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Al fin, dijo Emilia, pero contrario a lo que había deseado antes, se quedó allí unos segundos más analizando, sin poder evitarlo, lo que había sucedido. Ésta mujer había sido novia de Rubén Caballero, y él la había dejado. Ella le rogaba que no lo hiciera, parecía que no le importaba que él estuviese enamorado de otra.

Pestañeó al darse cuenta de que estaba humanizando otra vez a su bestia; eran los humanos los que se enamoraban, no las bestias, y aunque ese juego de palabras parecía muy infantil, aceptar que él tenía sentimientos iba en contra de su costumbre, y era difícil.

Al fin, se movió para salir de su escondite. Seguía con la jarra de café en las manos y ésta estaba caliente. Esconderse era agotador.

Pero la cocina no había sido desocupada, allí seguía Rubén Caballero, recost

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