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La semana se fue pasando poco a poco, día a día.

Ambos estaban llenos de trabajo, en varias ocasiones pasaron la tarde o la mañana entera sin que se vieran el uno al otro, y fue en esos momentos en que los salvó el maravilloso invento del teléfono inteligente.

La noche del viernes Rubén salió un poco tarde de su oficina. Sabía que Emilia estaba por aquí; debía estarlo, pues ella siempre se despedía de alguna manera antes de irse. La encontró en una de las salas de estudio frente a una mesa de dibujo analizando unos planos, y sin pensarlo mucho, se le acercó.

Ella supo que era él desde an

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