6

Gemima Sierra de Caballero se paseaba de un lado a otro en el hall de su mansión, cubierta con su pijama y su salto de cama de seda.

Eran las dos de la madrugada, y su hijo no había llegado. Sintió unos pasos que bajaban por las escaleras, y no le extrañó mucho escuchar la voz de su esposo.

—Gemima, vuelve a la cama.

—Rubén no ha llegado.

—Es un hombre ya. A lo mejor… no sé, está por allí con amigos… o con una chica. Vamos, dale libertad, no es un niño.

—Si fuera así me habría llamado. Él nunca hace esto.

—Tal vez lo olvidó.

—¡No Rubén! Él me habría llamado. Ay, Álvaro. Tengo un mal presentimiento.

—Vamos, no exageres.

—¿Sabes a qué lugar fue?

—Es temporada de graduaciones. Sus compañeros están celebrando sus fiestas, es obvio que está invitado a algunas. ¿Y qué si se le hizo un poco tarde? Ya verás que mañana lo tienes ante tu mesa desayunando con unas ojeras y una resaca de miedo—. Gemima sacudió su cabeza rechazando esa imagen. Rubén nunca había hecho algo así. No era fiestero, no era tan irresponsable como para ausentarse sin llamar a su madre.

Sin embargo, se dejó llevar por su esposo, rogando porque lo que él decía fuera lo cierto, que había olvidado llamarla. Si era eso lo que había sucedido, ah, la escucharía, Rubén Caballero la escucharía hasta que le ardieran las orejas.

—¿Ya estás mejor? –le preguntó Telma a Emilia por la mañana. Ella movió los ojos para mirarla. Tenía unas bolsas horribles debajo de ellos, oscuras, mostrando que no había dormido nada anoche.

—Sí. Gracias.

—Tu padre está un poco enfadado –dijo Telma con cautela—. Cree que llegaste borracha de la fiesta—. Emilia hizo una mueca, y cerró sus ojos.

—Quiero irme a casa.

—¿Te llevo?

—Estoy a dos casas. Me voy sola.

—Nena, ¿no me vas a contar qué pasó? –Emilia sacudió su cabeza—. ¿Se declaró tu admirador? –preguntó ella, tanteando, y Emilia frunció el ceño. Se rehusaba a pensar que ese monstruo que la había atacado anoche fuera su admirador. Alguien que dibujaba rosas tan hermosas no podía tener tanta maldad dentro, ¿verdad?

—No—. Contestó.

—Me estás mintiendo –Emilia la miró fijamente—. ¿No era lo que esperabas? ¿Te hizo algo?

—No quiero hablar de eso—. Dijo, y se puso en pie saliendo de la cama de su amiga. Buscó su ropa y empezó a ponérsela, pero no sabía si tenía rasguños o moratones en el cuerpo. No quería que Telma los viera.

Se encaminó al baño y allí se desnudó. Efectivamente, tenía un morado en uno de los senos, pero no le dolía. Unos pocos arañazos en las piernas que tal vez se había causado con la corteza de las raíces de ese árbol, aunque no era grave.

Entonces recordó el tacto de él en sus piernas, sus nalgas, y su estómago volvió a revolverse.

No aceptó el desayuno de la madre de Telma, y se fue andando a su casa, respirando hondamente una y otra vez.

Necesitaba enviar esas imágenes y todos los recuerdos al fondo de su subconsciente. Nadie debía saberlo, más que ella. Nadie debía enterarse de semejante humillación.

—¡Rubén no llega! –lloró Gemima, y Viviana sintió un peso muy desagradable caer en su estómago. Eran las diez de la mañana. Rubén ni siquiera había llamado, ni contestaba su teléfono—. ¿Cuál era el nombre de ese amigo? –Preguntó Gemima—. ¡El de la fiesta!

—Él no lo dijo –contestó Viviana.

—Pero debe haber alguna tarjeta de invitación, ¿no?

—Mamá… hoy en día las fiestas no son como las que se hacen aquí en casa. A veces las invitaciones sólo se hacen de boca.

—Algo le pasó. Estoy segura de que algo le pasó a mi hijo.

—No te pongas así –Viviana tomó su teléfono y llamó a su padre, que le había pedido que le informara del momento en que Rubén regresara, seguro como estaba de que volvería a salvo.

—¿Ya volvió? –preguntó Álvaro al contestar.

—No, papá. Y mamá ya está demasiado angustiada—. Álvaro frunció el ceño mirando el campo de golf a donde había tenido que ir a causa de una cita previa con un posible cliente.

—Mierda –dijo.

—¿Emilia? –llamó Aurora tocando a la puerta de la habitación de su hija. Llevaba dos días allí encerrada, no había ido a clase, algo inusual en ella.

Tampoco estaba enferma; no tenía fiebre, ni nada. Sólo estaba a oscuras en su habitación, en pijama, y apenas si comía.

—¿Emilia? –volvió a llamar—. Telma está aquí.

Emilia se sentó en su cama mirando hacia la puerta cerrada con llave. Escuchó la voz de su amiga llamarla, pero no acudió a abrirle.

—¡Emilia! –Dijo Telma, ya con voz de enfado—. No me iré de aquí hasta que no abras esa puerta y me digas lo que está pasando—. Emilia miró al techo sintiéndose exasperada—. Sabes que soy muy capaz de hacerlo, así que no me retes. Ábreme esa puerta o…

Emilia la abrió de un tirón y Telma tardó un poco en recobrar la compostura.

—Estás haciendo un berrinche –la acusó Telma—. No es propio de ti.

—¿Un berrinche? ¿Te parece que hago un berrinche?

—¿Y entonces qué es? –Emilia esquivó su mirada y comprobó que cerca no estuviera su madre, luego, entró de nuevo a la habitación—. ¡Emilia, estoy preocupada! Tú no eres así. Tienes a tus padres preocupados. ¡Ya has perdido dos días de clases! ¿No que estudiar es lo primero, lo segundo y lo tercero en tu vida? –Emilia cerró sus ojos. Como siempre, había necesitado de la sensatez de Telma para volver a la realidad. Pero, ¿cómo iba a volver al mundo? Se sentía tan horrible.

Al ver que una lágrima bajaba por las mejillas de Emilia, Telma se sentó a su lado en la cama y se la secó.

—Venga. Cuéntame. Soy tu mejor amiga, ¿no? Guardaré tu secreto.

—No es un simple secreto.

—¿Entonces qué es? No me digas que mataste a alguien en esa fiesta—. Emilia meneó la cabeza negando.

—No le hice nada… a nadie.

—Entonces… ¿te lo hicieron a ti? –Emilia rompió en llanto, y Telma se preocupó—. Ay, nena. Nena. ¿Qué te hicieron? ¡Vamos, dime!

—Telma –susurró Emilia ahogada en lágrimas y sollozos que parecían venir de lo profundo—. Me violaron –Telma abrió grandes sus ojos—. Me violaron—. Repitió Emilia, y no paró de llorar, mientras se balanceaba en brazos de su mejor amiga.

Viviana escondió su rostro en el pecho de su novio, llorando.

Habían encontrado a su hermano a las afueras de una finca, sin signos vitales, golpeado hasta quedar irreconocible. Afortunadamente, la experiencia del personal de rescate y los paramédicos, habían sido lo que impidieran que lo dieran completamente por muerto.

Lo habían golpeado, una y otra vez, por todo su cuerpo, y además de eso, lo habían tirado montaña abajo para que se pudriera allí. Tenía tres costillas rotas, los dedos de la mano izquierda destrozados, el hombro fuera de lugar, y mil daños más. Además, habían encontrado en su sangre sustancias químicas que habían causado que entrara en estado de coma. Un coma profundo.

Su hermano estaba más muerto que vivo.

Óscar Valencia, el anfitrión de la fiesta a la que había ido Rubén esa noche, había sido detenido como principal sospechoso. Pero ya tenía un abogado peleando por él. El recién graduado simplemente había dado una fiesta en una finca que fue rentada especialmente para eso. Él no le había dado la invitación a Rubén Caballero, ni siquiera eran amigos, pero sí había admitido haber entregado libremente por lo menos diez invitaciones más para que fueran repartidas indiscriminadamente, ya que a la fiesta no se entraba si no se estaba en la lista.

Aquello era una mentira garrafal, ya que, según el personal contratado para atender la fiesta, había mucha más gente de la que se esperaba; es decir, que muchos que no fueron invitados igualmente asistieron y disfrutaron de la fiesta. Tampoco hubo un control de la gente que entraba y salía, así que la policía no podía hacerse a la lista de asistentes.

Como terrible coincidencia, esa misma mañana habían sido puestos varios denuncios por abuso sexual, consumo de estupefacientes, y desorden público, todos con referencia a esa fiesta a la que Rubén había asistido creyendo que era una simple celebración.

Gemima lloraba sin parar. Era su hijo. Su hijo querido. Un hijo que apenas estaba despertando a la vida, lleno de sueños y proyectos. Acababa de graduarse de su pregrado, y ya había hablado con el decano de su facultad porque quería iniciar un posgrado también. Álvaro había aceptado que siguiera estudiando, aunque lo que quería era que empezara a trabajar ya en el Holding que presidía. Estaba ansioso por enseñarle a su hijo todo lo referente al negocio, aunque ya él sabía bastante, pues desde niño se había involucrado.

Si Rubén moría todos estarían devastados, perdiendo un integrante importante de la familia y en el que tenían depositadas tantas esperanzas para el futuro.

Habían tenido que contestar a las preguntas de los agentes. Ellos suponían que la vida de Rubén era desordenada tal como la de los demás asistentes a esa fiesta. No era inusual que un joven de su estrato social fingiera ante sus padres ser una santa paloma y en la vida real ser un pillo, drogadicto, pendenciero. Tardaron bastante en convencerlos de lo contrario, y no fue gracias a la opinión de los familiares, que siempre estaría a favor de él; los mismos compañeros de clase de Rubén dieron testimonio de que el chico poco se involucraba en las fiestas, nunca lo vieron fumar, y mucho menos consumir otras sustancias. De hecho, lo único que le habían visto en la mano esa noche había sido una lata de cerveza.

Fue a Álvaro a quien se le ocurrió preguntar si en la misma fiesta estaban Andrés y Guillermo, y la respuesta fue positiva. Ambos habían estado allí, y habían estado con Rubén al principio de la fiesta.

Por fin, la policía tuvo a quien investigar, pero entonces los dos jóvenes desaparecieron de la faz de la tierra. No estaban en sus residencias, ni nadie daba razón de ellos. Uno de ellos vivía solo, pues, para estudiar aquí, se había venido desde su pueblo, donde vivían sus padres que le mandaban dinero para el estudio; y el otro, con una anciana que era su abuela, y ésta no había visto a su nieto desde hacía días. También había puesto el denuncio a la policía, preocupada como estaba de la desaparición del joven.

Viviana vio la desolación en los ojos de su padre, y se le acercó. Cuando le puso la mano en el brazo para consolarlo, él simplemente se alejó. Pensar que él había provocado esto lo estaba matando. Si tan sólo no hubiese hablado con ese par, dejándoles claro que no los contrataría; si tan sólo hubiese dejado las cosas así, al fin y al cabo, habrían dejado de verse, y tarde o temprano habrían tenido que renunciar a la esperanza de entrar en el Holding a través de él.

Pero no, él los había insultado tratándolos de holgazanes y aprovechados. Habían resultado ser más peligrosos de lo que jamás se imaginó.

Pero, ¿cómo dos personas podían haber puesto todo su futuro y su vida en riesgo haciéndole esto a un compañero de estudios sólo por vengarse? ¿Habían perdido el juicio en el momento?

No había sido algo momentáneo, pensó. Esto lo habían planeado con anterioridad. Le dieron la sustancia a Rubén, y para ello, primero debieron ponerse de acuerdo, conseguir las drogas, ponérselas en la bebida y engatusarlo para que la bebiera. Todo había sido fríamente calculado.

¿Habría él ocasionado todo esto? ¿Qué iba a hacer si su hijo no despertaba?

La culpa lo carcomía, transformándose en rabia, y la rabia sólo lo llevaba a presionar de mil formas a las autoridades para que diesen con los que él creía eran los responsables.

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