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Llegó a casa y ya iban a ser las once. Rubén la había dejado abajo y ella abrió la puerta entrando casi en puntillas de pie. No había nadie en la sala, las luces estaban apagadas, y se quitó los zapatos para ir hasta su habitación sin hacer ruido.

—No es necesario que te congeles los pies –dijo la voz de su padre desde la oscuridad, y Emilia se llevó la mano al pecho asustada.

—¡Papá!

—¿Qué estás haciendo, Emilia?

—Lo siento, no quería hacer ruido y…

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