—Quiero que busques en tu base de datos a una persona –le pidió Rubén a uno de los directivos del departamento de recursos humanos. Era una mujer de mediana edad y, sin embargo, muy guapa, que de vez en cuando trataba a Rubén con familiaridad, aunque este siempre era algo tosco en su trato.
—¿Una chica? –bromeó ella. Rubén la miró y recordó su nombre. Mayra.
—Sí. Una mujer. Su nombre es Emilia Ospino –Mayra elevó sus cejas y estiró sus labios. Sabía quién era Emilia Ospino, aun así, tecleó algo en su ordenador.
—Sip –suspiró—. Fue contratada hace tres semanas.
—¿Tres semanas? ¿Tanto? –Mayra lo miró elevando una ceja.
—Realmente, es la arquitecta más reciente.
—Es arquitecta –susurró él—.
—No –susurró Emilia despertando, y Rubén se quedó allí, reacio a dejarla—. Por favor no –lloró ella aún con sus ojos cerrados—. No lo hagas.—Rubén –lo llamó Adrián, preocupado y poniéndose a su lado—. De verdad… —la enfermera le tomó el brazo a Emilia para rodearlo con el tensiómetro, pero ella lo encogió hacia su pecho y abrió los ojos. Al ver a Rubén, se sentó en la camilla de golpe, bajó de ella, pero al estar mareada tropezó con una silla.—¡Emilia! –la llamó Adrián, acercándose.—No dejes que se me acerque –le pidió Emilia poniéndose tras él, pegando la frente en su espalda—. No dejes que me haga nada.—¿Qué podría hacerte? –preguntó Rubén con
Rubén no pudo trabajar tranquilo el resto del día. No pudo concentrarse en nada. Él había pensado que este sería un día muy feliz, pero, todo lo contrario; estaba siendo una pesadilla.—Escuché que hubo un escándalo aquí esta mañana –dijo Álvaro entrando a su oficina, encontrándolo frente a una mesa de dibujo con un plano dispuesto y un lápiz en la mano, pero sin hacer nada, realmente—. Y estuviste justo en medio –siguió él tomando una silla para sentarse—. ¿Quieres contarme qué pasó? —Rubén bajó la mirada y permaneció en silencio—. ¿Te peleaste con alguno de los arquitectos? –Rubén lo miró al fin. Él nunca se peleaba con los arquitectos. Tenía su equipo de trabajo como cualquier otro, y tal vez no era el mejor amigo, ni sonriente, ni l
Emilia se asomó a través de la ventana de Felipe, que era la que daba hacia la calle, para mirar abajo y lo vio allí. Seguía en el suelo, sin moverse, y estuvo muy tentada a llamar a la policía.—¿Qué haces, mami? –preguntó Santiago entrando a la habitación, y Emilia se giró a mirarlo. Le tendió una mano y el niño acudió a ella. Sin pensarlo mucho, lo abrazó apretándolo fuertemente en su pecho—. ¿Estás enferma? –preguntó el niño cuando la escuchó sollozar.¿Cómo podía decirle ella lo que en verdad sentía?
Álvaro tuvo que ver, con mucha impotencia, cómo la policía llegaba para llevarse a su hijo. En concesión a que no era un ciudadano cualquiera, le permitieron vestirse con ropa abrigada y botas. Iría a un sitio frío y hostil. Rubén se quitó el reloj y todas las prendas de valor y los dejó en manos de su padre, que seguía discutiendo con la policía tratando de impedir que se lo llevaran, al tiempo que le gritaba a su abogado que moviera el culo para que esto no sucediera.Fue inútil, y la policía se llevó a Rubén con las manos atadas al frente con una cinta plástica. Todo un delincuente.
—¡No es posible! –exclamó Gemima cuando Álvaro le contó lo que estaba pasando con Rubén. Hubiese preferido no tener que hacerlo, ocultárselo al menos hasta que se resolviera esto, pero no sabía cuánto tiempo iba a tomar, y él nunca le había ocultado asuntos tan graves a su mujer—. ¡No es posible! –repitió—. ¡Mi hijo jamás haría algo así! ¡No sería capaz! No es un santo, pero sí que estoy segura de que jamás lastimaría a una mujer. Y menos de esa manera. ¡Por Dios!—Eso lo sabemos tú y yo. Pero incluso él duda.—Estaba bajo el efecto de esas drogas –dijo
Gemima consiguió una visita a su hijo antes de la audiencia. Verlo era importante, era vital, y llegó un poco antes de la hora. Nunca se imaginó que tuviera que venir a visitar a uno de sus hijos a un sitio como este, nunca se imaginó siquiera pisar un lugar así. Ella no los había educado para esto, los había criado para que fueran gente de bien, buenos ciudadanos, que aportaran algo a la sociedad, para que cuando cumplieran la edad, formaran sus propias familias y tuvieran unas bases sólidas para al menos luchar por su felicidad. Esto la sobrepasaba, la estaba matando.Cuando Rubén entró a la sala de visita, ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Verlo así fue dem
—Por favor –pidió el abogado—, relátenos con todo detalle lo que recuerde de esa noche.—Lo recuerdo todo –contestó Emilia de inmediato, molesta porque él sugiriera que había partes que ella pudiese haber olvidado—. Me hicieron ir a esa fiesta…—¿Podría explicarnos esa parte, por favor? –La interrumpió el abogado—. ¿Cómo así que la hicieron ir a esa fiesta? –Emilia respiró profundo.—Un par de compañeras de la universidad se acercaron a mí en clase y tomaron uno de mis libros y me dijeron que la condición par
—Ese es Rubén Caballero luego de esa noche –dijo el abogado—. Tengo el soporte médico y policial que demuestra que los golpes se produjeron tal vez media hora después de su encuentro con Emilia Ospino, la misma noche, en exactamente el mismo lugar. No se han podido esclarecer del todo los hechos, porque, como es sabido, y según la declaración de la señorita Emilia Ospino, él quedó inconsciente en el suelo, así que todos esos golpes los recibió estando inconsciente y sin posibilidad de defenderse; pero lo que es cierto es que luego de que ella le dejó allí, otras personas llegaron, le quitaron las cosas de valor que llevaba consigo, como su chaqueta de cuero –Emilia sintió una punzada entonces. Ella recordaba esa chaqueta, la había tocado con sus manos— y su reloj –siguió el