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Gemima se sorprendió un poco cuando Edgar, el mayordomo de su casa, le dijo que a la salida de la mansión había un camión de entregas.

—¿Para quién? –preguntó Gemima extrañada, y tomó el teléfono para llamar a su esposo; tal vez él estaba esperando un paquete y se le había olvidado decírselo esta mañana.

—Para el joven Rubén –eso la extrañó. Su hijo había cambiado su domicilio hacía rato, y toda su correspondencia iba al pequeño apartamento en el que vivía.

—Está bien. Recíbanlo, pero… ten

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