—¿Comiste algo? –le preguntó Antonio. Emilia no tenía hambre, pero a su padre le gustaba cuidar de ella, y tal vez hoy tenía más que nunca esa necesidad.
—No, no he comido. Pero no sé cómo pedir un pan en portugués.
—Ah, cierto. Qué bonito –Emilia se echó a reír y tomó el brazo de su padre para apoyarse en él. Cuando salieron al pasillo, se encontraron con Álvaro Caballero, y Emilia notó que su padre lo trataba con menos hostilidad.
—Tengo hambre –dijo Álvaro—. ¿Comemos algo?
—Precisamente, iba a llevar a Emilia a la cafetería a ver qué pedíamos—. Álvaro miró su pie.
—No es aconsejable que te esfuerces mucho. ¿Pedimos una silla de ruedas?
—¡Claro que no! –protestó ella—. No andaré
Dieron de alta a Rubén el domingo en la mañana, y dado que el asunto de los papeles aún no estaba resuelto, tuvieron que quedarse un día más.Antonio llamó a Aurora contándole los pormenores de su viaje, y cuando le dijo que tendrían que esperar, Aurora empezó a sospechar.—¿No lo estarán haciendo a propósito?—¿Por qué lo dices? –preguntó Antonio, aunque sabía exactamente a qué se refería su esposa.—Es todo tan raro… no querrán ellos…
—¡Mamá! –gritó Santiago al verla atravesar la puerta y Emilia lo alzó y lo besó. Antonio entró con la pequeña maleta que contenía la poca ropa de los dos, pero se detuvo al ver la expresión de Aurora.—¿Pasa algo? –le preguntó. Emilia miró a su madre, recibió su beso y su abrazo, pero no logró comprender por qué parecía incómoda.—Esta mañana llegó eso para ti –señaló con el brazo hacia un rincón de la estrecha sala de estar, y Emilia vio un enorme cuadrado forrado en papel de embalaje.Con Santiag
—¡Hey! ¿Dónde está mi viajera? –preguntó Telma entrando esa misma noche a la sala de estar de los Ospino y haciendo bastante ruido. Emilia salió de la habitación, donde estaba haciendo un repaso de todas las prendas que ahora le hacían falta, y caminó a recibir el saludo de su amiga—. Me dijeron por allí que volviste de la muerte.—Qué exageración –rio Emilia, y Telma la estrechó fuertemente entre sus brazos.—Gracias a Dios que estás bien –Emilia sonrió asintiendo, y la convidó a su habitación. Santiago, como siempre, les fue detrás—. ¿Y cómo se portó esta pulga en ausencia de su mamá, ah? –Le preguntó Telma al niño, que sonrió mirándola. Ya se había acostumbrado a que la tía Telma lo llamara así y cosas peores.
Rubén estaba sentado en un sillón que muy amablemente el servicio le había llevado al jardín para que aprovechara un poco el sol. Tenía un libro de estudio abandonado a un lado y miraba a la distancia. Hacía tres días que Emilia le había dicho que iría a verlo en su casa.Ella había tenido una corta incapacidad laboral debido al accidente y ésta expiraría hoy. ¿Por qué no había venido a verlo?Suspiró recostándose suavemente en el espaldar del sofá. Estaba practicando la paciencia, pero hoy en especial le estaba costando.Se sentía aburrido, solo, un poquito abandonado. Y eso que no tenían una relación; no tenía ningún derecho a extrañarla, ni nada de nada.Adrián había venido a verlo. Los que habían viajado a Brasil con ellos le habían mandado sus saludos y uno
—¿Quién era, Edgar? –preguntó Gemima al ver al mayordomo volver del jardín.—Ah, una joven llamada Emilia, señora.—¿Emilia? ¿Emilia vino? –Edgar movió la cabeza en un asentimiento, y Gemima dio varios pasos encaminándose al jardín para ir a verlo, pero de pronto se detuvo—. No. Mejor los dejo solos… —Se giró y miró de nuevo a Edgar—. No puedo creer que haya venido. ¿Seguro que era Emilia?—Emilia Ospino.—Ella es–sonrió Gemima, emocionada por su hijo. Edgar siguió andando hacia la cocina—. ¿Vas a prepararle alguna bebida?—No para ella, para el niño—. Eso dejó a Gemima estática, con los ojos grandes de sorpresa y mirando fijamente a Edgar.—¿Qué dijiste?—Que la bebida es para el ni&ntild
Emilia y Rubén al fin llegaron a la casa en el árbol. Era grande, de madera, con una escalera que llevaba hasta lo alto, y allí ya estaba su hijo. Gemima, aun llevando tacones, estaba subida al tercer escalón y miraba al interior de la casita a Santiago que se movía de un lado a otro preguntando y sacando cosas.Éste se asomó a una de las ventanas mirando en derredor con las mejillas arreboladas de emoción. A su hijo le encantaba el aire libre, tener espacio para correr y bichos que atrapar. Estaba en la gloria ahora mismo.El niño la vio llegar y sonrió con intención de llamarla a voz en cuello para que también ella subiera y viera la casita por dentro, pero entonces se fijó en que este hombre tomaba la mano de su madre y su sonrisa se fue borrando. ¿Era este señor otro novio?Rubén sintió que la mano de Emilia se le escabullía de la suy
Emilia y Rubén bajaron por las escaleras y esta vez él no le tomó la mano, aunque tampoco se alejó mucho. Llegaron a la sala, de donde se oían voces, y allí encontraron a Gemima, Santiago, y también a Álvaro. En la mesa de centro de los muebles había un rompecabezas infantil con sus piezas esparcidas y Santiago, sentado en el suelo, lo armaba mientras conversaba con sus abuelos.Rubén se encaminó a ellos y se sentó al lado de su hijo también en el suelo.—¿Está muy difícil? –le preguntó tomando una pieza y analizándola como si fuera un enigma muy grande. Santiago lo miró con sus ojos iluminados de entusiasmo.
Emilia volvió a casa en uno de los autos de la familia. Rubén y Álvaro la acompañaron y subió con ellos hasta el mismo ascensor. Santiago había resistido en pie, pero iba prácticamente colgado de su mano. Había jugado, comido y vuelto a jugar. Y eso que en la casa de los Caballero no había más niños, si se llegaba a juntar con Pablo, el hijo de la hermana de Rubén, no quería imaginárselo.Rubén, al despedirse, se había inclinado a ella y besado sus labios. Nerviosa, Emilia había mirado primero a su hijo, pero este estaba más dormido que despierto, y luego a Álvaro, pero de repente el extintor del pasillo se volvió la cosa más interesante de mirar para él.
Último capítulo