—¿Emilia Ospino? –preguntó Álvaro Caballero al escuchar el nombre de labios de su secretario. El hombre asintió mirando de nuevo sus apuntes.
—Es la persona que le envía el señor Agudelo, de la universidad donde se graduó el joven Rubén. Incluso –dijo, pasándole una serie de papeles y carpetas—, envía una carta donde la recomienda.
—¿La leíste?
—Sólo por encima. Sólo son elogios.
—Vaya. ¿Está aquí?
—No, pero la llamaré si usted me lo indica.
—Sí, llámala. Agudelo nunca me ha decepcionado al recomendarme personal, y no es que lo haga muy seguido.
Emilia saltó de la emoción y se abrazó con Felipe cuando recibió la llamada. Santiago también saltó, pero él lo hac&iac
Rubén no fue capaz de irse y dejar al chico solo mientras esperaba a que lo atendieran. A pesar de que todo iba a cargo de sus tarjetas, los estaban haciendo esperar en la clínica, y ya que había tenido que cancelar sus citas de la mañana, prefería quedarse aquí y asegurarse de que todo saldría bien.Felipe Ospino aún era un niño, había comprobado. Tenía veinte recién cumplidos, había tenido que dejar la universidad por ponerse a trabajar, y ahora mismo era un simple mensajero.—¿Te gusta lo que haces? –le preguntó, y lo vio torcer el gesto.—¿A quié
—Realmente –le confesó Álvaro caballero a Emilia cuando se acercaban al final del recorrido— soy ingeniero, no arquitecto. Cuando mi hijo me dijo que deseaba estudiar arquitectura, lo critiqué un poco. El machismo enseña que la ingeniería es la carrera de los hombres.—Sí, he oído eso varias veces de boca de mis ex compañeros de estudio.—Pero él me cerró la boca. Es un excelente arquitecto –Álvaro suspiró, y Emilia sonrió al imaginarse eso. No parecía ser un hombre que se dejara cerrar la boca por cualquiera.—Señor –dijo el secreta
Emilia entró a trabajar en la CBLR Holding Company una semana después. El sueldo era estupendo, su lugar de trabajo bastante iluminado, amplio y funcional, y le presentaron otros arquitectos de su mismo nivel. Algunos le sonrieron, otros siguieron en lo suyo.El recorrido esta vez fue menos despacioso y más lleno de datos. Firmó una serie de papeles que la incluían de inmediato en la nómina y pasó a ser parte del personal.Actualmente, se dio cuenta, la constructora tenía entre manos muchos proyectos, y a ella la incluyeron inmediatamente en uno de ellos. Era pequeño, y tal vez poco ambicioso, pero al darse cuenta de que haría parte del personal que llevaría al mundo real algo que todavía estaba en planos, no pudo evitar su entusiasmo.—¡¡¡Woah!!! –exclamó Telma cuando Emilia le contó con todo detalle lo que estaba haciendo y dón
Rubén la vio. Allí, de pie frente a uno de los cuadros más grandes, y esta vez no corrió hacia ella. La vez pasada lo había hecho sólo para quedar como un tonto viéndola irse del brazo de otro. Al parecer, el universo estaba pujando por hacer que se la encontrara allí, por casualidad, más veces de lo normal.Otra vez, ¡estaba tan hermosa! Llevaba un sencillo vestido color rojo vino y zapatos de tacón medio negros. Su bolso de cuero lo llevaba a un costado, y su cabello largo y castaño le llegaba a la cintura. ¿Estaba sola? Al parecer, sí.No pudo quitar la mirada de encima de ella, sólo atinó a acercarse unos pasos más, meter una mano en el bolsillo y encontrar un sitio desde donde pudiera contemplarla sin ser descubierto.Ella no había cambiado mucho, tenía la misma estatura, el mismo tono de piel y el cabello conserv
—Quiero que busques en tu base de datos a una persona –le pidió Rubén a uno de los directivos del departamento de recursos humanos. Era una mujer de mediana edad y, sin embargo, muy guapa, que de vez en cuando trataba a Rubén con familiaridad, aunque este siempre era algo tosco en su trato.—¿Una chica? –bromeó ella. Rubén la miró y recordó su nombre. Mayra.—Sí. Una mujer. Su nombre es Emilia Ospino –Mayra elevó sus cejas y estiró sus labios. Sabía quién era Emilia Ospino, aun así, tecleó algo en su ordenador.—Sip –suspiró—. Fue contratada hace tres semanas.—¿Tres semanas? ¿Tanto? –Mayra lo miró elevando una ceja.—Realmente, es la arquitecta más reciente.—Es arquitecta –susurró él—.
—No –susurró Emilia despertando, y Rubén se quedó allí, reacio a dejarla—. Por favor no –lloró ella aún con sus ojos cerrados—. No lo hagas.—Rubén –lo llamó Adrián, preocupado y poniéndose a su lado—. De verdad… —la enfermera le tomó el brazo a Emilia para rodearlo con el tensiómetro, pero ella lo encogió hacia su pecho y abrió los ojos. Al ver a Rubén, se sentó en la camilla de golpe, bajó de ella, pero al estar mareada tropezó con una silla.—¡Emilia! –la llamó Adrián, acercándose.—No dejes que se me acerque –le pidió Emilia poniéndose tras él, pegando la frente en su espalda—. No dejes que me haga nada.—¿Qué podría hacerte? –preguntó Rubén con
Rubén no pudo trabajar tranquilo el resto del día. No pudo concentrarse en nada. Él había pensado que este sería un día muy feliz, pero, todo lo contrario; estaba siendo una pesadilla.—Escuché que hubo un escándalo aquí esta mañana –dijo Álvaro entrando a su oficina, encontrándolo frente a una mesa de dibujo con un plano dispuesto y un lápiz en la mano, pero sin hacer nada, realmente—. Y estuviste justo en medio –siguió él tomando una silla para sentarse—. ¿Quieres contarme qué pasó? —Rubén bajó la mirada y permaneció en silencio—. ¿Te peleaste con alguno de los arquitectos? –Rubén lo miró al fin. Él nunca se peleaba con los arquitectos. Tenía su equipo de trabajo como cualquier otro, y tal vez no era el mejor amigo, ni sonriente, ni l
Emilia se asomó a través de la ventana de Felipe, que era la que daba hacia la calle, para mirar abajo y lo vio allí. Seguía en el suelo, sin moverse, y estuvo muy tentada a llamar a la policía.—¿Qué haces, mami? –preguntó Santiago entrando a la habitación, y Emilia se giró a mirarlo. Le tendió una mano y el niño acudió a ella. Sin pensarlo mucho, lo abrazó apretándolo fuertemente en su pecho—. ¿Estás enferma? –preguntó el niño cuando la escuchó sollozar.¿Cómo podía decirle ella lo que en verdad sentía?
Último capítulo