Capítulo 3

El pub está lleno de gente. La terraza que da a la calle está iluminada sólo por pequeñas luces cálidas que cuelgan por todo el perímetro. En una de las mesas, junto a la calle, está Ignacio tomando una cerveza junto a su amigo Jaime, mirando abstraído las luces de los automóviles que pasan a su lado.

—Ánimo compadre. En tu rubro hay harto trabajo. No vas a estar mucho tiempo cesante —dice Jaime.

—Es que no quiero seguir trabajando así. Estoy harto de estos trabajos de m****a que pagan poco y te explotan como un puto esclavo —responde Ignacio.

—¿Y qué pasa con tu negocio de informática?

—Nadie me llama. He puesto avisos en todos lados. Algunas personas me escriben pero cuando les doy un presupuesto, no me hablan más.

—Es por culpa de los inmigrantes. Ellos hacen el mismo trabajo por la mitad del precio.

—No creo… Bueno, puede ser. Pero no es culpa de los inmigrantes. Ellos sólo buscan una vida mejor. La culpa es de los que prefieren pagarle menos a un inmigrante desesperado que a un chileno por hacer el mismo trabajo —dice Ignacio con el ceño fruncido mirando hacia las luces.

Jaime toma un sorbo que le deja el bigote con espuma y responde:

—Los inmigrantes podrían exigir sueldos mejores, pero aceptan lo que sea. Y muchos de ellos vienen a delinquir en vez de trabajar.

—Creo que estás exagerando. La mayoría viene a trabajar honestamente. Y muchos de los que delinquen, lo hacen por desesperación —dice Ignacio que se toma un largo trago.

—Deberíamos construir un muro o una zanja para que no pasen.

—No lo creo. Van a pasar igual por otro lugar o buscarán la forma de saltar el muro. La solución es... —Ignacio se concentra en la llama de una lámpara de aceite sobre la mesa—, unirnos con los países vecinos y apoyar a los que están peor que nosotros, para que todos crezcamos con igualdad. Somos muy egoístas. Tratamos de crecer solos, dejando al resto atrás y la desigualdad que se produce crea estos problemas.

—¿Pero por qué les daríamos nuestros recursos a los que se han robado los suyos? Cada país tiene al gobierno que se merece. No estoy de acuerdo con regalar lo que hemos logrado con esfuerzo, a unos ignorantes que eligieron a puros ladrones para que los gobiernen —dice Jaime.

—Acá también estamos llenos de ladrones. Ese problema no es exclusivo de nuestros vecinos.

        «¿Cómo llegamos a este tema?», se pregunta Ignacio.

—Cuando un país crece, hay más inversión y se requiere más mano de obra. Si no la encuentras en el país, hay que aceptar inmigración —dice Jaime, pero Ignacio le interrumpe:

—En este país no es así. Aquí no falta mano de obra porque la población se haya envejecido o porque haya pocos nacimientos. Acá simplemente no se quiere pagar mejores sueldos. Así que se abre el grifo de la inmigración cada cierto tiempo, para regular los sueldos a la baja. Es como una colusión de precios, pero de sueldos.

Ignacio se entusiasma cada vez que habla de temas sociales, pero esto le ha ocasionado más de un problema con sus amigos que piensan diferente. Jaime ya lo conoce lo suficiente para saber que podrían seguir el resto de la noche hablando sobre lo mismo si no lo detiene.

—La verdad es que nunca lo había visto así. Quizás tienes razón. Pero como no vamos a poder arreglar el país hoy día, mejor vamos a lo bueno. Hablemos de la chica que te está sicopateando —dice Jaime, con una mirada pícara.

Ignacio mira a su amigo con un semblante más relajado. Toma otro trago y continúa.

—No sé por qué me escribe. Dice que trabaja para el CERN, que tiene acceso a un súper computador y que está haciendo su tesis doctoral en Física.

—Quizás tiene bigote y las piernas peludas —bromea Jaime.

—No creo, tiene voz de mujer… Y una linda voz.

—Bueno, está claro que no te habla por tu pinta o tu riqueza… ¿Le pediste una foto?

—No me atrevo. Si le pido una, ella va a pedir una mía y hasta ahí no más va a llegar la weá.

—Mándale la foto de otro. Te doy una mía si quieres —ironiza Jaime.

—Estás loco, no quiero espantarla.

—Entonces quizás todo lo que te ha dicho es verdad y punto. Sólo se sintió sola. Y si es del tipo nerd, probablemente no le importa que seas tan feo.

—¡Oye! No soy tan feo.

—¿El CERN tiene que ver con extraterrestres? —pregunta Jaime.

—No, nada que ver. Ese se llama SETI. En el CERN trabajan con el acelerador de partículas más grande del mundo y estudian fenómenos sobre física cuántica.

—No entendí nada, pero no importa. ¿Le preguntaste sobre el proyecto en que trabaja?

—No he tenido tiempo. Siempre se termina la conversación antes de entrar en el tema.

—¿Tiene foto de perfil en W******p?

—Ella usa TextU. Y no, sólo hay una frase de un weón que no conozco —dice Ignacio.

Jaime se echa atrás sobre el respaldo de la silla mientras bebe otro sorbo del shop. Ignacio mira su vientre abultado e imagina que los botones de la camisa saldrán volando en cualquier momento.

Se quedan en silencio un instante. Una notificación entra al celular de Ignacio que está sobre la mesa. Ambos se miran. Ignacio desbloquea el celular:

—¡Es ella!

—¿Qué te dice? —pregunta Jaime entusiasmado.

—Dice “hola”

—Para ser tan inteligente, no es muy creativa que digamos.

Suena otra notificación.

—Ahora me pregunta en qué estoy.

—Dile que estás tomando un trago con una amiga… A ver si se pone celosa —dice Jaime.

Ignacio le lanza una mirada cómplice y comienza a escribir en el celular.

    Ignacio:

    Hola! Estoy tomando un trago con una amiga. Y tú?

            Theresa:

            Ya volví al trabajo, así que ahora avanzando con el proyecto.

    Ignacio:

    ¿Sobre qué es el proyecto?

            Theresa:

            Es un tema que da para largo y no quiero interrumpirte. Sólo quería hablar un ratito…. mejor te dejo. Pero antes ¿puedo pedirte un favor?

               

    Ignacio:

    Si claro, dime

            Theresa:

            ¿Podrías entrar al pub y sacarle una foto? Extraño esos lugares de Santiago.

—¿Qué te dice? Cuenta weón —dice Jaime.

—Me está pidiendo que le saque una foto al interior del pub —dice Ignacio extrañado.

—¿Quiere una selfie?

—No, sólo del pub.

—Es media rarita la mina. Saca la foto pues —responde Jaime levantando los hombros.

                                                                               

            Theresa:

            ¿Estás ahí?

    Ignacio:

    Si, dame un segundo.

—Voy a aprovechar de ir al baño —dice Ignacio.

—¡Deja limpio! —responde Jaime.

Ignacio se levanta de la silla e ingresa al local. Mira el entorno desde la puerta buscando un buen ángulo y toma una fotografía de todo el lugar. Mira la imagen y conforme con ella, presiona el ícono de “compartir” para enviársela a Theresa.

—Disculpe, ¿dónde está el baño? —pregunta Ignacio al barman.

—Al fondo a la derecha —responde.

        «Me lo imaginaba».

Ingresa al baño y se detiene frente a un urinario en la pared. En ese momento llega otra notificación. Ignacio termina de orinar y mira inmediatamente el mensaje.

            Theresa:

            ¡Es el bar Mayami de Ñuñoa! Me encanta :)

Ignacio va escribiendo mientras sale del baño y se dirige a la puerta.

    Ignacio:

    Así es, tienen los mejores sándwich :D

            Theresa:

            Espera, no salgas aún. ¿Puedes sacarte una selfie con el pub de fondo?

        «Mierda, sabía que me lo pediría algún día».

Se detiene antes de salir y levanta el celular para activar la cámara frontal. En eso se escucha desde el exterior del local los chirridos de unos neumáticos y un golpe seco, seguido de unos gritos.

Algunas personas salen corriendo a mirar qué pasa.

Se escucha un disparo.

Un segundo disparo rompe la ventana de la puerta del bar cerca del techo. Todos se agachan. Los gritos aumentan. Ignacio sale corriendo a ver a su amigo. Hay un automóvil sobre la vereda justo donde estaba su mesa. Jaime no se ve. Ignacio busca desesperado en todas direcciones hasta que divisa a unos dos metros de la mesa a Jaime en el suelo. Corre a socorrerlo. Su cabeza sangra, pero está despierto.

—Quédate quieto, no te muevas —dice Ignacio mientras toma su celular para llamar a emergencias.

La sala de espera del hospital está repleta. Ignacio se queda de pie apoyado contra una pared cerca de la puerta de entrada. Al igual que todos, Ignacio también está con mascarilla. Aun así, se siente un olor nauseabundo. Algunas personas tosen cerca. Ignacio les mira de reojo y sale al exterior buscando otra pared donde apoyarse. Un ligero temblor en su mano delata su estado anímico. Toma el celular con dificultad y vuelve a leer la última frase de Theresa: “Espera, no salgas aún...”

Ignacio lee nuevamente toda la conversación. Siente escalofríos en el cuello. Hay algo que le molesta. Decide escribirle.

    Ignacio:

    ¿Estás?

Sólo aparece un tick junto al mensaje. Nuevamente está desconectada.

—¡Señor Ignacio Sánchez! —se escucha por un altavoz. Ignacio ingresa rápidamente y se acerca a una ventanilla.

—Hola, soy Ignacio Sánchez.

—Acérquese a la puerta de emergencias y pregunte por el señor Jaime González —dice la recepcionista.

—Okey, gracias —dice Ignacio alejándose en dirección a una puerta con la inscripción: “Prohibido el paso. Sólo personal autorizado”. Ignacio se acerca a una enfermera que está de pie junto a la puerta.

—Disculpe, busco a Jaime González —le dice Ignacio.

—¿Usted es Ignacio Sánchez?

—Así es. 

—Sígame por favor.

Ambos ingresan por la puerta de emergencia y caminan por un largo pasillo hasta llegar a una habitación. Jaime está acostado con los ojos cerrados, conectado a una máquina que marca los latidos del corazón y una aguja intravenosa, por donde ingresa suero desde una bolsa que cuelga por su brazo izquierdo.

—Pase, el doctor vendrá en unos minutos.

—¿Él está bien?

—Tiene un par de costillas rotas, una contusión en un ojo y un golpe en la cabeza, pero nada grave.

—Muchas gracias —dice Ignacio, al tiempo que acerca una silla a Jaime y la enfermera se aleja.

Ignacio observa atentamente a Jaime. Tiene el ojo derecho amoratado, una venda en la parte alta de su cabeza y un chichón en la frente.

—¿Compadrito? —dice Ignacio.

Jaime abre lentamente los ojos.

—¿Cómo te sientes? —continúa Ignacio.

—Me duele hasta el pelo... ¿Qué pasó? —pregunta Jaime adormecido.

—Parece que unos delincuentes venían escapando de los pacos en un auto robado y perdieron el control justo en nuestra mesa.

—Puta la mala suerte —dice Jaime —. ¿Tú estás bien?

—Sí, me salvé porque había ido a sacar la foto que me pidió Theresa. ¿Te acuerdas?

—O sea que la mina te salvó la vida. Vas a tener que mandarle un emoticón de ramo de flores —dice Jaime al tiempo que tose y hace un gesto de dolor—. ¿Hablaste con el dosstor? ¿Te dijo qué tengo?

—No todavía. Pero parece que quedaste mejor que antes.

—No me molestes que me duele todo. Debo verme horrible —dice Jaime.

—No tanto… Bueno sí. Mejor no te saques hoy la foto para tu perfil de Tinder —bromea Ignacio y continúa—, la sacaste barata. Aparte del ojo en tinta y el chichón en la frente, el resto está igual que siempre.

—Y pudo ser más barata. El chichón me lo hice recién cuando se me cayó el celular en la cabeza al tratar de escribirte.

—Ya estás viejito como para sufrir un accidente de millenial —dice Ignacio.

Ambos se ríen. Jaime se toca el pecho.

—No me hagas reír weón.

—Ya compadre, descanse. Mañana te vengo a ver.

Jaime levanta su brazo, Ignacio le toma la mano.

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