Abrió sus ojos y se vio frente al rostro tranquilo de Emilia, que yacía otra vez en el suelo de una arboleda, pero ahora ella estaba herida en la cabeza, y eso lo ayudó a ubicarse un poco. Aquello ya había pasado, ella ya lo había perdonado. Qué buena, qué buena era Emilia por haberlo perdonado, él no lo habría conseguido, perdonar a quien le hizo tanto daño. Con razón sus dudas, con razón su odio y su rencor.
Le puso las manos en las mejillas y se acercó para besarlas, pero entonces sintió la mano de alguien que lo sacudía.
—¿Le pasó algo a Emilia?
—&iqu
Rubén entró a la mansión pasada la media noche acompañado de su padre, que le dio una palmada en el hombro apretándoselo un poco en un gesto consolador. Él suspiró y subió las escaleras despacio, sintiéndose cansado, viejo, necesitando urgentemente ser abrazado por su mujer.La encontró dormida en su cama, obviamente acompañada de Santiago, que estaba extendido en todo el colchón dejando a Emilia en un pequeño rincón. Sonrió y se acercó al niño para alzarlo y llevarlo a otra habitación, presintiendo que a este pequeño le iba a costar un poco dejar de visitar la cama de su madre por las noches.Emilia se despertó al sentirl
Emilia despertó sintiendo dolor de cabeza. Intentó moverse para luego descubrir que estaba atrapada. Rubén la retenía por un lado y Santiago por el otro. Era lindo, pero no era nada cómodo.De todos modos, no pudo evitar sonreír.—¿Rubén? —Lo llamó ella con suavidad, pero él no se movió—. Rubén –volvió a llamarlo, y él al fin dio señales de haberla oído. Murmuró algo, pero no se movió—. Necesito… que muevas a Santiago.—Santiago –repitió él, pero era evidente que hablaba más dormido que desp
Aurora terminó de acomodar todos los muebles de su nueva casa, y como punto final, enderezó la fotografía enmarcada de su familia colgada en la sala principal; ella, Antonio, Emilia siendo adolescente, y Felipe, cuando tenía diez años. La foto, cuando estaban en el pequeño apartamento, había tenido que ponerla en su cuarto, porque en la sala no había espacio, y ahora ésta podía ser exhibida junto con las demás fotografías que había tenido que archivar.En las demás estaban Emilia y Felipe de niños, abrazados y sonrientes; Felipe montando bici mientras Emilia lo empujaba desde atrás, y ella junto a Antonio vestidos para alguna ocasión especial.
En los siguientes días, las noches de Emilia estuvieron muy ocupadas. Si no estaba con Rubén en su apartamento muy ocupada, estaba en casa de sus suegros, o en la de su cuñada, o planeando su boda. Gemima, tal como lo auguró Rubén, quería una súper fiesta, por todo lo alto. Ella tuvo que insistirle en que quería algo privado. —¡Se casa mi hijo! –Exclamó Gemima—. Es la única vez que lo veré de novio, quiero que sea memorable. —Para hacerlo memorable no se necesitan seiscientas personas –dijo Emilia, rotunda. Gemima tuvo que ceder, Emilia era más terca que ella. De todos modos, insistió en anunciar el com
La boda se realizó como lo había sugerido Emilia; pequeña, pocos invitados, poco ruido. Santiago había sido quien llevase los anillos, y el juez no alargó mucho la ceremonia, sino que los declaró marido y mujer tan pronto como ellos pronunciaron los votos.Esto era más un requisito legal; Emilia hacía rato que ya sentía que era la mujer de Rubén.Todo se desarrolló con normalidad, Gemima estuvo casi en todas partes a la vez supervisando que las cosas salieran bien, y, por el contrario, Aurora sólo observaba y sonreía con los demás invitados. Viviana le presentó a su bebé y Aurora la tomó en sus brazos sonriendo emocionada.
—Es decir —dijo el profesor de Composición Arquitectónica mirando su reloj—, que este hombre cada vez que construye un edificio, piensa en él como en un organismo viviente, así como el ser humano. Si se sostiene por sí mismo, es porque está bien hecho… —Miró a todos sus estudiantes y recogiendo sus apuntes agregó: —Eso es todo por hoy, chicos. Nos vemos la próxima semana.Emilia suspiró con una sonrisa dibujada en el rostro. Amaba esta carrera que había elegido. ¡Le encantaba Arquitectura! Era un arte tal y como había pensado desde que era niña. Recogió también sus apuntes; libros, lápices y los metió uno a uno en su mochila.No era una mochila de última moda, como las de sus compañeras, ni siquiera de la moda pasada; era la misma desde el bachillerato. Sus padres ya estaban haciendo un eno
—Estúpido engreído –murmuró Andrés en cuanto el ascensor hubo subido—. No lo soporto.—Oye, ¿qué culpa tiene el niño de haber nacido en cuna de oro? –se burló Guillermo tomándolo del hombro para que le siguiera.—Si no fuera porque de verdad quisiera entrar a trabajar en ese Holding… No hay otra manera de entrar más que lamiéndole las botas a ese estúpido.—Esperemos que en esa fiesta afloje un poco más. Hay que pensar en un plan.—Se me vienen unas cuantas ideas a la mente –rio Andrés, y siguieron el sendero que los llevaba a uno de los restaurantes del campus.Rubén se detuvo en uno de los pasillos del cuarto piso cuando vio allí a Emilia Ospino. Quedó paralizado, y cuando ella se movió en dirección a él, se dio la vuelta
—Ah, otro –susurró Emilia mirando el nuevo dibujo de las rosas. Pero esta vez sonrió. Eran seis rosas. En uno de los extremos, con letra que parecía más bien impresa, decía: “Para Emilia”. Dejó salir el aire y siguió avanzando por el sendero que la llevaría al edificio donde tendría su próxima clase.Como siempre, las rosas eran hermosas, bien hechas. Miró en derredor, pero todo el mundo andaba por su camino concentrado en sus cosas.—¿Quién eres, misterioso pintor de rosas? –giró la hoja, y se conmocionó bastante cuando descubrió un mensaje diferente a todos los demás: “¿Cuántas rosas cr