Juntos cayeron al suelo suavemente, pero ella no quiso girarse, así que Rubén esta vez no pidió permiso y volvió a penetrarla desde atrás. Emilia apoyó sus manos en el suelo y lo sintió entrar con fuerza. Esto se estaba poniendo serio, dijo, pero no hizo nada para impedirlo.
Rubén le puso las manos en la cintura, de rodillas tras ella, y empezó a bombear en su cuerpo. Al principio suavemente, pero pareció perder el control rápidamente y empezó a moverse cada vez más rápido. Ella cerró sus ojos. Así parecía llegar más profundamente a su interior, o tal vez sólo era que así parecía, no estaba segura.
Lo sintió
Antonio Ospino miró su reloj. Las siete de la noche.No había vuelto a llamar a Emilia para preguntarle dónde estaba, pues no tenía sentido ya que ella misma le había dado esa respuesta, pero lo cierto era que estaba preocupado, pues no había regresado.Miró hacia la sala y vio a Santiago que resolvía un problema matemático sentado en la mesa comedor mientras Felipe resolvía alguna otra cosa de anatomía, sentado al lado del niño; y Aurora resolvía cosas culinarias en la cocina… y él sólo se enredaba más y más.No comprendía por qué ella le hab&ia
—Pasó algo feo, ¿verdad? –dijo Felipe acercándose a su padre con un abrigo en las manos y poniéndoselo en los hombros. Antonio que se asomaba al balcón de la pequeña habitación y miraba la noche fría. Al escuchar a su hijo hizo una mueca meneando la cabeza.—Emilia se comporta… extraño, ¡como si hubiese olvidado todo por lo que tuvo que pasar!—Tal vez es eso, y lo está intentando.—¿Cómo puede hacer algo así?—¿Entonces, deberá vivir toda la vida sufriend
Emilia notó a Santiago un poco taciturno mientras le abrochaba el abrigo esa mañana.El día estaba soleado, el cielo bastante despejado, lo que anunciaba que sería un buen día para correr al aire libre tal como le gustaba, pero él estaba silencioso y un poco pensativo cuando en otra ocasión habría alborotado el edificio con su energía.Rubén le había caído bien hasta que se enteró de que era su novio, pensó. Pero no podía cambiar ya ese hecho, a ella le hubiese gustado que su hijo se enterara de otra manera.A lo hecho, pecho, se dijo, y se encaminó a la cocina a contestar
Se hizo la hora de almorzar muy pronto, y empezaron a buscar un restaurante donde comer. El teléfono de Rubén sonó y vio que era su madre. No le había avisado que hoy pasaría el día con Santiago, y lo iba a matar.—Hola, mamá –la saludó.—Hijo, ¿te esperamos para almorzar?—Lo siento –contestó él—. Almorzaré con Emilia y Santiago.—Ah… —Rubén elevó sus cejas cuando su madre se quedó en silencio. Imaginó que en cuanto lo supiera propondrí
—¡Porquería vida! –exclamó Melissa golpeando su escritorio con un rollo de papel. Luisa la vio y la miró extrañada.—¿Y a ti qué te pasa?—¡Acabo de perder… un montón de dinero! –Luisa, preocupada, se puso en pie. Melissa a veces era muy dramática, pero ahora estaba hablando de dinero.—¿Se te perdió? ¿Aquí, en las oficinas? –Melisa apoyó su frente en su mano con cara de dolor y pesar, y Luisa empezó a preocuparse de verdad—. ¿Te robaron? ¿O lo perdiste? ¡Dime!
La semana se fue pasando poco a poco, día a día.Ambos estaban llenos de trabajo, en varias ocasiones pasaron la tarde o la mañana entera sin que se vieran el uno al otro, y fue en esos momentos en que los salvó el maravilloso invento del teléfono inteligente.La noche del viernes Rubén salió un poco tarde de su oficina. Sabía que Emilia estaba por aquí; debía estarlo, pues ella siempre se despedía de alguna manera antes de irse. La encontró en una de las salas de estudio frente a una mesa de dibujo analizando unos planos, y sin pensarlo mucho, se le acercó.Ella supo que era él desde an
Rubén se alejó de ella y le tomó la mano conduciéndola a la salida del estudio. Luego, sin detenerse, la introdujo en el ascensor, y una vez allí, volvió a besarla. Otra vez no le importaron las cámaras de seguridad, y ella también las olvidó.Pero la puerta del ascensor se abrió y tuvieron que detenerse.Emilia lo vio conducirla hasta la salida del edificio, hasta su auto, por la carretera.Sonrió al notar que a pesar del paso de los minutos ninguno de los dos había reconsiderado la idea de dejarlo pasar, por el contrario, en cada semáforo se volvían a besar, él volvía a d
Llegó a casa y ya iban a ser las once. Rubén la había dejado abajo y ella abrió la puerta entrando casi en puntillas de pie. No había nadie en la sala, las luces estaban apagadas, y se quitó los zapatos para ir hasta su habitación sin hacer ruido.—No es necesario que te congeles los pies –dijo la voz de su padre desde la oscuridad, y Emilia se llevó la mano al pecho asustada.—¡Papá!—¿Qué estás haciendo, Emilia?—Lo siento, no quería hacer ruido y…
Último capítulo