Lo sintió sentarse a su lado en el sofá y acercarse a ella.
—Te amaba tanto –dijo él con voz suave—. Era demasiado joven, era demasiado ingenuo, pero ya sabía que te amaba. Mi corazón me lo gritaba día y noche. Te amaba, te deseaba, quería llevarte a mi casa para que conocieras a mis padres y mi a hermana; quería fascinarte, darte regalos, quería escuchar tu risa, tu llanto, tus quejas. Quería todo de ti… Por eso sufrí tanto esa noche. No podía creerlo, no quería creerlo. ¿Cómo pude yo dañar algo tan… puro? Era como haber contaminado el agua que pensaba beberme, ¿cómo pude?
Una lágrima rodó
Emilia se sintió tan cómoda, tan acogida, tan cálida en esos fuertes brazos que olvidó la hora, olvidó sus obligaciones, olvidó todo. Estaba allí, casi sobre Rubén, en el sofá, y él paseaba sus manos por su espalda y sus brazos consolándola con ternura, con manos cálidas que cumplían muy bien con la tarea de reconfortarla.No podía creerlo, estaba justo en el lugar donde todo había empezado: los brazos de Rubén.Bajó la mirada para mirarlos. Eran fuertes, duros, con vellitos rubios en los antebrazos, y no pudo resistir la tentación de pasar su mano por encima de ellos y peinarlos.Elevó su cabeza sonriendo para mirarlo, quizá para hacerle una broma, pero se detuvo nomás verlo; los ojos de él chispeaban.Se quedó sin habla. Empezaba a reconocer esta mirada, era una mirada que Armando nunca tuvo, un
Cuando Rubén llegó, tuvo que entrar a la peluquería y sentarse en los muebles mientras a Emilia terminaban de maquillarla. Sonrió mirando todo el proceso y rechazó la bebida que le ofrecieron. Telma, que tenía unos rulos puestos, se le sentó al lado y lo miro fijamente sin decir nada. Rubén la miró de reojo.—La cuidaré bien, la trataré bien, y sé que, si algo le pasa, tú misma me matarás –dijo, casi adivinando sus pensamientos.—Qué bien que lo tienes claro—. Él elevó sus cejas negando.Unos minutos después, Emilia estuvo lista. Rubén sonrió orgulloso.—Estás preciosa –le dijo, y Emilia se sentía justo así, preciosa, con la confianza un poco más elevada ahora que llevaba ropa y zapatos y maquillaje caro. Lo que un poco de dinero podía hacer, pens&
Rubén tomó a Emilia con mucho cuidado del brazo y salió con ella caminando despacio del salón. No quería que la vieran trastabillar, o algo peor. Sin embargo, cuando llegó al estacionamiento, la sintió aferrarse a su brazo.—¿Te sientes bien?—Encendieron las luces –dijo ella mirando en derredor con expresión lela—. Pero no es navidad todavía—. Rubén tuvo que reunir todo su autocontrol para no echar a reír en el momento.—No hay luces –dijo. Ella abrió sus ojos sorprendida.&m
Emilia despertó con un concierto de tambores en su punto más álgido en su cabeza. Resonaba por todas partes, y tan sólo abrir los párpados fue un esfuerzo.Sin embargo, y despacio, muy despacio, consiguió sentarse en el borde del colchón.Miró en derredor. ¿Dónde estaba? Esta habitación no le era conocida.Se llevó la mano a la cabeza, donde dolía como el infierno, e intentó ponerse en pie. Ubicó la salida y se encaminó a ella, pero cada paso era como un estremecimiento a su pobre cerebro.Se quej
Rubén siguió besando la piel detrás de su oreja. Después de haber descubierto que este era un lugar en el que le encantaba ser besada, decidió concentrarse allí, al menos por el momento. Besó la piel de su garganta, la línea de sus clavículas, y miró su piel, de un tono bronceado natural y dejó un reguero de besos hasta llegar al valle de sus senos. Sin embargo, la sintió quieta y buscó de nuevo sus ojos. Ella tenía sus ojos cerrados con fuerza, como intentando concentrarse. Disfrutaba de los besos en el cuello y el pecho, pero en este momento no estaba siendo así.Emilia lo sintió retirarse y abrió los ojos.—¿Qué pasa? &n
Juntos cayeron al suelo suavemente, pero ella no quiso girarse, así que Rubén esta vez no pidió permiso y volvió a penetrarla desde atrás. Emilia apoyó sus manos en el suelo y lo sintió entrar con fuerza. Esto se estaba poniendo serio, dijo, pero no hizo nada para impedirlo.Rubén le puso las manos en la cintura, de rodillas tras ella, y empezó a bombear en su cuerpo. Al principio suavemente, pero pareció perder el control rápidamente y empezó a moverse cada vez más rápido. Ella cerró sus ojos. Así parecía llegar más profundamente a su interior, o tal vez sólo era que así parecía, no estaba segura.Lo sintió
Antonio Ospino miró su reloj. Las siete de la noche.No había vuelto a llamar a Emilia para preguntarle dónde estaba, pues no tenía sentido ya que ella misma le había dado esa respuesta, pero lo cierto era que estaba preocupado, pues no había regresado.Miró hacia la sala y vio a Santiago que resolvía un problema matemático sentado en la mesa comedor mientras Felipe resolvía alguna otra cosa de anatomía, sentado al lado del niño; y Aurora resolvía cosas culinarias en la cocina… y él sólo se enredaba más y más.No comprendía por qué ella le hab&ia
—Pasó algo feo, ¿verdad? –dijo Felipe acercándose a su padre con un abrigo en las manos y poniéndoselo en los hombros. Antonio que se asomaba al balcón de la pequeña habitación y miraba la noche fría. Al escuchar a su hijo hizo una mueca meneando la cabeza.—Emilia se comporta… extraño, ¡como si hubiese olvidado todo por lo que tuvo que pasar!—Tal vez es eso, y lo está intentando.—¿Cómo puede hacer algo así?—¿Entonces, deberá vivir toda la vida sufriend