—¿Te sientes mejor? –le preguntó su madre entrando a su habitación.
Ella sabía que los detectives habían estado aquí más temprano y lo habían interrogado, y también, que lo habían informado tal vez de una manera muy cruda acerca de lo que le había pasado.
Rubén la miró y suspiró.
—Sí.
—Mientes fatal –dijo Viviana, que había entrado tras su madre trayendo frutas en un cesto.
—Estoy bien
—Míralo Emilia. Es tan guapo –dijo Aurora sosteniendo en sus brazos a Santiago Ospino. Así había decidido Antonio nombrar a su nieto. Santiago era el nombre de su propio abuelo, y le parecía muy apropiado que así se llamara su nieto.Emilia no se giró a mirarlo. Estaba acostada de lado mirando hacia la pared.El parto había sido un poco largo. Los médicos habían esperado a que dilatara lo suficiente, pero habían tenido que estimular el proceso. Más de veinte horas en labor la habían dejado agotada, era bastante justo que ella ahora descansara, ¿no?—¿Emilia, no lo vas a
Emilia regresó a la universidad y retomó sus estudios allí donde los había dejado. Para entonces, habían cambiado al director de la facultad y a unas cuantas secretarias, pero por lo demás, todo parecía normal. Todos sus compañeros le eran desconocidos, pero no importó, tampoco se había relacionado demasiado con los anteriores, y otra vez su prioridad era su carrera, y ahora también su hijo.No lo había notado, pero antes no se detenía en las tiendas de ropa para niño, ni se había fijado en que éste iba creciendo y necesitaba zapatos, calcetines, y todo lo demás, porque se le iban quedando chicos. Ahora era más consciente de esta
—Bienvenido a casa –le dijo Gemima a Rubén dándole un beso y abrazándolo. Él le devolvió el abrazo dándole además un sonoro beso en la frente. Encantada, Gemima sólo se echó a reír. Su hijo venía a casa muy esporádicamente, y tenerlo de nuevo en casa realmente la hacía feliz. Sobre todo, porque últimamente esta enorme casa estaba demasiado silenciosa. Viviana se había casado y se había ido, y Rubén, aunque seguía soltero, ya no vivía aquí.Luego de que sufriera aquel accidente, como prefería llamarlo ahora, su hijo se había ido al extranjero dos años. Allá había hecho el posgrado que había pensado hacer aquí, y no lo culpaba. Era natural q
Rubén sintió la mirada de Kelly, alzó la vista y le sonrió.No estaba concentrado en el aquí y el ahora. Saber que su madre y su hermana habían sabido lo de Emilia todo este tiempo lo había dejado un poco fuera de lugar. Habían visto las rosas y los otros dibujos cuando él estuvo en el hospital, era lo más seguro, y ahora se sentía un poco invadido, molesto. Molesto consigo mismo también, porque ese tema aún le afectaba.Había intentado deshacerse de esos dibujos luego de que saliera del hospital y le dijeran que Emilia había dejado la carrera, pero simplemente los hab&iacu
—¿Cuáles rosas? –preguntó Emilia—. Tú sólo me diste espinas.Rubén despertó sobresaltado y se sentó de golpe en la cama.Era un sueño. Sólo era un sueño.Sintió la boca seca y la lengua rasposa, pero no tuvo ánimo de salir de la habitación e ir a la cocina por un vaso de agua. Esta no era la mansión, donde sagradamente había una jarra de agua con su vaso en su nochero, y se quedó allí un momento analizando los restos de imágenes que todavía tenía en su mente.Tal vez el haberla visto hoy tenía algo que ver, pero había sido un sueño muy vívido.En su sueño, ella estaba vestida con una sencilla falda que no iba más arriba de sus rodillas, unos zapatos planos cerrados y su cabello echado en parte hacia adelante. Estaba preciosa. P
Emilia volvió al lobby del edificio y se encontró allí de nuevo a Armando.—Mamá quiere que subas a cenar –sonrió ella acercándose. Buscó su boca para darle un beso como siempre era costumbre, y él no la rechazó.—Ven –le dijo él tomándole la mano y saliendo con ella. Emilia lo miró un poco aprensiva. Que no me termine, deseó. Que no sea lo que Telma dijo.Él la llevó hacia la calle y allí tomó un taxi. En Bogotá, los taxis eran reconocidos por ser carísimos, y a ella siempre le había llamado la atención que cuando él quería llevarla a algún lugar no la llevaba en buses o el Transmilenio, sino en taxis. Era un caballero, pensó.Cuando llegaron al nuevo apartamento de él, ella sonrió. Él se había cambiado recientemente. La constructo
—¿Emilia Ospino? –preguntó Álvaro Caballero al escuchar el nombre de labios de su secretario. El hombre asintió mirando de nuevo sus apuntes.—Es la persona que le envía el señor Agudelo, de la universidad donde se graduó el joven Rubén. Incluso –dijo, pasándole una serie de papeles y carpetas—, envía una carta donde la recomienda.—¿La leíste?—Sólo por encima. Sólo son elogios.—Vaya. ¿Está aquí?—No, pero la llamaré si usted me lo indica.—Sí, llámala. Agudelo nunca me ha decepcionado al recomendarme personal, y no es que lo haga muy seguido.Emilia saltó de la emoción y se abrazó con Felipe cuando recibió la llamada. Santiago también saltó, pero él lo hac&iac
Rubén no fue capaz de irse y dejar al chico solo mientras esperaba a que lo atendieran. A pesar de que todo iba a cargo de sus tarjetas, los estaban haciendo esperar en la clínica, y ya que había tenido que cancelar sus citas de la mañana, prefería quedarse aquí y asegurarse de que todo saldría bien.Felipe Ospino aún era un niño, había comprobado. Tenía veinte recién cumplidos, había tenido que dejar la universidad por ponerse a trabajar, y ahora mismo era un simple mensajero.—¿Te gusta lo que haces? –le preguntó, y lo vio torcer el gesto.—¿A quié