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Emilia y Rubén al fin llegaron a la casa en el árbol. Era grande, de madera, con una escalera que llevaba hasta lo alto, y allí ya estaba su hijo. Gemima, aun llevando tacones, estaba subida al tercer escalón y miraba al interior de la casita a Santiago que se movía de un lado a otro preguntando y sacando cosas.

Éste se asomó a una de las ventanas mirando en derredor con las mejillas arreboladas de emoción. A su hijo le encantaba el aire libre, tener espacio para correr y bichos que atrapar. Estaba en la gloria ahora mismo.

El niño la vio llegar y sonrió con intención de llamarla a voz en cuello para que también ella subiera y viera la casita por dentro, pero entonces se fijó en que este hombre tomaba la mano de su madre y su sonrisa se fue borrando. ¿Era este señor otro novio?

Rubén sintió que la mano de Emilia se le escabullía de la suy

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