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—¿Qué hace aquí, señora? –la vio tomar aire y tragar saliva. Sus ojos estaban clavados en el niño que ahora la abrazaba y parloteaba acerca de su carita feliz, y que luego, muy campante, la ignoró para ir a mostrársela a su abuela Aurora, que al ver el niño secó sus lágrimas y recompuso su semblante.

—Quiero hablar contigo –Emilia miró al interior de la casa. Su hijo estaba a salvo dentro, con su abuela.

—Yo no tengo nada que hablar con usted.

—No te cierres, Emilia –insistió

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