En los siguientes días, las noches de Emilia estuvieron muy ocupadas. Si no estaba con Rubén en su apartamento muy ocupada, estaba en casa de sus suegros, o en la de su cuñada, o planeando su boda.
Gemima, tal como lo auguró Rubén, quería una súper fiesta, por todo lo alto. Ella tuvo que insistirle en que quería algo privado.
—¡Se casa mi hijo! –Exclamó Gemima—. Es la única vez que lo veré de novio, quiero que sea memorable.
—Para hacerlo memorable no se necesitan seiscientas personas –dijo Emilia, rotunda. Gemima tuvo que ceder, Emilia era más terca que ella.
De todos modos, insistió en anunciar el com
La boda se realizó como lo había sugerido Emilia; pequeña, pocos invitados, poco ruido. Santiago había sido quien llevase los anillos, y el juez no alargó mucho la ceremonia, sino que los declaró marido y mujer tan pronto como ellos pronunciaron los votos.Esto era más un requisito legal; Emilia hacía rato que ya sentía que era la mujer de Rubén.Todo se desarrolló con normalidad, Gemima estuvo casi en todas partes a la vez supervisando que las cosas salieran bien, y, por el contrario, Aurora sólo observaba y sonreía con los demás invitados. Viviana le presentó a su bebé y Aurora la tomó en sus brazos sonriendo emocionada.
—Es decir —dijo el profesor de Composición Arquitectónica mirando su reloj—, que este hombre cada vez que construye un edificio, piensa en él como en un organismo viviente, así como el ser humano. Si se sostiene por sí mismo, es porque está bien hecho… —Miró a todos sus estudiantes y recogiendo sus apuntes agregó: —Eso es todo por hoy, chicos. Nos vemos la próxima semana.Emilia suspiró con una sonrisa dibujada en el rostro. Amaba esta carrera que había elegido. ¡Le encantaba Arquitectura! Era un arte tal y como había pensado desde que era niña. Recogió también sus apuntes; libros, lápices y los metió uno a uno en su mochila.No era una mochila de última moda, como las de sus compañeras, ni siquiera de la moda pasada; era la misma desde el bachillerato. Sus padres ya estaban haciendo un eno
—Estúpido engreído –murmuró Andrés en cuanto el ascensor hubo subido—. No lo soporto.—Oye, ¿qué culpa tiene el niño de haber nacido en cuna de oro? –se burló Guillermo tomándolo del hombro para que le siguiera.—Si no fuera porque de verdad quisiera entrar a trabajar en ese Holding… No hay otra manera de entrar más que lamiéndole las botas a ese estúpido.—Esperemos que en esa fiesta afloje un poco más. Hay que pensar en un plan.—Se me vienen unas cuantas ideas a la mente –rio Andrés, y siguieron el sendero que los llevaba a uno de los restaurantes del campus.Rubén se detuvo en uno de los pasillos del cuarto piso cuando vio allí a Emilia Ospino. Quedó paralizado, y cuando ella se movió en dirección a él, se dio la vuelta
—Ah, otro –susurró Emilia mirando el nuevo dibujo de las rosas. Pero esta vez sonrió. Eran seis rosas. En uno de los extremos, con letra que parecía más bien impresa, decía: “Para Emilia”. Dejó salir el aire y siguió avanzando por el sendero que la llevaría al edificio donde tendría su próxima clase.Como siempre, las rosas eran hermosas, bien hechas. Miró en derredor, pero todo el mundo andaba por su camino concentrado en sus cosas.—¿Quién eres, misterioso pintor de rosas? –giró la hoja, y se conmocionó bastante cuando descubrió un mensaje diferente a todos los demás: “¿Cuántas rosas cr
—¿A dónde vas? –le preguntó Viviana a Rubén, entrando a su habitación y viéndolo ajustarse una chaqueta de cuero color miel. Rubén se giró a mirar a su hermana, que lucía una simple falda floreada, una blusa sin mangas y pantuflas.—Ah… A una fiesta. La graduación de un amigo se celebra hoy.—Ah. Vaya. Pero, ¿no vas de traje?—Me advirtieron que fuera casual—. Viviana sonrió.—Pues te ves muy
—No eres Telma –dijo Emilia con desdén, mirando al hombre que se había acercado a ella. Echó una ojeada alrededor. ¿A dónde se había metido esa muchacha?—Emilia –dijo el hombre, y ella se giró a mirarlo—. Estás aquí… Viniste.—¿Me conoces?—Estás hermosa—. Emilia se cruzó de brazos y sonrió nerviosa.—Ah… gracias. ¿Quién eres?—Y hueles a rosas—. E
Gemima Sierra de Caballero se paseaba de un lado a otro en el hall de su mansión, cubierta con su pijama y su salto de cama de seda.Eran las dos de la madrugada, y su hijo no había llegado. Sintió unos pasos que bajaban por las escaleras, y no le extrañó mucho escuchar la voz de su esposo.—Gemima, vuelve a la cama.—Rubén no ha llegado.—Es un hombre ya. A lo mejor… no sé, está por allí con amigos… o con una chica. Vamos, dale l
—¿Qué vas a hacer? –le preguntó Telma a Emilia.Habían estado hablando por horas. Emilia no le había contado con detalle cómo fueron las cosas, pero no necesitaba hacerlo. Ella estaba tan mal, sintiéndose tan destrozada, que era fácil imaginarse cómo había sido el suceso.Además, fuera como fuera, así fuera de tu propio novio, o esposo, una violación era eso: una violación. ¿Cuánto más de un desconocido que la había visto y atacado sólo porque le había placido?—No sé qué hacer, Telma.
Último capítulo