muñeca, como un reloj aerodinámico.
Ignacio:
Me vas a dejar colgado nuevamente en mitad de la experiencia?
Theresa:
Te prometo que esta vez no te dejaré solo.
Ignacio:
Está bien. Confiaré en ti. Pero si me abandonas de nuevo, no vuelvo a hacer esto. Dame unos minutos para leer las instrucciones. No sé cómo se conecta esto.
Theresa:
OK, te espero
El traje está algo ajustado. Las instrucciones están en inglés, pero los años jugando en línea con gente de habla inglesa, le han permitido hablar ese idioma con fluidez. Después de 20 minutos configurando el traje, ya está listo para ingresar a rusticmetaverse.com.
—Llueve torrencialmente. El sonido de las gotas cayendo a mí alrededor es muy nítido. Siento como si el agua golpeara sobre mis hombros y brazos gracias a los sensores del traje háptico. Sopla un fuerte viento y el traje presiona sobre ciertas áreas del cuerpo para simular la fuerza del viento. ¡Es bacán! Ya no tengo el teclado, así es que no sé cómo moverme. Tampoco tengo un joystick —dice Ignacio mientras se graba en video con el celular, instalado sobre un pequeño trípode en el escritorio junto al monitor del computador que está en negro. A su alrededor dispuso varios cojines que sirven para marcar el límite hasta dónde puede moverse, para no terminar estrellándose contra una pared o cayendo por la ventana del edificio mientras usa los lentes de realidad virtual. El avatar de Ignacio está quieto mirando el paisaje oscuro a su alrededor desde una perspectiva en primera persona. Es de noche, esta nublado y apenas se ve el entorno. Relámpagos de color verde, azul, rojo o amarillo cruz
La calle Nueva Providencia está menos concurrida de lo normal para ser un día laboral. Un hombre de mediana edad, vestido con un terno negro anticuado, se mueve lentamente entre la gente que circula en todas direcciones. Camina leyendo un diario en una mano y un maletín en la otra, por la vereda sur, en dirección oriente a dos cuadras de Av. Ricardo Lyon. Dos jóvenes le siguen de cerca. El hombre de aspecto ordenado, peinado hacia un lado con exceso de gel y lentes ópticos, se detiene frente a una vitrina donde se exhiben televisores. Los dos jóvenes se separan y toman posiciones para quitarle el celular que sobresale del bolsillo izquierdo de la chaqueta. El sujeto, sin dejar de mirar la vitrina, deja el maletín en el suelo entre sus piernas, enrolla el diario para ponerlo bajo de su brazo izquierdo y, de su bolsillo derecho, saca una navaja automática que mantiene fuera de la vista de los delincuentes. Uno de los jóvenes le hace una señal a su cómplice con un movimiento de cabeza y
—¿Sabías que el universo siempre ha existido? —pregunta Ignacio.—¿En serio? —responde impasible Jaime, sentado al frente con el ojo aun inflamado, mientras le da un mordisco a un churrasco tomate, palta (aguacate) y mayonesa. Un típico sándwich chileno, también conocido como un "Churrasco Italiano".—¿Y qué somos uno más de muchos multiversos?—Increíble —responde casi indiferente, limpiándose con una servilleta la mayonesa del bigote. Ignacio lo mira esperando alguna reacción. Jaime le devuelve la mirada.—¿Qué?—¿No te parece increíble lo que te estoy diciendo? La terraza del bar está repleta de gente. Atardece y comienza a soplar una suave brisa de otoño.—Te creo, pero me parece que te están tomando el pelo. La chica te convenció de que viene del futuro y tú te la creíste. Un poco ingenuo de tu parte.—Ella no ha dicho que venga del futuro. Es otra mujer la que dice que está en el futuro, y se comunica con nuestro tiempo a través de un computador cuántico —dice Ignacio molesto.
Ignacio es el único en la sala de espera. Una secretaria le mira de reojo de vez en cuando desde un escritorio frente a él, mientras trabaja en una computadora. Se escucha una música suave de fondo que no le tranquiliza. La pierna derecha de Ignacio da pequeños saltos. Toma su celular y mira los últimos mensajes con Theresa. “Te prometo que esta vez no te dejaré solo”, “OK, te espero”. Decide escribirle. Ignacio: Estás? Aparece sólo una marca junto al mensaje. Un sonido en el teléfono de la secretaria le saca de sus reflexiones. —Señor Ignacio Sánchez, le esperan para la entrevista. Pase por esa puerta. —La secretaria le indica una puerta a su costado. Ignacio siente un nudo en el estómago. Se levanta y camina hacia la puerta. A medio camino la mujer lo detiene. —Disculpe, pero debe entrar sin su celular. —¿Por qué? —Por razones de seguridad. No se puede acceder a reuniones o entrevistas con el teléfono. Somos una empresa de seguridad informática y manejamos informació
Ignacio camina calmadamente y sin rumbo por la calle Nataniel en el centro de Santiago. Ya es casi la hora de almuerzo y tiene hambre, así es que decide buscar un lugar donde comer un sándwich. Mientras camina repasa los detalles de la reunión. El sujeto tenía un aspecto raro. No recuerda haber visto ningún logo de la empresa. Además le pareció extraño no ver a más empleados. «Quizás era sólo la oficina de recursos humanos y el lugar de trabajo es otro». Resuelve no darle más vueltas al asunto. Siente que la entrevista fue un éxito y decide llamar a su madre para contarle. Busca entre los contactos favoritos el que dice “viejita” y presiona “llamar”. —Hola mi vida. ¿Cómo te fue en la entrevista? —¡Bien! Creo que ya tengo el trabajo. Me citaron para una segunda entrevís… —Un hombre pasa corriendo junto a él, le quita el celular de las manos y continúa la carrera por la misma vereda. Ignacio se queda inmóvil mirando al delincuente arrancar y decide perseguirlo. El sujeto le lleva ven
“La nueva cepa COVID-24 ha aumentado la cantidad de contagios en forma alarmante. La tasa de mortalidad supera con creces a las producidas por el COVID-19 en su primera etapa. El virus ya se ha detectado en Reino Unido, Suiza, Alemania, Francia y España. Estos países ya decretaron cuarentena total, pero en Reino Unido y España se están produciendo manifestaciones masivas que la policía no ha podido controlar. Casi todos los países del mundo han cerrado sus fronteras a vuelos que provengan de Europa”, dice un periodista de la cadena Deutsche Welle en español, con la imagen de fondo de una manifestación en Londres. Ignacio está absorto en las imágenes. “Según los últimos estudios, las vacunas que fueron desarrolladas contra el COVID-19 casi no tienen efecto sobre esta nueva cepa. Las personas que no han recibido ninguna dosis de las vacunas, mueren antes de 48 horas de presentar los primeros síntomas. Quienes tienen más de 3 dosis logran sobrevivir hasta una semana. La tasa de mortalida
Al llegar a la recepción, saluda al conserje y se dirige a los estacionamientos en donde tiene su bicicleta. Ya en la calle, aparece una información en la esquina superior derecha de los lentes, que indica lo que falta para llegar a destino: “4,2 km”. El sol de la tarde aún es intenso y hace calor. La bicicleta comienza a rodar. Una camioneta negra de gran tamaño, con vidrios polarizados, sale de un estacionamiento del edificio contiguo y comienza a seguir a Ignacio sin que se percate. Como cada sábado, la ciclovía de calle Tobalaba está abarrotada de ciclistas. El indicador muestra “3,9 km”. Se acerca a una esquina donde las flechas doblan hacia la derecha por la calle Simón Bolívar. El vehículo que le sigue gira por la misma calle, manteniendo la distancia. Las flechas vuelven a mostrar una desviación a la izquierda por la calle Vicente Pérez Rosales, a 100 metros. Ignacio mira hacia atrás para cruzarse de pista y ve al misterioso vehículo. La frase de Theresa “te están espiando” vi
—Hola —saluda ella. —Hola —responde él, mirándola a sus grandes ojos. Ignacio queda inmóvil. Quiere ir directo al grano y saber para qué lo eligió Rea, pero prefiere no forzar la conversación y dejar que fluya hasta que se produzca el momento adecuado para tocar el tema. —¿Sentémonos junto a ese árbol? —Theresa indica con su mano hacia un árbol cercano que da una sombra generosa. —Sí, claro. ¿Cómo sabes que hay un árbol ahí? —pregunta Ignacio. —Por tus lentes. Has estado mapeando todo lo que ves a tu alrededor y ahora yo puedo ver lo mismo que tú, pero desde mi perspectiva. «¡Qué buena!», piensa Ignacio. Ambos se sientan a la sombra y continúan mirándose sin hablar, hasta que Ignacio rompe el hielo. —¿Qué pasó con el metaverso? —Ufff… Ese tema ha sido mi dolor de cabeza los últimos días. El Ermitaño infiltró todo el código y tomó el control. Aún no sabemos cómo lo hizo. Estamos tratando de recuperar el metaverso, pero es como un virus… Y aún no tenemos el antivirus.