El pub está lleno de gente. La terraza que da a la calle está iluminada sólo por pequeñas luces cálidas que cuelgan por todo el perímetro. En una de las mesas, junto a la calle, está Ignacio tomando una cerveza junto a su amigo Jaime, mirando abstraído las luces de los automóviles que pasan a su lado.
—Ánimo compadre. En tu rubro hay harto trabajo. No vas a estar mucho tiempo cesante —dice Jaime.
—Es que no quiero seguir trabajando así. Estoy harto de estos trabajos de m****a que pagan poco y te explotan como un puto esclavo —responde Ignacio.
—¿Y qué pasa con tu negocio de informática?
—Nadie me llama. He puesto avisos en todos lados. Algunas personas me escriben pero cuando les doy un presupuesto, no me hablan más.
—Es por culpa de los inmigrantes. Ellos hacen el mismo trabajo por la mitad del precio.
—No creo… Bueno, puede ser. Pero no es culpa de los inmigrantes. Ellos sólo buscan una vida mejor. La culpa es de los que prefieren pagarle menos a un inmigrante desesperado que a un chileno por hacer el mismo trabajo —dice Ignacio con el ceño fruncido mirando hacia las luces.
Jaime toma un sorbo que le deja el bigote con espuma y responde:
—Los inmigrantes podrían exigir sueldos mejores, pero aceptan lo que sea. Y muchos de ellos vienen a delinquir en vez de trabajar.
—Creo que estás exagerando. La mayoría viene a trabajar honestamente. Y muchos de los que delinquen, lo hacen por desesperación —dice Ignacio que se toma un largo trago.
—Deberíamos construir un muro o una zanja para que no pasen.
—No lo creo. Van a pasar igual por otro lugar o buscarán la forma de saltar el muro. La solución es... —Ignacio se concentra en la llama de una lámpara de aceite sobre la mesa—, unirnos con los países vecinos y apoyar a los que están peor que nosotros, para que todos crezcamos con igualdad. Somos muy egoístas. Tratamos de crecer solos, dejando al resto atrás y la desigualdad que se produce crea estos problemas.
—¿Pero por qué les daríamos nuestros recursos a los que se han robado los suyos? Cada país tiene al gobierno que se merece. No estoy de acuerdo con regalar lo que hemos logrado con esfuerzo, a unos ignorantes que eligieron a puros ladrones para que los gobiernen —dice Jaime.
—Acá también estamos llenos de ladrones. Ese problema no es exclusivo de nuestros vecinos.
«¿Cómo llegamos a este tema?», se pregunta Ignacio.
—Cuando un país crece, hay más inversión y se requiere más mano de obra. Si no la encuentras en el país, hay que aceptar inmigración —dice Jaime, pero Ignacio le interrumpe:
—En este país no es así. Aquí no falta mano de obra porque la población se haya envejecido o porque haya pocos nacimientos. Acá simplemente no se quiere pagar mejores sueldos. Así que se abre el grifo de la inmigración cada cierto tiempo, para regular los sueldos a la baja. Es como una colusión de precios, pero de sueldos.
Ignacio se entusiasma cada vez que habla de temas sociales, pero esto le ha ocasionado más de un problema con sus amigos que piensan diferente. Jaime ya lo conoce lo suficiente para saber que podrían seguir el resto de la noche hablando sobre lo mismo si no lo detiene.
—La verdad es que nunca lo había visto así. Quizás tienes razón. Pero como no vamos a poder arreglar el país hoy día, mejor vamos a lo bueno. Hablemos de la chica que te está sicopateando —dice Jaime, con una mirada pícara.
Ignacio mira a su amigo con un semblante más relajado. Toma otro trago y continúa.
—No sé por qué me escribe. Dice que trabaja para el CERN, que tiene acceso a un súper computador y que está haciendo su tesis doctoral en Física.
—Quizás tiene bigote y las piernas peludas —bromea Jaime.
—No creo, tiene voz de mujer… Y una linda voz.
—Bueno, está claro que no te habla por tu pinta o tu riqueza… ¿Le pediste una foto?
—No me atrevo. Si le pido una, ella va a pedir una mía y hasta ahí no más va a llegar la weá.
—Mándale la foto de otro. Te doy una mía si quieres —ironiza Jaime.
—Estás loco, no quiero espantarla.
—Entonces quizás todo lo que te ha dicho es verdad y punto. Sólo se sintió sola. Y si es del tipo nerd, probablemente no le importa que seas tan feo.
—¡Oye! No soy tan feo.
—¿El CERN tiene que ver con extraterrestres? —pregunta Jaime.
—No, nada que ver. Ese se llama SETI. En el CERN trabajan con el acelerador de partículas más grande del mundo y estudian fenómenos sobre física cuántica.
—No entendí nada, pero no importa. ¿Le preguntaste sobre el proyecto en que trabaja?
—No he tenido tiempo. Siempre se termina la conversación antes de entrar en el tema.
—¿Tiene foto de perfil en W******p?
—Ella usa TextU. Y no, sólo hay una frase de un weón que no conozco —dice Ignacio.
Jaime se echa atrás sobre el respaldo de la silla mientras bebe otro sorbo del shop. Ignacio mira su vientre abultado e imagina que los botones de la camisa saldrán volando en cualquier momento.
Se quedan en silencio un instante. Una notificación entra al celular de Ignacio que está sobre la mesa. Ambos se miran. Ignacio desbloquea el celular:
—¡Es ella!
—¿Qué te dice? —pregunta Jaime entusiasmado.
—Dice “hola”
—Para ser tan inteligente, no es muy creativa que digamos.
Suena otra notificación.
—Ahora me pregunta en qué estoy.
—Dile que estás tomando un trago con una amiga… A ver si se pone celosa —dice Jaime.
Ignacio le lanza una mirada cómplice y comienza a escribir en el celular.
Ignacio:
Hola! Estoy tomando un trago con una amiga. Y tú?
Theresa:
Ya volví al trabajo, así que ahora avanzando con el proyecto.
Ignacio:
¿Sobre qué es el proyecto?
Theresa:
Es un tema que da para largo y no quiero interrumpirte. Sólo quería hablar un ratito…. mejor te dejo. Pero antes ¿puedo pedirte un favor?
Ignacio:
Si claro, dime
Theresa:
¿Podrías entrar al pub y sacarle una foto? Extraño esos lugares de Santiago.
—¿Qué te dice? Cuenta weón —dice Jaime.
—Me está pidiendo que le saque una foto al interior del pub —dice Ignacio extrañado.
—¿Quiere una selfie?
—No, sólo del pub.
—Es media rarita la mina. Saca la foto pues —responde Jaime levantando los hombros.
Theresa:
¿Estás ahí?
Ignacio:
Si, dame un segundo.
—Voy a aprovechar de ir al baño —dice Ignacio.
—¡Deja limpio! —responde Jaime.
Ignacio se levanta de la silla e ingresa al local. Mira el entorno desde la puerta buscando un buen ángulo y toma una fotografía de todo el lugar. Mira la imagen y conforme con ella, presiona el ícono de “compartir” para enviársela a Theresa.
—Disculpe, ¿dónde está el baño? —pregunta Ignacio al barman.
—Al fondo a la derecha —responde.
«Me lo imaginaba».
Ingresa al baño y se detiene frente a un urinario en la pared. En ese momento llega otra notificación. Ignacio termina de orinar y mira inmediatamente el mensaje.
Theresa:
¡Es el bar Mayami de Ñuñoa! Me encanta :)
Ignacio va escribiendo mientras sale del baño y se dirige a la puerta.
Ignacio:
Así es, tienen los mejores sándwich :D
Theresa:
Espera, no salgas aún. ¿Puedes sacarte una selfie con el pub de fondo?
«Mierda, sabía que me lo pediría algún día».
Se detiene antes de salir y levanta el celular para activar la cámara frontal. En eso se escucha desde el exterior del local los chirridos de unos neumáticos y un golpe seco, seguido de unos gritos.
Algunas personas salen corriendo a mirar qué pasa.
Se escucha un disparo.
Un segundo disparo rompe la ventana de la puerta del bar cerca del techo. Todos se agachan. Los gritos aumentan. Ignacio sale corriendo a ver a su amigo. Hay un automóvil sobre la vereda justo donde estaba su mesa. Jaime no se ve. Ignacio busca desesperado en todas direcciones hasta que divisa a unos dos metros de la mesa a Jaime en el suelo. Corre a socorrerlo. Su cabeza sangra, pero está despierto.
—Quédate quieto, no te muevas —dice Ignacio mientras toma su celular para llamar a emergencias.
La sala de espera del hospital está repleta. Ignacio se queda de pie apoyado contra una pared cerca de la puerta de entrada. Al igual que todos, Ignacio también está con mascarilla. Aun así, se siente un olor nauseabundo. Algunas personas tosen cerca. Ignacio les mira de reojo y sale al exterior buscando otra pared donde apoyarse. Un ligero temblor en su mano delata su estado anímico. Toma el celular con dificultad y vuelve a leer la última frase de Theresa: “Espera, no salgas aún...”
Ignacio lee nuevamente toda la conversación. Siente escalofríos en el cuello. Hay algo que le molesta. Decide escribirle.
Ignacio:
¿Estás?
Sólo aparece un tick junto al mensaje. Nuevamente está desconectada.
—¡Señor Ignacio Sánchez! —se escucha por un altavoz. Ignacio ingresa rápidamente y se acerca a una ventanilla.
—Hola, soy Ignacio Sánchez.
—Acérquese a la puerta de emergencias y pregunte por el señor Jaime González —dice la recepcionista.
—Okey, gracias —dice Ignacio alejándose en dirección a una puerta con la inscripción: “Prohibido el paso. Sólo personal autorizado”. Ignacio se acerca a una enfermera que está de pie junto a la puerta.
—Disculpe, busco a Jaime González —le dice Ignacio.
—¿Usted es Ignacio Sánchez?
—Así es.
—Sígame por favor.
Ambos ingresan por la puerta de emergencia y caminan por un largo pasillo hasta llegar a una habitación. Jaime está acostado con los ojos cerrados, conectado a una máquina que marca los latidos del corazón y una aguja intravenosa, por donde ingresa suero desde una bolsa que cuelga por su brazo izquierdo.
—Pase, el doctor vendrá en unos minutos.
—¿Él está bien?
—Tiene un par de costillas rotas, una contusión en un ojo y un golpe en la cabeza, pero nada grave.
—Muchas gracias —dice Ignacio, al tiempo que acerca una silla a Jaime y la enfermera se aleja.
Ignacio observa atentamente a Jaime. Tiene el ojo derecho amoratado, una venda en la parte alta de su cabeza y un chichón en la frente.
—¿Compadrito? —dice Ignacio.
Jaime abre lentamente los ojos.
—¿Cómo te sientes? —continúa Ignacio.
—Me duele hasta el pelo... ¿Qué pasó? —pregunta Jaime adormecido.
—Parece que unos delincuentes venían escapando de los pacos en un auto robado y perdieron el control justo en nuestra mesa.
—Puta la mala suerte —dice Jaime —. ¿Tú estás bien?
—Sí, me salvé porque había ido a sacar la foto que me pidió Theresa. ¿Te acuerdas?
—O sea que la mina te salvó la vida. Vas a tener que mandarle un emoticón de ramo de flores —dice Jaime al tiempo que tose y hace un gesto de dolor—. ¿Hablaste con el dosstor? ¿Te dijo qué tengo?
—No todavía. Pero parece que quedaste mejor que antes.
—No me molestes que me duele todo. Debo verme horrible —dice Jaime.
—No tanto… Bueno sí. Mejor no te saques hoy la foto para tu perfil de Tinder —bromea Ignacio y continúa—, la sacaste barata. Aparte del ojo en tinta y el chichón en la frente, el resto está igual que siempre.
—Y pudo ser más barata. El chichón me lo hice recién cuando se me cayó el celular en la cabeza al tratar de escribirte.
—Ya estás viejito como para sufrir un accidente de millenial —dice Ignacio.
Ambos se ríen. Jaime se toca el pecho.
—No me hagas reír weón.
—Ya compadre, descanse. Mañana te vengo a ver.
Jaime levanta su brazo, Ignacio le toma la mano.
“Y ahora vamos con las noticias internacionales”, dice la periodista en la edición central del noticiario. “Según las autoridades de Reino Unido, se habrían detectado al menos 20 personas contagiadas por una nueva cepa de COVID en ese país. El Departamento de Salud y Asistencia Social confirmó que no se trataría de una nueva variante, sino de una nueva cepa que sería más contagiosa y mortal que la original. Aunque se han encontrado pocos casos y su estudio lleva pocos días, se ha obligado nuevamente el uso de mascarillas en Londres, Bristol y Brighton. La Organización Mundial de la Salud dice que es probable que ya esté en otros países de Europa y la han bautizado como COVID-24”. «Hasta cuándo vamos a seguir con esto», piensa Ignacio, cambiando el canal a uno de documentales sobre naturaleza. Toma su celular y mira el chat con Theresa. La última frase “¿Estás?” de hace 3 días sigue con un solo tick. «¿Le habrá pasado algo?». En ese mismo instante aparece un segundo
El celular marca las 5:54 de la madrugada. La pantalla frente a su cama sigue encendida. Aparece una notificación, pero el celular está en silencio. Ignacio sigue durmiendo. Tres minutos después el sonido del teléfono se activa por sí solo. Llega otra notificación. Esta vez el sonido hace que Ignacio cambie de posición, pero continúa durmiendo. A los pocos segundos entra una llamada y comienza a sonar la canción Highway to Hell de AC/DC que usa como ringtone en su teléfono. Ignacio abre un ojo y mira la pantalla del celular. Es Theresa. Toma el teléfono y cuando va a presionar el botón para responder, la llamada se corta. Ve que hay 2 notificaciones. Ambas son de Theresa. Theresa: Estás? Theresa: HOLA!!! Ignacio: Si aquí estoy. Estás bien? Theresa: Sí, no hay problema. Sólo quería pedirte disculpas por haber cortado la conversación de repente. Es que entró mi compañera de departamento llorando a contarme un drama con su po
Jon observa atentamente la pantalla de su estación de trabajo cuando salta una alerta. Mueve el puntero del mouse y presiona con el botón izquierdo sobre esta. Aparece una lista de instrucciones y números que se despliegan sobre un fondo negro. La lista avanza hasta detenerse en un par de líneas. Key ID +41 566 6847 9878 --invalid key El agente, sentado en una gran sala llena de operadores y monitores, presiona una tecla sobre la pantalla táctil de un intercomunicador a su derecha y contacta a su superior directo. —Señor, tenemos una anomalía —dice Jon en inglés. —¿Qué clase de anomalía? —pregunta Morgan sentado en otra estación de trabajo más atrás, en un nivel del piso más alto. —Tenemos un enlace con una clave criptográfica que Athenea no ha podido resolver. —¿Qué tipo de clave? —Al parecer es una clave simétrica parecida a la AES, pero de 8192 bits con un tipo de algoritmo que nunca había visto —responde Jon. —Confirme los datos —dice Morgan y corta la comunicación. —Sí..
Ignacio sube al ascensor de su edificio y presiona el botón del piso 1 para bajar al lobby. Un display sobre la botonera muestra una cuenta regresiva desde el piso 5. Se mira en el espejo, pasa su mano por el pelo para ordenarlo un poco y se mete la camisa en el pantalón. Como todos los domingos por la tarde, Ignacio sale a buscar a su madre para tomar un café en la cafetería favorita de ambos. Al llegar a la recepción, pasa frente al conserje al que saluda amablemente. —Hola don Juan, ¿cómo le ha ido? —Muy bien don Ignacio… Parece que aquí hay algo para usted —dice el anciano conserje colocándose unos gruesos lentes ópticos. Ignacio detiene el paso y se devuelve al mesón. Juan levanta un paquete del suelo y se lo entrega. —Llegó hoy en la mañana —dice Juan. El paquete es una caja liviana del tamaño de un maletín ejecutivo. Ignacio lo examina. Por un costado hay una etiqueta con su dirección, un remitente de Miami en Estados Unidos y una cinta adhesiva amarilla. —Aah y hay otra c
—Llueve torrencialmente. El sonido de las gotas cayendo a mí alrededor es muy nítido. Siento como si el agua golpeara sobre mis hombros y brazos gracias a los sensores del traje háptico. Sopla un fuerte viento y el traje presiona sobre ciertas áreas del cuerpo para simular la fuerza del viento. ¡Es bacán! Ya no tengo el teclado, así es que no sé cómo moverme. Tampoco tengo un joystick —dice Ignacio mientras se graba en video con el celular, instalado sobre un pequeño trípode en el escritorio junto al monitor del computador que está en negro. A su alrededor dispuso varios cojines que sirven para marcar el límite hasta dónde puede moverse, para no terminar estrellándose contra una pared o cayendo por la ventana del edificio mientras usa los lentes de realidad virtual. El avatar de Ignacio está quieto mirando el paisaje oscuro a su alrededor desde una perspectiva en primera persona. Es de noche, esta nublado y apenas se ve el entorno. Relámpagos de color verde, azul, rojo o amarillo cruz
La calle Nueva Providencia está menos concurrida de lo normal para ser un día laboral. Un hombre de mediana edad, vestido con un terno negro anticuado, se mueve lentamente entre la gente que circula en todas direcciones. Camina leyendo un diario en una mano y un maletín en la otra, por la vereda sur, en dirección oriente a dos cuadras de Av. Ricardo Lyon. Dos jóvenes le siguen de cerca. El hombre de aspecto ordenado, peinado hacia un lado con exceso de gel y lentes ópticos, se detiene frente a una vitrina donde se exhiben televisores. Los dos jóvenes se separan y toman posiciones para quitarle el celular que sobresale del bolsillo izquierdo de la chaqueta. El sujeto, sin dejar de mirar la vitrina, deja el maletín en el suelo entre sus piernas, enrolla el diario para ponerlo bajo de su brazo izquierdo y, de su bolsillo derecho, saca una navaja automática que mantiene fuera de la vista de los delincuentes. Uno de los jóvenes le hace una señal a su cómplice con un movimiento de cabeza y
—¿Sabías que el universo siempre ha existido? —pregunta Ignacio.—¿En serio? —responde impasible Jaime, sentado al frente con el ojo aun inflamado, mientras le da un mordisco a un churrasco tomate, palta (aguacate) y mayonesa. Un típico sándwich chileno, también conocido como un "Churrasco Italiano".—¿Y qué somos uno más de muchos multiversos?—Increíble —responde casi indiferente, limpiándose con una servilleta la mayonesa del bigote. Ignacio lo mira esperando alguna reacción. Jaime le devuelve la mirada.—¿Qué?—¿No te parece increíble lo que te estoy diciendo? La terraza del bar está repleta de gente. Atardece y comienza a soplar una suave brisa de otoño.—Te creo, pero me parece que te están tomando el pelo. La chica te convenció de que viene del futuro y tú te la creíste. Un poco ingenuo de tu parte.—Ella no ha dicho que venga del futuro. Es otra mujer la que dice que está en el futuro, y se comunica con nuestro tiempo a través de un computador cuántico —dice Ignacio molesto.
Ignacio es el único en la sala de espera. Una secretaria le mira de reojo de vez en cuando desde un escritorio frente a él, mientras trabaja en una computadora. Se escucha una música suave de fondo que no le tranquiliza. La pierna derecha de Ignacio da pequeños saltos. Toma su celular y mira los últimos mensajes con Theresa. “Te prometo que esta vez no te dejaré solo”, “OK, te espero”. Decide escribirle. Ignacio: Estás? Aparece sólo una marca junto al mensaje. Un sonido en el teléfono de la secretaria le saca de sus reflexiones. —Señor Ignacio Sánchez, le esperan para la entrevista. Pase por esa puerta. —La secretaria le indica una puerta a su costado. Ignacio siente un nudo en el estómago. Se levanta y camina hacia la puerta. A medio camino la mujer lo detiene. —Disculpe, pero debe entrar sin su celular. —¿Por qué? —Por razones de seguridad. No se puede acceder a reuniones o entrevistas con el teléfono. Somos una empresa de seguridad informática y manejamos informació