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Cuando Rubén llegó, tuvo que entrar a la peluquería y sentarse en los muebles mientras a Emilia terminaban de maquillarla. Sonrió mirando todo el proceso y rechazó la bebida que le ofrecieron. Telma, que tenía unos rulos puestos, se le sentó al lado y lo miro fijamente sin decir nada. Rubén la miró de reojo.

—La cuidaré bien, la trataré bien, y sé que, si algo le pasa, tú misma me matarás –dijo, casi adivinando sus pensamientos.

—Qué bien que lo tienes claro—. Él elevó sus cejas negando.

Unos minutos después, Emilia estuvo lista. Rubén sonrió orgulloso.

—Estás preciosa –le dijo, y Emilia se sentía justo así, preciosa, con la confianza un poco más elevada ahora que llevaba ropa y zapatos y maquillaje caro. Lo que un poco de dinero podía hacer, pens&

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