Emilia abrió sus ojos y se encontró en una cama de hospital. Levantó su mano para cubrirse los ojos de la luz que entraba por la ventana y todas las imágenes de lo sucedido la noche anterior invadieron su mente. El accidente, la explosión, la sangre de Rubén.
Se levantó poco a poco y se dio cuenta entonces de que no tenía ropa para vestirse, sólo la bata de hospital que tenía puesta. Ni unas pantuflas, o un abrigo; no tenía sostén puesto, así que sus senos estaban libres y salvajes y muy notorios a través de la delgada bata.
Había una férula en su pie izquierdo, así que bajó con cuidado. Probó a andar unos pasos, y le dolía un poco al afirmarlo, pero no era nada insoportable.
Salió de la habitación cojeando y miró a ambos lados del pasillo. Algunas enfermeras caminaban a un lado y a otro, pero ninguna le
Rubén apretó sus labios y respiró profundo.—Tengo unos cuantos amigos aquí –dijo—. Están acelerando el proceso para poder volver a Colombia, ya que perdimos los documentos.—Qué bien.—Mis padres vienen en un jet privado, así que les tomará menos tiempo llegar aquí. Te piden que por favor aceptes irte de vuelta con nosotros, para que no tengas que sufrir de nuevo las diez horas de viaje o más que te toquen.—¿Tú… estás bien? Anoche… Dios… anoche estabas sangrando y… perdiste la conciencia…—Estoy bien –dijo él echando hacia atrás los cabellos de Emilia, que estaban sueltos y un poco despeinados, y también aprovechando que tal vez ella seguía en shock para tocarla todo lo que le fuera posible—. Un pedazo de metal se incrustó en el m&uacu
Antonio Ospino casi no había hablado durante el viaje a pesar de los intentos de Gemima de poner conversación. Estuvo silencioso en el avión, y ahora en el taxi.Era increíble, absolutamente increíble. La diferencia entre estas dos familias era enorme, pudo comprobar Antonio. Mientras los unos luchaban por sobrevivir día a día con duro trabajo, contando las monedas, angustiándose al abrir las cartas de cobro de los bancos, las facturas de los servicios y cuidando la ropa para que esta durara todo lo posible; estas personas de aquí vivían sin preocuparse en lo más mínimo por ese tipo de cosas.Cuando lo llamaron, le pidieron viajar con ellos en un jet privado. Se había rehusado, claro, pero cuando le hablaron de la practicidad de venirse en un vuelo que duraría muchas menos horas, que saldría en cuanto llegara al aeropuerto y que no haría escalas como sí
—¿Qué está sucediendo? –Preguntó Antonio en cuanto estuvieron al interior de la habitación de Emilia, aunque ya le habían dado el alta, pero necesitaba privacidad—. ¿Te hiciste amiga de ese hombre? ¿Ya olvidaste lo que te hizo? ¿Todo lo que lloraste? ¿Todo por lo que tuviste que pasar?—Papá…—¡No lo puedo creer! –Exclamó Antonio—. Estuve preocupado todo este tiempo pensando en que mi hija lo estaba pasando mal por tener que estar al lado de ese hombre al que odia. Lo odiabas, ¿lo olvidaste? Y me encuentro con que… ¿con qué me encuentro exactamente?—Si me dejaras hablar…—¡Habla, habla, por favor!—Estoy enfrentando a mis demonios –dijo ella con voz un poco baja, pero Antonio la escuchó perfectamente. Sin embargo, preguntó:&m
—¿Comiste algo? –le preguntó Antonio. Emilia no tenía hambre, pero a su padre le gustaba cuidar de ella, y tal vez hoy tenía más que nunca esa necesidad.—No, no he comido. Pero no sé cómo pedir un pan en portugués.—Ah, cierto. Qué bonito –Emilia se echó a reír y tomó el brazo de su padre para apoyarse en él. Cuando salieron al pasillo, se encontraron con Álvaro Caballero, y Emilia notó que su padre lo trataba con menos hostilidad.—Tengo hambre –dijo Álvaro—. ¿Comemos algo?—Precisamente, iba a llevar a Emilia a la cafetería a ver qué pedíamos—. Álvaro miró su pie.—No es aconsejable que te esfuerces mucho. ¿Pedimos una silla de ruedas?—¡Claro que no! –protestó ella—. No andaré
Dieron de alta a Rubén el domingo en la mañana, y dado que el asunto de los papeles aún no estaba resuelto, tuvieron que quedarse un día más.Antonio llamó a Aurora contándole los pormenores de su viaje, y cuando le dijo que tendrían que esperar, Aurora empezó a sospechar.—¿No lo estarán haciendo a propósito?—¿Por qué lo dices? –preguntó Antonio, aunque sabía exactamente a qué se refería su esposa.—Es todo tan raro… no querrán ellos…
—¡Mamá! –gritó Santiago al verla atravesar la puerta y Emilia lo alzó y lo besó. Antonio entró con la pequeña maleta que contenía la poca ropa de los dos, pero se detuvo al ver la expresión de Aurora.—¿Pasa algo? –le preguntó. Emilia miró a su madre, recibió su beso y su abrazo, pero no logró comprender por qué parecía incómoda.—Esta mañana llegó eso para ti –señaló con el brazo hacia un rincón de la estrecha sala de estar, y Emilia vio un enorme cuadrado forrado en papel de embalaje.Con Santiag
—¡Hey! ¿Dónde está mi viajera? –preguntó Telma entrando esa misma noche a la sala de estar de los Ospino y haciendo bastante ruido. Emilia salió de la habitación, donde estaba haciendo un repaso de todas las prendas que ahora le hacían falta, y caminó a recibir el saludo de su amiga—. Me dijeron por allí que volviste de la muerte.—Qué exageración –rio Emilia, y Telma la estrechó fuertemente entre sus brazos.—Gracias a Dios que estás bien –Emilia sonrió asintiendo, y la convidó a su habitación. Santiago, como siempre, les fue detrás—. ¿Y cómo se portó esta pulga en ausencia de su mamá, ah? –Le preguntó Telma al niño, que sonrió mirándola. Ya se había acostumbrado a que la tía Telma lo llamara así y cosas peores.
Rubén estaba sentado en un sillón que muy amablemente el servicio le había llevado al jardín para que aprovechara un poco el sol. Tenía un libro de estudio abandonado a un lado y miraba a la distancia. Hacía tres días que Emilia le había dicho que iría a verlo en su casa.Ella había tenido una corta incapacidad laboral debido al accidente y ésta expiraría hoy. ¿Por qué no había venido a verlo?Suspiró recostándose suavemente en el espaldar del sofá. Estaba practicando la paciencia, pero hoy en especial le estaba costando.Se sentía aburrido, solo, un poquito abandonado. Y eso que no tenían una relación; no tenía ningún derecho a extrañarla, ni nada de nada.Adrián había venido a verlo. Los que habían viajado a Brasil con ellos le habían mandado sus saludos y uno