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Lo sintió sentarse a su lado en el sofá y acercarse a ella.

—Te amaba tanto –dijo él con voz suave—. Era demasiado joven, era demasiado ingenuo, pero ya sabía que te amaba. Mi corazón me lo gritaba día y noche. Te amaba, te deseaba, quería llevarte a mi casa para que conocieras a mis padres y mi a hermana; quería fascinarte, darte regalos, quería escuchar tu risa, tu llanto, tus quejas. Quería todo de ti… Por eso sufrí tanto esa noche. No podía creerlo, no quería creerlo. ¿Cómo pude yo dañar algo tan… puro? Era como haber contaminado el agua que pensaba beberme, ¿cómo pude?

Una lágrima rodó

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