Gemima se sorprendió un poco cuando Edgar, el mayordomo de su casa, le dijo que a la salida de la mansión había un camión de entregas.
—¿Para quién? –preguntó Gemima extrañada, y tomó el teléfono para llamar a su esposo; tal vez él estaba esperando un paquete y se le había olvidado decírselo esta mañana.
—Para el joven Rubén –eso la extrañó. Su hijo había cambiado su domicilio hacía rato, y toda su correspondencia iba al pequeño apartamento en el que vivía.
—Está bien. Recíbanlo, pero… ten
Tragó saliva rechazando la empatía que estaba desarrollando hacia él, definitivamente, había sido mala idea salir a comer con alguien que lo apreciaba, pero entonces llegó Telma y la sorprendió con un beso en la mejilla.—Estabas en la luna –la acusó, y luego miró a su compañero de mesa.—Ah… Te presento a… —Adrián se puso en pie y le extendió la mano presentándose a sí mismo.Telma se sentó y miró a ambos con una sonrisa.—¿Estoy dañando el ambie
Felipe se detuvo ante el enorme complejo de edificios que en su parte más alta tenía en azul oscuro las letras CBLR y una figura que semejaba una pequeña casa. Ya había oscurecido, las luces exteriores del edificio se habían encendido y personas salían una tras otra despidiéndose entre sí.Se bajó de su motocicleta, que debía devolver mañana a la empresa en la que trabajaba como mensajero, y buscó algo en su teléfono. Su madre había dicho que Emilia estaba trabajando para él. Para él, no con él, así que tal vez ese hombre era uno de los jefes. O quizás el dueño.En la página de internet dedicada a la constructora en
Emilia corrió tan rápido como pudo, pero era ya tarde. Encontró a Rubén en el suelo, con sangre manando de su boca, y a Felipe dispuesto a seguir pegándole.—¡Detente! –le gritó Emilia agarrándolo fuerte del brazo, pero no tuvo la fuerza suficiente y se vio arrastrada en el impuso que Felipe había tomado para golpear a Rubén—. ¡Basta! –gritó Emilia en todo el oído de Felipe, y éste al fin la miró.—¡Fue él! –exclamó—. ¡Fue él, fue él!
Él apareció casi media hora después, y al verlo se detuvo por un momento. Felipe estaba recostado al auto con los brazos y los tobillos cruzados. Rubén se acercó y al estar frente a frente, respiró profundo.—¿Qué fue eso que sucedió ahora? –Preguntó Felipe—. ¿Qué es toda esa mierda de “Te amo” y yo no sé qué más? –Rubén hizo una mueca. No le gustaba mucho que sus sentimientos fueran tratados como mierda, pero supuso que no podía esperar menos del hermano de Emilia.—Es una historia larga.—Bien. Me han ocultado tantas
—Muy bien, gracias a todos por estar aquí –dijo Álvaro Caballero al cuerpo de arquitectos de su compañía. Grandes y pequeños, aprendices y veteranos, todos estaban aquí. Por el rabillo del ojo Emilia vio que también Rubén entraba en la sala de conferencias y se ubicaba al lado de Adrián, que al ver sus golpes se acercó para preguntarle algo al oído—. Creo que recuerdan que hace meses alguien habló de la posibilidad de hacer una escapada de arquitectos a algún lugar fuera del país –dijo Álvaro y todos empezaron a cuchichear.Emilia miró con interés las imágenes que a una orden del supremo jefe se proyectaron en la pared. ¡Brasilia! ¡Qué hermoso! ¡Quería ir, q
—¿Verdad que ganaste el sorteo de un viaje a Brasil? –le preguntó Telma a Emilia por teléfono.—¿Qué? –exclamó ella sorprendida—. ¿Cómo te has enterado?—Adrián me lo dijo –sonrió Telma.—¿Intercambiaste números con Adrián?—Claro que sí.—Tú sí que eres rápida –rio Emilia.
Domingo, se dijo Emilia recostándose en el sofá de su pequeña sala mirando la televisión, en pijama, con su hijo en su regazo y que también estaba en pijama. Que vivan los domingos, la quietud, el permiso para levantarse tarde y no hacer nada en todo el día. Hasta Aurora tenía vacaciones hoy, pues el almuerzo se pedía a domicilio en algún restaurante y los platos usados eran desechables. ¡Que vivan los domingos!Y entonces sonó el timbre del intercomunicador del edificio.Miró a su hermano, que leía de nuevo sus libros de medicina preparándose para su reingreso haciéndole ojitos para que se levantara él, y Felipe fue bueno y atendió.
—¿Y cuándo vienes? –le preguntó Santiago a Emilia por enésima vez mientras la miraba hacer su maleta.—El domingo por la tarde –contestó Emilia con tono paciente.—Pero es mucho.—Sólo son tres días. ¿Mamá, las blusas se secaron? –le preguntó a Aurora, que las trajo colgadas en sus perchas.—Sí, afortunadamente. ¿No hace frío en Brasilia?—Leí que la temperatura es más bien