Emilia se asomó a través de la ventana de Felipe, que era la que daba hacia la calle, para mirar abajo y lo vio allí. Seguía en el suelo, sin moverse, y estuvo muy tentada a llamar a la policía.
—¿Qué haces, mami? –preguntó Santiago entrando a la habitación, y Emilia se giró a mirarlo. Le tendió una mano y el niño acudió a ella. Sin pensarlo mucho, lo abrazó apretándolo fuertemente en su pecho—. ¿Estás enferma? –preguntó el niño cuando la escuchó sollozar.
¿Cómo podía decirle ella lo que en verdad sentía?
Álvaro tuvo que ver, con mucha impotencia, cómo la policía llegaba para llevarse a su hijo. En concesión a que no era un ciudadano cualquiera, le permitieron vestirse con ropa abrigada y botas. Iría a un sitio frío y hostil. Rubén se quitó el reloj y todas las prendas de valor y los dejó en manos de su padre, que seguía discutiendo con la policía tratando de impedir que se lo llevaran, al tiempo que le gritaba a su abogado que moviera el culo para que esto no sucediera.Fue inútil, y la policía se llevó a Rubén con las manos atadas al frente con una cinta plástica. Todo un delincuente.
—¡No es posible! –exclamó Gemima cuando Álvaro le contó lo que estaba pasando con Rubén. Hubiese preferido no tener que hacerlo, ocultárselo al menos hasta que se resolviera esto, pero no sabía cuánto tiempo iba a tomar, y él nunca le había ocultado asuntos tan graves a su mujer—. ¡No es posible! –repitió—. ¡Mi hijo jamás haría algo así! ¡No sería capaz! No es un santo, pero sí que estoy segura de que jamás lastimaría a una mujer. Y menos de esa manera. ¡Por Dios!—Eso lo sabemos tú y yo. Pero incluso él duda.—Estaba bajo el efecto de esas drogas –dijo
Gemima consiguió una visita a su hijo antes de la audiencia. Verlo era importante, era vital, y llegó un poco antes de la hora. Nunca se imaginó que tuviera que venir a visitar a uno de sus hijos a un sitio como este, nunca se imaginó siquiera pisar un lugar así. Ella no los había educado para esto, los había criado para que fueran gente de bien, buenos ciudadanos, que aportaran algo a la sociedad, para que cuando cumplieran la edad, formaran sus propias familias y tuvieran unas bases sólidas para al menos luchar por su felicidad. Esto la sobrepasaba, la estaba matando.Cuando Rubén entró a la sala de visita, ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Verlo así fue dem
—Por favor –pidió el abogado—, relátenos con todo detalle lo que recuerde de esa noche.—Lo recuerdo todo –contestó Emilia de inmediato, molesta porque él sugiriera que había partes que ella pudiese haber olvidado—. Me hicieron ir a esa fiesta…—¿Podría explicarnos esa parte, por favor? –La interrumpió el abogado—. ¿Cómo así que la hicieron ir a esa fiesta? –Emilia respiró profundo.—Un par de compañeras de la universidad se acercaron a mí en clase y tomaron uno de mis libros y me dijeron que la condición par
—Ese es Rubén Caballero luego de esa noche –dijo el abogado—. Tengo el soporte médico y policial que demuestra que los golpes se produjeron tal vez media hora después de su encuentro con Emilia Ospino, la misma noche, en exactamente el mismo lugar. No se han podido esclarecer del todo los hechos, porque, como es sabido, y según la declaración de la señorita Emilia Ospino, él quedó inconsciente en el suelo, así que todos esos golpes los recibió estando inconsciente y sin posibilidad de defenderse; pero lo que es cierto es que luego de que ella le dejó allí, otras personas llegaron, le quitaron las cosas de valor que llevaba consigo, como su chaqueta de cuero –Emilia sintió una punzada entonces. Ella recordaba esa chaqueta, la había tocado con sus manos— y su reloj –siguió el
Emilia regresó a casa sintiéndose bastante agotada. Aurora la vio tirar su bolso de cualquier manera sobre un mueble y se preocupó y fue detrás de ella.Hoy había sido la audiencia, y si ella venía con ese semblante era que las cosas no habían salido bien.Caminó tras ella y la vio tirarse boca abajo en la cama.—Salieron mal las cosas, ¿verdad? –preguntó Aurora entrando a la habitación. Sólo escuchó a su hija suspirar.—Él… no irá a la cárcel.
—¿Qué hace aquí, señora? –la vio tomar aire y tragar saliva. Sus ojos estaban clavados en el niño que ahora la abrazaba y parloteaba acerca de su carita feliz, y que luego, muy campante, la ignoró para ir a mostrársela a su abuela Aurora, que al ver el niño secó sus lágrimas y recompuso su semblante.—Quiero hablar contigo –Emilia miró al interior de la casa. Su hijo estaba a salvo dentro, con su abuela.—Yo no tengo nada que hablar con usted.—No te cierres, Emilia –insistió
—Telma, necesito hablar contigo –le dijo Emilia por teléfono.Telma estaba sentada frente a su escritorio revisando documentos importantes, pero alejó su silla para hablar más cómodamente.—¿Estás bien?—No… Pero eso no importa. Lo he pensado y… tal vez deba recibir la indemnización que me ofrece la familia de… ese hombre.—La familia, dices –farfulló Telma. Lo que ella recordaba era que había sido el mismo Rubén Caballero quien ofreciera indemnizarla—. ¿Estás se