Gemima Sierra de Caballero se paseaba de un lado a otro en el hall de su mansión, cubierta con su pijama y su salto de cama de seda.
Eran las dos de la madrugada, y su hijo no había llegado. Sintió unos pasos que bajaban por las escaleras, y no le extrañó mucho escuchar la voz de su esposo.
—Gemima, vuelve a la cama.
—Rubén no ha llegado.
—Es un hombre ya. A lo mejor… no sé, está por allí con amigos… o con una chica. Vamos, dale libertad, no es un niño.
—Si fuera así me habría llamado. Él nunca hace esto.
—Tal vez lo olvidó.
—¡No Rubén! Él me habría llamado. Ay, Álvaro. Tengo un mal presentimiento.
—Vamos, no exageres.
—¿Sabes a qué lugar fue?
—Es temporada de graduaciones. Sus compañeros están celebrando sus fiestas, es obvio que está invitado a algunas. ¿Y qué si se le hizo un poco tarde? Ya verás que mañana lo tienes ante tu mesa desayunando con unas ojeras y una resaca de miedo—. Gemima sacudió su cabeza rechazando esa imagen. Rubén nunca había hecho algo así. No era fiestero, no era tan irresponsable como para ausentarse sin llamar a su madre.
Sin embargo, se dejó llevar por su esposo, rogando porque lo que él decía fuera lo cierto, que había olvidado llamarla. Si era eso lo que había sucedido, ah, la escucharía, Rubén Caballero la escucharía hasta que le ardieran las orejas.
—¿Ya estás mejor? –le preguntó Telma a Emilia por la mañana. Ella movió los ojos para mirarla. Tenía unas bolsas horribles debajo de ellos, oscuras, mostrando que no había dormido nada anoche.
—Sí. Gracias.
—Tu padre está un poco enfadado –dijo Telma con cautela—. Cree que llegaste borracha de la fiesta—. Emilia hizo una mueca, y cerró sus ojos.
—Quiero irme a casa.
—¿Te llevo?
—Estoy a dos casas. Me voy sola.
—Nena, ¿no me vas a contar qué pasó? –Emilia sacudió su cabeza—. ¿Se declaró tu admirador? –preguntó ella, tanteando, y Emilia frunció el ceño. Se rehusaba a pensar que ese monstruo que la había atacado anoche fuera su admirador. Alguien que dibujaba rosas tan hermosas no podía tener tanta maldad dentro, ¿verdad?
—No—. Contestó.
—Me estás mintiendo –Emilia la miró fijamente—. ¿No era lo que esperabas? ¿Te hizo algo?
—No quiero hablar de eso—. Dijo, y se puso en pie saliendo de la cama de su amiga. Buscó su ropa y empezó a ponérsela, pero no sabía si tenía rasguños o moratones en el cuerpo. No quería que Telma los viera.
Se encaminó al baño y allí se desnudó. Efectivamente, tenía un morado en uno de los senos, pero no le dolía. Unos pocos arañazos en las piernas que tal vez se había causado con la corteza de las raíces de ese árbol, aunque no era grave.
Entonces recordó el tacto de él en sus piernas, sus nalgas, y su estómago volvió a revolverse.
No aceptó el desayuno de la madre de Telma, y se fue andando a su casa, respirando hondamente una y otra vez.
Necesitaba enviar esas imágenes y todos los recuerdos al fondo de su subconsciente. Nadie debía saberlo, más que ella. Nadie debía enterarse de semejante humillación.
—¡Rubén no llega! –lloró Gemima, y Viviana sintió un peso muy desagradable caer en su estómago. Eran las diez de la mañana. Rubén ni siquiera había llamado, ni contestaba su teléfono—. ¿Cuál era el nombre de ese amigo? –Preguntó Gemima—. ¡El de la fiesta!
—Él no lo dijo –contestó Viviana.
—Pero debe haber alguna tarjeta de invitación, ¿no?
—Mamá… hoy en día las fiestas no son como las que se hacen aquí en casa. A veces las invitaciones sólo se hacen de boca.
—Algo le pasó. Estoy segura de que algo le pasó a mi hijo.
—No te pongas así –Viviana tomó su teléfono y llamó a su padre, que le había pedido que le informara del momento en que Rubén regresara, seguro como estaba de que volvería a salvo.
—¿Ya volvió? –preguntó Álvaro al contestar.
—No, papá. Y mamá ya está demasiado angustiada—. Álvaro frunció el ceño mirando el campo de golf a donde había tenido que ir a causa de una cita previa con un posible cliente.
—Mierda –dijo.
—¿Emilia? –llamó Aurora tocando a la puerta de la habitación de su hija. Llevaba dos días allí encerrada, no había ido a clase, algo inusual en ella.
Tampoco estaba enferma; no tenía fiebre, ni nada. Sólo estaba a oscuras en su habitación, en pijama, y apenas si comía.
—¿Emilia? –volvió a llamar—. Telma está aquí.
Emilia se sentó en su cama mirando hacia la puerta cerrada con llave. Escuchó la voz de su amiga llamarla, pero no acudió a abrirle.
—¡Emilia! –Dijo Telma, ya con voz de enfado—. No me iré de aquí hasta que no abras esa puerta y me digas lo que está pasando—. Emilia miró al techo sintiéndose exasperada—. Sabes que soy muy capaz de hacerlo, así que no me retes. Ábreme esa puerta o…
Emilia la abrió de un tirón y Telma tardó un poco en recobrar la compostura.
—Estás haciendo un berrinche –la acusó Telma—. No es propio de ti.
—¿Un berrinche? ¿Te parece que hago un berrinche?
—¿Y entonces qué es? –Emilia esquivó su mirada y comprobó que cerca no estuviera su madre, luego, entró de nuevo a la habitación—. ¡Emilia, estoy preocupada! Tú no eres así. Tienes a tus padres preocupados. ¡Ya has perdido dos días de clases! ¿No que estudiar es lo primero, lo segundo y lo tercero en tu vida? –Emilia cerró sus ojos. Como siempre, había necesitado de la sensatez de Telma para volver a la realidad. Pero, ¿cómo iba a volver al mundo? Se sentía tan horrible.
Al ver que una lágrima bajaba por las mejillas de Emilia, Telma se sentó a su lado en la cama y se la secó.
—Venga. Cuéntame. Soy tu mejor amiga, ¿no? Guardaré tu secreto.
—No es un simple secreto.
—¿Entonces qué es? No me digas que mataste a alguien en esa fiesta—. Emilia meneó la cabeza negando.
—No le hice nada… a nadie.
—Entonces… ¿te lo hicieron a ti? –Emilia rompió en llanto, y Telma se preocupó—. Ay, nena. Nena. ¿Qué te hicieron? ¡Vamos, dime!
—Telma –susurró Emilia ahogada en lágrimas y sollozos que parecían venir de lo profundo—. Me violaron –Telma abrió grandes sus ojos—. Me violaron—. Repitió Emilia, y no paró de llorar, mientras se balanceaba en brazos de su mejor amiga.
Viviana escondió su rostro en el pecho de su novio, llorando.
Habían encontrado a su hermano a las afueras de una finca, sin signos vitales, golpeado hasta quedar irreconocible. Afortunadamente, la experiencia del personal de rescate y los paramédicos, habían sido lo que impidieran que lo dieran completamente por muerto.
Lo habían golpeado, una y otra vez, por todo su cuerpo, y además de eso, lo habían tirado montaña abajo para que se pudriera allí. Tenía tres costillas rotas, los dedos de la mano izquierda destrozados, el hombro fuera de lugar, y mil daños más. Además, habían encontrado en su sangre sustancias químicas que habían causado que entrara en estado de coma. Un coma profundo.
Su hermano estaba más muerto que vivo.
Óscar Valencia, el anfitrión de la fiesta a la que había ido Rubén esa noche, había sido detenido como principal sospechoso. Pero ya tenía un abogado peleando por él. El recién graduado simplemente había dado una fiesta en una finca que fue rentada especialmente para eso. Él no le había dado la invitación a Rubén Caballero, ni siquiera eran amigos, pero sí había admitido haber entregado libremente por lo menos diez invitaciones más para que fueran repartidas indiscriminadamente, ya que a la fiesta no se entraba si no se estaba en la lista.
Aquello era una mentira garrafal, ya que, según el personal contratado para atender la fiesta, había mucha más gente de la que se esperaba; es decir, que muchos que no fueron invitados igualmente asistieron y disfrutaron de la fiesta. Tampoco hubo un control de la gente que entraba y salía, así que la policía no podía hacerse a la lista de asistentes.
Como terrible coincidencia, esa misma mañana habían sido puestos varios denuncios por abuso sexual, consumo de estupefacientes, y desorden público, todos con referencia a esa fiesta a la que Rubén había asistido creyendo que era una simple celebración.
Gemima lloraba sin parar. Era su hijo. Su hijo querido. Un hijo que apenas estaba despertando a la vida, lleno de sueños y proyectos. Acababa de graduarse de su pregrado, y ya había hablado con el decano de su facultad porque quería iniciar un posgrado también. Álvaro había aceptado que siguiera estudiando, aunque lo que quería era que empezara a trabajar ya en el Holding que presidía. Estaba ansioso por enseñarle a su hijo todo lo referente al negocio, aunque ya él sabía bastante, pues desde niño se había involucrado.
Si Rubén moría todos estarían devastados, perdiendo un integrante importante de la familia y en el que tenían depositadas tantas esperanzas para el futuro.
Habían tenido que contestar a las preguntas de los agentes. Ellos suponían que la vida de Rubén era desordenada tal como la de los demás asistentes a esa fiesta. No era inusual que un joven de su estrato social fingiera ante sus padres ser una santa paloma y en la vida real ser un pillo, drogadicto, pendenciero. Tardaron bastante en convencerlos de lo contrario, y no fue gracias a la opinión de los familiares, que siempre estaría a favor de él; los mismos compañeros de clase de Rubén dieron testimonio de que el chico poco se involucraba en las fiestas, nunca lo vieron fumar, y mucho menos consumir otras sustancias. De hecho, lo único que le habían visto en la mano esa noche había sido una lata de cerveza.
Fue a Álvaro a quien se le ocurrió preguntar si en la misma fiesta estaban Andrés y Guillermo, y la respuesta fue positiva. Ambos habían estado allí, y habían estado con Rubén al principio de la fiesta.
Por fin, la policía tuvo a quien investigar, pero entonces los dos jóvenes desaparecieron de la faz de la tierra. No estaban en sus residencias, ni nadie daba razón de ellos. Uno de ellos vivía solo, pues, para estudiar aquí, se había venido desde su pueblo, donde vivían sus padres que le mandaban dinero para el estudio; y el otro, con una anciana que era su abuela, y ésta no había visto a su nieto desde hacía días. También había puesto el denuncio a la policía, preocupada como estaba de la desaparición del joven.
Viviana vio la desolación en los ojos de su padre, y se le acercó. Cuando le puso la mano en el brazo para consolarlo, él simplemente se alejó. Pensar que él había provocado esto lo estaba matando. Si tan sólo no hubiese hablado con ese par, dejándoles claro que no los contrataría; si tan sólo hubiese dejado las cosas así, al fin y al cabo, habrían dejado de verse, y tarde o temprano habrían tenido que renunciar a la esperanza de entrar en el Holding a través de él.
Pero no, él los había insultado tratándolos de holgazanes y aprovechados. Habían resultado ser más peligrosos de lo que jamás se imaginó.
Pero, ¿cómo dos personas podían haber puesto todo su futuro y su vida en riesgo haciéndole esto a un compañero de estudios sólo por vengarse? ¿Habían perdido el juicio en el momento?
No había sido algo momentáneo, pensó. Esto lo habían planeado con anterioridad. Le dieron la sustancia a Rubén, y para ello, primero debieron ponerse de acuerdo, conseguir las drogas, ponérselas en la bebida y engatusarlo para que la bebiera. Todo había sido fríamente calculado.
¿Habría él ocasionado todo esto? ¿Qué iba a hacer si su hijo no despertaba?
La culpa lo carcomía, transformándose en rabia, y la rabia sólo lo llevaba a presionar de mil formas a las autoridades para que diesen con los que él creía eran los responsables.
—¿Qué vas a hacer? –le preguntó Telma a Emilia.Habían estado hablando por horas. Emilia no le había contado con detalle cómo fueron las cosas, pero no necesitaba hacerlo. Ella estaba tan mal, sintiéndose tan destrozada, que era fácil imaginarse cómo había sido el suceso.Además, fuera como fuera, así fuera de tu propio novio, o esposo, una violación era eso: una violación. ¿Cuánto más de un desconocido que la había visto y atacado sólo porque le había placido?—No sé qué hacer, Telma.
Emilia salió del consultorio, y Telma, que otra vez la había estado esperando afuera, se levantó del asiento donde la había estado esperando. Al ver su rostro pálido, prácticamente corrió a ella.—Ay, no me digas. No me digas. Hay malas noticias –cuando ella no dijo nada, la tomó del brazo y la condujo a una de las sillas del pasillo—. Vamos, nena. Lucharemos. Tú eres fuerte, joven. Vamos a luchar juntas, yo no te dejaré sola.—No… no estoy enferma de nada –dijo Emilia, y Telma la miró confundida. Cuando Emilia se echó a reír, combinando risa con l&aa
—¿Hace cuánto fue? –le preguntó Aurora dulcemente a su hija. La tenía recostada casi en su pecho, y ya estaban cansadas de llorar.—Tres meses… en… una fiesta a la que me hicieron ir.—¿Cómo así que te hicieron ir? –preguntó Antonio.—Una compañera me quitó un libro, y me dijo que sólo si iba a la fiesta me lo devolvería. Fui y lo reclamé, y cuando salía… —Emilia cerró sus ojos. Tal vez ese tipo era el que había instigado todo para que fuera, para tenerla donde quería.
—¿Te sientes mejor? –le preguntó su madre entrando a su habitación.Ella sabía que los detectives habían estado aquí más temprano y lo habían interrogado, y también, que lo habían informado tal vez de una manera muy cruda acerca de lo que le había pasado.Rubén la miró y suspiró.—Sí.—Mientes fatal –dijo Viviana, que había entrado tras su madre trayendo frutas en un cesto.—Estoy bien
—Míralo Emilia. Es tan guapo –dijo Aurora sosteniendo en sus brazos a Santiago Ospino. Así había decidido Antonio nombrar a su nieto. Santiago era el nombre de su propio abuelo, y le parecía muy apropiado que así se llamara su nieto.Emilia no se giró a mirarlo. Estaba acostada de lado mirando hacia la pared.El parto había sido un poco largo. Los médicos habían esperado a que dilatara lo suficiente, pero habían tenido que estimular el proceso. Más de veinte horas en labor la habían dejado agotada, era bastante justo que ella ahora descansara, ¿no?—¿Emilia, no lo vas a
Emilia regresó a la universidad y retomó sus estudios allí donde los había dejado. Para entonces, habían cambiado al director de la facultad y a unas cuantas secretarias, pero por lo demás, todo parecía normal. Todos sus compañeros le eran desconocidos, pero no importó, tampoco se había relacionado demasiado con los anteriores, y otra vez su prioridad era su carrera, y ahora también su hijo.No lo había notado, pero antes no se detenía en las tiendas de ropa para niño, ni se había fijado en que éste iba creciendo y necesitaba zapatos, calcetines, y todo lo demás, porque se le iban quedando chicos. Ahora era más consciente de esta
—Bienvenido a casa –le dijo Gemima a Rubén dándole un beso y abrazándolo. Él le devolvió el abrazo dándole además un sonoro beso en la frente. Encantada, Gemima sólo se echó a reír. Su hijo venía a casa muy esporádicamente, y tenerlo de nuevo en casa realmente la hacía feliz. Sobre todo, porque últimamente esta enorme casa estaba demasiado silenciosa. Viviana se había casado y se había ido, y Rubén, aunque seguía soltero, ya no vivía aquí.Luego de que sufriera aquel accidente, como prefería llamarlo ahora, su hijo se había ido al extranjero dos años. Allá había hecho el posgrado que había pensado hacer aquí, y no lo culpaba. Era natural q
Rubén sintió la mirada de Kelly, alzó la vista y le sonrió.No estaba concentrado en el aquí y el ahora. Saber que su madre y su hermana habían sabido lo de Emilia todo este tiempo lo había dejado un poco fuera de lugar. Habían visto las rosas y los otros dibujos cuando él estuvo en el hospital, era lo más seguro, y ahora se sentía un poco invadido, molesto. Molesto consigo mismo también, porque ese tema aún le afectaba.Había intentado deshacerse de esos dibujos luego de que saliera del hospital y le dijeran que Emilia había dejado la carrera, pero simplemente los hab&iacu