—¿Verdad que ganaste el sorteo de un viaje a Brasil? –le preguntó Telma a Emilia por teléfono.
—¿Qué? –exclamó ella sorprendida—. ¿Cómo te has enterado?
—Adrián me lo dijo –sonrió Telma.
—¿Intercambiaste números con Adrián?
—Claro que sí.
—Tú sí que eres rápida –rio Emilia.
Domingo, se dijo Emilia recostándose en el sofá de su pequeña sala mirando la televisión, en pijama, con su hijo en su regazo y que también estaba en pijama. Que vivan los domingos, la quietud, el permiso para levantarse tarde y no hacer nada en todo el día. Hasta Aurora tenía vacaciones hoy, pues el almuerzo se pedía a domicilio en algún restaurante y los platos usados eran desechables. ¡Que vivan los domingos!Y entonces sonó el timbre del intercomunicador del edificio.Miró a su hermano, que leía de nuevo sus libros de medicina preparándose para su reingreso haciéndole ojitos para que se levantara él, y Felipe fue bueno y atendió.
—¿Y cuándo vienes? –le preguntó Santiago a Emilia por enésima vez mientras la miraba hacer su maleta.—El domingo por la tarde –contestó Emilia con tono paciente.—Pero es mucho.—Sólo son tres días. ¿Mamá, las blusas se secaron? –le preguntó a Aurora, que las trajo colgadas en sus perchas.—Sí, afortunadamente. ¿No hace frío en Brasilia?—Leí que la temperatura es más bien
—¡Mira, es Rubén! –Exclamó Melisa al verlo entrar a la sala migración. Casi había gritado, como si en vez de su jefe se tratara de algún famoso—. Ah… —siguió con menos entusiasmo— y Emilia.Ella venía tras Rubén, con el abrigo plegado en el brazo y su bolso de mano en el hombro. Melissa vio a Rubén cederle el turno para que ella fuera delante. Los separaban varios pasajeros en la fila, y luego de poner el sello en el pasaporte, se reunieron de nuevo en otro lado del aeropuerto. Estaban justos de tiempo para el siguiente vuelo, así que no podrían salir por ahí a conocer, ni tampoco pasear un poco por el interior del aeropuerto.—H
Emilia abrió sus ojos y se encontró en una cama de hospital. Levantó su mano para cubrirse los ojos de la luz que entraba por la ventana y todas las imágenes de lo sucedido la noche anterior invadieron su mente. El accidente, la explosión, la sangre de Rubén.Se levantó poco a poco y se dio cuenta entonces de que no tenía ropa para vestirse, sólo la bata de hospital que tenía puesta. Ni unas pantuflas, o un abrigo; no tenía sostén puesto, así que sus senos estaban libres y salvajes y muy notorios a través de la delgada bata.Había una férula en su pie izquierdo, así que bajó con cuidado. Probó a andar unos pasos, y le dolía un poco al afirmarlo, pero no era nada insoportable.Salió de la habitación cojeando y miró a ambos lados del pasillo. Algunas enfermeras caminaban a un lado y a otro, pero ninguna le
Rubén apretó sus labios y respiró profundo.—Tengo unos cuantos amigos aquí –dijo—. Están acelerando el proceso para poder volver a Colombia, ya que perdimos los documentos.—Qué bien.—Mis padres vienen en un jet privado, así que les tomará menos tiempo llegar aquí. Te piden que por favor aceptes irte de vuelta con nosotros, para que no tengas que sufrir de nuevo las diez horas de viaje o más que te toquen.—¿Tú… estás bien? Anoche… Dios… anoche estabas sangrando y… perdiste la conciencia…—Estoy bien –dijo él echando hacia atrás los cabellos de Emilia, que estaban sueltos y un poco despeinados, y también aprovechando que tal vez ella seguía en shock para tocarla todo lo que le fuera posible—. Un pedazo de metal se incrustó en el m&uacu
Antonio Ospino casi no había hablado durante el viaje a pesar de los intentos de Gemima de poner conversación. Estuvo silencioso en el avión, y ahora en el taxi.Era increíble, absolutamente increíble. La diferencia entre estas dos familias era enorme, pudo comprobar Antonio. Mientras los unos luchaban por sobrevivir día a día con duro trabajo, contando las monedas, angustiándose al abrir las cartas de cobro de los bancos, las facturas de los servicios y cuidando la ropa para que esta durara todo lo posible; estas personas de aquí vivían sin preocuparse en lo más mínimo por ese tipo de cosas.Cuando lo llamaron, le pidieron viajar con ellos en un jet privado. Se había rehusado, claro, pero cuando le hablaron de la practicidad de venirse en un vuelo que duraría muchas menos horas, que saldría en cuanto llegara al aeropuerto y que no haría escalas como sí
—¿Qué está sucediendo? –Preguntó Antonio en cuanto estuvieron al interior de la habitación de Emilia, aunque ya le habían dado el alta, pero necesitaba privacidad—. ¿Te hiciste amiga de ese hombre? ¿Ya olvidaste lo que te hizo? ¿Todo lo que lloraste? ¿Todo por lo que tuviste que pasar?—Papá…—¡No lo puedo creer! –Exclamó Antonio—. Estuve preocupado todo este tiempo pensando en que mi hija lo estaba pasando mal por tener que estar al lado de ese hombre al que odia. Lo odiabas, ¿lo olvidaste? Y me encuentro con que… ¿con qué me encuentro exactamente?—Si me dejaras hablar…—¡Habla, habla, por favor!—Estoy enfrentando a mis demonios –dijo ella con voz un poco baja, pero Antonio la escuchó perfectamente. Sin embargo, preguntó:&m
—¿Comiste algo? –le preguntó Antonio. Emilia no tenía hambre, pero a su padre le gustaba cuidar de ella, y tal vez hoy tenía más que nunca esa necesidad.—No, no he comido. Pero no sé cómo pedir un pan en portugués.—Ah, cierto. Qué bonito –Emilia se echó a reír y tomó el brazo de su padre para apoyarse en él. Cuando salieron al pasillo, se encontraron con Álvaro Caballero, y Emilia notó que su padre lo trataba con menos hostilidad.—Tengo hambre –dijo Álvaro—. ¿Comemos algo?—Precisamente, iba a llevar a Emilia a la cafetería a ver qué pedíamos—. Álvaro miró su pie.—No es aconsejable que te esfuerces mucho. ¿Pedimos una silla de ruedas?—¡Claro que no! –protestó ella—. No andaré